Sólo había una razón que explicara por qué le importaba tanto conseguir el afecto de Sadik. No era una cuestión de orgullo ni de búsqueda de la felicidad. Era una cuestión de corazón.

Lo amaba.

Cleo no era consciente de cuándo ni dónde había cometido la estupidez de enamorarse de alguien sentimentalmente inaccesible, un príncipe de sangre real que, por cierto, seguía enamorado de su novia fallecida.

¿En qué demonios había estado pensando? Cleo se detuvo en medio del salón y aspiró con fuerza el aire. No había pensado en nada. Se había dedicado a soñar y a desear, y había sido una estúpida.

Ahora estaba envuelta en una situación que no podía controlar. Lucharía contra aquella boda mientras pudiera, pero, ¿y si perdía la batalla? ¿Y si finalmente tuviera que casarse con Sadik? Pasaría el resto de su vida enamorada de alguien que no le correspondía. Era la peor de sus pesadillas hecha realidad.

Cleo se acercó hasta el sofá, se sentó, y cruzó los brazos sobre el pecho como si quisiera protegerse a sí misma. La única esperanza que brillaba en su horizonte era que Sadik era demasiado egocéntrico como para darse cuenta de lo que significaba aquella declaración. Probablemente pensaría que estaba demandando amor del modo en que lo haría una mujer egoísta. No se le ocurría pensar que ella misma ya estaba enamorada de él.

Era un consuelo pequeño, pensó, pero se agarraría a él porque era todo lo que tenía.

Alguien llamó a la puerta de su suite. Cleo estiró los hombros y se preparó mentalmente para otro altercado.

– Adelante -gritó.

Se abrió la puerta pero no era su aspirante a novio el que entró. En su lugar lo hizo una Sabrina muy confusa.

La hija pequeña del Rey estaba tan elegante como siempre vestida con unos pantalones negros y camisa blanca. Llevaba el pelo recogido en una coleta.

– Pensé que Kardal y tú regresabais hoy a casa -dijo Cleo poniéndose en pie.

Igual que la mayoría de los invitados a la boda, Sabrina y su marido habían pasado la noche en palacio.

– Kardal ya ha partido hacia la Ciudad de los Ladrones, pero yo me he quedado un poco más. Sadik vino a verme cuando estaba haciendo las maletas -explicó la joven bajando la vista hacia el vientre de Cleo.

Cleo sintió deseos de cubrirse. Parecía como si en la última semana hubiera doblado de peso. El vestido que llevaba puesto había sido suelto en su momento, pero ahora le apretaba el vientre, dejando todavía más en evidencia su condición. Nunca se hubiera vestido así fuera de la suite, pero como no esperaba visitas se lo había puesto aquella mañana nada más salir de la ducha.

– Supongo que esto lo dice todo -reconoció llevándose la mano al vientre.

Sabrina asintió con la cabeza.

– Cuando Sadik me contó lo de la boda tengo que reconocer que me quedé muy sorprendida. Sabía que había algo entre vosotros, pero no imaginé que fuera algo tan serio. Entonces, cuando mencionó al bebé caí en la cuenta de que…

– ¿Cómo?

Cleo sabía que interrumpir a una princesa sería considerado seguramente como una falta grave de educación, pero no fue capaz de contenerse.

– ¿Ha dicho que vamos a casarnos?

– Sí, por eso estoy aquí -aseguró Sabrina-. Para ayudarte con la boda. Sadik dice que tenemos que darnos prisa. ¿De cuánto estás? -preguntó mirando de nuevo el vientre de Cleo.

– De cinco meses -respondió rodeando el sofá para acercarse a la joven-. Mira: te agradezco que hayas venido, pero tengo que decirte que no va a haber ninguna boda. Ni ahora ni nunca. Así que si quieres volver a tu casa con tu marido te sugiero que lo hagas.

– Esto es peor de lo que yo pensaba -aseguró Sabrina sacudiendo la cabeza-. Sentémonos y empecemos desde el principio. Está claro que aquí hay algo más de lo que me ha contado Sadik -reflexionó tomando a Cleo del brazo y guiándola hacia el sofá.

– Seguro que sí -murmuró Cleo.

Al dejarse caer sobre los cojines Cleo se dio cuenta de que la sorpresa de Sabrina significaba que el Rey no le había contado a todo el mundo lo de su embarazo. Sólo a unos pocos escogidos: Zara y…

Cleo tragó saliva. Y Sadik, pensó sin respiración. Si el Rey se lo había contado a él tenía que ser por alguna buena razón. Lo que significaba que sabía quién era el padre de su hijo. Lo que significaba que la situación se complicaba todavía más.

– De acuerdo -dijo Sabrina sentándose a su lado-. Es obvio que Sadik y tú tuvisteis una relación cuando estuviste aquí cinco meses atrás. Si estás embarazada significa que entre vosotros saltaron chispas.

– Más que eso -reconoció Cleo-. Todavía saltan, pero ésa no es la cuestión. Mírame -dijo abriendo los brazos con las palmas hacia arriba-. Ni siquiera me acerco a la idea de una princesa. No conozco nada de vuestro país ni de vuestras costumbres. Soy un desastre para el protocolo. Tal vez Zara no supiera tampoco muchas cosas, pero ha resultado ser una excelente y maravillosa princesa. Yo en cambio soy una niña de la calle que a duras penas logró terminar el instituto. Créeme: no soy alguien a quien os gustaría tener en palacio.

– Estás siendo un poco dura contigo misma – aseguró Sabrina sonriendo -. Eres una mujer muy hermosa. Zara y yo nos hemos pasado horas y horas odiándote por tus curvas. También eres buena amiga y por lo que me han contado, una hermana estupenda. ¿Por qué no ibas a encajar aquí?

– Sadik y yo seríamos desgraciados juntos – aseguró Cleo intentando otra estrategia-. No tenemos nada en común.

– Tenéis lo suficiente como para concebir un hijo.

– La pasión desaparece.

– ¿Y qué me dices del amor? Eso dura.

– El no me ama -aseguró Cleo con tristeza.

Le agradeció a Sabrina que no le preguntara lo que era obvio, que ella sí lo amaba a él.

– Supongo que mi hermano no sabe en este momento lo que siente -aseguró la joven-. Las cosas cambian con el tiempo.

Cieo quería pensar que aquello era verdad. ¿Llegaría Sadik a amarla con el tiempo? ¿Era aquélla una esperanza suficiente como para construir sobre ella un matrimonio?

– Sencillamente, creo que no puedo casarme con él.

– Cleo, mi hermano me ha pedido que te ayude a organizar la boda -aseguró Sabrina con expresión seria-. Y lo haré encantada. Pero si no quieres casarte con él no te quedan muchas opciones. Estamos hablando del hijo de un miembro de la familia real.

– Estoy familiarizada con las leyes de Bahania – aseguró Cleo poniéndose tensa-. Pero también sé que se pueden hacer excepciones.

– Lo sé -respondió Sabrina recuperando la sonrisa-. Yo soy la prueba viviente de ello. Pero aunque mi padre estuvo de acuerdo con que yo me educara fuera del país no tienes ninguna garantía de que te permita llevarte lejos a su primer nieto. Yo que tú no contaría entre mis planes con marcharme.

– Lo sé -reconoció Cleo sintiendo que mirara donde mirara se sentía prisionera-. No puedo enfrentarme a esto ahora. Al final tal vez acabe casándome con Sadik contra mi voluntad, pero voy a luchar todo lo que pueda.

– Me parece bien -aseguró Sabrina dándole un abrazo antes de ponerse en pie-. Voy a regresar a casa. Cuando estés dispuesta a preparar la boda llámame. Lo dejaré todo y vendré.

Sabrina se dirigió hacia la puerta. Cuando abrió el picaporte se giró un instante para mirarla.

– Ya sé que no soy Zara, pero si necesitas hablar con alguien me encantaría que contaras conmigo.

– Te lo agradezco mucho. Gracias.

Sabrina se marchó. Cleo se tumbó en el sofá. Una de las ventajas de casarse con Sadik era que tanto Zara como Sabrina se convertirían en sus parientes legales. Serían sus cuñadas.

Aquello era suficiente para hacerla cambiar de parecer.


Poco después de las tres de la tarde de aquel mismo día Cleo recibió una llamada de teléfono diciéndole que la estaba esperando un representante de la embajada de EEUU.

No sabía qué significaba aquello, pero en lugar de discutir por teléfono con la secretaria se cambió rápidamente de ropa y encaminó sus pasos hacia la parte delantera de palacio.

Allí le indicaron una espaciosa sala de visitas con varios sofás de cuero colocados alrededor de una mesa de café.

Un hombre alto de unos cincuenta y tantos años la estaba esperando. Iba vestido con un traje de chaqueta azul marino y llevaba un maletín de piel de aspecto caro. Cuando la oyó entrar, se giró y le tendió la mano con una sonrisa.

– Señorita Wilson, soy Franklin Kudrow, agregado de la embajada de EEUU.

Cleo estaba cansada por haberse pasado la noche llorando. Le sonrió lo más sinceramente que pudo y luego le dijo lo que de verdad pensaba.

– El cargo impresiona, pero no tengo la más remota idea de quién es usted ni por qué está aquí.

– Claro. Por supuesto -respondió el hombre indicándole con un gesto los sofás.

Cleo tomó asiento en uno de ellos y el señor Kudrow hizo lo propio en el que estaba enfrente.

– ¿Le gustaría beber algo? -le preguntó al diplomático recordando que debía ser educada.

– No, gracias -respondió el hombre dejando el maletín en el suelo-. Señorita Wilson, yo…

– Cleo -lo interrumpió ella-. Llámeme simplemente Cleo.

El hombre asintió con la cabeza.

– Cleo, desde palacio nos han notificado su próxima boda con el príncipe Sadik.

El funcionario siguió hablando, pero Cleo había dejado de escucharlo. ¿Su boda con el príncipe Sadik?

Sintió cómo la rabia se apoderaba de ella. Como Sadik no podía convencerla con los métodos tradicionales iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para manipularla desde todos los frentes. Era un experto en manejarse entre los engañosos mercados financieros. Seguro que estaba convencido de que ella sería igual de fácil.

Cleo se dio cuenta de que el señor Kudrow estaba haciendo verdaderos esfuerzos para no mirarla a la tripa. Su discreción sería con toda probabilidad una de las razones por las que había conseguido ingresar en el Departamento de Estado.

– ¿Quién le ha dicho que voy a casarme con Sadik?

El señor Kudrow pareció quedarse muy sorprendido por la interrupción. Se inclinó hacia delante y colocó el maletín sobre la mesa. Lo abrió y sacó un papel de su interior.

– Hemos recibido un comunicado de prensa.

Cleo agarró el papel y lo examinó. Allí, bajo el sello real de Bahania se anunciaba el próximo enlace del príncipe Sadik con Cleo Wilson, ciudadana americana.

No podía creérselo. ¿De verdad pensaba que actuando por detrás y haciendo público su compromiso conseguiría obligarla a casarse con él?

– Estamos muy contentos -dijo el señor Kudrow-. Su matrimonio con el Príncipe contribuirá a fomentar las relaciones de nuestro país con la familia real y desde luego nos beneficiará desde el punto de vista comercial. Tal vez podría usted mencionarle al rey Hassan la excelente calidad de los aviones de combate estadounidenses…

– Comprendo lo que quiere decir -aseguró Cleo poniéndose en pie y obligando al diplomático a hacer lo mismo-. Soy consciente de que mi matrimonio beneficiaría a mucha gente pero le voy a adelantar una primicia, señor Kudrow. No he aceptado la proposición del Príncipe, así que yo de usted no empezaría a encargar aviones todavía. Muchas gracias por la visita.

Cleo hizo un gesto de despedida con la cabeza, se dio la vuelta y salió de la habitación. Estaba furiosa. No, «furiosa» era una palabra que se quedaba corta para describir cómo se sentía. Estaba rabiosa. Si hubiera tenido un martillo en la mano se lo habría lanzado a Sadik a la cabeza. ¿Cómo se atrevía a manipularla de aquella manera?

Comenzó a andar en dirección al centro de palacio, decidida a enfrentarse con él y decirle a las claras lo que pensaba. Por desgracia Sadik estaba en la sección de negocios y Cleo nunca había estado allí.

Tras un par de intentos fallidos se encontró en medio de una docena de ordenadores y faxes. Imaginó que ya debería andar cerca. Se cruzó entonces con un asistente y le preguntó por el despacho del Príncipe.

Dos minutos más tarde lo tenía delante. Sadik estaba sentado en su escritorio mirando fijamente la pantalla del ordenador. Cuando Cleo entró ni siquiera tuvo la deferencia de mostrarse sorprendido. Se limitó a ponerse en pie y sonreír con satisfacción.

– Cleo, qué alegría que hayas venido a verme.

– No te atrevas a charlar conmigo como si no hubiera ocurrido nada -respondió ella entornando los ojos y colocando de un golpe el comunicado de prensa encima de su escritorio-. Tal vez para la familia real seas muy poderoso y muy rico, pero para mí no eres más que un perro mentiroso. ¿Qué significa esto?

– Creo que está muy claro -respondió Sadik ignorando sus insultos y mirando el papel.

– Sí, desde luego que lo está. Como no has conseguido que acepte por las buenas has pensado que me casaría contigo por las malas. Pues bien, no lo has conseguido. No vas a manipularme. No me importa que seas el príncipe Sadik. Soy una persona y tengo mis derechos.