– Tú no has sido un amante descuidado.

– ¿No? -él alzó la mano y le acarició apenas la mejilla-. Cuando salí de ese motel de Atlanta, realmente quería creer tus mentiras. Era preferible creer que habías cambiado de la noche a la mañana, y que ya no eras la chica que yo había conocido, que aceptar que te habías enamorado de otra persona, y que habías estado protegiendo a Steve Morley.

Y diciendo ese Grey abrió la puerta y desapareció entre la ventisca, internándose en el campo.

Capítulo 7

Grey puso un plato frente a Abbie. Ella miró la comida. Una comida sencilla, pero que estaba muy bien.

– Cómela caliente -le dijo él, después de un rato-. Porque te la vas a comer antes de irte.

Ella negó con la cabeza.

– Estaba pensando en Polly.

– Puedes comer y pensar al mismo tiempo.

– ¿Te he contado que estaba pasando por una fase vegetariana?

– Creo que sí. ¿Por qué?

– Un día freí beicon, y se fue de la habitación. No podía soportar verme comerlo, me dijo. No podía dejar de imaginarse a los pequeños cerditos.

– Es bastante común que las chicas jóvenes pasen por esas historias…

– No comprendes -dijo ella, impaciente.

– No sé qué insinúas, Abbie, no lo capto.

– El día del beicon era domingo. Fue un día antes de que Polly y Jon se fueran. Puede ser una fase por la que esté pasando, Grey, pero no creo que pueda transformarse en una carnívora de un día para otro. No había nada de comida para ella en la cabaña…

– ¿Y si fue Jon quien hizo la compra? -dijo el mirando el té.

– ¿No creerás que él no sabía que ella se había hecho vegetariana? Ha estado intentando convertirlo durante semanas… Además, Polly tiene una cierta predisposición. Le hubiera dado una lista. Aunque solo tenga diecisiete años, sabe perfectamente que no debe confiar en un hombre para hacer la compra.

Él se quedó mirando el plato con beicon.

– Dime, Abbie, ¿No fue difícil imaginarse donde se había ido Polly, verdad?

– ¿Fácil? No fue nada difícil. Quiero decir, tú telefoneaste, y prácticamente me lo dijiste. ¿Sabía Jon que tú lo ibas a traer a Gales?

– Sí, se lo comenté.

– ¿O sea que él sabía que tú vendrías a buscar las llaves aquí, no? -ella lo miro-. Y por si acaso no te quedaba claro, Polly llamó al ama de llaves de Jon fingiendo ser una periodista.

– ¿Por qué no me llamó a mí? -pregunto Grey.

– Porque te hubieras dado cuenta. Creo que han querido darnos pistas a propósito -Abbie alzó las manos y se tapó la cara un instante-. ¡Oh, no puedo creer que haya sido tan tonta! La caída en la nieve me debe de haber dejado tonta.

– ¿Por qué? ¿Por qué nos han hecho venir aquí, nos han traído nuestras comidas favoritas, y se han marchado? -juró en voz baja-. Pueden estar en cualquier parte, mientras nosotros estamos aquí. Sabían que no íbamos a esperar a que llegase el lunes. Que vendríamos a buscarlos.

– Pero no sabían que nos atraparía la nieve, Grey -señaló ella.

– ¿Entonces, qué diablos están tramando?

Abbie sabía qué tramaban. Pero admitirlo no le sería fácil.

– Será mejor que te cuente más cosas sobre Polly. Ella es brillante, guapa, inteligente, y resuelta.

– ¿Hay algo más que tengas que decirme? -pregunto él.

– ¿Quieres mas tostadas? -le preguntó ella, y al ver que él hacía un gesto, lo tomó por respuesta afirmativa-. ¿Y té?

– ¡Abbie!

Ella lo miró y le dijo.

– Prométeme que no te enfadaras con ellos. Ellos no saben lo que están haciendo.

– No prometo nada -gruñó él.

Por un momento él se quedó mirándola. Luego le sujetó la muñeca y le dijo:

– Lo prometo -y luego repitió cuando ella lo miro desafiante-: Lo prometo. Deben de estar en un lugar seguro, porque si no estarías revolviendo cielo y tierra.

– No tengo la menor idea de donde están. A no ser que…

Ella suspiro indignada.

– ¡Oh, no! ¡No pueden ser tan caraduras!

– No sé de qué hablas, así que no se qué decirte. Y ahora, ¿te vas a dignar a contarme de qué se trata y decirme en qué estas pensando? -le dijo él.

– No es gracioso.

– ¿Entonces, por qué sonríes así?

– Lo siento -Abbie se puso seria-. El problema es que Polly es una romántica.

– De eso ya me he dado cuenta. Pero a esa edad, es normal.

– Ya lo sé. Pero es que creo que se le metió en la cabeza que yo… Bueno que yo seguía enamorada de ti -miró hacia la mesa, esperando una exclamación de disgusto.

Pero Grey permaneció inexpresivo.

– ¿Y por qué pensaba eso, Abbie? -le pregunto él suavemente.

– ¡Oh! Ha sido culpa tuya -le contestó.

– ¿Culpa mía?

– Bueno, sí. Fue por el álbum de fotografías. No estaba en tu lista tan eficientemente elaborada. Polly abrió una de las cajas, y lo primero que apareció fue el álbum. Y por supuesto lo abrió. Fue un shock… -dijo ella. Todavía le dolía.

– ¿Un shock como para que necesitases un buen coñac?

– Un shock como para dejarme borracha por una semana, si me lo tomaba todo -agregó Abbie, sonriendo-. Cuando ella se dio cuenta de quién eras tú, que eras el tío de Jon, Polly siguió mirando con más curiosidad aún. Había algunas fotos de la cabaña, y quiso conocer detalles sobre nuestra vida aquí.

– ¿Por qué no se lo preguntó a Jon? Él ha estado allí muchas veces.

– Sí, seguro que se lo preguntó. Debe de haberla informado bien. Ella me dijo una vez que parecía un sitio de mala muerte.

– ¿Así que le contaste las historias de cuando las vacas de Hugh me embistieron? No me extrañaría que os hubierais reído de mí.

– Me temo que sí -e intentó no reírse en ese momento. Había sido muy peligroso.

– Si hubieras estado al otro lado de la manguera, no te habría parecido gracioso.

Ella negó con la cabeza.

– ¡Maldita sea! Tenías que romper el hielo antes de desenrollarla. Si te hubiera dejado entrar en la cabaña, no habríamos podido quitar el olor nunca más -comentó ella.

– Y por si hubiera sido poco con que me hubieran dejado en cueros las vacas, y que tú me hubieras echado agua helada con la manguera, aparece aquella pobre mujer en la parcela, haciendo una colecta en contra de la crueldad con los animales.

– No fue algo personal, Grey. La vaca no quiso hacerte daño, y la pobre mujer no se acercó demasiado.

El olor…

Grey finalmente sucumbió a la risa.

– No, bueno, se dio cuenta de que no tenia bolsillos para tener cambio. Siempre me he prometido que un día te mojaría con la manguera…

Grey se fue al extremo de la habitación. A ella le pareció, por un instante, que nada había cambiado.

– Entonces me parece que ya me hago una idea general del asunto. Polly pensó que si nos veíamos obligados a pasar una noche juntos, la naturaleza se ocuparía del resto. Inteligente. Tienes razón.

– No creo que haya pensado en tu técnica para curar la hipotermia.

– Parece haberse olvidado de Steve Morley ¿O no te has molestado en contarle los sórdidos detalles?


– El problema es que no quiero que te sea fácil, Abbie. Quiero que sufras como yo he sufrido.

– ¡Sufrir! Después de lo que has hecho!

– ¿Y qué he hecho yo?

– Tú me has mentido, me has engañado, me has traicionado -ella no pudo controlarse.

Él seguramente lo negaría.

– Tengo la prueba de tu engaño. No has estado en una conferencia en Manchester. En realidad estuviste aquí todo el tiempo. Con Emma.

– Yo estaba protegiéndote -le contestó él.

– ¿Mintiéndome?

– Sí, mintiéndote. En ese momento pensé que era lo mejor. Pero tú no querías que te protegieran, evidentemente. Al menos, que yo te protegiera. Me equivoqué -él se quitó el abrigo y lo colgó detrás de la puerta-. Tienes razón, Abbie. Somos extraños. La chica con la que me casé, jamás hubiera herido a nadie.

– Yo confiaba en ti, Grey. Habría puesto las manos en el fuego por ti.

– ¿Sí? -dijo él cínicamente.

A partir de ese momento comenzaron a comportarse como dos extraños. El desayuno transcurrió en silencio, y cuando Abbie se levantó para recoger la mesa, Grey se fue al extremo de la habitación para atizar el fuego. El humo le rascó la garganta y luego la hizo llorar. ¿Qué otro motivo tenía para aquellas lágrimas?

«Oh, Polly, ¿cómo me haces esto?», pensó Abbie, mientras observaba a Grey remover el fuego.

Luego se refugió en la tarea de lavar los platos.

– ¿Te has fijado qué hay en el congelador? -le preguntó él.

La voz de Grey la sobresaltó. Entonces se le resbaló la copa que estaba a punto de colocar en el escurreplatos y fue a parar al suelo. Ella se agachó a recoger los cristales rotos y se lastimó con uno de ellos.

Grey se acercó para ayudarla.

– Otro accidente -le dijo, y le tomó la mano para ponerse de pie-. Todo cambia, todo es siempre igual.

Grey fue a buscar el maletín de primeros auxilios. Le limpió la herida y le puso desinfectante y una venda. Luego, como siempre solía hacer, levantó el dedo y lo besó.

– ¡No! -exclamó ella.

Él se sorprendió por su exclamación.

Ella se dio cuenta de que no debía haber reaccionado así ante un gesto mecánico de él.

– Sera mejor que te pongas algo en los pies antes de que te hagas otra herida -le dijo él, y la miró insistentemente:

– Toma.

Las zapatillas que le dio eran aparentemente suyas.

Él las había sacado de un rincón.

Las aceptó, turbada por aquella mirada.

Debía controlar sus emociones.

– ¿Bueno, vamos a morimos de hambre o no? -pregunto ella.

La cabaña no tenía energía eléctrica. La nevera y el congelador funcionaban a gas. Grey estaba inclinado sobre el congelador.

– Nos han dejado bastantes cosas. ¿Polly está preparando exámenes para ciencias domésticas?

– ¡No! ¡Por Dios! Jamás la he visto cocinar otra cosa que hamburguesas y pizza!

– Bueno, parece que iba a representar el papel de esposa ideal para Jon.

– ¡No puedo creerlo! -Abbie fue: a ver el congelador.

Había incluso verduras congeladas. Polly haría cualquier cosa menos comer verdura.

– ¿Le gustan los brócoli a Jon? Hay un montón.

– A la única persona a la que le gustan los brócoli congelados es a ti, Abbie.

– ¿Y las espinacas?

– Te digo lo mismo.

– Bueno. Yo me lo comeré. Y tú puedes comer coliflor.

– Si haces salsa de queso.

– Tienes suerte -dijo ella, abriendo la puerta de la nevera-. Hay bastante salsa de queso.

– ¿Qué hay para el almuerzo? Aquí hay filetes y cordero. No creo que haya…

– ¿Menta? -ella le mostro una botella de la nevera-. Tienes razón. Polly planeó una semana muy doméstica. Espero que se haya traído un libro de cocina -Abbie cerró la nevera.

Se veía que la fase vegetariana no le había durado mucho.

– ¿Puedes sacar pan del congelador? -le pregunto ella.

– No hay.

– ¡Oh, fantástico! No se acuerdan de lo más sencillo…

Grey estaba mirando los armarios.

– No se han olvidado. Creo que estaban planeando hacerlo ellos mismos -comentó Grey, señalando varios paquetes de harina y un paquete de levadura.

De pronto Abbie se acordó de una cosa. Habían estado conversando con Polly acerca de la cabaña. Polly como siempre había indagado sobre los detalles de la vida allí. Y ella le había contado que hacían ellos mismos toda la comida, incluido el pan. Ella había hablado y hablado sobre la cabaña. Con el fin de no seguir hablando de Grey…

– ¿Dices que han planeado una semana de pasión? Sinceramente no creo que tengan tiempo para…

– ¿Cuánto dices que seguirá así el tiempo? -lo interrumpió ella.

– No lo sé. Yo no he dicho nada.

– ¿Hay alguna posibilidad de escuchar la radio? ¿Podemos sintonizar algún parte meteorológico? -pregunto Abbie.

El negó con la cabeza.

– No tenemos pilas. Tal vez pueda intentar escuchar la radio del coche la próxima vez que tenga que salir a buscar leña. Pero eso depende del tiempo -dijo Grey.

Abbie miró la harina, y la sacó del armario de mala gana.

– Bueno, ya que no hay otra alternativa, tendré que hacer pan.

Grey la miró.

– ¿Puedo ayudarte en algo?

– No lo sé, Grey.

Ella estaba enfadada consigo misma. Porque había dejado que su pasado se filtrara en su nueva vida sin Grey. Le había hablado a Polly de la intensidad de la experiencia de estar totalmente a solas con alguien a quien amas, y la romántica de Polly la había querido imitar, y gracias a aquella ocurrencia era ella quien volvía a vivir el pasado.

– Si en realidad estuvieras a solas con una mujer desconocida, ¿qué harías? -le preguntó ella.

– Eso depende de la mujer -dijo él, con una sonrisa pícara.

Ella pensó en el comentario que habría hecho en tiempos de felicidad entre ellos. Todo le hacía recordar el amor perdido.