El Estado para ellos era Dalziel.

Aunque avisaron de su visita con antelación, tuvieron que esperar en la antesala de su antiguo superior durante veinte minutos antes de que la puerta se abriera y Dalziel les indicara que entraran con un gesto de la mano.

Mientras se sentaban en tres sillas colocadas frente a la mesa, estudiaron la sala y luego se miraron. Nada había cambiado, incluido Dalziel. Tenía el pelo y los ojos oscuros y siempre vestía con austeridad. Su edad era muy difícil de adivinar. Cuando empezó a trabajar para él, Tristan había supuesto que Dalziel era mucho mayor que él. Sin embargo, empezaba a preguntarse si había tantos años de diferencia entre ellos. Tristan había envejecido visiblemente; Dalziel no. Tan tranquilo como siempre, su superior se sentó detrás de la mesa, frente a ellos.

– Bien. Explicaos, os lo ruego. Desde el principio.

Tristan lo hizo, suprimiendo en gran medida la participación de Leonora en el asunto, porque Dalziel era conocido por su negativa a que las damas se implicaran en esos asuntos.

Aun así, lo que se le pasaba a aquella firme mirada oscura era sólo cuestión de conjeturas.

Al final del relato, Dalziel asintió y luego miró a Charles y a Deverell.

– ¿Y cómo es que vosotros dos estáis implicados?

Charles sonrió.

– Compartimos un interés mutuo.

Dalziel le sostuvo la mirada durante un momento.

– Ah, sí. Vuestro club en Montrose Place. Por supuesto.

Bajó la vista y Tristan estuvo convencido de que lo hizo para que no tuvieran que reprimir su expresión de sorpresa. Aquel hombre era una amenaza. Ni siquiera formaban ya parte de su red.

– Entonces… -alzó los ojos de las notas que había garabateado mientras escuchaba, se recostó y unió las manos entrelazando los dedos- tenemos un desconocido intento europeo, un serio intento europeo de robar una fórmula, posiblemente valiosa, que ayudará a la cicatrización de las heridas. No sabemos quién puede ser ese caballero, pero tenemos la fórmula y a su marioneta local. ¿Es eso correcto?

Todos asintieron.

– Muy bien. Quiero saber quién es ese europeo, pero no quiero que él sepa que lo sé. Estoy seguro de que me seguís. Lo que quiero que hagáis es lo siguiente. Primero, alterad la fórmula. Encontrad a alguien que haga que parezca creíble, no tenemos ni idea de qué formación puede tener ese extranjero. Segundo, convenced a su marioneta de que acuda a la siguiente cita y se la entregue. Aseguraos de que comprende su situación y que su futuro depende de cómo se comporte. Tercero, quiero que sigáis al caballero hasta su guarida y que lo identifiquéis.

Todos asintieron. Luego, Charles hizo una mueca.

– ¿Por qué seguimos haciendo esto, aceptar órdenes de ti?

Dalziel lo miró y respondió en voz baja:

– Por la misma razón que estoy dando esas órdenes convencido de que serán obedecidas. Porque somos quienes somos. -Arqueó una ceja-. ¿No es cierto?

No había nada más que decir; se comprendían demasiado bien. Los tres se levantaron.

– Una cosa. -Tristan miró a Dalziel-. Duke Martinbury. Una vez tenga la fórmula, ese extranjero probablemente no quiera dejar cabos sueltos.

Dalziel asintió.

– Eso sería lógico. ¿Qué sugieres?

– Podemos asegurarnos de que salga con vida de la cita, pero ¿después de eso? Además, se lo debe castigar por su participación en todo este asunto. Teniendo en cuenta las circunstancias, una pena de servicio obligatorio en el ejército durante tres años saldaría la cuenta para ambas partes. Dado que es de Yorkshire, he pensado en el regimiento cercano a Harrogate. Deben de andar faltos de efectivos.

– Perfecto. -Dalziel apuntó algo-. El coronel Muffleton está allí. Le diré que espere a Martinbury… Marmaduke, ¿verdad?, en cuanto deje de sernos útil aquí.

Con un asentimiento de cabeza, Tristan se dio la vuelta y se marchó junto a sus compañeros.


– ¿Una fórmula falsa? -Con la mirada clavada en la hoja que contenía la fórmula de Cedric, Jeremy hizo una mueca-. No sabría por dónde empezar.

– ¡Veamos! Déjame ver. -Sentada en el extremo de la mesa del desayuno, Leonora tendió la mano.

Tristan dejó de comer para pasarle la hoja.

Ella bebió un sorbo de té y la estudió mientras el resto se concentraba en su desayuno.

– ¿Cuáles son los ingredientes esenciales? ¿Lo sabéis?

Humphrey la miró.

– Por lo que he averiguado a partir de los experimentos, el zurrón de pastor, la salicaria y la consuelda eran todos cruciales. En cuanto a las otras sustancias, era más una cuestión de mejorar el efecto.

Leonora asintió y dejó la taza sobre la mesa.

– Dadme unos minutos para que lo consulte con la cocinera y la señora Wantage. Estoy segura de que podremos inventarnos algo verosímil.

Volvió quince minutos después; los hombres se encontraban recostados en sus asientos, saciados, disfrutando del café. Leonora dejó una fórmula escrita con pulcritud delante de Tristan y volvió a sentarse en su sitio.

Él la cogió, la leyó y asintió.

– A mí me parece verosímil. -Se la pasó a Jeremy y miró a Humphrey-. ¿Puedes volver a escribirla para nosotros?

Leonora se lo quedó mirando.

– ¿Qué problema hay con mi copia?

Tristan dijo:

– Que no la ha escrito un hombre.

– Oh. -Aplacada, se sirvió otra taza de té-. Entonces, ¿cuál es vuestro plan? ¿Qué tenemos que hacer?

Tristan vio la inquisitiva mirada que le dirigió por encima del borde de la taza, suspiró imperceptiblemente y se lo explicó.


Como ya había anticipado, ninguna discusión habría evitado que Leonora se uniera a él en la caza.

A Charles y a Deverell les había parecido muy divertido, hasta que Humphrey y Jeremy insistieron también en participar.

A menos que los ataran y los dejaran en el club, bajo la vigilancia de Gasthorpe, algo que Tristan llegó a considerar, era imposible impedir que aparecieran en St. James's Park, así que, finalmente, los tres decidieron sacarle el máximo provecho a la situación.

Leonora resultó ser sorprendentemente fácil de disfrazar. Era de la misma altura que su doncella Harriet, así que pudo ponerse sus ropas. Con la acertada aplicación de algo de hollín y polvo, se convirtió en una florista bastante creíble.

A Humphrey le pusieron algunas ropas viejas de Cedric e, ignorando todos los edictos de la elegancia, fue transformado en un espécimen de dudosa reputación, con el ralo pelo blanco hábilmente alborotado. Deverell, que había regresado a su casa de Mayfair para ponerse su propio disfraz, le dio su aprobación cuando llegó y lo tomó a su cargo. Los dos se marcharon en un coche de alquiler para colocarse en su sitio.

Jeremy fue el más difícil de caracterizar. Su constitución esbelta y sus rasgos bien definidos informaban a gritos de que era de buena cuna. Finalmente, Tristan se lo llevó con él a Green Street. Regresaron media hora después transformados en dos peones de aspecto hosco; Leonora tuvo que mirarlo dos veces para reconocer a su hermano.

Éste sonrió.

– Esto hace que casi merezca la pena el rato que pasamos encerrados en el armario.

Tristan frunció el cejo.

– Esto no es una broma.

– No, por supuesto que no. -El joven intentó parecer avergonzado, pero fracasó miserablemente.

Se despidieron de Jonathon, que se quedó triste y resignado a perderse la diversión y le prometieron que se lo explicarían todo al detalle cuando regresaran. Luego pasaron por el club para ver qué tal les iba a Charles y a Duke.

Duke estaba extremadamente nervioso, pero Charles lo tenía bajo control. Cada uno había definido el papel que debía interpretar. Duke conocía el suyo, se lo habían explicado bien, pero lo que era más importante, le habían dejado muy claro cuál era el papel de Charles. Todos estaban seguros de que pasara lo que pasase, el hecho de saber lo que Charles haría si no se comportaba tal como le habían ordenado, bastaría para garantizar su cooperación.

Charles y Duke serían los dos últimos en salir hacia St. James's Park. La cita estaba programada para las tres en punto, junto a Queen Anne's Gate. Eran poco más de las dos cuando Tristan ayudó a Leonora a subir a un coche de alquiler, le indicó a Jeremy que subiera también y luego los siguió él.

Bajaron del coche en el extremo más cercano del parque. Al entrar, se separaron. Tristan siguió adelante, parándose aquí y allá como si buscara a un amigo. Leonora caminaba pocos metros detrás de él, con una cesta de madera vacía colgada del brazo, una florista que regresaba a casa al final del día. Más allá, Jeremy andaba encorvado, al parecer enfurruñado consigo mismo y sin prestarle atención a nadie.

Cuando Tristan llegó a la entrada conocida como Queen Anne's Gate, se apoyó en el tronco de un árbol cercano y se acomodó para esperar con un poco de mal humor. Siguiendo sus instrucciones, Leonora se adentró más en el parque. Había un banco de hierro forjado junto al camino que salía de Queen Anne's Gate, se sentó allí y estiró las piernas delante de ella mientras balanceaba la cesta con la mirada fija en el paisaje ante sus ojos: grandes extensiones de hierba salpicadas de árboles que daban al lago.

En el siguiente banco de hierro forjado junto al camino estaba sentado un hombre mayor de pelo blanco bajo una verdadera montaña de chaquetas y bufandas desiguales. Humphrey. Más cerca del lago, alineado con la puerta, Leonora pudo ver la vieja gorra a cuadros que ocultaba parcialmente el rostro de Deverell; estaba recostado en un tronco, aparentemente dormido.

Jeremy pasó sin fijarse en nadie, o al menos así lo fingió. Salió del parque, cruzó la calle y entonces se detuvo para mirar el escaparate de la tienda de un sastre.

Leonora balanceó levemente las piernas y la cesta, y se preguntó cuánto tiempo tendrían que esperar.

Hacía un día bonito, no soleado, pero lo bastante agradable para que hubiera muchas otras personas paseando por allí, disfrutando del parque y del lago. Las suficientes para que todos ellos pasaran totalmente desapercibidos.

Duke había descrito a su extranjero en unos términos tan someros que, como Tristan había señalado con tono ácido, la mayoría de los caballeros extranjeros de procedencia germánica en ese momento en Londres encajarían con su descripción. Aun así, Leonora mantenía los ojos bien abiertos y examinaba a los viandantes que pasaban ante ella, como haría una florista ociosa sin más trabajo ese día.

Se fijó en un caballero que se acercaba por el camino desde el lago. Iba impecable, con un traje gris y un sombrero también gris y un bastón que sujetaba con fuerza en una mano. Había algo en él que atrajo su atención, algo raro en cómo se movía… Luego recordó la descripción que la dueña de la pensión de Duke hizo de su visitante extranjero: «Parecía que se hubiera tragado un palo».

Ése tenía que ser su hombre.

Pasó junto a ella, luego se acercó al borde del camino, cerca de donde se encontraba Tristan, con la mirada fija en la puerta y dándose palmaditas en el muslo con gesto de impaciencia. Sacó su reloj y lo consultó.

Leonora se quedó mirando a Tristan; estaba segura de que no había visto al hombre. Ladeó la cabeza como si acabara de fijarse en él, hizo una pausa, como si lo pensara, y luego se levantó y se le acercó moviendo las caderas.

Él la miró y se irguió cuando ella se detuvo a su lado. Lanzó una fugaz mirada hacia el hombre, luego volvió a mirarla a la cara. Leonora le sonrió, le dio un empujoncito con el hombro, se acercó más y se esforzó al máximo por imitar los encuentros que había visto alguna vez en el parque.

– Finge que te estoy sugiriendo un pequeño devaneo para animarte el día.

Tristan le sonrió, despacio, mostrándole los dientes, pero sus ojos se mantenían fríos.

– ¿Qué crees que estás haciendo?

– Ese de ahí es nuestro hombre y en cualquier momento Duke y Charles llegarán. Nos estoy dando un motivo perfectamente razonable para seguirlo juntos cuando se vaya.

Los labios de él siguieron sonriendo. Le rodeó la cintura con el brazo, la atrajo más cerca y bajó la cabeza para susurrarle al oído:

– No vas a venir conmigo.

Ella le sonrió a su vez y le dio unas palmaditas en el pecho.

– A menos que se meta en los burdeles, y eso es bastante improbable, te acompañaré.

Cuando Tristan la miró con los ojos entornados, Leonora amplió la sonrisa, pero le sostuvo la mirada.

– Yo he formado parte de este drama desde el principio. Creo que debería formar parte también del final.

Sus palabras dieron que pensar a Tristan. Y luego el destino intervino y tomó la decisión por él.

Los campanarios de Londres dieron la hora, tres campanadas resonaron y se repitieron en múltiples tonos, y Duke llegó caminando rápido.