Cuando él se giró y se puso de espaldas mirando el techo, soltó un profundo suspiro.

– Has estado fuera mucho tiempo, Abbie -dijo él-. Luego se volvió a ella y le dijo-: ¿Te he hecho daño?

Ella negó con la cabeza.

– Me sorprendió un poco, nada más -Abbie le tocó las marcas que sus uñas habían dejado en sus hombros-. Pero me gustan las sorpresas -se inclinó hacia él y le dio un beso. La piel de Grey estaba salada y tibia. Y ella suspiró satisfecha.

Grey entonces la estrechó en sus brazos.

Al día siguiente le iba a doler un poco, pero sería un sentimiento que llevaría consigo como un secreto recuerdo de que había sido amada, deseada.

Abbie fue la primera en despertarse. El peso del brazo de Grey en su cintura la molestó para moverse. Por un momento ella se quedó quieta, deleitándose con el placer de sentir la cara de Grey hundida en su hombro. El salir de viaje tenía su parte negativa, pero sin esas separaciones, tal vez no hubiera aquellos encuentros tan maravillosos. Se quedó quieta, a escasos centímetros de él, observando cada una de las arrugas que los avatares de la vida le habían ido dejando. Incluso le tocó una cicatriz sobre una ceja, recuerdo de una remota infancia.

Ella sabía exactamente cuándo se había despertado Grey, sin que abriese los ojos, sin que se moviera. Simplemente había un cambio en el ritmo de la respiración, una leve contracción de los músculos alrededor de sus ojos. Abbie sonrió con picardía. Era un viejo juego.

¿Cuánto tiempo más iba a poder fingir que estaba dormido? Ella comenzó a dibujarle el contorno de la cara con la punta del dedo. Luego lo deslizó por la barbilla, y por el labio inferior. ¿Había temblado ligeramente cuando había sentido el contacto de su uña? No estaba segura. Le dio un montón de pequeños besos en el cuello, en el pecho, luego le pasó la lengua por las tetillas, que se endurecieron.

Él no se movió. Entonces ella siguió trazando su recorrido por el vientre hasta que él ya no pudo aguantar más aquella provocación a su masculinidad. Pero antes de que pudiera comprobar que el juego había terminado y que había ganado, él se había dado la vuelta y la había hecho poner boca arriba, y la había obligado a quedarse quieta sujetándole las muñecas, dejándola a su merced.

– ¿Así que quieres que juguemos, señora Lockwood?

Ella bajó las pestañas seductoramente.

– ¿Por qué lo dice, señor? No sé qué quiere decir.

– Entonces tendré que enseñárselo.

El teléfono empezó a sonar. Por un momento, Grey se quedó mirándola, luego le dio un beso breve y le dijo:

– Parece que te han suspendido la pena a última hora -le dijo Grey. Luego la soltó, y se puso de pie.

Ella no quería aquel indulto, y alargó la mano hacia él.

– Quienquiera que sea, dejará un mensaje, Grey, no te vayas.

– Debe ser Robert, debí llamarlo hace una hora -él levanto la mano de Abbie y se la besó-. ¿Por qué no vas a ver si encuentras algo para la cena?

– Bueno, ¡qué cara! Gracias, señor -murmuró ella, cuando él se dirigió a su estudio. Era la primera vez que ella había quedado en tercer lugar, después de una llamada y de la comida.


– ¿Grey?

Grey alzó la vista del plato que había preparado Abbie con lo poco que había en la nevera.

– ¿Podemos hablar?

– ¿Mmmm? -Grey había estado distraído después de hablar con Robert. Pero en ese momento la miró y le dijo-: Venga, te escucho.

«Quiero tener un hijo, un hijo tuyo», pensó ella.

Pero eran palabras un poco fuertes para plantear el tema. No era lo mejor. Pero como le había dicho que la había echado de menos, y que había estado mucho tiempo fuera, se animó.

– Me pregunto qué te parece la idea de formar una familia.

Grey alzó la vista, momentáneamente confuso.

Luego negó con la cabeza y dijo:

– Dejémoslo ahora, Abbie. No es un buen momento.

Ella jamás hubiera sospechado aquella respuesta.

– ¿Que no es buen momento? ¿Qué diablos quieres decir? ¿Acaso no has dicho que hemos estado separados mucho tiempo? -dijo ella contrariada.

La atmósfera que se respiraba era tensa.

– ¿Y crees que un niño va a arreglar eso? -Grey se apoyó en el respaldo de la silla, abandonando todo intento de comer-. ¿No te parece que es una solución un poco drástica?

Abbie se sintió confusa, dolida. Era cierto que tal vez el momento no fuera el ideal, pero, ¿no era un poco exagerado?

– Pensé que… los dos queríamos un niño.

– Sí -admitió él con frialdad-. Pero hicimos un trato, Abbie. No tener niños hasta que tú puedas tener todo el tiempo para ellos.

– Sí, pero…

– ¿Realmente crees que puedes tener todo? -le preguntó él, interrumpiendo su protesta.

Abbie se dio cuenta de que estaba enfadado realmente.

– Sé que la mayoría de tus amigas se arreglan teniendo niñeras y viviendo de crisis en crisis. Pero no desaparecen durante dos semanas cuando les surge una tentadora oferta de trabajo.

– ¡Y yo tampoco! Nunca me voy a ningún sitio sin discutirlo contigo.

– Pero te vas. Ese ha sido el trato. Bien sabe Dios que te echo de menos cuando estás fuera. No es ninguna novedad. Pero hicimos una elección al principio de nuestra relación. Tú me pediste tiempo, cinco años para encontrar un sitio y estabilizarte en tu profesión y me dijiste que luego te tomarías un descanso en tu trabajo.

– ¡No recuerdo haberlo firmado sobre una piedra!

De pronto, la discusión había subido de tono, pero ella no podía parar.

– ¡Yo… quiero tener un hijo ahora, Grey!

– ¿Por qué?

Ella le habría dicho que porque lo amaba y porque tener un hijo suyo sería lo más maravilloso que podría ocurrirle. Pero la expresión fría de Grey no la invitaba a semejante declaración.

Al ver que ella no contestaba, él contestó en su lugar.

– Porque todas tus amigas han decidido tener hijos.

– ¡Mentira!

– ¡Es una razón poco argumentada!

– ¡Dios mío! Odio que te pongas de abogado conmigo -dijo ella furiosamente-. ¿Qué harías si yo dejo de tomar la píldora directamente? -preguntó. E inmediatamente se arrepintió de haber pronunciado aquellas palabras. Pero ya era tarde.

– ¿Es un chantaje emocional, Abbie? -preguntó él, muy tranquilo-. ¿Es una declaración de intenciones?

Ella se sintió avergonzada. Siempre había considerado su matrimonio un asunto de dos. Ahora no parecían compartir los mismos deseos. Pero, evidentemente, la idea de un hijo tenía que ser una decisión de los dos. Un niño necesitaba el amor y el deseo de los dos padres.

– Llevo meses pensando en esto, Grey.

– Y ahora te has decidido y quieres informarme de tu decisión unilateral, ¿no?

– No es así, Grey. Yo… simplemente quería estar segura.

– Bueno. Yo también quiero estar seguro -dijo él.

Luego, como si quisiera suavizar el tono de la discusión, agregó:

– ¿Y qué pasa con tu carrera? Ahora estás empezando a ser reconocida.

– No tengo intención de dejar de trabajar, Grey -dijo ella, interrumpiéndolo.

¡Dios! Si su profesión era su única preocupación, entonces no habría problema.

– He pensado que si contratásemos una niñera podría arreglármelas para…

– ¡Maldita sea, Abbie! ¡Un niño no es un elemento más para que una mujer pueda demostrarse que es una superwoman! No quiero tener un hijo para que esté con una niñera desde los dos meses, mientras su madre esta metida de lleno en su vida profesional -dijo Grey. Y tiró la servilleta sobre la mesa, retiró la silla y se puso de pie.

– ¡No comprendes nada! -gritó ella-. ¿Por qué no quieres escucharme?

– Te he escuchado. Ahora me toca a mí pensar. Dices que has estado pensándolo durante meses. ¿Cuántos meses? Me parece que yo tengo derecho a pensármelo tanto como tú.

– No intentes escurrir el bulto, Grey. Hablo en serio.

– Yo también.

Se miraron un instante como si fueran extraños.

Luego Grey se encogió de hombros y dijo:

– Hablaremos de esto dentro de seis meses. Y ahora, como no tengo mucha hambre, iré a escuchar los mensajes del contestador.

Abbie se quedó en silencio donde estaba. No comprendía qué había pasado. Momentos antes habían estado compartiendo amablemente la cena y, de pronto, había estallado la tormenta.

«Bueno, la has armado bien, Abigail», pensó ella. De no ser porque lo conocía tanto, habría pensado que él no quería que ella tuviera un hijo suyo. Pero eso era ridículo. A Grey le gustaba la idea de estar rodeado de niños. Ella había sido la que había querido esperar por su profesión. Casi deseó no haber tenido tanto éxito en su trabajo…

Con un profundo suspiro se decidió a levantar la mesa y luego recogió el bolso que aún estaba en la entrada. Si él había decidido trabajar, ella también lo haría. Mientras Grey se ocupaba de los mensajes, ella trabajaría en el ordenador. Pero antes insistiría en que él la escuchase.

Cabía la posibilidad de que él siguiera negándose a la idea de fundar una familia, pero por lo menos se enteraría de que ella no tenía intención de saciar su deseo de un bebé dejándolo en manos de una niñera para viajar a distintas partes del globo terráqueo cuando se lo propusieran. Si eso era lo que él pensaba, no le extrañaba que estuviera enfadado.

Grey estaba hablando por teléfono cuando ella entró en la habitación. En ese momento dejó de hablar y alzó la vista, tapando el aparato con una mano.

– Déjame que hable un minuto, Abbie, ¿de acuerdo? Es…

Ella cerró la puerta violentamente sin escuchar de qué se trataba.

– ¿Abbie? -Grey fue a su encuentro un rato después. La encontró cargando la lavadora.

– ¿Dónde está tu bolso, Grey? Debes tener ropa para lavar, si has estado fuera.

– En la habitación. Abbie, en cuanto a la llamada telefónica…

Ella no quería escuchar por qué tenía él necesidad de secretos de pronto cuando antes jamás los habían tenido. Sabía que gran parte de su trabajo era confidencial, pero siempre habían compartido el estudio; él confiaba en su discreción. O tal vez no se tratase de trabajo. La idea la hizo poner rígida. Abbie pasó delante de él y fue hacia el dormitorio, donde abrió la cremallera del bolso de Grey y comenzó a sacar la ropa.

Luego recogió la ropa que habían tirado al suelo mientras se duchaban. ¿Dos pares de vaqueros? Miró el par de vaqueros que acababa de sacar del bolso de Grey. ¿Qué clase de abogado llevaba vaqueros a los juicios? No solía ponérselos para trabajar. Tenía un ropero lleno de trajes que usaba para su trabajo. Y al levantar los vaqueros le llegó un leve aroma a humo de leña, que le recordó la cabaña.

Abbie fue a la cocina. Grey estaba aún al lado de la lavadora. Así que tuvo que pedirle que se apartase para meter la ropa.

– Perdona, Grey.

Le pareció que él no iba a moverse, luego lo vio encogerse de hombros y decirle:

– Abbie, ¿vas a dejar de andar con esa cara y vas a dejarme que te explique? -le pidió él, cuando ella fue a meter la ropa.

– ¿Explicarme? Tú querías hacer una llamada privada. ¿Qué tienes que explicarme acerca de ello?

Aunque sentía que había mucho que explicar. Puso el programa en la lavadora y quiso marcharse, pero él se interpuso en su camino.

– Sé que estás enfadada porque no quiero que tengamos un bebé ahora…

– ¡Qué listo! -lo interrumpió.

Pero en realidad lo que le molestaba era que no quisiera escucharla, algo que no era común en él.

Cuando ella pasó por su lado, él la sujetó por el brazo.

– Lo siento si ha parecido que no me preocupa el tema. Lo pensaré. Lo que ocurre es que estas dos semanas han sido muy duras.

– ¿Unas semanas difíciles? ¿Qué ocurrió? -preguntó ella preocupada-. ¿Se trata de Robert? -Abbie recordó la llamada de Robert.

– ¿Robert? -repitió él, sorprendido.

– Lo has llamado antes. Y me preguntaba. -Abbie dudó, luego continuó-: Pensé que tal vez Susan había vuelto a causar problemas.

– No. No se trata de Susan. -Grey se encogió de hombros-. Ahora no puedo explicártelo.

– ¿No? -ella se puso tensa-. Entonces no puedo comprenderlo. Y si ahora me perdonas… -dijo ella formalmente-. Ha sido un día muy duro, y si no me acuesto enseguida me caeré de cansancio.

Él la miró como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. A ella le pasaba lo mismo. Por lo visto, aquel día no se entendían.

Grey se apartó para dejarla pasar. Tenía las facciones tensas.

– Entonces no te molestaré cuando me acueste. Buenas noches, Abbie.

Abbie pudo llegar a la habitación antes de que se le escapara el llanto.

¿Qué les estaba pasando? Llevaban casados tres años. Tres años muy felices. Por supuesto que habían tenido alguna discusión, pero discusiones que habían durado segundos, tras las que seguían gloriosas reconciliaciones. Pero no una discusión como aquélla.