– A ti sólo te interesa el niño -dijo ella-. Estoy dispuesta a colaborar, pero casarse no es una opción.

– Te hago un honor con esta proposición – aseguró Sadik poniéndose en pie y mirándola fijamente.

– No, el honor te lo haces a ti. Yo no te importo lo más mínimo. Lo único que importa es el bebé. Sinceramente, no creo que ésa sea la receta de la felicidad, así que ¿para qué querría comprometerme a quedarme aquí contigo e! resto de mi vida?

Sus palabras parecieron dejarlo noqueado. Abrió la boca para decir algo y luego volvió a cerrarla.

– Soy el príncipe Sadik de Bahania y te estoy pidiendo en matrimonio -dijo finalmente.

– Tu cargo no supone una sorpresa para mí y ya había supuesto que me estabas pidiendo la mano -aseguró Cleo incorporándose en la cama.

Era el momento de decirle la verdad… O al menos una parte de ella sin delatarse.

– No quiero casarme con alguien a quien no le importo.

– Nos respetamos mutuamente y sentimos pasión el uno por el otro. Es un comienzo fuerte para un matrimonio. No tomaré otra esposa – aseguró Sadik frunciendo el ceño-. ¿Es eso lo que te preocupa? No se trata sólo de que la ley de Bahania lo prohíba, es que además ya tengo bastantes dificultades sólo contigo.

– El respeto y la pasión no son suficientes, Sadik -aseguró ella con dulzura-. No me estás escuchando, y tampoco te has parado a pensar en el asunto. No soy la mujer con la que te conviene casarte. ¿De verdad me ves como princesa?

– Por supuesto.

Había respondido sin pensárselo. De alguna manera le parecía muy tierno, pero era desde luego poco realista.

Cleo no había buscado verse en aquella situación, pero al parecer no le quedaban muchas opciones.

– Siéntate -dijo echándose a un lado en la cama y palmeando el colchón.

Sadik tomó asiento a su lado y ella le estudió el rostro. Aquellos ojos oscuros, las mejillas afiladas, la mandíbula firme y orgullosa… ¿En qué demonios estaría pensando para enamorarse de un príncipe tan guapo?

– Quiero colaborar -comenzó a explicarse-. Estoy resignada a quedarme aquí. Sé que no puedo agarrar a mí hijo y escapar de ti. No sólo porque acabarías encontrándome, sino porque no estaría bien -aseguró antes de tomar aire-. Podemos llegar a un acuerdo respecto al niño, pero no me casaré contigo.

Una sombra de furia cruzó el rostro de Sadik. Hizo amago de levantarse, pero ella lo agarró del brazo para impedírselo.

– Escúchame, Sadik…

– Las mujeres son muy difíciles -murmuró él entre dientes.

– Tal vez, pero yo estoy siendo difícil por una buena razón.

Cleo se mordió el labio inferior. Había llegado el momento de contarle un secreto de su pasado que seguía atormentándola.

– Estoy segura de que mis padres estaban casados -comenzó a decir-. Nunca encontré su licencia matrimonial, pero mi madre me dijo que lo estaban y yo llevo el apellido de mi padre. Nunca lo conocí. Murió antes de que yo naciera. De una sobredosis de droga.

La expresión de Sadik se volvió indescifrable, pero Cleo supuso que no esperaba que le contara una historia de aquel tipo.

– Mi madre también era drogadicta. Desde que tengo memoria la recuerdo saliendo y entrando de la cárcel o de un centro de rehabilitación. Solía dejarme con una vecina. A veces los servicios sociales se hacían cargo de mí. Otras veces desaparecía y yo tenía que apañármelas como podía hasta que volvía a aparecer.

Cleo hablaba sin considerar el impacto de sus palabras. Si se concentraba en lo que estaba diciendo el pasado caería sobre ella como una losa, abrumándola. Era mil veces mejor seguir desconectada.

– Había veces que vivíamos con sus amigos y otras que no teníamos un sitio donde ir. Recuerdo haber pasado noches en la calle o en los refugios.

– ¿Cuántos años tenías? -preguntó Sadik.

– No lo sé -respondió ella sin mirarlo, jugueteando con el embozo de las sábanas-. Era muy pequeña. Recuerdo tener unos cuatro o cinco años y estar escondida en un portal. No iba al colegio con regularidad. Siempre nos estábamos cambiando de ciudad. En fin, las cosas se pusieron muy mal -dijo aclarándose la garganta-. Mamá se puso enferma un día y murió. El Ayuntamiento me llevó a una casa de acogida. Me pusieron la etiqueta de niña problemática. Iba fatal en el colegio. Entonces me llevaron con Fiona y Zara. Fiona tenía un gran corazón. Lo primero que hizo fue comprarme ropa nueva y un gran osito de peluche. Me dijo que era muy guapa. Yo fingí que no me importaba, pero era la primera persona en toda mi vida que me veía como alguien de verdad y no como un inconveniente.

Cleo tuvo que detenerse un instante para contener las lágrimas.

– Zara era un poco fría. Era inteligente y guapa, pero no sabía relacionarse. Hicimos un gran equipo. Ella me ayudó en el colegio y yo la ayudé a encajar. Cuando Fiona, que sólo me tenía acogida, se mudó, sencillamente me llevó con ella. Supongo que el Ayuntamiento habría perdido mi expediente o algo así porque nadie vino nunca en mi busca -aseguró encogiéndose de hombros-. Así fue como me convertí en la hermana adoptiva de Zara.

– Eres una superviviente -dijo Sadik.

– No te he contado todo esto para provocar tu compasión -aseguró ella levantando la barbilla con gesto orgulloso-. Lo que quiero que entiendas es que nunca podría ser una princesa. Supongo que lo ves claro.

– Lo que veo es a alguien con la fuerza suficiente como para superar unos orígenes humildes. Me impresiona que hayas conseguido criarte en semejantes circunstancias y convertirte en la mujer encantadora e inteligente que tengo delante de mí.

Cleo gruñó entre dientes. Aquel hombre no entendía nada.

– Sadik, abre los ojos. No soy inteligente. Estuve a punto de no terminar el instituto y si lo hice fue gracias a Zara. Me hubiera gustado ir a la universidad, pero pensé que no lo lograría.

– Muchas veces la inteligencia no tiene nada que ver con la educación -apuntó él-. Tu energía y tu afán de superación le vendrán bien a nuestro hijo.

– ¿Has escuchado una sola palabra de lo que te estoy diciendo? -protestó Cleo inclinándose hacia él-. ¿Qué ocurrirá cuando la prensa se entere de mi pasado? Porque te aseguro que se enterarán. Escarbarán por todas partes hasta averiguar la verdad.

– No me importa lo que averigüen. Su opinión me importa bien poco -aseguró Sadik tomándola de la mano y entrelazándole los dedos con los suyos-. Puedes protestar todo lo que quieras. Puedes gritar y chillar y contarme más cosas de tu pasado, pero no te equivoques: vamos a casarnos.

Capítulo 8

SADIK observó en los ojos de Cleo la batalla que estaba librando en su interior. Estaba al mismo tiempo agradecida y furiosa. Agradecida porque él hubiera acatado su pasado sin juzgarla y furiosa porque siguiera insistiendo en casarse con ella. En ocasiones las mujeres podían resultar de lo más fastidiosas y complicadas, pero otras veces eran de lo más simple.

– ¿Creías que ibas a asustarme con tanta facilidad? -preguntó acariciándole la palma de la mano.

Cleo tenía la piel suave y cálida. El simple hecho de tocarla lo excitaba. Sadik pensó en las largas y gloriosas noches de pasión que los esperaban cuando se casaran.

– No estás entendiendo nada -gruñó ella.

– Ilústrame entonces.

– ¡No estoy hecha para ser princesa! -gritó Cleo-. ¿Cómo puedes seguir queriendo casarte conmigo después de lo que te he contado? No tengo ni la educación ni el bagaje necesarios.

– No eres una yegua. No es necesario que presentes ningún pedigrí. Y la educación se demuestra en cómo te comportas, en lo que piensas y en lo que dices.

– Ya, seguro. Me metí en tu cama al instante. No es un comportamiento muy recomendable.

– Yo te seduje -aseguró Sadik con mucha calma.

– Maldita sea, Sadik, escúchame -le espetó ella soltándose de la mano-. Tú no me sedujiste. Antes hubo otros hombres. No llegué a ti como una virgen inocente. Cuando era adolescente tuve una vida sexual muy activa. Confundí el sexo con el amor porque estaba muy sola. Iba en busca de cariño y calor y sólo encontraba un billete de ida a ninguna parte. Lo descubrí hace algunos años y juré que no mantendría más relaciones sexuales hasta estar segura de sentir algo por mi pareja.

Lo que significaba que sentía algo por él. Sadik lo había sospechado, pero le gustaba confirmarlo. Y en cuanto a su pasado…

– Ya sabía que no eras virgen. Yo tampoco lo era. Y también tengo un pasado. Para demostrarte que el nuestro será un matrimonio feliz no juzgaré nada de tu vida anterior. Ahora que estamos juntos me serás fiel.

Cleo se giró para darle la espalda y se cubrió la cara con las manos.

– Eres imposible -murmuró-. No puedo soportarlo más.

Sadik rodeó la cama y le apartó las manos del rostro.

– Ya te he dicho que no voy a juzgarte por tu pasado. He escuchado la historia de tu infancia y lo único que has conseguido es que te admire. He descubierto que estás esperando un hijo mío y te he pedido en matrimonio. Dime qué es lo que estoy haciendo tan mal.

Cleo abrió la boca, pero no pudo hablar. Sadik la observó, satisfecho de haberla dejado por fin sin palabras. No tenía ningún argumento para contrarrestar los suyos, por lo tanto se casarían.

Lo cierto era que le molestaba que se hubiera resistido tanto. Todas las mujeres del mundo estarían orgullosas de haber sido elegidas como su prometida, y sin embargo, Cleo actuaba como si le hubiera pedido que se cortara el brazo.

– La vida en palacio no es tan dura -le recordó Sadik-. No echarás nada de menos. Tendrás cerca a tu hermana y te permitiré visitarla tanto como quieras.

El Príncipe vaciló un instante antes de continuar. No quería hacer tantas concesiones. De todas maneras, pensó, cuando naciera el niño, Cleo no estaría tan dispuesta a viajar hasta la Ciudad de los Ladrones.

– Podrás comprar en las tiendas más caras del mundo. Tendrás joyas impresionantes y serás la anfitriona de magníficas fiestas.

– ¿De verdad piensas que puedes comprarme? -preguntó Cleo alzando la cabeza y mirándolo fijamente.

Muchas mujeres podrían ser controladas con los privilegios de la riqueza, pero Sadik sospechaba que Cleo no era una de ellas.

– Serás princesa -le recordó-. Miembro de la familia real de Bahania.

– Siempre deseé formar parte de una familia -susurró ella casi para sus adentros-. Pero te olvidas de lo más importante -aseguró incorporándose.

– ¿De qué se trata?

– La fantasía de ser rica no cambia el hecho de que me casaría con un hombre al que no le importo. Haces esto por el bebé y no es así como yo pensaba iniciar mi vida matrimonial.

– ¿Qué quieres de mí? -preguntó Sadik genuinamente sorprendido.

– Quiero que me digas que no es sólo por el niño.

– Por supuesto que hay algo más. Si te encontrara repugnante seguiría pidiéndote que te casaras conmigo para que mi hijo no fuera un bastardo, pero me aseguraría de que comprendieras que se trataba de un acuerdo temporal. En un año o dos nos divorciaríamos.

Sadik echó los hombros hacia atrás. Ahora le tocaba a él el turno de enfadarse.

– No es eso lo que estoy sugiriendo. Te ofrezco un matrimonio de verdad con todos los compromisos que eso entraña.

– No me creo ni una palabra -aseguró ella mirándolo con sus ojos azules.

A Sadik le gustaban los desafíos. Se acercó un poco más e inclinó la cabeza para besarla en la boca.

– Puedo demostrártelo -murmuró súbitamente excitado, dispuesto a hacer el amor con ella.

Siempre ocurría lo mismo cuando estaban juntos, pensó para sus adentros.

Pero en lugar de responder apasionadamente Cleo le apretó con firmeza el hombro obligándolo a dar un paso atrás. Entonces salió de la cama y se encaminó al cuarto de baño.

– No me casaré con alguien que no me ama -anunció en voz alta.

Entró al baño y cerró de un portazo. Sadik escuchó el inconfundible sonido del pestillo.

El Príncipe miró alternativamente de la cama a la puerta. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué hablaba Cleo de amor? Sacudió la cabeza y salió del dormitorio.

– Mujeres -gruñó-. No vale la pena tomarse tantas molestias por ellas.


Cleo se pasó toda la mañana recorriendo arriba y abajo el salón de su suite. Imaginó que al menos aquello le vendría bien al bebé, aunque no se podía decir lo mismo de la preocupación.

Cada vez que recordaba lo que le había dicho a Sadik le entraban ganas de morirse se vergüenza. Al pensar en las últimas palabras que había pronunciado se le acaloraban las mejillas y le sudaban las manos. Peor todavía: Ni siquiera ella misma sabía lo que ocultaba su propio corazón hasta que dijo aquello.

«No me casaré con alguien que no me ama».

Aquella frase se le repetía una y otra vez en la cabeza. No había querido decir eso, ni siquiera había querido pensarlo, ni tampoco había querido que fuera cierto.