– Se ha hecho daño en el tobillo -contestó Sean, pálido.
– Vamos a echar un vistazo.
Noah iluminó los tobillos de la niña y comprobó que el derecho estaba hinchado.
Emily soltó un alarido de dolor cuando la toco.
– Tranquila, Emily -le susurró su madre al oído-. Noah sólo está viendo qué te has hecho.
Sheila le lanzó una mirada a Noah para advertirle que fuera cuidadoso.
– No parece que esté roto, pero no lo puedo asegurar -dijo él-. Ven aquí, Emily, te llevaré a casa y llamaremos al médico.
– ¡No! Quiero que me lleve mi madre.
– Emily -insistió Noah con voz firme.
– No te preocupes. Yo la llevo.
– Olvídalo, Sheila. Estás sangrando. Yo llevaré a Emily.
– Mamá…
– En serio, Noah, estoy segura de que puedo cargarla hasta la casa.
– No insistas.
Noah tomó a la niña con cuidado y se volvió hacia su hijo.
– Ocúpate de las cañas y las linternas -le ordenó-. Y ve con Sheila, que se ha hecho un corte en la pierna. Vamos allá. Cuanto antes llevemos a Emily a casa, mejor.
Ni siquiera la pequeña se atrevió a protestar. Sheila frunció la boca y no dijo nada. Lo único que le importaba era el bienestar de su hija.
Cuando ya podían divisar las luces de la casa, Noah miró a su hijo con severidad y preguntó:
– ¿Qué ha pasado, Sean?
– Hemos estado pescando.
– ¿Y qué más?
– Al ver que se hacía de noche, he apretado el paso -explicó el chico-. Emily iba detrás de mí y, cuando estábamos cruzando el arroyo, se ha resbalado. He corrido para ayudarla, pero la corriente le ha hecho perder el equilibrio y se ha caído al agua. Por suerte, es poco profundo y la he podido sacar enseguida. Pero se ha puesto a llorar y a gritar que le dolía el tobillo, y la he traído en brazos tan deprisa como he podido.
– Deberías haber sido más considerado. Si respetaras los horarios y no estuvieras siempre corriendo, tal vez no hubiera pasado esto.
– Yo no pienso que…
– Ese es el problema, hijo: que no piensas lo que haces.
– Basta, Noah -terció Sheila-. Sean no tiene la culpa, y no sirve de nada discutir.
Finalmente llegaron a la casa. Mientras ella limpiaba y secaba a su hija, Noah llamó a una médico amiga de Sheila. Sean caminaba nervioso de un extremo al otro del pasillo, entre el salón y el despacho, hasta que Emily se recostó en la cama y llegó la médica.
Donna Embers era joven y tenía una hija de seis años.
– Así que te has caído… ¿Y cómo te encuentras? -preguntó a Emily.
– Bien.
– ¿Y qué tal el tobillo? ¿Esto te duele?
– Ay -gimió la niña, con una mueca de dolor.
Mientras la médico seguía con la revisión, Sheila observó a su hija, que parecía más pequeña de lo que era. Recostada en la almohada blanca, tenía un aspecto muy frágil.
Donna se enderezó, sonrió y le acarició la cabeza a la niña.
– Creo que sobrevivirás -dijo-. Pero no podrás apoyar el pie durante un tiempo. Y de ahora en adelante, nada de saltar en los arroyos, ¿de acuerdo?
– Sí.
Donna se llevó a Sheila a la cocina.
– Se pondrá bien -le prometió-. No te preocupes.
– Gracias.
– No creo que necesite nada más fuerte que una aspirina, pero quiero que la lleves el lunes a la clínica para hacerle una radiografía.
– Pero creía que…
Donna sonrió y le puso una mano en el hombro para tranquilizarla.
– He dicho que no te preocupes. Estoy segura de que sólo es una torcedura, pero prefiero asegurarme de que no tiene nada más.
Sheila suspiró aliviada.
– No sabes cuánto te agradezco que hayas venido.
– ¿Para qué están los amigos? Además, te pasaré la factura.
– ¿Tienes tiempo para tomar un café?
Donna sacudió la cabeza y avanzó hacia la puerta.
– Me encantaría, pero he dejado a Dennis con la cena y los niños, y podría ser demasiada responsabilidad para él.
Sheila se apoyó en el marco de la puerta y se echó a reír. Si de algo no se podía acusar al marido de su amiga, era de ser irresponsable. Se despidió de ella y volvió a la cocina para preparar café.
– ¿Emily se recuperará? -preguntó Sean.
– Está bien.
El adolescente tragó saliva y bajó la vista al suelo.
– Lo siento mucho.
– No ha sido culpa tuya.
– Mi padre no opina lo mismo.
– Tu padre se equivoca.
Sean levantó la cabeza y la miró a los ojos.
– Creía que os llevabais bien.
– Nos llevarnos muy bien -reconoció ella-, pero eso no significa que siempre tenga que estar de acuerdo con él.
Sean se desplomó en una silla.
– Debería haber tenido más cuidado.
– Aunque lo hubieras tenido, el accidente podría haber ocurrido de todas formas. Alégrate de que no haya sido peor.
– ¿Peor de lo que ha sido?
Sheila se sentó junto a él y le puso una mano en el hombro.
– Podrían haber pasado mil cosas peores -dijo-. Emily se podría haber golpeado la cabeza; podrías haberte caído tú también; podrían haber pasado muchas cosas. Lo has hecho todo bien, Sean. Has sacado a Emily del agua y me la has traído. Gracias.
El chico estaba perplejo.
– ¿Por qué me das las gracias?
– Por pensar con claridad y cuidar de mi hija.
Sean se revolvió en el asiento. Aún se sentía culpable por el accidente de Emily, y había pasado de ser un adolescente rebelde a ser un niño asustado.
– Siento haberme comportado tan mal anoche -murmuró.
– No pasa nada.
– Pero fui muy desagradable contigo -insistió, avergonzado.
– Me temo que sí.
– ¿Y por qué no estás enfadada conmigo?
– ¿Es eso lo que quieres?
Noah había oído el final de la conversación y estaba en la puerta esperando que Sean contestara a la pregunta que le había hecho Sheila.
El chico la miró a los ojos, sin saber que su padre estaba detrás de él.
– No lo sé. Creo que no quería que me cayeras bien.
Sheila miró a Noah antes de volver la vista a Sean.
– ¿Porque tenías miedo de que quitara a tu padre?
Sean se encogió de hombros.
– Jamás haría una cosa así -declaró ella-. Tengo una hija y sé lo importante que es que nos tengamos la una a la otra. Nadie podría apartarme de mi niña, y estoy segura de tu padre tampoco permitiría que lo apartaran de ti.
El adolescente la miró atentamente y volvió a ponerse a la defensiva.
– ¡Mi padre sigue queriendo a mi madre!
– Lo sé, Sean -contestó ella, silenciando a Noah con la mirada-. Y no pretendo que deje de quererla.
Sheila decidió cambiar de tema rápidamente, porque sabía que Noah estaba a punto de intervenir y quería evitar otro enfrentamiento.
– Emily te había preparado unos pasteles, pero se le debe de haber olvidado con la emoción de ir a pescar.
Se puso en pie y empezó a poner los pasteles en un plato.
– ¿Por qué no le llevas esto para animarla un poco? -sugirió.
– ¿Crees que querrá verme? Podría estar dormida o algo así.
– Está despierta -dijo Noah, entrando en la habitación-. Acabo de estar con ella y, lo creáis o no, parece que tiene hambre.
Sean tomó el plato y dos vasos de leche, y se fue a ver a Emily. Sheila le sirvió una taza de café a Noah, sin preguntarle si le apetecía.
– ¿Cómo tienes la pierna? -preguntó él.
– Perfectamente. Me he limpiado la herida y está bien. No ha sido más que un rasguño.
– ¿La médico te la mirado?
– No.
– ¿Por qué?
– Ya te he dicho que he limpiado y vendado la herida. En serio, no es nada grave.
Él no parecía muy convencido.
– Siento que Emily y tú hayáis sufrido por culpa de la negligencia de mi hijo.
– Por favor, Noah, no lo culpes. Es un niño.
– Ya tiene dieciséis años y debe aprender a ser responsable. Debería haber tenido más cuidado.
– Lo sabe. No lo regañes; sería hurgar en la herida. Ya se siente bastante mal.
– Hace bien.
– ¿Por qué?, ¿porque ha sido poco cuidadoso? Los accidentes ocurren, Noah. No le exijas tanto al chico.
Él dejó la taza en la mesa, se acercó a la encimera y se quedó mirando la ventana en silencio.
– No es sólo el accidente lo que me preocupa -dijo al cabo de un momento-. Es su actitud. Tú estabas en mi casa la noche que volvió borracho, y no era la primera vez. Tiene problemas en el colegio, y hasta he tenido que ir a buscarlo a la comisaría. No fue a la cárcel porque es menor de edad, pero ha estado muy cerca. Ha faltado a dos reuniones con el asistente social y ha complicado más aún su situación legal.
– Muchos chicos tienen problemas.
– Lo sé. Pero todo tiene un límite.
Sheila se acercó y lo abrazó por la cintura. Se preguntaba cuánto tiempo llevaría torturándose porque se sentía culpable con su hijo.
– Te preocupas demasiado, Noah. Me dedico a trabajar con adolescentes conflictivos y sé por experiencia que tu hijo saldrá adelante.
– ¿Por qué has dejado que te mintiera?
– ¿Cuándo?
– Cuando te ha dicho lo de su madre. Sabes lo que siento respecto a Marilyn.
– Y es muy probable que Sean también lo sepa, pero aún no puede reconocerlo delante de mí. Aún me considera una amenaza.
– Creo que le estás dando más importancia de la que tiene.
– La adolescencia es muy dura, Noah, ¿lo has olvidado? Y a eso se le suma el hecho de que Sean sabe que su madre lo rechazó, y eso lo hace sentirse inferior.
– Muchos niños se crían sólo con uno de los padres. Emily, sin ir más lejos.
– Y para ella tampoco es fácil.
Noah se volvió para mirarla. Notó la preocupación que le nublaba el rostro y le besó la frente.
– Eres una mujer muy especial, Sheila Lindstrom, y te amo. En momentos como éste me pregunto cómo he podido vivir tanto tiempo sin ti.
– Imagino que tienes una voluntad de hierro.
– Igual es que soy testarudo y tonto.
Noah le pasó un brazo por los hombros y la guió fuera de la cocina.
– Vamos a ver a Emily -añadió.
– En seguida voy. Adelántate tú, yo tengo que hacer una llamada.
– ¿A quién tienes que llamar a estas horas?
– A Jeff.
– ¿Para qué quieres llamar a tu marido?
– Tiene derecho a saber lo del accidente.
– ¿Crees que le importa?
– Es el padre de Emily, Noah. Por supuesto que le importa.
– Por lo que me has contado de él, no se preocupa mucho por su hija.
– ¡Baja la voz! -Susurró entre dientes-. Jeff se tiene que enterar.
Noah frunció el ceño.
– ¿Estás segura de que no estás aprovechando la excusa del accidente para llamarlo?
– No necesito ninguna excusa para llamarlo, es el padre de mi hija. Quiero que sepa que a Emily le ha pasado algo y no puedo dejar que se entere por terceros.
– ¿Por qué?
– Ponte en su lugar y piensa cómo te sentirías si se tratara de Sean.
– Es distinto. Me preocupo por mi hijo, y daría lo que fuera por no perderlo. Me atrevo a decir que no es ése el caso de tu ex marido.
– Sigue siendo su padre. O llamo a Jeff o llamo a su madre, y preferiría no preocupar a Manan, porque estaría aquí en menos de media hora.
– ¿Y Coleridge también va a venir corriendo a ver cómo están su hija y su ex mujer? ¿Es eso lo que esperas?
– ¡Eres imposible! Pero debo reconocer que tienes razón en una cosa: me encantaría que viniera Jeff.
– Lo suponía.
– Pero no por los motivos que crees -continuó ella, tratando de mantener el control-. Emily acaba de pasar por una experiencia traumática, y creo que le haría bien contar con un poco de apoyo de su padre.
– Jeff es tan padre de Emily como Marilyn es madre de Sean. No me puedo creer que sigas aferrada a una imagen ideal que no ha existido ni existirá nunca. No es bueno para ti, pero sobre todo, no es bueno para Emily.
– Mira quién habla, ¡el padre del año!
Sheila se arrepintió inmediatamente de lo que había dicho; había sido cruel.
Noah apretó los puños un momento.
– No pretendo hacerte daño -dijo-; sólo intento que entiendas que los genes no tienen nada que ver con ser padre. Desde luego, Coleridge es el padre biológico de tu hija, pero ¿dónde estaba cuando las cosas se pusieron difíciles? ¿O has olvidado que te dejó por otra? Un hombre así no merece saber que su hija se ha caído. Reconócelo, Sheila, no le importa.
– Emily pasa unas semanas con él en verano. Jeff la espera a finales de la semana que viene.
– ¿Y ella quiere verlo?
– No lo tiene muy claro -reconoció ella.
– Dices que tu hija sabe que su padre no la quiere, pero estás esperando que, cuando se entere de lo del accidente, Jeff venga corriendo y se convierta en un dechado de virtudes a ojos de Emily. No te engañes, Sheila, y por el bien de la niña, no trates de hacer de tu marido algo que no es. Déjale a Emily formarse su propia opinión.
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