– ¿Estás pensando en detenerme? -lo miró-. No lo creo.

Cuando ella pasó por el lado de él, Grey levantó las manos, dándose por vencido.

– No se me ocurriría semejante cosa -Grey se apartó para dejarle paso-. Haz lo que quieras.

Abbie dudó un instante, sorprendida por aquella súbita rendición. Luego pasó dignamente y abrió la puerta. En ese momento unos copos de nieve le azotaron la cara. No veía nada.

Grey tiró de ella hacia atrás para hacerla volver a la cabaña. Luego, con un hombro, cerró la puerta, y se apoyó de espaldas a ella. Luego cerró el pestillo.

– ¿Qué pasa, Abbie? ¿Has cambiado de opinión?-le preguntó al ver que ella tomaba aliento.

– Nunca ha estado así el tiempo.

– Tú no lo has visto así -la corrigió él, y le quitó los copos de nieve que tenía ella en los párpados.

– Yo sí lo he visto así.

– Pero…

Él le quitó la bufanda, y le secó la frente. Tenía las manos tibias, y con olor a humo de leña.

– No deberías salir. Ven junto al fuego.

– Estoy bien, de verdad. La cabaña está caliente ahora -protestó ella.

Él no le hizo caso y la acercó al fuego. Le quitó la nieve que le quedaba y colgó la bufanda detrás de la puerta. Ella se abrió los botones del abrigo. Entonces él se acercó y se dispuso a ayudarla, pero ella le dijo:

– Yo puedo hacerlo -dijo rápidamente. Pero la cremallera se le enganchó.

– Déjame a mí -dijo Grey, y ella tuvo que quedarse quieta frente a él.

– Cuéntame alguna anécdota sobre la nieve -le dijo ella.

Cualquier tema daba igual, con tal de distraerse de las ganas de tocar el pelo negro de Grey, que tenía a la altura del mentón.

– Cuando Robert y yo éramos niños, mi madre decidió que debíamos alejamos de la televisión y de los anuncios de Navidad, y quiso que tuviéramos una genuina Navidad campestre, a la antigua usanza -dijo Grey, concentrado en la cremallera. Hizo una pausa, esperando alguna respuesta.

– Parece… bonito -dijo ella.

– ¡Si, lo fue!

– ¿Qué hicisteis?

– ¿Hacer? -él dejó de manipular la cremallera y la miró.

Grey estaba muy cerca de su cara. Ella podía ver perfectamente esas diminutas pintas doradas que daban a sus ojos aquella profundidad tan especial.

– Sin televisión, quiero decir. No hay piano aquí. Eso es lo que dieren que solía hacer la gente cuando no tenía televisión.

– No, no teníamos piano. Nos teníamos que arreglar con el gramófono. ¿Te acuerdas del gramófono, Abbie?

Ella tragó saliva. Sí, lo recordaba. Se había inventado cuando los hombres cortejaban a las mujeres en los salones de la casa. Con los discos de gramófono los padres se quedaban tranquilos cuando sus hijas recibían a sus novios, ya que había que dar vuelta constantemente la manivela.

Una tarde lo habían encontrado en el armario y Grey le había demostrado cómo podía burlar aquel sistema un muchacho inteligente, con la ayuda de su chica.

– Sí, lo recuerdo -dijo ella, preguntándose si se lo habría demostrado también a Emma.

Él siguió con la cremallera, y continuó hablando, satisfecho de hacerle daño probablemente:

– Nos pasamos el primer día cortando leña y recogiendo un árbol de una granja vecina mientras mi madre hacía pasteles. Visitamos a todos los granjeros del lugar, vimos todas las ovejas nuevas, fuimos a la iglesia la mañana de Navidad. Incluso jugamos al cricket en la playa -la voz de Grey se fue apagando al recordar.

– Suena maravilloso -dijo Abbie.

– Y lo fue. Siempre he pensado en repetir la experiencia cuando… -Grey se interrumpió-. Bueno… algún día.

¿Cuando tuviera una familia propia? Se preguntó Abbie.

Ella se acercó como si fuera a tocarle el brazo, luego se arrepintió.

– ¿Y qué pasó con la nieve?

– ¿Con la nieve? ¡Oh, sí! La nieve. Aquélla fue la única decepción. La falta de nieve. Luego, el día antes de volver a casa, nevó, no mucho, pero lo suficiente como para jugar un poco. Nos pasamos el último día haciendo muñecos de nieve, comiendo tartas. Un final perfecto para unas vacaciones perfectas -él se puso erguido, y sonrió a los recuerdos llenos de ternura y amor.

Luego siguió:

– Durante la noche, hubo un temporal de nieve. Nos tuvimos que quedar aquí tres días, comiendo las sobras de Navidad y tomando leche en polvo para acompañar el té. Era lo único que nos quedaba. Al segundo día nos quedamos sin parafina para las lámparas y tuvimos que arreglamos con velas. Mi madre no quiso volver aquí para Navidad nunca más, a pesar de que Robert y yo se lo pedimos varias veces. Después de esa experiencia de tres días de temporal, dijo que la televisión no le parecía tan mal invento.

– Me hubiera gustado conocerla.

– Creo que yo le hubiera ahorrado ese disgusto -le dijo él con dureza-. Ella era el tipo de mujer que pensaba que las promesas de matrimonio debían respetarse. Que el matrimonio era para siempre.

– Pero no tuvo suerte con ninguno de sus hijos -dijo Abbie.

– Tienes razón, Abbie. Sería mejor que te callaras a veces. Al parecer estamos prisioneros aquí para que nuestro matrimonio dure más.

– Sería mejor que fuéramos extraños -dijo ella.

– Infinitamente mejor. No nos meteríamos en cuestiones personales, seríamos muy británicos, muy cuidadosos de las formas… -a Grey pareció hacerle gracia la idea-. Tal vez podamos intentarlo, ¿no? ¿Hacemos las paces? Mientras dure esto.

– De acuerdo -dijo ella, turbada al ver la mano de él. Era tan larga y hermosa-. Pero espero que esta vez haya parafina suficiente. Y comida.

– Tengo que mirar cuando vaya al granero. Por lo menos hay fuel suficiente. Eso al menos no ha cambiado.

– ¡;Oh, Grey! -ella pensó en todo lo que había cambiado-. Y como supongo que me será imposible recuperar mi bolso, tendré que acostumbrarme a no usar lápiz de labios.

– Una pena. Tendremos que ver qué tenemos para sobrevivir los próximos das. No sé a cuál de los dos chicos debemos agradecer lo que haya. A Jon o a…¿Cómo has dicho que se llama?

– Polly.

Le extrañaba que Grey no hubiera oído su nombre.

Probablemente no sabía que los chicos habían estado en su casa cómodamente. Pero no se lo diría.

El rostro de Grey se ensombreció.

– ¿Qué ocurre, Grey?

– Se me hace difícil creer que hayas cambiado tus proyectos para conocer a una chica inocente con el fin de conseguir una historia. ¿Te ha llevado tan lejos Steve Morley?

Ella suspiró y dijo:

– Aunque no me es indiferente lo que le ocurra a Jon, ésa es responsabilidad tuya. Pero ocurre que Polly es la hija de una amiga. Se supone que yo estoy cuidándola mientras su madre esta fuera un par de meses. Por supuesto que tengo que aprender mucho sobre las adolescentes, pero, ¿te importaría dejar de decir esas cosas y decirme cómo vamos a encontrarlos? Estas aquí para eso, ¿no?

Grey la miró con desconfianza.

– Sí, es el motivo por el que estoy aquí. Robert esta en América y había pensado traer a Jon aquí la mitad del trimestre. Pero primero descubrí que faltaban las llaves de la cabaña. Luego, cuando quise ponerme en contacto con el teléfono que dejó Jon, no me contestaron ni respondieron a mi mensaje… Y más tarde el ama de llaves de Jon recibió una extraña llamada de quien dijo ser una periodista, y pregunto si era cierto que Jon había llevado a una chica al bungalow que tenia la familia… Y pensé que sería mejor que los quitase de en medio antes de que pusieran la noticia en primera página.

Abbie frunció el ceño.

– Los periodistas no se anuncian cuando van detrás de una noticia así, Grey.

– ¿No? Bueno, supongo que tú lo sabrás.

– Yo escuché tu mensaje en el contestador. Por eso me imagine que los chicos habían venido aquí. ¿Cómo entraste, si Jon se llevó las llaves?

– Las dejó amablemente debajo del felpudo. Si escuchaste mi mensaje, ¿por qué no me telefoneaste?

¿Y arriesgarse a que contestase Emma?

– Pensé que podía arreglarme sola. Desgraciadamente no escuché las noticias del tiempo antes de salir, y la radio del coche andaba mal -ella estornudó involuntariamente-. Supongo que me he resfriado anoche.

– No creo que te hayas resfriado de estar ayer en la nieve. Si acaso podrías haber pescado una neumonía.

– ¿Sí? Siempre sabes cosas de ésas. ¿No hiciste nunca un curso de Primeros Auxilios?

– Fui a un curso de procedimientos de emergencia después de que un testigo tuviera un colapso.

– Supongo que allí aprendiste lo que debías hacer en caso de hipotermia, la técnica ideal. ¿Te hizo la demostración el instructor?

Grey se puso pálido.

– Yo no he dicho que sea la mejor técnica. Simplemente una vez leí algo. No me acuerdo donde fue.

– ¡Olvídalo!

– Es más fácil decirlo que hacerlo, Tengo demasiada buena memoria. De hecho anoche…

– Como te estaba diciendo, pensé que podía arreglármelas sola -dijo ella, cambiando de tema a propósito-. No era difícil saber a dónde se dirigían Jon y Polly.

– No. No era difícil. Ella es joven aún, pero como tú estés a su cargo, supongo que pronto habrá aprendido bastante a tu lado -le dijo él, amargamente.

– ¡Eso no es justo! -protesto ella.

Pero era culpa suya que él pensara esas cosas de ella.

– Yo pensé que Polly me estaba tomando el pelo cuando me lo dijo, pero al volver de estar con Steve, es decir de una reunión -se corrigió-, me enteré de que ella se había ido con Jon, por un mensaje en el contestador. Me dijo que era para acabar con la monotonía de repasar para los exámenes.

– ¿Eso dijo?

– Ella es muy directa. También me dijo que volverían el lunes, a tiempo para ir a la escuela. Pero me extraña que pensara que yo me iba a quedar tranquila con eso…

– Háblame de Polly -la interrumpió él.

– Es brillante, dinámica, y una gran compañía. No me extraña que Jon se haya enamorado de ella.

– No me he referido a eso. Me refería a tu conexión con ella.

– Ya te lo he dicho. La estoy cuidando mientras una amiga esta fuera. No conoces a mi amiga.

– No, no la conozco, ciertamente.

– Es la madre de Polly. Estudió en la universidad de mayor. Su marido es botánico y ella quería tomar fotos para él. Pasaron los últimos años en Australia…

La expresión de Grey le indicaba que esos detalles no le interesaban.

– Volvieron hace un año aproximadamente, y Margaret me escribió al periódico cuando recibí el premio.

– Muy conmovedor.

Ella no le hizo caso.

– Su hija mayor vive en Australia, y ha tenido… un bebé. Y Margaret me ofreció su casa cuando volví. Y me pidió que cuidase a Polly cuando ella estuviera fuera. Era lo menos que podía hacer.

Grey suspiró molesto.

– ¿Qué quiere decir eso?

– Que cualquiera que deje en tus manos una adolescente se merece lo que le pase.

El agua comenzó a hervir, y el silbido de la tetera interrumpió la indignada protesta de Abbie.

– Creo que es el momento de que prepares el desayuno.

– ¿Y qué vas a hacer tú? ¿Quedarte sentado y observarme? -le dijo ella.

– ¿Cómo iba a resistirme a una invitación planteada en esos términos?

– Inténtalo.

– Bueno, tú siempre has dicho que te estorbaba cuando estabas en la cocina, que te chocabas conmigo a cada paso. Y tú tienes pies y pasos muy grandes.

– Largos -lo corrigió-. Pero estrechos.

Ella se dio cuenta tarde de que la estaba provocando.

– Algunas cosas no cambian. La vanidad de las mujeres es infalible. Pero no debes ser tan suspicaz. He querido decir que tus pies largos te hacen falta para ser proporcionada -agregó él-. Eres alta.

– ¡De acuerdo! ¡Admito que son grandes! ¿Contento?

Grey se alejó. Luego lo vio aparecer con botas de goma y abrigo.

– ¿No iras a salir con este tiempo, no?

– Debo hacerlo. Hace falta más leña. Pero no temas. Si acaso, serás una rica viuda en lugar de ser una pobre divorciada.

– ¡Qué dices! ¿Crees que me quedaría con algo tuyo? Emma y Matthew… -se le escapó.

Grey la miró estupefacto.

– ¿Sabes la historia de Emma?

– Sí -contestó ella. Y enseguida se dio cuenta de que había metido su enorme pata.

– ¿Y sobre Matthew? Supongo que te lo ha dicho Morley.

No le pensaba confesar que los había visto en el parque.

– Sí. Te vio almorzando con ella.

– De eso hace meses. Antes… Antes de que te fueras -él la miro con ojos penetrantes-. ¿Hace mucho que lo sabes?

Ella asintió.

– ¿Y Morley también?

Ella volvió a asentir.

– ¿Y por qué no lo usó? Era la oportunidad ideal para airear todo.

– Yo le pedí que no lo hiciera.

– ¿Hizo eso por ti?

La reacción de Grey fue extraña. La respuesta de Abbie supuestamente lo tendría que haber satisfecho, pero parecía enojado.

– No pensé que fuera capaz de amar tanto a alguien como para no publicar esa historia. Yo estaba ciego. Te sentía tan mía… Estaba tan metido en mis problemas que no Io vi. Supongo que he recibido lo que se merece cualquier amante descuidado.