– ¿Resistencia? -Leonora frunció el cejo-. ¿Te refieres a que ignore todas esas invitaciones? -Incluso a ella misma ese pensamiento le parecía una pizca extremo.

Su tía bufó.

– ¡Por supuesto que no! Haz eso y cavarás tu propia tumba. Pero no hay motivo para dejar que se salga con la suya pensando que puede obligarte a hacer cualquier cosa. Tal como yo lo veo, la respuesta más contundente sería aceptar encantada las mejores invitaciones y asistir a los eventos con el claro objetivo de divertirte. Ve y coincide con él en los salones de baile y si se atreve a presionarte allí, puedes enviarlo a tomar viento fresco delante de la mayoría de los miembros de la buena sociedad.

Golpeó el suelo con su bastón.

– Tienes que enseñarle que no es omnipotente, que no puede salirse con la suya con semejantes maquinaciones. -Los viejos ojos de la anciana centellearon-. El mejor modo para hacer eso es darle lo que cree que desea y luego mostrarle que no es lo que realmente quiere en absoluto.

La mirada en el rostro de Gertie era descaradamente perversa y la idea que evocó en la mente de Leonora era muy atractiva.

– Ya te entiendo… -Se quedó ensimismada mientras su mente barajaba posibilidades-. Darle lo que anda buscando, pero… -Volvió a centrar la mirada en Gertie y sonrió-. ¡Por supuesto!

El número de invitaciones había aumentado hasta diecinueve; se sintió casi embriagada por el desafío. Se volvió hacia Mildred, que había estado observando a su hermana con una expresión más bien perpleja en el rostro.

– Antes de ir a la de lady Holland, quizá deberíamos asistir a la fiesta de los Carstairs.


Así lo hicieron; Leonora utilizó aquel evento como entrenamiento para desempolvar y pulir sus dotes sociales. Para cuando entró en la elegante casa de lady Holland, se sentía muy segura. Sabía que tenía muy buen aspecto con su vestido de seda color amarillo, el pelo en un recogido alto y unos pendientes de topacio y perlas alrededor de la garganta.

Tras Mildred y Gertie, hizo una reverencia a lady Holland, que le estrechó la mano y pronunció las habituales palabras de cortesía mientras la observaba con sus ojos sagaces e inteligentes.

– Tengo entendido que ha hecho una conquista -comentó la dama.

Leonora arqueó las cejas levemente y dejó que sus labios se curvaran en una sonrisa.

– De un modo totalmente involuntario, se lo aseguro.

Lady Holland abrió los ojos como platos y pareció intrigada.

Ella dejó que su sonrisa se ampliara y, con la cabeza alta, siguió avanzando.

Desde donde se encontraba, apoyado en la pared del salón, Trentham observó el intercambio, vio la sorpresa de lady Holland y captó la divertida mirada que ésta le lanzó cuando Leonora avanzó hacia la multitud.

Tristan ignoró a la mujer y fijó la mirada en su presa mientras se alejaba de la pared. Había llegado demasiado pronto, algo que contravenía las normas, sin importarle que su anfitriona, que siempre había mostrado interés por su carrera, dedujera correctamente sus motivos. Las últimas dos horas habían sido de inactividad total, de indecible aburrimiento, y le habían recordado por qué nunca había sentido que se hubiera perdido nada al alistarse en el ejército a los veinte años. Sin embargo, ahora que Leonora se había dignado aparecer, podría tomar la iniciativa.

Las invitaciones que había conseguido a través de su propia posición y de sus ancianas parientes le garantizarían que a lo largo de la próxima semana podría encontrarse con Leonora cada noche en algún acontecimiento y en algún lugar propicio para lograr su objetivo.

Después de eso, aunque la condenada mujer aún se mantuviera firme, siendo como era la sociedad, las invitaciones continuarían llegando motu proprio, creando oportunidades que él podría aprovechar hasta que ella se rindiera.

La tenía en el punto de mira y no escaparía.

Cubrió la distancia que los separaba y se colocó a su lado en el momento en que sus tías se sentaban en un diván en un rincón de la sala. Con ese movimiento se había adelantado a unos cuantos caballeros que se habían fijado en Leonora y parecían dispuestos a tantear el terreno.

Tristan había descubierto que lady Warsingham no era en absoluto desconocida entre la buena sociedad; ni tampoco su sobrina. La opinión general sobre Leonora era que se trataba de una obstinada dama incurablemente contraria al matrimonio. Aunque su edad la colocaba más allá de la categoría de señoritas casaderas, su belleza, su seguridad y su comportamiento la convertían en un desafío, al menos a ojos de hombres que veían con interés a las damas rebeldes. Y esos caballeros sin duda tomarían nota del interés de Tristan y mirarían hacia otro lado. Si eran inteligentes.

Saludó con la cabeza a las damas sentadas en el diván, que le dirigieron una amplia sonrisa. A continuación, se volvió hacia Leonora y se encontró con una mirada claramente gélida.

– Señorita Carling.

Ella le ofreció la mano y le hizo una reverencia. Tristan se inclinó, le besó la mano, la hizo erguirse y le colocó los dedos sobre su manga; Leonora los apartó de inmediato y se volvió para saludar a una pareja que se les había acercado.

– ¡Leonora! ¡Hace muchísimo que no te veíamos!

– Buenas noches, Daphne. Señor Merryweather. -Leonora dio dos besos a Daphne, una dama morena de generosos encantos, luego estrechó la mano al caballero, cuyo color de piel y rasgos lo proclamaban hermano de Daphne.

Leonora lanzó una mirada a Trentham y lo incluyó en la conversación, presentándolo como el conde de Trentham.

– ¡Qué me dices! -Los ojos de Merryweather se iluminaron-. He oído que estuvo con la Guardia Real en Waterloo.

– Exacto. -Pronunció la palabra lo más secamente que pudo, pero el joven no lo captó. Siguió parloteando y haciéndole las preguntas habituales que Tristan, mientras suspiraba para sus adentros, respondió con las contestaciones ya ensayadas.

Leonora, más familiarizada con sus tonos, le lanzó una curiosa mirada, pero entonces Daphne reclamó su atención.

Con su agudo oído, Tristan en seguida se dio cuenta del tenor de las preguntas de la dama. Ésta había supuesto que Leonora no tenía ningún interés por él. Sin embargo, ella, incluso casada, sí lo tenía. Con el rabillo del ojo, vio que Leonora le dirigía una calculadora mirada, y se inclinaba después hacia la dama y bajaba la voz. De repente, Tristan fue consciente del peligro. Alargó el brazo y, muy despacio, le rodeó la muñeca con los dedos. Mientras dirigía una sonrisa encantadora a Merryweather, se movió para incluir también a Daphne en ella y de modo descarado, atrajo a Leonora hacia sí, lejos de la pareja,. Y entrelazó su brazo con el suyo.

– Les ruego que nos disculpen, acabo de ver a mi antiguo comandante y debería presentarle mis respetos.

Tanto Merryweather como Daphne sonrieron y murmuraron una despedida. Antes de que Leonora pudiera reaccionar, Tristan inclinó la cabeza y se la llevó con él a través de la multitud.

Ella movió los pies con la mirada clavada en su rostro. Luego miró al frente.

– Eso ha sido una grosería. Ya no estás en activo, no hay ningún motivo para que debas mostrar tus respetos a tu ex comandante tan precipitadamente.

– Desde luego. Sobre todo porque no está presente.

Leonora lo miró con los ojos entrecerrados.

– No sólo eres un desalmado, sino un desalmado mentiroso.

– Hablando de desalmados, creo que deberíamos establecer algunas reglas para este juego. Sea cuanto sea el tiempo que pasemos lidiando con la buena sociedad, circunstancia que, por cierto, está totalmente en tus manos, te abstendrás de echarme encima a ninguna arpía como la adorable Daphne.

– Pero ¿para qué estás aquí si no es para probar y seleccionar a las jóvenes damas disponibles? -Señaló a su alrededor-. Es lo que todos los caballeros de nuestra clase hacen.

– Dios sabe por qué, desde luego, pero yo no. Yo, como tú muy bien sabes, estoy aquí sólo con un propósito, cazarte a ti.

Se detuvo para coger dos copas de champán de la bandeja de un sirviente. Le entregó una a Leonora, la guió hasta una zona menos concurrida, ante una larga ventana, se colocó de forma que tuviese una amplia vista de la sala, bebió y luego continuó:

– Puedes jugar a este juego como quieras, pero si posees algún instinto de autoconservación, mantendrás el juego entre tú y yo, y no involucrarás a nadie más. -Bajó la vista y la miró a los ojos-. Ya sea hombre o mujer.

Ella lo estudió con las cejas levemente arqueadas.

– ¿Es eso una amenaza? -Bebió con calma y aparentemente sin inmutarse.

Tristan contempló sus ojos, serenos y tranquilos. Seguros.

– No. -Levantó la copa y golpeó el borde con la de ella-. Es una promesa.

Bebió mientras observaba cómo le centelleaban los ojos, pero Leonora mantuvo su genio bajo control. Se obligó a beber, a fingir que examinaba a la multitud, luego bajó la copa.

– No puedes llegar y creer que vas a someterme.

– No quiero someterte. Te quiero en mi cama.

Eso le valió una mirada levemente escandalizada, pero no había nadie lo bastante cerca como para oírlo.

Mientras el rubor cedía, ella le sostuvo la mirada.

– Eso es algo que no puedes tener.

Tristan dejó que el silencio se prolongara, luego arqueó una ceja.

– Ya veremos.

Leonora estudió su rostro y levantó la copa mientras dirigía la mirada más allá de donde él estaba.

– ¡Señorita Carling! ¡Diantre! Qué alegría verla. Vaya, deben de haber pasado años.

Ella sonrió y tendió la mano hacia un hombre.

– Lord Montacute. Un placer, y sí, han pasado años. ¿Puedo presentarle a lord Trentham?

– ¡Por supuesto! ¡Por supuesto! -Lord Montacute, siempre cordial, le estrechó la mano-. Conocí a su padre, y a su tío abuelo también, por cierto. Un viejo irascible.

– En efecto.

Recordando su objetivo, Leonora preguntó animada:

– ¿Está lady Montacute aquí esta noche?

El caballero hizo un vago gesto con la mano.

– Por ahí.

Ella mantuvo la conversación animada, frustrando todos los intentos de Trentham por hacer que decayera; desalentar a lord Montacute estaba fuera del alcance incluso de las habilidades de Trentham. Mientras tanto, ella examinó la multitud en busca de más oportunidades.

Era agradable descubrir que no había perdido la capacidad de atraer a un caballero sólo con una sonrisa. Pronto había reunido a un grupo selecto de personas que podían defenderse perfectamente en una conversación. Las fiestas de lady Holland eran famosas por su ingenio y sus tertulias; con una delicada provocación aquí, un golpe verbal allá, Leonora hizo que la pelota empezara a rodar, tras lo cual, los discursos de los presentes tomaron vida propia.

Leonora tuvo que reprimir una sonrisa demasiado reveladora cuando Trentham, a su pesar, se vio atraído y se enzarzó con el señor Hunt en una discusión sobre el secreto de sumario en lo concerniente a la prensa popular. Leonora permaneció a su lado y presidió el grupo asegurándose de que la charla no decayera. En un momento dado, lady Holland se acercó, se detuvo a su lado, la saludó con la cabeza y la miró a los ojos.

– Tienes un gran talento, querida. -Le palmeó el brazo mientras dirigía una fugaz mirada a Trentham, luego arqueó las cejas en dirección a ella y se alejó.

«¿Un gran talento para qué? -se preguntó Leonora-. ¿Para mantener a un lobo a raya?»

El resto de los invitados habían empezado a retirarse antes de que las conversaciones se apagaran. El grupo se dispersó a regañadientes y los caballeros se alejaron para buscar a sus esposas.

Cuando Trentham y ella se quedaron de nuevo solos, él la miró. Apretó los labios despacio y sus ojos se endurecieron y centellearon.

Leonora arqueó una ceja, luego se volvió hacia donde Mildred y Gertie la esperaban.

– No seas hipócrita, lo has pasado bien.

No estaba segura, pero le pareció que Trentham gruñía. No necesitó mirar para saber que la seguía mientras cruzaba la estancia hasta donde se encontraban sus tías. Sin embargo, se comportó, si no con alegre encanto, al menos con una perfecta cortesía. Las acompañó por la escalera hasta el carruaje que las esperaba y ayudó a subir a las dos damas, luego se volvió hacia ella. Se interpuso despacio entre Leonora y el carruaje, le tomó la mano y la miró a los ojos.

– No creas que podrás repetir esta estrategia mañana.

Se movió y la ayudó a subir al coche.

Con un pie en el escalón, Leonora lo miró a los ojos y arqueó una ceja. Incluso en la penumbra, Tristan reconoció el desafío.

– Tú elegiste el campo de batalla, yo elijo las armas.

Inclinó la cabeza con serenidad, se agachó y entró en el carruaje.

Él cerró la puerta con cuidado y una cierta deliberación.