Tristan se sentó en el diván junto a Leonora y estiró las piernas.
– Siempre me he preguntado por qué Mountford primero intentó comprar la casa. ¿Cómo sabía que el taller de Cedric estaba cerrado y prácticamente intacto? Él no podía ver el interior de éste; las ventanas están tan viejas, empañadas y agrietadas que es imposible ver nada a través de ellas.
– Lo sabía porque había engañado a las criadas. -Jeremy se sentó en su lugar habitual tras el escritorio.
Humphrey se encontraba en su sillón, ante el hogar.
– Exacto. Y así es como ha averiguado también otras cosas. -Tristan miró a Leonora-. Como tu afición a caminar sola por el jardín. A qué horas sales. Ha estado concentrado en esta casa durante meses y ha hecho un trabajo decente de reconocimiento.
Ella frunció el cejo.
– Eso no explica cómo supo que había algo que encontrar. -Miró a su tío, que tenía uno de los diarios de Cedric abierto sobre el regazo y una lupa en la mano-. Aún no sabemos si hay algo valioso aquí. Sólo lo damos por supuesto por el interés de Mountford.
Tristan le apretó la mano.
– Confía en mí. Los hombres como él nunca se interesan por nada a menos que haya algo que ganar.
Y aún era incluso más difícil atraer la atención de caballeros extranjeros. Tristan se guardó ese comentario para sí y miró a Humphrey.
– ¿Algún avance?
El anciano habló largo y tendido, pero la respuesta era que no.
Al final de su explicación, Tristan se movió. Estaban todos nerviosos. Sin embargo, dormir sería complicado sabiendo que, en el sótano, Mountford estaba excavando la pared para atravesarla.
– ¿Qué esperas que ocurra ahora? -preguntó Leonora.
Él la miró.
– Esta noche nada. Podéis dormir tranquilos. Como mínimo les costará tres noches abrir un agujero lo bastante grande como para que quepa un hombre sin alertar a nadie de este lado.
– Me preocupa más que alguien de este lado lo alerte a él.
Tristan le dedicó una sonrisa de depredador.
– Tengo hombres por todas partes. Día y noche. Ahora que Mountford está ahí dentro, no escapará.
Leonora lo miró a los ojos y sus labios se abrieron en una muda exclamación.
Jeremy resopló. Cogió un fajo de los papeles que habían encontrado en la habitación de Cedric.
– Será mejor que nos pongamos con esto. Aquí, en algún lugar, tiene que haber una pista. Aunque no entiendo por qué nuestro querido primo no usó algún sistema sencillo y comprensible de referencias cruzadas.
El bufido de Humphrey fue elocuente.
– Porque era un científico, por eso. Nunca muestran ninguna consideración por quienquiera que tenga que dar sentido a sus trabajos una vez se han ido. Jamás me he encontrado con ninguno que la mostrara en toda mi vida.
Tristan se levantó y se estiró. Intercambió una mirada con Leonora.
– Necesito pensar en nuestros planes. Vendré mañana por la mañana y tomaremos algunas decisiones. -Miró a Humphrey e incluyó a Jeremy cuando añadió-: Probablemente traiga a algunos socios conmigo por la mañana. ¿Puedo pediros que les informéis sobre lo que hayáis descubierto hasta entonces?
– Por supuesto. -Humphrey agitó una mano-. Te veremos en el desayuno.
Jeremy apenas levantó la vista.
Leonora lo acompañó a la puerta principal. Se dieron un rápido e insatisfactorio beso antes de que Castor, atraído por algún instinto de mayordomo, apareciera para abrir la puerta.
Tristan miró a Leonora a los ojos, unos ojos llenos de sombras.
– Descansa. Créeme, no corres ningún peligro.
Ella le sonrió.
– Lo sé. Tengo pruebas de ello.
Perplejo, arqueó una ceja.
La sonrisa de Leonora se amplió.
– Me dejas aquí.
Él estudió su rostro y vio comprensión en su mirada. Se despidió de ella y se marchó.
Para cuando llegó a Green Street, el plan estaba claro en su mente. Era tarde y su casa estaba en silencio. Se fue directo al estudio, se sentó al escritorio y cogió la pluma.
A la mañana siguiente, Charles, Deverell y él se encontraron en el club, poco después del amanecer. Era marzo y no amanecía muy pronto, pero necesitaban suficiente luz para ver mientras rodeaban el número 16 de Montrose Place. Comprobaron todas las posibles rutas de escape, pusieron a prueba a los guardias que Tristan ya había colocado y organizaron refuerzos donde fueron necesarios.
A las siete y media, se retiraron a la sala de reuniones del club para volver a valorar la situación e informar a los demás de todo lo que habían hecho o puesto en marcha cada uno por su lado desde la noche anterior. A las ocho, se dirigieron al número 14, donde Humphrey y Jeremy, cansados tras trabajar la mayor parte de la noche, y una impaciente Leonora esperaban junto a un sustancial desayuno. Era evidente que Leonora había dado órdenes de que se les diera bien de comer y ahora, sentada a un extremo de la mesa, se tomaba su té mientras, por encima del borde de la taza, observaba al trío de peligrosos hombres que habían invadido su casa.
Era la primera vez que veía a St. Austell y Deverell, pero con una única mirada tuvo suficiente para ver las similitudes entre ellos y Tristan. Los dos le inspiraban la misma cautela que había sentido al principio con él; no confiaría en ellos, no por completo, no como una mujer confía en un hombre, a menos que llegara a conocerlos mucho mejor.
Miró a Tristan, a su lado.
– Dijiste que nos informarías de tu plan.
Él asintió.
– Un plan sobre cómo reaccionar mejor a la situación tal como la conocemos actualmente. -Miró a Humphrey-. Quizá, si hago un resumen general de la misma, podríais corregirme en caso de que tengáis más información reciente.
El anciano asintió con la cabeza.
Tristan bajó la vista hacia la mesa mientras ordenaba sus pensamientos.
– Sabemos que Mountford está buscando algo que cree que está escondido en esta casa. Ha estado intensa, persistente e inquebrantablemente centrado en su objetivo desde hace meses. Parece estar desesperándose y es evidente que no se detendrá hasta que no encuentre lo que busca. Tenemos una conexión entre Mountford y un extranjero, que puede guardar relación con esto o no. Mountford está ahora aquí, intentando conseguir el acceso al sótano. Tiene un cómplice conocido, un hombre con cara de comadreja. -Se detuvo para tomar un sorbo de café-. Ésa es la oposición tal como la conocemos.
»Bien, en cuanto a lo que está buscando, nuestra mejor opción es que se trata de algo que el difunto Cedric Carling, anterior propietario de esta casa y famoso botánico, descubrió, posiblemente trabajando con otro botánico, A. J. Carruthers, por desgracia también fallecido. Los diarios de Cedric y las cartas y notas de Carruthers, que es todo lo que hemos encontrado hasta el momento, sugieren una colaboración, pero el proyecto en sí no queda claro. -Miró a Humphrey.
Éste, a su vez, miró a Jeremy y con la mano le indicó que continuara.
Su sobrino miró a los demás a los ojos.
– Tenemos tres fuentes de información: los diarios de Cedric, las cartas de Carruthers a Cedric y una serie de notas de Carruthers que creemos que son documentos adjuntos enviados con las cartas. Me he estado concentrando en las cartas y las notas. Algunas de estas últimas detallan experimentos individuales comentados y mencionados en las misivas. Por lo que he sido capaz de deducir hasta el momento, parece seguro que Cedric y Carruthers estaban trabajando juntos en algún brebaje. Hablan de las propiedades de algún fluido al que intentaban añadir ese brebaje. -Se detuvo e hizo una mueca-. No tenemos nada donde afirmen cuál es el fluido en cuestión, pero por diversas referencias, creo que es sangre.
El efecto que esa afirmación provocó en Tristan, St. Austell y Deverell fue notable. Leonora los observó intercambiar significativas miradas.
– Entonces -murmuró St. Austell con la mirada clavada en la de Tristan-, tenemos a dos famosos botánicos trabajando en algo que afecta a la sangre y una posible conexión extranjera.
La expresión de Tristan se había endurecido. Le hizo a Jeremy un gesto en la cabeza.
– Eso aclara la única incertidumbre que yo tenía respecto a lo que debíamos hacer a continuación. Es evidente que el heredero de Carruthers, Jonathon Martinbury, un hombre honesto que ha desaparecido misteriosamente tras llegar a Londres, al parecer después de recibir una carta en la que se habla de una colaboración entre Carruthers y Cedric, sea posiblemente un peón fundamental en este juego.
– Exacto. -Deverell miró a Tristan-. Pondré a mi gente a trabajar también en ese asunto.
Leonora miró a uno y a otro.
– ¿Qué asunto?
– Ahora es imprescindible que localicemos a Martinbury. Si está muerto, tardaremos un tiempo, probablemente más del que disponemos, con Mountford trabajando ahí abajo. Pero si está vivo, hay una posibilidad de que podamos dar una batida en los hospitales y hospicios lo suficientemente buena como para localizarlo.
– Conventos. -Cuando Tristan la miró, Leonora se explicó-: No los habéis mencionado, pero hay muchos en la ciudad, y la mayoría acepta a enfermos y heridos.
– Tiene razón. -St. Austell miró a Deverell, que asintió.
– Enviaré allí a mi gente.
– ¿Qué gente? -Jeremy frunció el cejo en dirección a los tres hombres-. Habláis como si tuvierais tropas a vuestra disposición.
St. Austell arqueó las cejas divertido y Tristan tensó los labios y respondió:
– En cierto sentido, las tenemos. En nuestro anterior destino, necesitábamos… contactos en todos los niveles de la sociedad. Y hay muchos ex soldados que están acostumbrados a buscar cosas para nosotros.
Leonora le frunció el cejo a su hermano advirtiéndole que no hiciera más preguntas.
– Así que habéis reunido a vuestras tropas y las habéis enviado en busca de Martinbury. ¿Y nosotros qué podemos hacer? ¿Cuál es vuestro plan?
Tristan la miró a los ojos, luego miró a Humphrey y a Jeremy.
– Aún no sabemos detrás de lo que va Mountford. Podemos limitarnos a ponernos cómodos y esperar a que acceda a esta casa y verlo. Ésa, sin embargo, es la opción más peligrosa. Dejarlo entrar aquí, dejar que ponga las manos sobre lo que está buscando, debería ser nuestra última salida.
– ¿Cuál es la alternativa? -preguntó Jeremy.
– Avanzar siguiendo las líneas de investigación que ya tenemos. Una, buscar a Martinbury, que puede que tenga más información específica de Carruthers. Dos, continuar encajando lo que podamos de las tres fuentes de que disponemos: los diarios, las cartas y las notas. Es probable que eso forme parte de lo que Mountford anda buscando. Si tiene acceso a las piezas que nos faltan, eso tendría sentido.
»Tres. -Tristan miró a Leonora-. Hemos dado por supuesto que ese algo, llamémoslo una fórmula, estaba oculto en el taller de Cedric. Puede que sea así, pero hasta el momento, sólo hemos recogido todo el material escrito. Si hay algo específicamente oculto en el taller, puede que aún esté allí. O quizá, la fórmula esté completa, escrita y oculta en cualquier otro lugar de la casa. -Se detuvo y luego continuó-: El riesgo de permitir que algo así caiga en manos de Mountford es demasiado grande para asumirlo. Tenemos que registrarlo todo.
Leonora asintió mientras recordaba cómo Tristan había buscado en las habitaciones de la señorita Timmins.
– Estoy de acuerdo -dijo, y recorrió con la mirada a los allí reunidos-. Entonces, mi tío y Jeremy deberían continuar con los diarios, cartas y notas en la biblioteca. Vuestra gente está recorriendo Londres en busca de Martinbury, lo que os deja a vosotros tres disponibles para el registro, ¿es eso?
Tristan le sonrió, dedicándole una de sus encantadoras sonrisas.
– Y a ti. Si pudieras avisar a vuestro personal y despejarnos el camino para que podamos buscar. Seguramente necesitaremos recorrer toda la casa, desde el desván hasta el sótano, y ésta es una mansión grande. -Su sonrisa cambió levemente-. Pero nosotros somos muy buenos en esto.
Y lo eran.
Desde la puerta del taller, Leonora observó cómo, silenciosos como ratones, los tres nobles husmeaban y miraban hasta en el último rincón y ranura. Treparon por la pesada estantería, buscaron por detrás de los armarios, hurgaron con varas en grietas ocultas, y se tumbaron en el suelo para inspeccionar la parte inferior de escritorios y cajones. No se les escapó ni un detalle. Y no encontraron nada más que polvo.
A partir de ahí, avanzaron pasando por la cocina y las despensas, incluso por el ahora silencioso lavadero, luego subieron la escalera y, decididos, pusieron en práctica sus inesperadas habilidades en las estancias de la planta baja.
En dos horas, habían llegado a los dormitorios; una hora más tarde empezaron con el desván.
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