– Es igual -dijo, besándole la mano-. Lo único que importa es que ahora estás aquí.
– Oh, Sheila.
Noah se maldijo en silencio. Lo atormentaba la idea de hacerle el amor sin decirle lo que sabía sobre ella, su padre y el incendio.
– En otro momento -se prometió.
– ¿Qué dices? ¿De qué hablas?
– De nada que no pueda esperar.
El beso la convenció de que no tenía nada que temer. Se sentía protegida entre los brazos de Noah. El levantó la cabeza para mirarla a los ojos mientras le quitaba el sujetador y lo arrojaba a un lado.
Sheila tenía los senos endurecidos por la pasión que se había desatado en su interior. Resplandecían en la oscuridad como dos globos blancos, pequeños, firmes y perfectamente proporcionados con su cuerpo Noah le acarició los pezones antes de bajar la cabeza para desesperarla aún más con la dulce tortura de su lengua, labios y dientes
– Eres preciosa -suspiró, mirándola a ojos.
Acto seguido le tomó una mano, se la llevó a la cremallera de los pantalones y añadió:
– Desnúdame y déjame hacerte el amor hasta el amanecer.
– Nada me gustaría más.
A pesar de 1o que había dicho, Sheila apartó la mano. El se la volvió a tomar y se la introdujo debajo del jersey para que le acariciara el pecho.
– Confía en mí -le susurró al oído-. Vamos, mi amor, quítame la ropa y demuéstrame que me deseas.
– Noah…
– Te ayudaré.
Se quitó el jersey y la miró con los ojos encendidos de pasión y una sonrisa pícara.
– Ahora te toca a ti -añadió.
Sheila le acarició los pectorales y le pasó Los dedos por las tetillas, haciéndolo gemir de placer. Le deslizó una mano por el torso hasta el cinturón. Con cualquier otro se habría sentido cohibida, pero su amor por aquel hombre la liberaba de cualquier tipo de inhibición.
Noah tuvo que apelar a toda su fuerza de voluntad para reprimir el impulso de quitarse la ropa que le quedaba. Quería que aquella noche fuera tan importante para ella como lo era para él. Quería amarla como no la habían amado nunca. Quería tomarse tiempo para descubrirle el placer.
– Quítamelos -le suplicó.
Como una niña obediente, Sheila le quitó el cinturón y lo tiró por el aire antes de bajarle la cremallera lentamente.
– Ya veo que te gusta torturarme -gruñó, desesperado-. Pues te advierto que lo lamentarás.
Noah hizo un esfuerzo sobrehumano para mantener la calma mientras la sometía al dulce tormento de desvestirla entre caricias y miradas seductoras. Después de quitarle los vaqueros muy despacio, le introdujo los dedos entre las piernas y le besó los senos. Sheila arqueó la espalda y soltó un gemido de placer. Le acarició la espalda y se apretó contra él, demostrándole cuánto lo deseaba.
– Por favor…
La súplica desesperada puso fin al juego previo. Noah se rindió a sus impulsos y se situó encima para unirse a ella en cuerpo y alma. Cegado por la pasión, arremetió dentro de ella una y otra vez hasta arrastrarla al orgasmo. Al verla retorcerse de placer alcanzó el clímax y se dejó caer sintiéndose lleno y agradecido.
Mientras recuperaban el aliento permanecieron abrazados, con la esperanza de capturar para siempre aquel momento de exquisita unión.
Sheila no pudo reprimir la necesidad de pronunciar palabras de amor y confesar secretos que merecían ser contados.
– Noah… Yo…
– Chist. No digas nada. Escucha los ruidos de la noche -le susurró él al oído.
Nueve
– Háblame de ti -dijo él.
Se habían vestido y estaban recostados contra un árbol. Noah la abrazaba con actitud protectora, y Sheila había apoyado la cabeza en su hombro.
– No hay mucho que contar.
– ¿Por qué no empiezas diciéndome por qué quieres quedarte en la bodega?
– Creo que es obvio.
– De todas formas, me gustaría que me lo explicaras.
– Por mi padre. Se pasó la vida soñando con producir el mejor vino del país. No puedo renunciar a sus sueños.
– No te lo he pedido.
– Aún no.
Sheila notó que se ponía tenso y rogó que no la decepcionara justo en aquel momento. Acababan de hacer el amor, y se había dado cuenta de que estaba perdidamente enamorada de él.
– Pero crees que te lo pediré tarde o temprano -replicó Noah.
– Ya te ofreciste a comprarla.
– Sí, y te enfadaste. ¿Por qué?
– Ha pasado muy poco tiempo desde la muerte de mi padre. No quiero renunciar a sus apuestas. Aún no.
El la miró a los ojos.
– ¿Tanto significa para ti lo que quería tu padre? -preguntó.
– Estábamos muy unidos.
– ¿Tan unidos como para que estés dispuesta a sacrificarlo todo con tal de prolongar su sueño?
– No es ningún sacrificio. Es lo que quiero hacer.
Noah suspiró, le pasó un brazo por la cintura y la acercó más a él. Sheila era un enigma para él; un enigma fascinante que no podía resolver.
– ¿Qué voy a hacer contigo, preciosa?
– Confiar en mí.
– Eso hago.
Ella quería creerlo, pero no podía olvidar la sombra de duda que había visto en sus ojos azules.
– Háblame de tu ex marido -dijo Noah.
– No me gusta hablar de Jeff.
– ¿Por qué?
Sheila apretó los puños y tuvo que hacer un esfuerzo para relajarlos.
– Porque aún me afecta.
– ¿El divorcio o el matrimonio?
– El hecho de haber cometido un error tan grande -contestó, apartándose del abrazo.
– Eso quiere decir que te culpas por lo sucedido.
– En parte. Oye, no quiero hablar del tema.
– No pretendía entrometerme en tus…
– Lo sé. No sé por qué me molesta tanto.
– Tal vez porque sigues enamorada de el.
– Te equivocas de cabo a rabo. Más bien es por todo lo contrario. No sé si estuve enamorada de él alguna vez. Creía que sí, pero imagino que las cosas habrían sido diferentes si lo hubiera querido de verdad.
– Quieres decir que aún estarías casada. ¿Es eso lo que quieres?
– En absoluto. Casarme con Jeff fue el peor error que he cometido en mi vida. Pero no puedo evitar preguntarme si lo que hice fue lo mejor para Emily.
– ¿Te refieres al divorcio?
– Me temo que fue él quien me lo pidió. En cualquier caso, no sé si no debería haber hecho más para salvar el matrimonio, por el bien de Emily.
– Así que crees que para la niña habría sido mejor que no os separarais.
– No lo sé. Fue difícil. Yo creía que Jeff era feliz.
– ¿Y tú?
– Al principio sí. Y cuando me enteré de que estaba embarazada, me volví loca de alegría. Jeff no estaba tan emocionado como yo, pero pensé que era una reacción normal y que se encariñaría con la niña cuando naciera.
– Pero no fue así.
– No era tanto por ella como por la presión de tener que mantener a la familia. Una buena niñera habría costado más de lo que podía ganar yo con un trabajo de media jornada. Supongo que se sintió agobiado por la carga económica.
– ¿Te dejó por el dinero? ¿Qué clase de hombre deja a una mujer y a una niña porque no puede mantenerlas?
– No nació con la vida resuelta, como tú -replicó ella, poniéndose a la defensiva-. Ha tenido que trabajar toda su vida.
– Eso no lo exime de su responsabilidad como padre. ¿Qué pasó? Hay algo que no me estás contando.
Sheila bajó la cabeza, avergonzada por lo que estaba a punto de decir.
– Jeff tenía una relación con otra mujer.
A Noah se le revolvió el estómago al oírla confirmar lo que había sospechado. Apretó los dientes para que no se le escapara ningún insulto que pudiera ahondar su herida. Ella respiró profundamente para no echarse a llorar y continuó:
– Judith, la mujer en cuestión, tenía cerca de cuarenta y cinco años; estaba divorciada, tenía una buena posición económica y quería…
– ¿Un semental? -concluyó con sarcasmo.
– Un hombre.
– Tu ex marido no es un hombre, Sheila. Es un imbécil y un irresponsable.
Sheila no lo contradijo. Era la primera vez que le contaba a alguien que Jeff la había engañado. Lo había mantenido en secreto y se había tragado el dolor y la ira que sentía para no dañar la imagen que Emily tenía de su padre.
– No importa -declaró-. Ya no. En cualquier caso, Jeff me pidió el divorcio y, cuando me di cuenta de que nuestro matrimonio no tenía arreglo, accedí. Lo único que quería era quedarme con la niña. Y la verdad es que mi pretensión no supuso ningún problema; Emily habría sido un estorbo para Jeff.
– Si no quieres hablar de esto…
– No pasa nada. No queda mucho más por contar, salvo algo que creo que deberías oír. Cuando fracasó mi matrimonio, toque fondo. No sabía qué hacer. Mi padre me alentó para que me mudara a California y continuara con los estudios.
Sheila sonrió con nostalgia al recordar lo transparente que había sido su padre.
– Estoy segura de que esperaba que conociera a otro hombre que me hiciera olvidar a Jeff -siguió-. Así que acepté su consejo y su dinero. Era mucho dinero, mucho más de lo que se podía permitir. Yo no lo sabía; creía que la bodega era más rentable, pero mi padre tuvo que pedir prestado el dinero que me dio.
– A Wilder Investments.
Noah sintió náuseas al comprender que su padre había usado el amor paternal de Oliver para acorralarlo y aprovecharse de su situación.
– La bodega tiene dos hipotecas -reconoció Sheila-. Mi padre no tenía nadie más a quien pedir el préstamo.
– Y, por supuesto, Ben accedió encantado.
– Por tu forma de decirlo, parece que tu padre lo hubiera animado a endeudarse.
– Sinceramente, no descarto esa posibilidad.
– Tu padre no tuvo nada que ver con el fracaso de mi matrimonio, ni tiene la culpa de que yo no llegara a devolverle el dinero al mío. Creía que tenía más tiempo.
Sheila no pudo contener las lágrimas.
– Ni siquiera había pensado que mi padre era mortal -añadió-. Creía que siempre estaría ahí.
Noah le besó la cabeza.
– No llores, mi vida. No te tortures culpándote por algo que no podías saber. Estás siendo muy dura.
– No se le puede echar la culpa a nadie más.
– Yo creo que podríamos empezar por tu marido, O por tu padre. Tendría que haberte hablado de sus problemas económicos.
– No lo entiendes. No quería que me agobiara, y yo no pregunté nunca…
Sheila empezó a sollozar desconsoladamente. Noah la abrazó y trató de contener la ira que lo consumía. No podía entender cómo, una mujer tan hermosa e inocente, podía haber quedado atrapada entre dos hombres que sólo le habían hecho daño. El ex marido era un desgraciado y, por querer protegerla, el padre había acabado hiriéndola. No se atrevía a contarle lo que sabía sobre el incendio, porque tenía miedo de que se sintiera más culpable aún.
El no habría adivinado nunca por qué Oliver había pedido aquel préstamo. Hasta entonces daba por sentado que se había gastado el dinero en tonterías, pero no dudaba de la veracidad de lo que le había contado Sheila. Las fechas coincidían con los registros contables de Wilder Investments que había estado revisando antes de ir a Cascade Valley y, si los libros no eran suficiente prueba, la angustia y los remordimientos de Sheila eran concluyentes.
Se levantó y la ayudó a ponerse en pie.
– Vamos a volver -dijo-. Necesitas dormir un poco.
– ¿Te quedarás conmigo?
Sheila temía que su confesión hubiera influido negativamente en lo que sentía por ella.
– Todo el tiempo que quieras -contestó él, subiendo la colina hacia la casa.
Cuando se despertó descubrió que estaba sola en la cama. Sabía por qué Noah no estaba con ella. La había abrazado y consolado casi toda la noche, pero se había escabullido mientras ella dormía para esperar al amanecer en el incómodo sofá; habían coincidido en que era conveniente guardar las apariencias delante de los niños.
El día había empezado bien, y habían desayunado en paz. Sean seguía hosco y callado, pero parecía resignado a su suerte.
Después de desayunar, mientras los niños lavaban los platos, Sheila llevó a Noah a recorrer las habitaciones. Era un edificio enorme, que había sido casa de campo de un francés rico llamado Giles de Marc. Al parecer, era un apasionado de la viticultura y, al descubrir que Cascade Valley reunía condiciones idóneas para el cultivo de la vid, había empezado a fermentar y embotellar cabernet sauvignon.
Salvo en algunas habitaciones de la primera planta que se habían salvado del incendio, los daño en la casa principal eran sobrecogedores. Se notaba que Sheila había tratado de devolver el orden y la limpieza a las habitaciones, pero era un objetivo demasiado ambicioso para su realidad.
Por la tarde, Noah estaba sentado en el despacho echando un vistazo a los registros personales de Oliver Lindstrom. Todos los datos coincidían con lo que le había contado Sheila. Del detalle de los movimientos de la cuenta bancaria se deducía que había destinado la mayor parte del dinero a hacer transferencias trimestrales a su hija, y que el resto lo había usado para pagar los gastos cotidianos de la bodega cuando el negocio marchaba mal. Por lo que Noah había podido comprobar, Oliver no se había gastado ni un centavo en sí mismo. Lejos de devolverle la tranquilidad, el descubrimiento sólo sirvió para que le resultara más difícil explicarle a Sheila que su padre había provocado el incendio.
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