Por una vez, Noah no tuvo que mentir y pudo mirarla directamente a los ojos.

– No podemos dejar que el incendio se interponga entre nosotros -le suplicó-. He venido porque quería verte. ¿Tanto te cuesta creerlo?

– Oh, Noah, quiero creerte, pero siento que me estás ocultando algo. ¿Tengo razón? ¿Sabes algo que yo no sepa?

– Confía en mí, Sheila.

Aunque se sentía un traidor, Noah no pudo reprimir el impulso de besarla. Fue un beso tierno, pero persuasivo. La seducción empezaba a funcionar. Contra su voluntad, Sheila dejó de pensar en el incendio y se concentró en el hombre que estaba a su lado. Notó que se pegaba a ella y que la empujaba hacia atrás, pero sabía que él la sostendría para evitar que se golpeara la espalda. Quería confiar ciegamente en él.

Noah le quitó la blusa, le pasó la lengua por los labios y le acarició los senos. Sheila se estremeció y gimió complacida cuando la libró del sujetador y lo sintió en la piel.

– Me vuelves loco -le susurró él al oído-. Haces que quiera atarte para siempre a mí. Quiero hacerte el amor y no parar nunca. Maldita sea, Sheila, te amo.

A ella se le hizo un nudo en la garganta, y se le llenaron los ojos de lágrimas al oírlo.

– No tienes que decir nada.

– No quiero quererte, Sheila, pero parece que no lo puedo evitar.- Noah frunció el ceño confundido por las lágrimas de la mujer.- Ay, no, cariño, no llores.

Para tranquilizarlo y evitar que dijera más verdades a medias, ella lo besó apasionadamente. Sentía que el corazón le iba a estallar y le ardía la piel por lo mucho que lo deseaba. Noah dejó de besarle los labios para lamerle los pezones y la hizo temblar de necesidad.

Cuando después de quitarle los vaqueros, él se levantó para quitarse a su vez los pantalones, Sheila lo devoró con la mirada, fascinada con la visión de su desnudez. La luz del atardecer le añadía una dimensión etérea a la escena.

Noah se situó junto a ella y la acarició íntimamente, avivando el deseo desesperado que la dominaba. Después se introdujo en ella y se movió lentamente hasta que sintió que le pedía más, hasta que vio la mirada encendida de pasión, hasta que sintió que le clavaba las uñas en la espalda para forzarlo a hacerle el amor con desenfreno.

Sheila se pegó a él y dejó que sus impulsos primitivos la arrastraran al éxtasis. Mientras la veía estremecerse de placer, Noah gimió el nombre de su amada y se estremeció por la intensidad del orgasmo.

– Te amo, Sheila -le susurró al oído una y otra vez-. Te amo.

Diez

– Estás loca -declaró Noah.

Estaba empezando a anochecer, y lo último que le apetecía hacer era darse un chapuzón en un lago de agua helada.

– Ven, no está tan fría como parece.

– Sé que es agua de deshielo, Sheila. Si quieres que me bañe en agua helada, tendrás que encontrar un argumento más convincente.

– Podría ser divertido.

– No he hecho nada tan irracional en toda mi vida -reconoció él, comprobando la temperatura del agua con el pie.

– Pues ya va siendo hora.

Sheila movió la mano para salpicarlo con agua helada. La expresión perpleja de Noah se transformó en determinación mientras se metía en el lago. Ella se sumergió rápidamente, nadó y buceó hasta el fondo para reaparecer detrás de la cascada. Apenas llegó a tomar una bocanada de aire antes de que él la empujara de nuevo al fondo. Cuando volvió a salir estaba jadeando.

Noah le rodeó la cintura con los brazos.

– Me has mentido -le reprochó-. El lago está muy, pero que muy frío.

– Es refrescante.

– Es congelante.

El agua les llegaba por la cintura, pero la cascada los ocultaba a la vista. Noah le devoró la boca con un beso, mientras la tocaba íntimamente con las manos y las piernas. Le apoyó la espalda en un saliente y bajó la cabeza para besarle los pezones.

– Deberíamos irnos -dijo ella.

– Ahora no, bruja. Me has obligado a meterme en este lago contigo y vas a sufrir las consecuencias.

– ¿Y de que consecuencias estás hablando?

– Voy a hacerte suplicar que te haga el amor.

– Pero Sean y Emily…

– Nos esperarán.

Noah volvió a besarla, sin dejar de acariciarla entre las piernas. A pesar de la temperatura del agua, Sheila se empezaba a calentar por dentro. Las caricias la hicieron olvidarse de todo salvo del deseo que la dominaba. Le pasó la lengua por el pecho y se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que la consumiera el amor que sentía por él.

– Oh, Noah…

– Sí, mi amor.

– Por favor…

– ¿Qué quieres?

– Por favor, hazme el amor.

– Te amo, Sheila. Te amaré eternamente.

Noah la sentó en una roca, le separó las piernas y se introdujo en ella para arremeter frenéticamente. Sheila se aferró a él para unirse a sus movimientos hasta que el clímax y el agotamiento se apoderaron de ella.

– Te amo, Noah -murmuró.

Le lamió una gota de agua de la frente y notó que la abrazaba con fuerza, como si tuviera miedo de perderla si la soltaba.

Se vistieron tiritando de frío, recogieron sus cosas y volvieron al camino. El anochecer empezaba a sumir las colinas en la oscuridad, pero cuando llegaron a la casa vieron que no había luz en las ventanas. Sheila se puso nerviosa; era obvio que Sean y Emily no habían vuelto.

– Creía que ya estarían aquí -dijo-. Les he dicho que volvieran antes de que oscureciera.

– Emily no habrá conseguido arrastrar a Sean. No estaban muy cerca, y la tarde es la mejor hora para pescar.

Sheila no estaba convencida.

– Ya deberían estar en casa.

– No te preocupes, se que llegarán. Estoy seguro de que estarán aquí en menos de media hora.

– ¿Y si no llegan?

– Iremos a buscarlos. Sabes adónde iba Emily, ¿verdad?

– Sí, mi padre también me llevaba allí cuando era pequeña.

– Entonces es mejor no preocuparse antes de tiempo. Hay una cosa de la que te quería hablar.

Noah se recostó en una hamaca del jardín y le indicó con señas que se tumbara al lado. Ella obedeció de inmediato.

– De acuerdo, habla.

– Creo que debería hablarte de Marilyn.

– ¿La madre de Sean?

– No pienso en ella como su madre, sino como la mujer que lo alumbró.

– No tienes que explicarme nada de esto.

Sheila quería saberlo todo sobre él, pero no le interesaba conocer al detalle todos sus secretos. No veía qué sentido tenía desenterrar recuerdos desagradables.

– No tengo que contarte nada, pero quiero hacerlo. Tal vez así entiendas lo que siento por mi hijo y por mi padre.

– Ben intervino…

Noah se puso tenso.

– Oh, sí, intervino del todo. No lo podía evitar. No conoces a mi padre; si lo conocieras, te darías cuenta de que trata de dominar todo lo que toca, incluida la gente.

– Tu padre está enfermo -le recordó ella.

– Hace dieciséis años no lo estaba. De hecho, estaba en su mejor momento.

Noah hizo una pausa y evocó una época de su vida que había tratado de olvidar.

– Marilyn sólo tenía diecisiete años cuando la conocí en una fiesta de la universidad a la que fui con un amigo mío. En ese momento, pensé que era la chica más hermosa que había visto: rubia, pelo largo, ojos azules y una sonrisa capaz de derretir el hielo. Estaba fascinado. Poco después empecé a salir con ella, y Ben me ordenó que la dejara. Decía que no pertenecía a nuestra clase social. Creo que te he comentado que nunca me he llevado bien con mi padre.

Sheila asintió.

– Según él -continuó-, Marilyn era una caza fortunas. Puede que lo fuera. No lo sé, era demasiado joven. Fuera como fuera, supongo que el hecho de que mi padre se opusiera a nuestra relación la volvió más atractiva a mis ojos, al menos durante un tiempo. Después de cuatro meses empezamos a discutir por cualquier cosa y, justo cuando había decidido romper con ella, se enteró de que estaba embarazada. Puede que estuviera asustada, pero no tuvo el valor de contármelo. Me enteré por un amigo mío que estaba saliendo con la hermana de Marilyn.

Noah cerró los ojos como si quisiera esconderse de la verdad.

– Me puse furioso porque no me había informado, y perdí los estribos cuando me enteré de que pensaba abortar. Estuve dando vueltas con el coche durante cuatro horas para tranquilizarme, y comprendí que deseaba tener a mi hijo más que nada en el mundo y que estaba dispuesto a pagar cualquier precio para conseguirlo. Le supliqué que se quedara con el bebé, pero no quería. Le dije que me casaría con ella, que le daría mi apellido al niño, y que estaba dispuesto a hacer lo que me pidiera con tal de que reconsiderara la idea.

Noah tragó saliva. La amargura le crispaba la voz.

– Al final accedió -dijo-. Creí que había ganado una batalla imposible, porque se notaba que estaba más interesada en ser animadora del equipo de fútbol que en convertirse en la madre de mi hijo. Estaba seguro de que, con el tiempo, maduraría y aprendería a querer al niño, pero no podía estar más equivocado. Ben se había opuesto al matrimonio desde el primer día, con bebé o sin el, y le ofreció una buena cantidad de dinero si cedía al niño en adopción. La oferta era muy atractiva para ella, porque le daba la posibilidad de pagarse la universidad.

Sheila estaba sin aliento mientras veía sufrir a Noah por lo sucedido dieciséis años atrás.

– Estaba furioso por la propuesta de mi padre y asqueado por la respuesta de Marilyn. Traté de convencerla para que desistiera, y le prometí que, si nos casábamos y se quedaba con el niño, encontraríamos la forma de pagar sus estudios. Rechazó todas las soluciones que le propuse. No entendía por qué hasta que me dijo que se le había ocurrido una solución alternativa.

Noah se pasó una mano por el pelo y maldijo entre dientes. Sheila comprendió que estaba compartiendo con ella cosas que mantenía ocultas al resto del mundo. Le estaba dejando acercarse a él y le revelaba sus secretos más íntimos. Apoyó la cabeza en su hombro y escuchó los latidos de su corazón.

– Por una suma considerablemente mayor, Marilyn estaba dispuesta a darme al niño. Me tragué el orgullo y le supliqué a mi padre que aceptara el trato para poder quedarme con Sean. Hace dieciséis años los padres casi no tenían derechos sobre sus hijos, y sin el consentimiento escrito de Marilyn, no podría haber conseguido la patria potestad. Ben me dijo que estaba loco, pero terminó por acceder. Y, en estos dieciséis años, no ha perdido oportunidad de recordarme que Sean se pagó con su poder y su dinero. Pero por fin le he devuelto el favor

– ¿Por ocuparte de la empresa mientras se recupera en México?

– Sí. He tardado todo este tiempo en poder librarme de la deuda con él.

– Lo siento, Noah.

– No te preocupes. Se ha acabado.

– Pero te molesta.

– Como he dicho, ya se ha acabado.

Noah miró a su alrededor y se dio cuenta de lo oscuro que estaba.

– Los niños deberían haber vuelto.

Sheila estaba tan absorta con el relato que tampoco había notado que se había hecho de noche. Sintió pánico al darse cuenta de que Emily no había regresado.

– Oh, Dios mío. ¿Dónde estarán’?

– ¿Tienes linternas?

Sheila asintió y corrió a la casa antes de que él pudiera decirle que las buscara. Al cabo de dos minutos estaba fuera esperando a que alguien contestara a los gritos de Noah. Empezaron a subir la colina al trote.

– Maldición -farfulló él-. Debería haberte hecho caso cuando dijiste que fuéramos a buscarlos.

– A buenas horas.

Sheila sabía que estaba siendo injusta, pero la preocupación por su hija le impedía pensar.

El se detuvo y puso las manos a ambos lados de la boca, a modo de altavoz, para gritar el nombre de Sean. El chico contestó a lo lejos. Sonaba asustado.

– Oh, Dios -murmuró Sheila-. Ha pasado algo.

Dominada por el miedo, empezó a correr por el camino mientras imaginaba las peores situaciones posibles. Tropezó con una raíz y Noah corrió a ayudarla, pero no pudo evitar que en la caída se le desgarraran los vaqueros y se lastimara la rodilla. Sheila hizo una mueca de dolor y siguió corriendo, sin fijarse en que estaba sangrando.

Los gritos de Sean se oían cada vez más cerca. Al cabo de un momento, las linternas iluminaron la cara angustiada del chico. Sheila se contuvo para no gritar cuando vio que llevaba a Emily en brazos. Estaba empapada; tenía la cara cubierta de barro y las mejillas llenas de arañazos.

– Mamá… -gimoteó estirando los brazos.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas cuando la abrazó.

– Tranquila, cariño, no pasa nada. Mamá está aquí.

Emily estaba tiritando y le castañeteaban los dientes. Noah se quitó la camisa y se la echó a la niña por los hombros.

– ¿Estás bien, preciosa? ¿Te has hecho daño?