Deverell fue el último a quien Tristan estrechó la mano; un caballero agradable, de sonrisa fácil, pelo castaño oscuro y ojos verdosos. A pesar de ser extraordinariamente apuesto, poseía la habilidad de pasar desapercibido en cualquier grupo. Había servido casi exclusivamente en París y nunca había sido detectado.

Una vez acabadas las presentaciones, se sentaron. Un fuego ardía alegremente en un rincón cuando se acomodaron a la parpadeante luz alrededor de la mesa, casi hombro con hombro.

Todos eran hombres corpulentos; todos habían sido, en algún momento, soldados de la Guardia Real en un regimiento u otro, antes de que Dalziel los encontrara y convenciera para que sirvieran a través de su despacho. Aunque tampoco era que hubiera tenido que esforzarse mucho para persuadirlos.

Mientras saboreaba el primer sorbo de cerveza, Tristan recorrió con la mirada la mesa. En apariencia, todos eran diferentes. No obstante, aparte de lo físico, se parecían mucho. Todos eran caballeros nacidos en alguna familia aristocrática, todos poseían cualidades, habilidades y talentos similares, aunque en distinta proporción. Lo más importante, sin embargo, era que todos ellos eran capaces de jugar con el peligro, hombres que aceptarían el reto de un compromiso a vida o muerte sin pestañear, y no sólo eso, sino que lo harían con una confianza innata y cierta arrogancia temeraria.

Había más de un toque de salvaje aventurero en cada uno de ellos. Y eran leales hasta la médula.

Deverell dejó la jarra sobre la mesa.

– ¿Es cierto que todos nos hemos retirado? -Hubo asentimientos de cabeza y miradas alrededor de la mesa; Deverell sonrió-. ¿Es demasiado grosero preguntar por qué? -Miró a Christian-. En tu caso, ¿supongo que el Allardyce que sigue a tu nombre debe convertirse ahora en Dearne?

Christian inclinó la cabeza con gesto irónico.

– En efecto. Cuando mi padre murió y heredé el título, cualquier otra alternativa se evaporó. De no haber sido por Waterloo, ya estaría metido en temas de ovejas y ganado y, por si fuera poco, sin duda con el yugo del matrimonio al cuello.

Su tono, levemente disgustado, hizo que aparecieran sonrisas de conmiseración en el rostro de los demás.

– Eso me suena demasiado familiar. -Charles St. Austell bajó la mirada hacia la mesa-. Yo no había esperado heredar, pero mientras estaba fuera, mis dos hermanos mayores me fallaron. -Hizo una mueca-. Así que ahora soy el conde de Lostwithiel y, como mis hermanas, cuñadas y mi querida madre me recuerdan constantemente, hace mucho que debería haber pasado por el altar.

Jack Warnefleet se rió, aunque no con humor exactamente.

– De un modo totalmente inesperado, yo también me he unido al club. El título lo esperaba, pues era de mi padre, pero las casas y el dinero me han llegado a través de una tía abuela cuya existencia yo no conocía, así que ahora me han informado de que estoy en la lista de solteros más cotizados y que me veré acosado hasta que me rinda y acepte una esposa.

– Moi, aussi. -Gervase Tregarth le hizo un gesto a Jack con la cabeza-. En mi caso, fue un primo que sucumbió a los vicios y murió ridículamente joven, así que ahora soy el conde de Crowhurst, con una casa en Londres que ni siquiera he visto y una necesidad, según se me ha informado, de hacerme con una esposa y un heredero, dado que soy el último en la línea de sucesión.

Tony Blake emitió un gruñido desdeñoso.

– Al menos tú no tienes una madre francesa. Créeme, en lo referente a acosar a uno para que pase por el altar, no tienen rival.

– Beberé por eso. -Charles levantó su jarra hacia Tony-. Pero ¿significa eso que tú también has regresado a estas tierras para descubrirte cargado de responsabilidades?

Tony arrugó la nariz.

– Por cortesía de mi padre, me he convertido en vizconde de Torrington. Había albergado la esperanza de que aún pasarían años… -Se encogió de hombros-. Lo que no sabía es que, a lo largo de la última década, mi padre se había interesado por diversas inversiones. Yo esperaba heredar un sustento decente, pero no una gran fortuna. Y luego, descubro que toda la buena sociedad lo sabe. De camino aquí, me detuve en la ciudad para visitar a mi madrina. -Se estremeció-. Aquello casi fue acoso. Algo horrible.

– Eso es porque perdimos a muchos en Waterloo. -Deverell miró el interior de su jarra; todos guardaron silencio durante un momento mientras recordaban a los compañeros caídos, luego levantaron las jarras y bebieron.

»Tengo que confesar que yo también estoy en la misma situación desesperada. -Deverell dejó la jarra en la mesa-. No esperaba que algo así sucediera cuando dejé Inglaterra. Y a mi regreso descubro que un primo muy lejano ha pasado a mejor vida y ahora soy vizconde de Paignton, con las casas, los ingresos y, como todos vosotros, la desesperada necesidad de una esposa. Puedo encargarme de las tierras y de los fondos, pero de las casas, por no hablar de las obligaciones sociales… Forman un entramado mucho peor que cualquier complot francés.

– Y las consecuencias del fracaso podrían llevarte a la tumba -intervino St. Austell.

Se oyeron sombríos murmullos de asentimiento. Todos los ojos se volvieron hacia Tristan.

El aludido sonrió.

– Casi parece una letanía, pero me temo que puedo superar todas vuestras historias. -Bajó la mirada y empezó a girar la jarra entre las manos-. Yo también regresé para descubrirme lleno de cargas, con un título, dos casas, un coto de caza y una fortuna considerable. Sin embargo, las dos casas son el hogar de una gran variedad de mujeres: tías abuelas, primas y otras parientes más lejanas. He heredado de mi tío abuelo, el recientemente fallecido tercer conde de Trentham, que odiaba a su hermano, es decir, a mi abuelo, y también a mi padre, ya difunto, y a mí.

»Nos acusaba de ser unos gandules que no servíamos para nada y que íbamos y veníamos a nuestro antojo, viajando por el mundo y demás. Con toda franqueza, debo decir que ahora que he conocido a mis tías abuelas y a ese ejército de mujeres, puedo entender al viejo. Debió de sentirse atrapado por su posición, condenado a vivir rodeado por una tribu de mujeres entrometidas, demasiado pendientes de él.

Un escalofrío general recorrió a todos los presentes.

La expresión de Tristan se tornó adusta.

– En consecuencia, cuando el hijo de su hijo murió, y luego falleció también su propio hijo y se dio cuenta de que yo sería quien heredaría, incluyó una cláusula demoníaca en su testamento. He heredado el título, la tierra, las casas y la fortuna durante un año, pero si no me caso en ese plazo de tiempo, me quedaré con el título, la tierra y las casas, y todo lo que eso implica, mientras que la mayor parte de la fortuna, los fondos necesarios para mantener las propiedades, se donará a varias obras de caridad.

Se hizo el silencio, luego, Jack Warnefleet preguntó:

– ¿Qué pasaría entonces con la horda de viejas damas?

Tristan alzó la vista con los ojos entornados.

– Ésa es la parte demoníaca: seguirían viviendo de la pensión que yo les pase, en mis casas. No tienen ningún otro sitio adonde ir y yo no podría echarlas a la calle.

Todos los demás se lo quedaron mirando, mientras en sus rostros se reflejaba la repentina comprensión de las implicaciones de su discurso.

– Eso es algo muy ruin. -Gervase hizo una pausa y luego preguntó-. ¿Cuándo acaba el plazo de un año?

– En julio.

– Entonces, dispones de la próxima Temporada para hacer tu elección. -Charles dejó la jarra sobre la mesa y la empujó hacia adentro-. En gran medida, todos navegamos en el mismo barco. Si yo no encuentro una esposa entonces, mis hermanas, cuñadas y mi querida madre harán que me vuelva loco.

– No va a ser una travesía fácil, os lo advierto. -Tony Blake recorrió a los presentes con la mirada-. Después de escapar de casa de mi madrina, busqué refugio en Boodles. -Meneó la cabeza-. Grave error. ¡En cuestión de una hora, no uno, sino dos caballeros a los que no conocía de nada, se me acercaron y me invitaron a cenar!

– ¿Atacado en tu propio club? -Jack dio voz a la conmoción general.

Tony asintió con gravedad.

– Y aún fue peor. En la casa, descubrí una pila de invitaciones. Tenía treinta centímetros de grosor, no exagero. El mayordomo me dijo que habían empezado a llegar el día después de que avisara a mi madrina que iría a visitarla.

El silencio reinó mientras todos lo digerían, extrapolaban, consideraban…

Christian se inclinó hacia adelante.

– ¿Quién más ha estado en la ciudad?

Todos los demás negaron con la cabeza. Todos habían regresado hacía poco a Inglaterra y habían ido directos a sus fincas.

– Muy bien -continuó Christian-. ¿Significa eso que la próxima vez que asomemos la cabeza por la ciudad, nos veremos acosados como Tony?

Todos se lo imaginaron…

– En realidad -comentó Deverell-, es probable que sea mucho peor. En este momento, hay muchas familias de luto y, aunque estén en la ciudad, no salen. El número de visitas debería verse reducido.

Todos miraron a Tony, que negó con la cabeza.

– No lo sé. No esperé para descubrirlo.

– Pero como dice Deverell, debería ser así. -El rostro de Gervase se endureció-. Sin embargo, ese luto acabará a tiempo para la próxima Temporada. Entonces, las arpías irán de un lado a otro, buscando víctimas, más desesperadas e incluso más decididas.

– ¡Diablos! -Charles habló por todos ellos-. Vamos a ser precisamente el tipo de objetivo que nos hemos esforzado por no ser en la última década.

Christian asintió, serio, grave.

– Es un escenario diferente, pero por el modo en que las damas de la buena sociedad juegan sus cartas, es una especie de guerra.

Tristan se recostó en su asiento, negando con la cabeza.

– Es lamentable que nosotros, héroes de Inglaterra, tras haber sobrevivido a todo lo que los franceses nos han lanzado encima, regresemos a casa para enfrentarnos a una amenaza aún peor.

– Una amenaza para nuestro futuro como ninguna otra y con la que, debido a nuestra lealtad al rey y al país, no estamos tan familiarizados como muchos hombres más jóvenes, acostumbrados a enfrentarse a ella -añadió Jack.

Volvió a hacerse el silencio.

– Sabéis… -Charles St. Austell removió su jarra, trazando círculos-, nos hemos enfrentado a peores situaciones y hemos salido vencedores. -Alzó la mirada y los estudió-. Todos tenemos más o menos la misma edad… ¿Qué hay, cinco años de diferencia entre nosotros? Todos nos enfrentamos a una amenaza similar y tenemos un objetivo similar en mente, por motivos similares. ¿Por qué no nos unimos, entonces, y nos ayudamos mutuamente?

– ¿Uno para todos y todos para uno? -preguntó Gervase.

– ¿Por qué no? -Charles volvió a mirarlos a todos-. Tenemos bastante experiencia en temas de estrategia. Seguro que podemos plantear esto como cualquier otra misión.

Jack se irguió en su asiento.

– Sin competir los unos con los otros. -Él también los miró a todos a los ojos-. Somos parecidos hasta cierto punto, pero también muy distintos. Todos procedemos de familias diferentes, de condados diferentes y no es que haya pocas damas, sino, más bien, demasiadas compitiendo por nuestras atenciones, ése es nuestro problema.

– Creo que es una idea excelente. -Christian apoyó los antebrazos sobre la mesa y miró a Charles, luego a los demás-. Todos tenemos que casarnos. Aunque, no sé vosotros, pero yo lucharé hasta el último aliento por conservar el control de mi destino. Seré yo quien elija a mi esposa. De ninguna manera permitiré que me la endilguen. Gracias al fortuito reconocimiento del terreno de Tony, ahora sabemos que el enemigo nos estará esperando, listo para atacar en cuanto aparezcamos. -Volvió a mirarlos a todos-. Así que, ¿cuál será nuestro plan de acción?

– El mismo que siempre hemos usado -respondió Tristan-. La información es la clave. Compartiremos lo que descubramos. Disposiciones del enemigo, sus hábitos, sus estrategias preferidas.

Deverell asintió.

– Compartiremos las tácticas que funcionen y avisaremos de cualquier dificultad que percibamos.

– Pero lo que necesitamos primero, más que nada -intervino Tony-, es un refugio seguro. Siempre es lo primero que establecemos cuando nos adentramos en territorio enemigo.

Todos guardaron silencio mientras pensaban.

Charles hizo una mueca.

– Antes de escuchar lo que Tony nos ha explicado, habría imaginado que serían nuestros clubes, pero está claro que no servirán.

– No, y nuestras casas no son seguras por motivos similares. -Jack frunció el cejo-. Tony tiene razón. Necesitamos un refugio donde podamos estar seguros de que estamos a salvo, donde podamos reunirnos e intercambiar información. -Arqueó las cejas-. ¿Quién sabe? Quizá haya ocasiones en las que nos vaya bien ocultar la relación que hay entre nosotros, al menos socialmente.