No consideró necesario aclarar para cuál de las dos era aquel algo «absolutamente deslumbrante».

Mark volvió a su despacho pero no conseguía concentrarse en el trabajo. Sentado en su escritorio, no dejaba de dar vueltas a su anillo de boda. Había llegado a ser parte de él hasta el punto de que no había reparado en que tendría que cambiarlo por otro.

Un rato antes Jane le había sacado del aprieto cuando él había retrocedido instintivamente ante la idea de un nuevo anillo. Le había tendido una mano ofreciéndole su apoyo en lugar de hacerle los reproches que merecía. Y todavía sentía en la piel el cálido roce de sus dedos.

Miró por última vez el anillo y lo guardó en su cartera antes de pulsar el intercomunicador.

– ¿Patsy? Tengo que salir media hora. ¿Puedes avisar a todos de que retrasamos la reunión semanal?

– Por supuesto, señor Hilliard-respondió su nueva secretaria-. Espero que le parezca bien, he hecho una reserva provisional para el martes a mediodía en el Waterside.

– ¿Te ha dicho Jane que lo hagas? -preguntó él sorprendido.

– No, ha sido iniciativa mía. Jane me dijo que la utilizara, que era lo que a usted le gustaba. Pero si tiene otros planes la cancelaré.

– ¿Y te ha parecido que una comida en el Waterside podía ser una sorpresa adecuada?

– Desde luego, señor Hilliard.

– Bien, confirma la reserva, y pide que pongan una silla alta para mi hija.

– ¿Shuli hará de dama de honor? Qué bonito… ¿Quiere que encargue unas flores?

Anillos, restaurante, damas de honor, flores… ¿Qué había sido de la ceremonia sencilla y discreta que había imaginado? De repente pensó que aquello podía no ser tan fácil como había imaginado.

– No, yo me encargaré de las flores -dijo mientras se levantaba-. Estaré de vuelta en media hora.

Para su sorpresa, elegir las flores fue un placer… hasta que al abrir la cartera vio brillar en su interior el anillo. Volvió a ver la sombra de dolor en los ojos de Jane e imaginó lo que sentiría si volvía a ver el anillo algún día, o si lo encontraba en el fondo de un cajón.

No quería volver a ver en su rostro aquella expresión. Jane merecía su más absoluta fidelidad.

Por ello, en el camino de vuelta a la oficina, detuvo el coche junto al río y lanzó el anillo a sus profundas aguas.

CAPITULO 4

M


ARK aguardaba en la escalinata del juzgado. Llevaba una pequeña rosa blanca en el ojal, y a su lado Shuli, con su vestido nuevo, jugueteaba con un pequeño ramillete de flores, inquieto, volvió a mirar el reloj.

– Te dije que no quería llegar tarde -protestó Jane cuando el taxi se detuvo.

– Tonterías -dijo su amiga-. Hay que hacerle esperar un rato para que piense cómo sería su vida si no aparecieras.

Ella había pasado la noche en blanco pensando en lo que podía ser su propia vida si las cosas salían mal. Pero a primera hora de la mañana había llegado un recadero de la floristería con un ramo de rosas y fresias, acompañado por una tarjeta de Mark que decía simplemente «Gracias», y su rostro cansado se había anegado de lágrimas.

No había sido fácil ocultar las ojeras con maquillaje, pero al rato había llegado Laine y la había ayudado a peinarse y a ponerse el elegante vestido de cachemir color hueso en el que se había gastado su salario de un mes. Finalmente se puso el largo foulard de seda al cuello y dejó los extremos colgando a su espalda, de modo que recordaban lejanamente un velo de novia, y Laine le dio el ramo de flores.

– Bien, ¿qué estás esperando? Cuando te vea no va a poder creer la suerte que ha tenido.

Al bajar del taxi Jane se sentía incapaz de mirar a los ojos a Mark. Sin pensarlo dos veces se agachó y tomó en brazos a la pequeña.

– ¡Cariño, estás para comerte! -le dijo, apretándola contra su pecho.

– Eso hay que decírselo al novio, querida -bromeó Laine, y se volvió hacia Mark para presentarse-. Hola. Soy la dama de Jane. Nos conocemos desde la guardería -se volvió e hizo un gesto al hombre que la acompañaba-. Y este es Greg, mi prometido. Espero que hoy comprenda que esto es una ceremonia sencilla que no hace daño y siga tu ejemplo.

– No sé si es un ejemplo a seguir -dijo Mark con una débil sonrisa-. Ahora mismo tengo tanto miedo como el que más. Me he pasado los últimos cinco minutos pensando que no aparecerías -confesó mirando a Jane.

– El tráfico estaba terrible -intervino Laine dirigiendo a su amiga una mirada de complicidad.

– No quiero poneros más nerviosos -dijo Greg-. Pero creo que ya ha llegado el siguiente grupo.

Jane se volvió y vio a-una joven pareja radiante, rodeada de amigos, todos felices y sonrientes. Jane sintió que se le encogía el corazón. Laine tenía razón. Una boda no debía ser así.

– ¿Listos? dijo Mark, pensando que si el día anterior alguien le hubiera pedido que describiera a Jane Carmichael, no habría podido decir gran cosa. Que era una chica agradable, que los vestidos negros que solía llevar no acababan de sentarle bien, que parecía incapaz de controlar su espesa cabellera castaño oscuro, que tenía unos bonitos ojos…

Pero su llegada al juzgado había roto en mil pedazos la imagen que tenía de ella.

– Yo, Mark Edward Hilliard, tomo a Jane Louise Carmichael…

Jane lo escuchó formular sus votos con voz grave y solemne. Ahora le tocaba a ella.

– Yo, Jane Louise Carmichael… -su voz nunca había sonado tan débil, pero consiguió llegar al final sin cometer ningún error.

– ¿Tienen los anillos? -preguntó el secretario sonriente.

Mark sacó el anillo que ella había elegido y se lo puso en el dedo. Pero cuando Jane iba a volverse, él abrió la mano. En su palma había otro anillo, nuevo y brillante, idéntico al suyo. Entonces se dio cuenta de que la alianza que había visto en su mano el día anterior había desaparecido. Los dedos de Jane temblaron mientras se lo ponía. ¿Habría pensado Mark en lo que significaba aquello?

– Puede besar a la novia -dijo el secretario.

Mark vaciló un instante antes de rozar suavemente los labios de Jane con los suyos. Aquel gesto respondía su pregunta.

Al salir del juzgado Mark preguntó a Laine y Greg si querían comer con ellos, y anunció que tenía una mesa reservada en el Waterside. Jane lo miró sin creer lo que oía.

– ¿El Waterside? ¿Cuándo organizaste todo esto?

– No fui yo -confesó Mark-. Fue idea de Patsy. Ha empezado a utilizar su iniciativa. Y también ha reservado un coche que ya debería estar en la puerta. ¿Os importa ir saliendo con Shuli? -preguntó a Greg y Laine-. Nosotros iremos enseguida.

– Mañana todo habrá vuelto a la normalidad -le dijo Jane en cuanto se alejaron.

– Espero que no. La normalidad era una pesadilla.

– Ya no volverá a serlo -le aseguró ella.

– Quería decirte que estás preciosa. Nunca te había visto con el pelo suelto -dijo con una sonrisa. Jane bajó la mirada. Él tomó su mano y observó el anillo que acababa de ponerle-. Parece un poco solitario, ¿no crees?

No debía esperar respuesta, ya que metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y le puso otro anillo junto a la alianza de oro. Los tres diamantes resplandecían con fuerza bajo el sol.

– Supongo que el sultán de Zanzíbar te habría regalado un diamante del tamaño de una nuez -dijo sonriendo-, pero pensé que esto sería más práctico.

Jane se echó a reír nerviosamente.

– Es precioso, Mark. Absoluta, increíble y maravillosamente… práctico.

– Me alegro de que te guste. ¿Nos vamos, antes de que Greg y Laine piensen que hemos huido para no invitarlos a comer?

Patsy había dado rienda suelta a su naturaleza romántica y había contratado una limusina, de forma que había espacio de sobra para los cinco. Mientras Mark atendía a Shuli, empeñada en subirse en su regazo, Laine alzó una ceja interrogante. Jane movió los dedos ligeramente y vio cómo se abría la boca de su amiga.

Ya en el restaurante los hicieron pasar a un pequeño bar, donde fueron aclamados al grito de «Vivan los novios». Ante ellos estaban todos los socios de Mark y los empleados del estudio, entre montones de regalos y botellas de champán, ansiosos por darles la enhorabuena.

– Debí imaginármelo -susurró Jane a Laine mientras todas las chicas las rodeaban ansiosas por ver el anillo-. Sabía que Patsy no habría organizado todo esto sin la autorización de alguien.

– ¿De Mark?

Por un momento Jane deseó… rogó por que hubiera sido él. Lo buscó con la mirada y al ver su expresión comprendió que estaba tan sorprendido como ella.

– No. De alguno de sus socios. Habrá sido idea de Charlie Young, supongo.

Como si quisiera confirmarlo, el mencionado pidió silencio.

– Jane, Mark… Sé que pensabais disfrutar de una comida íntima y romántica, y estaréis horrorizados al ver que tenéis que compartirla con un grupo tan escandaloso. Pero no podíamos dejar pasar el momento sin desearos toda la felicidad del mundo -un murmullo de aprobación recorrió el bar-. Y de paso podríais contarnos cómo habéis podido mantener vuestro romance en secreto -Charlie alzó su copa entre las risas del grupo-. Por Jane y Mark.

– Por Jane y Mark -repitieron todos.

– ¡Vamos, Mark, bésala! -gritó alguien.

Jane percibió que Mark se tensaba e instintivamente tomó su mano. Una cosa era besarla en el juzgado, ante desconocidos, y otra hacerlo delante de gente que los conocía a los dos, y que había conocido a Caroline.

El apretó sus dedos un instante, y entonces se volvio hacia ella y con los ojos clavados en los suyos, alzó su mano y se la llevó a los labios. Lo único que rompió el silencio fue el lánguido suspiro de las mujeres.

La fiesta terminó hacia las cuatro. Shuli se había quedado dormida sobre el hombro de Mark en la limusina.

– Ha sido muy divertido -confesó él.

– Sí. Han sido muy amables. Mañana mismo les enviaré a todos notas de agradecimiento.

– Tan eficiente como siempre -bromeó él.

– No tanto. Si lo fuera habría descubierto la forma de contarle esto a mi madre sin que mi vida corra peligro.

– ¿No le has contado a tu madre que te casabas? -preguntó él perplejo.

– ¿Y tú a la tuya?

– Bueno, no. Pero está en una conferencia medioambiental en Nueva York, y mi hermana está en unas negociaciones con el Parlamento Europeo.

Y no era como si se hubiera casado con otra belleza de la alta sociedad. Solo era una boda de conveniencia con la buena de Jane.

– ¿Quieres que la llame? ¿Que se lo explique? -se ofreció él.

– ¡No! -lo último que quería Jane era dar explicaciones-. No. De verdad. Ya lo haré yo. Pero no hace falta que sea hoy.

La tarde, que tanto temía Jane, pasó enseguida atendiendo a las necesidades de Shuli. Finalmente se tumbó agotada junto a la pequeña en su cama y se puso a leerle un largo cuento de hadas. En realidad no tenía ninguna prisa por bajar y enfrentarse a la realidad.

Shuli había insistido en que la bañara Jane, de modo que Mark se puso unos pantalones cómodos y un polo, abrió una botella de vino, estuvo echando un vistazo a las tarjetas de los regalos, y finalmente, cuando no pudo esperar más, subió a buscarla.

La encontró profundamente dormida junto a Shuli. Ella también parecía una niña, enfundada en una suave sudadera gris. Tomó con cuidado el libro entreabierto que tenía en las manos y lo dejó sobre la mesilla de noche. Con mucho cuidado, tomó a Jane en brazos y la llevó a la habitación de invitados. La depositó sobre la cama y le quitó las zapatillas antes de taparla, como tantas veces había hecho con Shuli.

Jane dormía plácidamente. Probablemente no habría pegado ojo la noche anterior, igual que él. Pero él estaba acostumbrado.

Cerró las cortinas y se demoró un momento. No le apetecía irse, e involuntariamente revivió el desconcertante momento en que sus labios se habían tocado. Había sido un levísimo roce, y sin embargo, igual que el tacto de su mano cuando se la había tomado en la joyería, aún podía sentirlo en la piel. Dejándose llevar por un repentino impulso, se inclinó sobre ella y volvió a besarla.

CAPITULO 5

J


ANE despertó sobresaltada en la oscuridad. No sabía dónde estaba. Entonces todo volvió a su memoria. La boda, la comida, el champán… La habitación de invitados.

Dejó caer la cabeza sobre la almohada, pero se incorporó de inmediato al pensar que quizá Shuli se hubiese despertado. Había sido un día muy movido para ella y había tomado demasiado helado.

Extendió el brazo hacia la lámpara de la mesilla de noche, que cayó al suelo. Si la niña no se había despertado todavía, pronto lo haría. Mientras buscaba la lámpara a tientas por el suelo, cayó en la cuenta de que aún llevaba la ropa que se había puesto para bañar a Shuli. Encontró la lámpara y, tras encenderla, se sentó con las piernas cruzadas y frunció el ceño. Lo último que recordaba era que había estado leyendo un cuento a la pequeña. La combinación de una noche en vela, la tensión y el champán francés había funcionado como un potente somnífero.