– ¿Está embarazada?
– No.
– Entonces quizá pueda explicarme por qué decidió casarse con tanta prisa y sin la presencia de un solo miembro de su familia.
– En este momento no estoy en mi despacho, señora Carmichael -dijo Mark, que no pensaba dar ningún tipo de explicaciones delante de sus empleados-. ¿Puedo llamarla en un par de minutos?
– Se lo agradeceré.
Mark salió del estudio y mientras se dirigía a su despacho llamó desde su móvil a Jane. Respondió el contestador automático.
Cuando llegó a casa, Mark había perdido la cálida y agradable sensación con la que había empezado el día. De hecho estaba bastante furioso. Había tenido que cancelar dos reuniones y enviar a un delegado a una tercera. En dos años y medio Jane la secretaria nunca le había fallado, y parecía que en un día de matrimonio la señorita Jekyll se había convertido en la señora Hyde.
Al abrir la puerta principal oyó risas infantiles procedentes de la cocina. Dejó escapar un suspiro de alivio. Parecía que no había ocurrido ningún desastre. Pero al abrir la puerta de la cocina tuvo que replantearse su conclusión. Hablar de desastre podía ser una exageración, pero Jane, a quien parecía que hubieran arrastrado de los pelos por un barrizal, estaba a cuatro patas frotando el suelo con un cepillo. Sobre una vieja manta, con el morro pegado al suelo y una actitud claramente sumisa, había un cachorro lanudo de dudoso origen. Shuli, sentada en su sillita dominando la escena, reía alborozada.
– ¡Papá! -gritó extendiendo los brazos hacia él.
– No, cariño, todavía no puede venir -suspiró Jane levantando la vista hacia la niña-. Y espero que tarde unas horas más.
De repente observó que la niña no la miraba a ella, sino a algo o alguien que estaba a su espalda. Volvió la cabeza y vio en el umbral de la cocina a un ejecutivo tremendamente atractivo con traje con chaleco y expresión de desconcierto.
– Oh, no -gimió Jane.
– Yo también me alegro de verte -dijo Mark mientras se dirigía hacia Shuli.
Por un momento Jane pensó que era una pesadilla. El perro. El barro. Y Mark que llegaba a su casa y se encontraba no con el remanso de paz que esperaba, y que ella le había prometido, sino con el caos más absoluto. ¿Pero por qué había vuelto tan pronto? Nunca le había visto abandonar la oficina antes de las seis.
– He estado intentando localizarte todo el día-dijo mientras desataba a Shuli de su sillita-. ¿Dónde demonios estabais?
Jane se contuvo para no decir lo que estaba pensando, y se repitió que quizá él tuviera su parte de razón.
– ¿Quieres la historia completa, o te la resumo?-preguntó poniéndose en pie y echándose hacia atrás los húmedos mechones de pelo que le colgaban sobre la cara.
– Creo que de momento me bastará con el resumen.
– Bien, veamos -Jane se dirigió al fregadero a lavarse las manos, y él la siguió a una distancia prudente-. Esta mañana, después del desayuno, llegó el equipo de limpieza. Entre el ruido de la aspiradora y que molestábamos dondequiera que nos pusiésemos, decidí que sería una buena idea llevar a Shuli a dar una vuelta, a echar un vistazo al pueblo, la oficina de correos, la tienda… Pero no habíamos dado cuatro pasos cuando este felpudo con patas decidió que quería acompañarnos -Mark miró al perro, pero no hizo ningún comentario sobre su aspecto-. Intenté que nos dejara en paz, pero no hacía más que salirse a la calle, y tuve que agarrarlo. Podía haber habido un accidente, Mark.
– ¿Por eso te lo trajiste a casa? -preguntó él alzando una ceja con incredulidad.
– ¡No! Bueno, sí, pero eso fue después. No tenía collar, ¿sabes?
– Pues ahora lo tiene.
Aquello estaba resultando muy difícil, pensó Jane. Pero había que mantener la calma.
– Pregunté en la tienda y en la oficina de correos, y en el pub, pero nadie lo conocía.
– En esta zona los perros suelen tener pedigrí. Suelen ser dálmatas y labradores bien cuidados. No creo que muchos vecinos estuvieran dispuestos a admitir la propiedad de esta desgracia de perro.
– Es muy cariñoso -dijo ella a la defensiva-. Mira, lo llevé a la policía, me dijeron que seguramente lo habían abandonado. Y me sugirieron que lo llevara a la Sociedad Protectora de Animales. Y eso fue lo que hice, pero empezó a gemir cuando nos íbamos, y entonces Shuli también empezó a llorar.
El cachorro se había acercado reptando hasta que su morro estuvo tocando el pie de Mark.
– Y tú también te echaste a llorar -aventuró él levantando la vista.
– ¡Claro que no!
– Claro que no -repitió él escéptico-. ¿Todo esto significa que ahora tenemos perro?
– No podía hacer otra cosa, Mark -dijo ella enarcando las cejas-, ¿Estás muy enfadado?
– ¿Enfadado? -Mark contempló a la dulce y encantadora mujer que lo miraba como si fuera a echarlos a ella y al perro de la casa, y se sintió como un ogro-. ¿Cómo voy a estar enfadado? Has hecho lo que haces siempre. Ves una necesidad y ía cubres. Primero Shuli, luego yo, y ahora el perro.
Al menos ahora sabía cuál era su lugar.
– Es un perro muy bueno, papá -dijo Shuli entusiasmada-. Se llama Bob. ¡Ven aquí, Bob! -el cachorro se levantó y empezó a mover la cola frenéticamente-. Y en el parque se puso a perseguir a un pato y se tiró al estanque. Había agua por todas partes.
– Gracias, Shuli -dijo Jane con un suspiro. Las cosas ya no podían ir peor-. No sé cómo me había olvidado de eso -Mark hizo un esfuerzo por no echarse a reír-. Lo bañé fuera, pero se escapó antes de que terminara.
– Entró en casa y se sacudió el agua por toda la cocina -añadió Shuli innecesariamente gesticulando a su alrededor-. ¿Ves papá?
– ¿Seguro que tú lo bañaste a él? -Mark extendió una mano y limpió una mancha de barro de la mejilla de Jane-. Supongo que todo esto explica que no hayas comprobado si había mensajes en el contestador.
– Oh, Dios. Has intentado llamarme. ¿Ocurre algo?
– ¿No ibas a telefonear a tu madre? Jane se llevó una mano a la boca.
– Lo haré ahora mismo. En cuanto me duche.
– Demasiado tarde, Jane. Me ha llamado ella a primera hora de la mañana. Parece que te llamó para charlar anoche. Una de tus hermanas espera un bebé. ¿Elizabeth?
– ¿De verdad? Qué bien, llevaban mucho tiempo intentándolo. Lo siento. ¿Qué más?
– Oh, digamos que todo. La chica del departamento de cuentas que se ha quedado tu piso le contó a tu madre la sorpresa que había sido para todo el mundo, y que era muy romántico que te hubieras casado con tu jefe.
– Oh, Mark. Cuánto lo siento. ¿Qué le dijiste?
– ¿Qué podía decirle? Le dije la verdad -Jane sintió que su rostro se vaciaba de sangre-. Que te había pedido que te vinieras a vivir conmigo y no quisiste, y que entonces nos casamos.
– Oh. ¿No le dijiste nada más?
– Lo demás es asunto nuestro, Jane.
– Sí, sí, claro -asintió ella y tragó saliva-. ¿Y ella se conformó con eso?
– Eso sería mucho decir, pero cuando le hablé de Shuli pareció calmarse.
Había algo que se estaba callando.
– ¿Y…?
– Y le sugerí que viniera a cenar con tu padre para que nos conozcamos.
CAPITULO 7
A
CENAR? -Jane tragó saliva nerviosamente-. Algún día. Les habrás invitado a cenar algún día para que os conozcáis -Mark no respondió-. Por favor, no me digas que los has invitado a cenar esta noche.
– No te lo diré si no quieres, pero van a estar aquí a las siete y media -dijo él despreocupadamente mientras dejaba a Shuli en el suelo y acariciaba al perro-. Tuve que hacerlo, Jane, tu madre pensaba que estábamos ocultándole algo.
– ¡No! ¿Por qué iba a ocurrírsele algo así? -Jane dejó escapar un gemido de angustia-. ¿Has dicho a las siete y media?
– Eso he dicho. Pero no te preocupes, he encargado a Patsy que llamase a un servicio de catering para que traigan una cena para cuatro a las ocho y media.
– ¿Una cena de encargo?
– Claro. Es lo que hacía siempre Caroline…
¿Caroline? Quizá aquel matrimonio no era el romance del siglo, pero ella era algo más que el pálido reflejo de la esposa muerta de Mark.
– Yo no soy Caroline -dijo Jane entre dientes.
– No -dijo él echando una mirada a su alrededor-.Caroline jamás habría dedicado media hora, y mucho menos medio día, a un perro callejero.
– Bueno, te aconsejé que pusieras un anuncio para encontrar la mujer perfecta, pero era demasiada molestia para ti, y te conformaste conmigo. Atente a las consecuencias -dijo Jane conteniendo las lágrimas a duras penas-. Mí madre me recordará durante el resto de mi vida que mis cuatro maravillosas hermanas son capaces de atender a sus hijos, sus maridos, sus fulgurantes carreras y sus perros y aún les sobra tiempo para prepararles una cena a sus padres.
– Tus hermanas llevan casadas más de veinticuatro horas -le recordó Mark-. Tu madre comprenderá que tenías otras cosas que hacer además de cocinar.
– ¿Por qué? Tú te has ido a trabajar esta mañana. Nada ha cambiado.
Aquello era un golpe bajo. ¿Qué había hecho él para provocar aquella reacción? Comprendía que Jane no estuviera completamente feliz con el arreglo, pero ella misma lo había propuesto. Sin embargo, al recordar cómo se le había iluminado el rostro al oír que su hermana esperaba un bebé, se preguntó cuántas cosas más se le habrían pasado. Quizá hubiera debido dedicar más tiempo a los detalles de su acuerdo y menos a felicitarse por su buena suerte.
– De acuerdo -dijo finalmente-. ¿Volvemos a intentarlo? ¿Desde el principio? Saldré de casa, daré una vuelta al pueblo y cuando regrese te diré: «Hola, cariño, ya estoy en casa. ¿Te ha ido bien el día?» Y tú dirás: «No me hagas hablar», pero me lo contarás. Y yo diré: «Pues espera a que te cuente lo que me ha pasado a mí…» -Mark extendió una mano y le acarició la mejilla, haciendo a Jane volver el rostro hacia él-. ¿No vas a sonreír ni un poco?
– No… Quiero decir, sí -sus mejillas se tiñeron de rojo-. Mark, de verdad siento lo del perro, y el caos de la cocina. Y ha hecho un hoyo en tu maravilloso jardín.
Su jardín. Su cocina. Su casa. Y no había mejorado mucho las cosas exigiéndole una explicación sobre el hecho de que no hubiera atendido el teléfono. Jane era su esposa, no su secretaria, y tenía que empezar a tratarla como tal.
– Nuestro maravilloso jardín, Jane. Esta es nuestra casa, y nuestro perro.
– ¿De verdad? -preguntó ella levantando la vista-. ¿Puede quedarse?
– Ahora tiene un hogar -dijo Mark-. Y yo también.
– Pero…
– Pero nada -la frente de Jane se había fruncido en un preocupado gesto de ansiedad, y Mark extendió instintivamente la mano para alisar aquellos pliegues con su pulgar. No quería verla sufrir porque la cocina, por primera vez, no pareciese salida de una revista de decoración. Siguiendo un impulso, posó un leve beso en su frente-. Una casa inmaculada es una casa donde nunca pasa nada, Jane -dijo lo bastante cerca como para ver claramente las diminutas pecas doradas que salpicaban su nariz-. Créeme, lo sé muy bien.
El comedor estaba listo para recibir a los invitados. Bob se comportaba como un perro bien educado, y Shuli estaba cenada, bañada y llevaba su vestido nuevo.
Jane se recogió el pelo en la nuca con un pasador de ébano y se observó con ojo crítico en el espejo. Se alisó el sencillo vestido de punto gris y se puso el anillo de diamantes que le había regalado Mark junto a la alianza.
Pero aquello no bastaría. Su madre era muy observadora. Y su padre, que llevaba treinta años ejerciendo la medicina, tenía una aterradora capacidad de percibir cualquier cosa que no marchase bien. Por eso dedicó los últimos quince minutos a erradicar hasta el mínimo rastro de su presencia en la habitación de invitados.
Pero haría falta algo más, dado que su madre querría ver toda la casa. Se deslizó en el dormitorio de Mark, y su corazón golpeaba contra su pecho como si fuera una ladrona. Dejó el cepillo de plata que había heredado de su abuela sobre la antigua cómoda y añadió unas cuantas horquillas y un tarro de crema hidratante. A continuación pasó al baño y puso su cepillo de dientes junto al de Mark.
Finalmente se volvió hacia la cama. El ligero beso que él había posado sobre su frente había disparado su imaginación, y por un momento apretó el provocativo camisón de seda contra su mejilla e imaginó que Mark deslizaba los tirantes sobre sus hombros hasta que la prenda caía silenciosamente al suelo sobre sus pies. El acariciaba su cuerpo, la tomaba en brazos y la tendía sobre la enorme cama que dominaba la habitación…
El ruido de los neumáticos del coche de su padre al pisar la gravilla del sendero la sacó de su ensoñación. Sin perder un momento puso el camisón bajo una de las almohadas de modo que se viera sobresalir ligeramente. Entonces sonó el timbre de la puerta y corrió escaleras abajo.
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