Charles arqueó las cejas.
– ¿Cuándo y dónde?
– Mañana a mediodía, en el Red Lion de Gracechurch Street.
Charles asintió.
– Entonces, le echaremos el guante después de la cita. Supongo que tienes descripciones.
– Sí, pero el amigo ha aceptado presentarme, así que lo único que tenemos que hacer es estar allí y luego ya veremos qué podemos descubrir del señor Martinbury.
– No podría ser Mountford, ¿verdad? -preguntó Deverell.
Tristan negó con la cabeza.
– Martinbury ha estado en York la mayor parte del tiempo en el que Mountford ha estado por aquí.
– Hum. -Deverell se recostó en el sillón y dio vueltas al brandy en su copa-. Si no se me acerca Mountford, y estoy de acuerdo en que es improbable, entonces, ¿quién crees que intentará alquilar la casa?
– Yo creo que será un tipo escuálido, con cara de comadreja, de altura media o baja -respondió Tristan-. Leonora… la señorita Carling lo ha visto dos veces. Al parecer es un socio de Mountford.
Charles abrió los ojos como platos.
– Leonora, ¿eh? -Se volvió en su asiento y clavó en Tristan su oscura mirada-. Y cuéntanos, ¿cómo sopla el viento por aquí, eh?
Imperturbable, él estudió el diabólico rostro de su amigo y se preguntó qué demoníaca travesura podría tramar éste si no se lo contaba…
– Da la casualidad de que mañana por la mañana aparecerá en la Gazette el anuncio de nuestro compromiso.
– ¡Oh! ¡Oh!
– ¡Ya veo!
– ¡Bueno, a eso lo llamo yo un trabajo rápido! -Charles se levantó, cogió la licorera y rellenó las copas-. Tenemos que brindar por esto. Veamos. -Se colocó ante la chimenea con la suya en alto-. Por ti y por tu dama, la encantadora señorita Carling. ¡Bebamos en reconocimiento de tu éxito a la hora de decidir tu propio destino! ¡Por tu victoria sobre los entrometidos, y por la inspiración y el ánimo que esta victoria proporcionará a tus compañeros miembros del club Bastion!
– ¡Salud! ¡Salud!
Charles y Deverell bebieron. Tristan los saludó con la copa y luego bebió también.
– Entonces, ¿cuándo es la boda? -preguntó Deverell.
Él estudió el líquido ámbar que giraba en su copa.
– En cuanto metamos a Mountford entre rejas.
Charles se mordió el labio.
– ¿Y si eso nos cuesta más tiempo del previsto?
Tristan alzó la vista, miró a Charles a los ojos y sonrió.
– Confía en mí. No será así.
A la mañana siguiente, temprano, Tristan visitó el número 14 de Montrose Place y se marchó antes de que Leonora o cualquiera de la familia bajara de sus habitaciones, seguro de que había resuelto el enigma sobre cómo Mountford había entrado en el número 16.
Como Jeremy, siguiendo órdenes de Tristan, había hecho que se cambiaran las cerraduras del número 16, Mountford debía de haberse llevado otra decepción. Eso les iría bien para hacerlo caer en su trampa. Ahora no le quedaba más remedio que alquilar la casa.
Cuando salió del número 14 por la puerta principal, vio a un trabajador colocando un cartel en la casa de al lado. Éste anunciaba que la vivienda estaba en alquiler y daba la información de contacto del agente. Deverell no había perdido el tiempo.
Tristan regresó a Green Street para el desayuno. Valiente, aguardó hasta que las seis ancianas estuvieran presentes para hacer su anuncio. Se mostraron más que encantadas.
– Es justo la clase de esposa que deseábamos para ti -le dijo Millicent.
– Cierto -confirmó Ethelreda-. Es una joven tan sensata. Nos aterraba la posibilidad de que nos trajeras a una cabeza hueca. Unas de esas chicas sin cerebro que no dejan de soltar risitas. Únicamente el buen Dios sabe cómo nos las habríamos arreglado entonces.
Totalmente de acuerdo, Tristan se excusó y se refugió en su estudio, donde se pasó una hora encargándose de los asuntos más urgentes que requerían su atención, sin olvidarse de escribir una breve carta a sus tías abuelas informándolas de su inminente boda. Cuando el reloj dio las once, soltó la pluma, se levantó y se marchó sin hacer ruido.
Se encontró con Charles en la esquina de Grosvenor Square. Alquilaron un coche y, cuando faltaban diez minutos para las doce, entraron por la puerta del Red Lion. El local era una popular taberna que atendía a una gran diversidad de gremios: comerciantes, representantes, exportadores y oficinistas de todo tipo. La sala principal estaba atestada. Sin embargo, tras dirigirles sólo una mirada, la mayoría cedía paso a Tristan y Charles. Se acercaron a la barra, donde les sirvieron de inmediato, luego, con las jarras de cerveza en la mano, se dieron la vuelta y examinaron el lugar.
Al cabo de un momento, Tristan bebió.
– Está allí, en la mesa del rincón. Es el que no deja de mirar a su alrededor como un cachorrillo ansioso.
– ¿Ése es el amigo?
– Encaja perfectamente con la descripción. Es difícil pasar la gorra por alto. -Había una gorra de tweed sobre la mesa en la que el joven en cuestión esperaba.
Tristan reflexionó y luego añadió:
– Él no nos conoce. ¿Por qué no nos sentamos a la mesa de al lado y esperamos el momento oportuno para presentarnos?
– Buena idea.
Una vez más, la gente se abrió a su paso como si se tratara del mar Rojo. Se instalaron en una pequeña mesa en un rincón sin atraer nada más que una rápida mirada y una educada sonrisa del chico.
A Tristan le pareció muy joven.
Él siguió esperando y ellos también. Charles y Tristan estuvieron comentando diversos temas y dificultades a las que se habían enfrentado al tomar el control de sus propiedades. Tenían material más que suficiente para que les proporcionara una tapadera creíble si el chico hubiera estado escuchándolos, aunque no era así, porque, como un perrillo faldero, mantenía los ojos fijos en la puerta, preparado para ponerse en pie de un salto y saludar a su amigo en cuanto éste entrara.
Sin embargo, poco a poco, a medida que los minutos pasaban, su impaciencia cedió. Se bebió despacio la cerveza; ellos también. Pero cuando sonó el sonido metálico de un campanario cercano anunciando las doce y media, pareció evidente que el hombre al que todos esperaban no iba a aparecer.
Aun así, esperaron un poco más, cada vez más preocupados hasta que, finalmente, Tristan intercambió una mirada con Charles y se volvió hacia el joven.
– ¿Señor Carter?
El chico parpadeó, y lo miró con atención por primera vez.
– ¿S… sí?
– No nos conocemos -Tristan sacó una tarjeta y se la entregó-, pero creo que un socio mío le dijo que estábamos interesados en conocer al señor Martinbury por un asunto en beneficio mutuo.
Carter leyó la tarjeta y su juvenil rostro se iluminó.
– ¡Oh, sí! ¡Por supuesto! -Luego miró a Tristan e hizo una mueca-. Pero como puede ver, Jonathon no ha venido. -Miró a su alrededor como si deseara asegurarse de que Martinbury no hubiera aparecido por arte de magia en el último minuto, luego frunció el cejo-. La verdad es que no lo entiendo. -Volvió a mirar a Tristan-. Jonathon es muy puntual y somos muy buenos amigos.
La preocupación le nubló el rostro.
– ¿Ha sabido algo de él desde que llegó a la ciudad?
Fue Charles quien preguntó. Cuando Carter lo miró sorprendido, Tristan añadió:
– Otro socio.
El joven negó con la cabeza.
– No. Nadie en casa, en York me refiero, sabe nada de él. A su casera la sorprendió; me hizo prometerle que le diría que le escribiera cuando lo viera. Es extraño, Jonathon es una persona muy responsable y le tiene mucho aprecio a la mujer. Es como una madre para él.
Tristan intercambió una mirada con Charles.
– Creo que es hora de que empecemos a buscar al señor Martinbury con más empeño. -Se volvió hacia Carter y le señaló la tarjeta con la cabeza. El joven aún la sostenía en la mano-. Si tiene noticias de su amigo, cualquier información, le agradecería que me lo hiciera saber inmediatamente a esa dirección. Asimismo, si me da la suya, me aseguraré de informarle si lo localizamos.
– Oh, sí. Gracias. -Carter sacó un bloc del bolsillo y un lápiz y rápidamente le anotó la dirección de su pensión. Le entregó la hoja a Tristan, que la leyó, asintió y se la metió en el bolsillo.
Carter frunció el cejo.
– Me pregunto si ha llegado a Londres siquiera.
Tristan se levantó.
– Sí llegó. -Se acabó su jarra y la dejó sobre la mesa-. Se apeó del coche postal al llegar a la ciudad. Por desgracia, seguirle la pista a un hombre en las calles de Londres no es nada fácil.
Dijo eso con una sonrisa tranquilizadora. Luego se despidió de Carter con un gesto de la cabeza y se marchó junto con Charles.
Se detuvieron en la acera.
– Seguirle la pista a un hombre por las calles de Londres puede que no sea fácil -dijo Charles-, pero seguirle la pista a un muerto no es tan difícil.
– No, la verdad. -La expresión de Tristan se endureció-. Yo me encargo de las comisarías.
– Y yo de los hospitales. ¿Nos vemos en el club esta noche?
Tristan asintió. Luego hizo una mueca.
– Acabo de recordar…
Charles lo miró y soltó una carcajada.
– Acabas de recordar que has anunciado tu compromiso. ¡Por supuesto! Se acabó la tranquilidad para ti, al menos hasta que te cases.
– Lo que hace que esté aún más decidido a encontrar a Martinbury lo antes posible. Informaré a Gasthorpe si descubro algo.
– Yo haré lo mismo. -Con un asentimiento de cabeza, Charles se alejó.
Tristan lo vio marcharse, luego maldijo, dio media vuelta y se alejó en dirección contraria.
CAPÍTULO 17
El día desaparecía ya tras unos grises nubarrones cuando Tristan llegó al número 14 y pidió ver a Leonora. Castor le indicó el camino al salón. Él despidió al mayordomo, antes de abrir la puerta de la estancia y entró solo.
Leonora no lo oyó. Estaba sentada en el diván, frente a las ventanas, contemplando los arbustos que se inclinaban bajo las ráfagas de viento en el jardín. A su lado, un fuego ardía con fuerza en el hogar, crepitaba y chispeaba alegremente, y Henrietta estaba tumbada ante las llamas, disfrutando de su calor.
La escena era agradable, acogedora, y lo llenó de una calidez que no tenía nada que ver con la temperatura, un sutil consuelo para el corazón.
Cuando dio un paso, el sonido de sus zapatos en el suelo hizo que Leonora se diera la vuelta. Al verlo, su rostro se iluminó, no sólo de expectación, no sólo con impaciencia por oír lo que había descubierto, sino con un evidente sentimiento de bienvenida, como si una parte de sí misma hubiera regresado.
Se levantó al acercarse Tristan y le tendió las manos. Él se las tomó; se llevó primero una y luego la otra a los labios, la atrajo hacia su cuerpo, inclinó la cabeza y cubrió su boca con un beso que se esforzó por mantener a raya. Dejó que sus sentidos disfrutaran y luego los refrenó.
Cuando levantó la cabeza, Leonora le sonrió. Sus miradas se encontraron un momento y, finalmente, ella volvió a sentarse.
Tristan se agachó para acariciar a Henrietta.
Leonora lo observó y luego dijo:
– Antes de que me cuentes nada más, explícame cómo Mountford entró en el número dieciséis anoche. Dijiste que no había ninguna cerradura forzada y Castor me ha dicho que preguntaste por un inspector de desagües. ¿Qué tiene él que ver con todo esto? ¿O era Mountford?
Tristan la miró y asintió.
– La descripción de Daisy cuadra. Parece ser que se hizo pasar por un inspector y la convenció de que lo dejara revisar la cocina, el fregadero y los desagües del lavadero.
– ¿Y cuando ella no miraba sacó un molde para copiar una llave?
– Eso parece lo más probable. Aquí no vino ningún inspector, ni tampoco al número doce.
Leonora frunció el cejo.
– Es un hombre… muy calculador.
– Es astuto. -Tras estudiar su rostro un momento, Tristan comentó-: Además de eso, debe de estar desesperándose. Me gustaría que lo tuvieras presente.
Ella lo miró a los ojos y esbozó una sonrisa tranquilizadora.
– Por supuesto.
La mirada que le lanzó cuando se levantó parecía más resignada que satisfecha.
– He visto el cartel en el número dieciséis. Qué rápido. -Dejó que su rostro mostrara su aprobación.
– Desde luego. He encargado ese asunto a un caballero cuyo nombre es Deverell. Es vizconde de Paignton.
Leonora abrió unos ojos como platos.
– ¿Tienes a algún otro… socio ayudándote?
Tristan se metió las manos en los bolsillos. Sentía el calor del fuego en la espalda. La miró a la cara, a aquellos ojos que reflejaban una inteligencia que él sabía muy bien que no debía subes timar.
– Tengo a un pequeño ejército trabajando para mí, como sabes. A la mayoría no los conocerás nunca, pero hay otro caballero que también me está ayudando y que es copropietario del número doce.
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