Además, una oportunidad de ver al inimitable Edmund Kean no era algo que pudiera dejarse pasar así como así.
– Muy bien. -Volvió a concentrarse en Mildred justo a tiempo para ver cómo el triunfo iluminaba fugazmente los ojos de su tía.
»Pero me niego a que me hagas desfilar como una yegua bien educada durante el intermedio.
Mildred desechó la objeción con un movimiento de la mano.
– Si lo deseas, puedes quedarte en tu asiento durante todo el descanso. Pero te pondrás el vestido de seda azul oscuro, ¿lo harás? Sé que te da igual tu aspecto, así que ¿podrías hacerlo para complacerme?
La mirada esperanzada en los ojos de la mujer hizo imposible que se negara; Leonora notó que sonreía.
– Como esta codiciada oportunidad viene a través de ti, no puedo negarme. -Aquel vestido era uno de sus favoritos, así que no le costaría nada complacer a su tía-. Pero te lo advierto, no soportaré a ningún pretendiente de Bond Street susurrándome palabras de amor al oído durante la representación.
Mildred suspiró y negó con la cabeza mientras se levantaba.
– Cuando éramos niñas, tener a caballeros solteros susurrándonos al oído era el acontecimiento de la noche. -Miró a Leonora-. Me esperan en casa de lady Henry, luego en la de la señora Arbuthnot, así que debo irme. Pasaré a buscarte en el carruaje a las ocho.
Ella asintió y luego la acompañó a la puerta.
Regresó al salón más pensativa. Quizá sería prudente salir y relacionarse con la buena sociedad, al menos durante las semanas previas al inicio propiamente dicho de la Temporada. Eso podría distraerla de los efectos de la seducción, que aún perduraban. La ayudaría a recuperarse de la conmoción que le había causado la proposición de matrimonio de Trentham. Y la conmoción aún mayor por la insistencia de él en que debería aceptarla.
Leonora no comprendía su razonamiento, pero él parecía muy decidido. Unas cuantas semanas en sociedad exponiéndose a otros hombres le recordarían sin duda por qué no se había casado nunca.
Leonora no sospechaba nada. Hasta que el carruaje no se detuvo ante la escalera del teatro y un apresurado mozo de cuadra abrió la puerta, ni el más leve atisbo de sospecha cruzó su mente. Y entonces ya fue demasiado tarde.
Trentham dio un paso adelante y, con calma, le ofreció la mano para ayudarla a bajar del coche.
Leonora se lo quedó mirando boquiabierta. Cuando Mildred le clavó el codo en las costillas, reaccionó y, tras lanzar una rápida y fulminante mirada a su tía, alargó el brazo altiva y apoyó los dedos en la palma de Tristan.
No tenía opción. Los carruajes se iban acumulando y la escalera del teatro en el que se representaba la obra más comentada no era el lugar idóneo para montar una escena, para decirle a un caballero lo que una pensaba de él y de sus maquinaciones ni para informar a su tía de que esa vez había ido demasiado lejos.
Con un aire de fría superioridad, le permitió que la ayudara a bajar, luego se quedó allí, fingiendo una gélida indiferencia, mientras examinaba a la elegante multitud que subía la escalera del teatro y atravesaba las puertas abiertas. Entretanto, Trentham saludaba a sus tías y las ayudaba también a bajar.
Mildred, resplandeciente con su combinación favorita, el blanco y el negro, cogió a Gertie del brazo con energía y se abrió paso por la escalera.
Con calma, Trentham se volvió hacia Leonora y le ofreció el brazo. Ella lo miró a los ojos y, para su sorpresa, no vio triunfo en ellos, sino más bien una cuidadosa cautela. Ese detalle la aplacó un poco y consintió en apoyar las puntas de los dedos en su manga para que la guiara.
Tristan consideró el ángulo de la barbilla de Leonora y se mantuvo en silencio. Se reunieron con sus tías en el vestíbulo, donde la aglomeración las había hecho detenerse. Él las adelantó, entonces, y sin grandes dificultades logró abrirles paso hasta la escalera, donde la presión de los cuerpos disminuyó. Cubrió la mano de Leonora con la suya, guió al grupo hasta el pasillo semicircular que llevaba a los palcos y la miró mientras se acercaban a la puerta del que había reservado.
– He oído decir que el señor Kean es el mejor actor del momento y que la obra de esta noche es una encomiable oportunidad de lucir sus talentos. Pensé que te gustaría.
Leonora lo miró brevemente a los ojos, luego inclinó la cabeza, aún altiva y distante. Cuando llegaron al palco, Tristan apartó la pesada cortina que cubría la entrada y ella entró con la cabeza alta. Lady Warsingham y su hermana se apresuraron a sentarse en la parte de delante y se acomodaron en dos de los tres asientos. Leonora se había detenido entre las sombras junto al muro. Mantenía la mirada fija en su tía Mildred, que estaba ocupada observando a todas las personas importantes que había en los otros palcos e intercambiando saludos con la cabeza, decidida a no mirar a su sobrina.
Tristan vaciló. Cuando finalmente se acercó, Leonora dirigió su atención hacia él. Los ojos le centelleaban.
– ¿Cómo te las has arreglado para organizar esto? -Hablaba en susurros-. Nunca te dije que ella fuera mi tía.
Tristan arqueó una ceja.
– Tengo mis propias fuentes.
– Y las entradas. -Contempló los palcos, que se estaban llenando rápidamente con quienes habían tenido la suerte de asegurarse un sitio-. Tus tías me dijeron que nunca te relacionabas en sociedad.
– Como puedes ver, eso no es estrictamente cierto.
Leonora se volvió hacia él, esperando más. Tristan la miró a los ojos.
– Tengo poco interés por la buena sociedad en general, pero no estoy aquí para pasar la velada con ellos.
Ella frunció el cejo y preguntó un poco recelosa:
– ¿Por qué estás aquí entonces?
Él le sostuvo la mirada un segundo y luego murmuró:
– Para pasar la velada contigo.
Sonó una campana en el pasillo. Tristan la cogió del brazo y la guió hasta el asiento vacío de la parte delantera del palco. Leonora le lanzó una mirada escéptica, luego se sentó. Él cogió la otra silla, la colocó a su izquierda, levemente vuelta hacia ella, y se acomodó para ver la representación.
Cada penique de la pequeña fortuna que había pagado valió la pena. Sus ojos rara vez se desviaron hacia el escenario, manteniendo la mirada fija en el rostro de Leonora, observando las emociones que sobrevolaban sus rasgos, delicadas, puras y, en aquella situación, desprotegidas. Aunque al principio ella había sido consciente de su escrutinio, la magia de Edmund Kean en seguida captó toda su atención mientras Tristan la contemplaba, feliz, perspicaz, intrigado.
No tenía ni idea de por qué lo había rechazado, de por qué, según ella, no tenía ningún interés en el matrimonio. Sus tías, sometidas al más sutil de los interrogatorios, habían sido incapaces de arrojar alguna luz al tema, lo que significaba que entraba en aquella batalla a ciegas. No era que eso afectara de un modo considerable a su estrategia, ya que, por lo que había oído, sólo había un modo de ganarse a una dama reticente.
Cuando se bajó el telón al final del primer acto, Leonora suspiró, luego recordó dónde se encontraba y con quién. Miró a Trentham y no la sorprendió encontrárselo con sus ojos fijos en su rostro. Sonrió con frialdad.
– Me iría muy bien algo para beber.
Él la miró a los ojos un momento, luego, sonrió, inclinó la cabeza aceptando el encargo y se levantó.
Leonora se volvió y vio a Gertie y a Mildred de pie. Estaban recogiendo sus retículos y chales.
Su tía Mildred les dedicó una amplia sonrisa a ella y a Trentham.
– Vamos a pasear por el pasillo y a saludar a todo el mundo. Leonora odia las aglomeraciones, pero estoy segura de que podemos confiar en usted para entretenerla.
Por segunda vez esa noche, Leonora se quedó boquiabierta. Asombrada, observó cómo sus tías salían y Trentham les sostenía la pesada cortina para que pudieran hacerlo. Dada su previa insistencia en evitar el ritual de los saludos, no pudo quejarse, y no había nada inapropiado en que ella y Trentham se quedaran solos en el palco; estaban en público, bajo la mirada de un gran número de damas de la buena sociedad.
Trentham dejó caer la cortina y se volvió hacia ella.
Leonora carraspeó.
– Tengo la boca verdaderamente seca… -Había bebidas disponibles junto a la escalera; llegar hasta allí y volver lo mantendría ocupado una buena parte del intermedio.
Sin embargo, él siguió con los ojos fijos en su rostro, con una leve sonrisa. Cuando se oyó un golpe en la puerta, se dio la vuelta y apartó la cortina. Entró un acomodador con una bandeja en la que llevaba cuatro copas y una botella de champán fría. La dejó en la mesita que había junto a la pared del fondo.
– Yo lo serviré.
El hombre les hizo una reverencia y desapareció por la cortina.
Leonora observó a Trentham abrir la botella y luego servir el delicado líquido en dos de las copas. De repente, se sintió muy feliz de haberse puesto el vestido azul oscuro, una coraza adecuada para aquel tipo de situación.
Él le entregó una copa y a ella la sorprendió un poco que no aprovechara el momento para rozarle los dedos. Cuando levantó la copa, Trentham le sostuvo la mirada.
– Relájate. No muerdo.
Leonora arqueó una ceja, bebió y luego preguntó:
– ¿Estás seguro?
Sus labios se curvaron y observó a los demás asistentes que pululaban por los otros palcos.
– Este entorno no es muy propicio.
Volvió a mirarla, luego cogió la silla de Gertie, le dio la vuelta para sentarse de espaldas a la multitud y estiró las piernas en una pose elegante pero cómoda.
Él bebió también, con la mirada fija en el rostro de ella, luego le preguntó:
– Entonces, dime, ¿es el señor Kean tan bueno como dicen?
Leonora se dio cuenta de que él no tenía ni idea de eso, porque había estado lejos, sirviendo en el ejército durante los últimos años.
– Es un artista sin parangón, al menos ahora mismo. -Considerando que el tema era seguro, le explicó lo más destacado de la carrera del actor.
Trentham le hizo alguna pregunta que otra. Cuando el tema quedó agotado, él dejó pasar un momento y luego comentó en voz baja:
– Hablando de representaciones…
Leonora lo observó y casi se atragantó con el champán. Sintió que un lento rubor le ascendía por las mejillas, pero lo ignoró y levantó la barbilla para mirarlo directamente a los ojos. Ella era ahora, se recordó a sí misma, una dama con experiencia.
– ¿Sí?
Trentham hizo una pausa, como si estuviera considerando no qué decir sino cómo decirlo.
– Me preguntaba… -alzó la copa, bebió y ocultó los ojos tras las pestañas- si tú eres muy buena actriz.
Leonora parpadeó, frunció el cejo y dejó que su expresión transmitiera su incomprensión.
Trentham volvió a mirarla a los ojos.
– Si dijera que disfrutaste de nuestro… último encuentro, ¿estaría equivocado?
Ella se ruborizó aún más, pero se negó a apartar la vista.
– No. -El recuerdo del placer que sintió la inundó, le dio fuerza para afirmar con mordacidad-. Sabes perfectamente que disfruté de él… por completo.
– Entonces, ¿eso no contribuyó a tu aversión a casarte conmigo?
De repente, entendió qué le estaba preguntando.
– Por supuesto que no. -La idea de que pudiera pensar una cosa así… Frunció el cejo-. Ya te dije que tomé esa decisión hace mucho tiempo. Mi postura no tiene nada que ver contigo.
¿Podía un hombre como él necesitar que le confirmaran semejante cosa? No pudo descubrir nada en sus ojos, en su expresión.
De repente, Trentham sonrió con dulzura. Sin embargo, el gesto fue más el de un depredador que algo encantador.
– Sólo quería estar seguro.
No había renunciado a la batalla de lograr que lo aceptara, ese mensaje Leonora pudo leerlo sin problemas. Ignorando con determinación el efecto de toda aquella relajada masculinidad a escasos centímetros de ella, le dirigió una educada mirada y le preguntó por sus tías. Él le respondió, permitiendo que cambiara de tema.
El público empezó a regresar a los asientos; Mildred y Gertie se reunieron con ellos. Leonora fue consciente de la aguda mirada que sus dos tías le lanzaron, pero mantuvo la expresión calmada y serena, y dirigió su atención a escena. Se subió el telón y la obra continuó.
En su favor, tuvo que reconocer que Trentham no hizo nada para distraerla. Aunque fue consciente de nuevo de que sus ojos se centraban principalmente en ella, se negó a darse por enterada de su atención. No podía obligarla a casarse con él; si se mantenía firme en su negativa, él acabaría desistiendo. Como Leonora había imaginado que haría.
Aun así, la idea de que se demostrara que estaba en lo cierto, por una vez no la alegró. Frunciendo el cejo para sus adentros por semejante atisbo de vulnerabilidad, se obligó a con centrarse en Edmund Kean.
"La Prometida Perfecta" отзывы
Отзывы читателей о книге "La Prometida Perfecta". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "La Prometida Perfecta" друзьям в соцсетях.