– ¿En serio? -Dalziel arqueó una ceja y dirigió su oscura mirada a Leonora-. He hecho indagaciones entre los miembros del gobierno y hay un considerable interés en la fórmula de su difunto primo, señorita Carling. Se me ha pedido que informe a su tío de que a ciertos caballeros les gustaría visitarlo cuanto antes. Por supuesto, iría bien que la visita tuviera lugar antes de que los Martinbury abandonaran Londres.

Ella inclinó la cabeza.

– Le transmitiré su mensaje a mi tío. Quizá sus caballeros podrían enviar a alguien mañana para concertar la cita.

Dalziel inclinó la cabeza a su vez.

– Les sugeriré que lo hagan.

Su mirada, insondable, se demoró en ella un momento y luego se desvió hacia Tristan. Sus palabras sonaron firmes, aunque más suaves:

– ¿Entiendo que esto es una despedida, entonces?

Él lo miró a los ojos, luego sonrió, se levantó y le tendió la mano.

– Sí. Lo más cercano a una despedida que podemos tener los que nos dedicamos a esto.

Dalziel le respondió con una fugaz sonrisa que suavizó sus facciones, al tiempo que se levantaba también y le estrechaba la mano. Luego se inclinó hacia Leonora.

– A sus pies, señorita Carling. No negaré que preferiría que no existiera, pero el destino me ha vencido. -Su perezosa sonrisa borró cualquier ofensa que pudiera haber en sus palabras-. Les deseo a ambos lo mejor.

– Gracias. -Sintiendo mucha más lástima por él de lo que había esperado, Leonora asintió cortésmente.

Luego se volvió. Tristan la cogió de la mano, abrió la puerta y salieron del pequeño despacho en las entrañas de Whitehall.


– ¿Por qué me has llevado a conocerlo?

– ¿A Dalziel?

– Sí, a Dalziel. Era evidente que no me esperaba y que ha interpretado mi presencia como algún tipo de mensaje.

Tristan la contempló mientras el carruaje disminuía la velocidad en una esquina, giraba y continuaba.

– Te he llevado porque verte, conocerte, era el único mensaje que no podría ignorar ni malinterpretar. Él forma parte de mi pasado. Tú… -Le cogió la mano, le dio un beso en la palma y luego se la rodeó con la suya-. Tú -continuó con voz grave y baja- eres mi futuro.

Ella estudió su rostro, o al menos lo poco que pudo ver de él entre las sombras.

– Entonces, ¿todo eso -con la otra mano, señaló hacia atrás, hacia Whitehall- se ha acabado? ¿Lo dejas?

Tristan asintió y se llevó sus dedos a los labios.

– El final de una vida… el comienzo de otra.

Leonora contempló su rostro, sus ojos oscuros y luego esbozó una lenta sonrisa. Finalmente, se inclinó más cerca de él.

– Bien.


Su nueva vida… Tristan estaba impaciente por empezarla.

Era un maestro de la estrategia y de las tácticas, de cómo aprovechar las situaciones para sus propios fines. A la mañana siguiente, puso su último plan en marcha.

A las diez, fue a buscar a Leonora para dar un paseo y la raptó. Se la llevó a Mallingham Manor que, en esos momentos, estaba vacía, porque sus ancianas aún se encontraban en Londres, dedicadas en cuerpo y alma a su causa. La misma causa a la que, tras un almuerzo íntimo, se dedicó él con ejemplar fervor.

Cuando el reloj de la repisa de la chimenea del dormitorio dio las tres, Tristan se estiró, disfrutando del contacto de las sábanas de seda sobre su piel e incluso más de la calidez de Leonora tendida a su lado.

Bajó la vista. Su sedoso pelo caoba le ocultaba la cara. Bajo la sábana, le apoyó una mano sobre la cadera y la acarició con un gesto posesivo.

– Hum. -Ese sonido era el de una mujer satisfecha. Al cabo de un momento, masculló-: Todo esto lo tenías planeado, ¿verdad?

Tristan sonrió aún con aquel toque lobuno.

– He estado planeando meterte en esta cama durante bastante tiempo. -Su cama, la cama del conde. El lugar al que pertenecía.

– ¿Tan distinta a todos esos rincones que siempre lograbas encontrar en las casas de nuestras anfitrionas? -Leonora levantó la cabeza, se echó el pelo hacia atrás y se apoyó en él con los brazos apoyados en su torso, para poder verle la cara.

– Exacto. Ésos fueron simplemente males necesarios dictados por los caprichos de la batalla.

Ella lo miró a los ojos.

– Yo no soy una batalla. Ya te lo dije.

– Pero eres algo que tenía que ganar. -Dejó pasar un segundo y luego añadió-: Y he triunfado.

Leonora estudió sus ojos con una sonrisa y no se molestó en negarlo.

– ¿Y te parece dulce la victoria?

Tristan cerró las manos en sus caderas y la pegó a él.

– Más dulce de lo que había esperado.

– ¿En serio? -Ignorando la oleada de calor que le recorrió la piel, arqueó una ceja-. Ahora que ya has conspirado y planeado y me tienes en tu cama, ¿qué viene a continuación?

– Como tengo intenciones de mantenerte aquí, sospecho que lo mejor sería que nos casáramos. -Levantó una mano, le cogió un mechón de pelo y empezó a jugar con él-. Quería preguntarte… ¿deseas una gran boda?

La verdad era que no lo había pensado. La estaba presionando, asumiendo el mando. Sin embargo… ella tampoco quería perder más tiempo de sus vidas.

Allí, tendida y desnuda con él en su cama, las sensaciones físicas intensificaban la verdadera atracción, todo lo que la había tentado hacia sus brazos. No sólo era el placer que los envolvía, sino la comodidad, la seguridad, la promesa de toda su vida juntos.

Volvió a centrarse en sus ojos.

– No. Una pequeña ceremonia con nuestras familias sería perfecta.

– Bien. -Tristan cerró los ojos brevemente y Leonora pudo percibir el alivio que él intentó ocultar.

– ¿Qué ocurre? -Estaba descubriendo que rara vez no tenía un plan en marcha.

Tristan la miró, luego se encogió de hombros levemente.

– Esperaba que estuvieras de acuerdo en que celebráramos una boda íntima. Mucho más fácil y rápida de organizar.

– Bueno, podemos comentar los detalles con tus tías y con las mías cuando regresemos a la ciudad. -Frunció el cejo-. Esta noche es el baile de los De Veres. Tenemos que asistir.

– No. No tenemos que asistir.

Su tono era firme, decidido. Leonora lo miró, confusa.

– ¿No?

– Ya he tenido suficientes bailes y fiestas para todo un año. Y cuando se enteren de la noticia, estoy seguro de que nos disculparán. Después de todo, les encanta ese tipo de cotilleos y deberían mostrarse agradecidos con quienes los provocan.

Ella se lo quedó mirando.

– ¿Qué noticia? ¿Qué cotilleo?

– Pues que estamos tan locamente enamorados que nos hemos negado a esperar más y hemos organizado nuestra boda en la capilla que tenemos aquí mañana, en presencia de nuestras familias y de unos cuantos amigos.

Reinó el silencio; Leonora apenas podía asimilarlo… finalmente lo logró.

– Cuéntame los detalles. -Le clavó un dedo en el pecho-. Todos. ¿Cómo se supone que vas a hacer realidad eso?

Él le cogió el dedo y se lo explicó obediente:

– Jeremy y Humphrey llegarán esta noche, luego…

Leonora escuchó y tuvo que darle su aprobación. Entre su tío y su hermano, Tristan, las tías de él y las de ella se habían encargado de todo, incluso tenían un vestido de novia. Él había conseguido una licencia especial, el reverendo de la iglesia del pueblo que actuaba como capellán en la propiedad estaría encantado de casarlos…

«Locamente enamorados.»

De repente, Leonora se dio cuenta de que Tristan no sólo lo había dicho, sino que estaba viviéndolo. Abiertamente, de un modo que le demostraría sin lugar a dudas ese hecho a toda la buena sociedad.

Volvió a contemplar su rostro, los duros ángulos y líneas que no habían cambiado, que no se habían suavizado lo más mínimo, que en ese momento, allí con ella, estaban totalmente desprovistos de su encantadora máscara social. Seguía hablándole, explicándole toda la preparación del almuerzo nupcial. Se le nubló la vista, logró liberar el dedo de su mano y lo apoyó en sus labios.

Tristan dejó de hablar y la miró a los ojos.

Leonora le sonrió con el corazón henchido.

– Te quiero. Así que sí, me casaré contigo mañana.

Él la miró a los ojos y luego la abrazó.

– Gracias a Dios.

Ella se rió, se dejó caer sobre él y apoyó la cabeza en su hombro. Sintió que sus brazos la rodeaban y que la estrechaba con fuerza.

– En realidad, todo esto es un complot para evitar tener que asistir a más bailes y fi estas, ¿verdad?

– Y a veladas musicales. No olvides las veladas musicales. -Tristan bajó la cabeza y la besó en la frente. La miró a los ojos y le dijo en voz baja:

– Prefiero pasar mis veladas aquí contigo. Cuidando de mi futuro.

Sus ojos, aquellos ojos de aquel intenso azul índigo brillante, se clavaron en los suyos durante un largo momento, luego sonrió, se movió y acercó los labios a los de él.

Tristan tomó lo que le ofrecía y se lo entregó todo a cambio.

«Lujuria y una mujer virtuosa.»

El destino había elegido a su dama por él y había hecho un trabajo condenadamente bueno.

Stephanie Laurens

Stephanie Laurens nació en Ceylan (actualmente Sri Lanka). Cuando tenía cinco años, su familia se trasladó a Melbourne, Australia. Allí Stephanie cursó sus estudios. Se graduó de Doctora en Bioquímica.