– Lo hará, tanto si lo llamo como si no. No obstante, lo voy a llamar, porque como padre tiene derecho a saber que a su hija le ha pasado algo.

– Renunció a sus derechos cuando la abandonó hace cuatro años.

Se miraron a los ojos durante un momento para tratar de reparar el daño que había causado la discusión, pero fue imposible.

– Lo siento -dijo ella con voz trémula-, pero soy yo la que decide.

Acto seguido, Sheila se volvió hacia el teléfono y marcó el número de Spokane.

Noah se giró y maldijo entre dientes mientras se dirigía a la habitación de Emily. Se preguntaba si algún día llegaría a entender a las mujeres.

Aunque no se había vuelto a hablar del tema, la discusión que habían tenido flotaba sobre ellos como una nube oscura. Noah había decidido quedarse otra semana en la bodega para comprobar las conclusiones de Anthony Simmons con relación al incendio. Le había confiado el coche a Sean para que fuera a Seattle a buscar ropa y documentos de Wilder Investments, y el chico había vuelto a Cascade Valley tal como había prometido: con el coche intacto.

Noah, por su parte, era un torbellino. Había decido que a Wilder Investments le convenía reabrir la bodega y había emprendido una limpieza general de la propiedad. No había sido fácil, pero hasta el sheriff había accedido a que se reconstruyera completamente el ala oeste. El viernes por la tarde, D &M Construction, una subcontratista de Wilder Investments, se había instalado en el lugar, y el capataz estaba trabajando con un arquitecto para rediseñar el edificio.

Se pasaban los días preparando la vendimia y las noches haciendo el amor. Noah no había vuelto a mencionar a Jeff, y Sheila esperaba que olvidaran las cosas que se habían gritado en el fragor de la discusión.

Noah empezó un curso acelerado de vitivinicultura, con Sheila y Dave Jansen de profesores. Dave lo llevó a hacer una visita por los viñedos. Mientras le mostraba orgulloso una ladera cubierta de cepas, le fue contando la historia del lugar.

– Hace treinta años había quien creía que el oeste del estado de Washington no le llegaba a la suela del zapato a California en producción de vino.

– Pero cambiaron de opinión, ¿verdad?

– Así es. La gente cree que en Washington llueve continuamente, pero eso es porque no ha estado nunca en esta zona. Aquí los veranos son cálidos, secos y con muy pocas lluvias. La combinación de calor moderado, mucha luz y días largos da a la fruta un sabor agridulce muy equilibrado. Todos nuestros vinos tienen un marcado carácter varietal.

– ¿Los inviernos? Hace un par de años, una nevada tardía estuvo a punto de estropear los cultivos.

– Son cosas que pasan. De verdad, éste es un lugar fantástico para producir vino. Sé que Sheila ha tenido una racha de mala suerte, pero le prometo que Cascade Valley producirá el mejor vino del país.

– Es una promesa muy ambiciosa -dijo Noah.

– Lo digo de verdad. Tenemos buen clima, la cantidad justa de luz, tierra fértil y muy pocas plagas. Creo que no se puede pedir más.

– ¿Y qué le impide a un competidor construir cerca de Cascade Valley?

– La reputación de la marca -contestó Dave sin dudarlo.

– Una reputación que se ha visto salpicada durante los últimos años.

– Me gustaría negarlo, pero no puedo. ¿Quiere que lo lleve hasta la casa? Querría enseñarle nuestra última inversión: barricas de roble francés para la crianza. Fue idea de Oliver. Las usó hace varios años, y el resultado es nuestro cabernet sauvignon crianza, que esperamos comercializar este verano.

– Creo que voy a volver andando. Pero mañana me gustaría ver las botellas de crianza.

– De acuerdo. Hasta mañana

La vieja furgoneta se alejó dejando tras de sí una nube de polvo. Noah se metió las manos en los bolsillos traseros de los vaqueros y empezó a caminar hacia la casa, pensando en las calamidades que había sufrido Cascade Valley durante los últimos años. La mayoría se podía atribuir a desastres naturales, pero el asunto de las botellas adulteradas de Montana era distinto. Las marcas encontradas en los corchos de algunas botellas demostraban que había habido sabotaje.

Al principio, Noah había dado por sentado que había sido obra de Oliver Lindstrom, pero ya no estaba tan seguro. La imagen que trazaba la gente con la que había hablado indicaba que Oliver no era capaz de destruir aquello por lo que había trabajado tanto. Si, como sostenían Sheila y los empleados, los vinos Cascade Valley y la bodega eran la razón de vivir de Oliver, era ilógico que hubiera querido dañar la reputación que se había forjado con los años.

Aquello no tenía sentido. Un hombre que necesitaba dinero no habría adulterado su producto y provocado una costosa retirada del mercado de toda la producción, además de la pérdida de confianza por parte de los consumidores. Costaba creer que Lindstrom hubiera podido estar tan desesperado como para quitarse la vida en un incendio intencionado, como afirmaba Simmons. El maldito incendio seguía llenándolo de dudas.

Mientras subía la última cuesta de la colina donde estaba la casa, Noah se pasó los dedos por el pelo y contempló la destrucción. Si no se hubiese enamorado de Sheila, todo habría sido mucho más fácil.


Sheila estaba arrancando el viejo papel pintado de las paredes del comedor cuando sonó el timbre.

– Emily -gritó-, ¿puedes abrir’? Al ver que no obtenía respuesta inmediata recordó que la niña le había comentado algo sobre salir con Sean. Tenía el tobillo mucho mejor, y se sentía muy encerrada en la casa.

El timbre volvió a sonar.

– Ya voy -gritó mientras se secaba las manos.

Se preguntó quién podría ser. Era casi la hora de cenar, y ella estaba echa un desastre; su ropa olía como las paredes cubiertas de hollín que había estado limpiando. La puerta se abrió antes de que pudiera llegar, y Jeff asomó la cabeza por el vestíbulo.

– Ya creía que no había nadie -dijo mirándola de los pies a la cabeza.

– Perdón, creía que vendría a abrir Emily. -

– Y yo creía que estaba en reposo. ¿O sólo era uno de tus trucos para verme?

– Eso fue hace mucho tiempo.

– No tanto.

Sheila se plantó en la entrada, impidiéndole el paso.

– Supongo que has venido a ver a Emily.

– ¿A quién podría querer ver si no?

Jeff esbozó la sonrisa pícara de siempre. Seguía siendo muy atractivo; al parecer, la buena vida le sentaba bien. Pero después de tantos años, Sheila era inmune a sus encantos.

– Espero que a nadie más -contestó-. Emily está fuera. Iré a buscarla.

El estiró una mano y la agarró de la muñeca.

– Sheila, cariño, ¿qué hace nuestra hija fuera de la cama? Creía que tenía una torcedura de tobillo seria. Al menos, eso fue lo que me contaste.

Ella apartó el brazo y se plantó una sonrisa edulcorada en los labios.

– Y si hubieras venido hace unos días, la habrías encontrado en la cama. Afortunadamente, los niños de su edad se recuperan pronto.

– Vaya, empiezas a mostrar las garras, cariño. Sabes que no podía venir antes.

– Podrías haber llamado.

– ¿Era eso lo que querías?

– Lo que quería era que mostraras un poco de interés por tu hija. Ya no es un bebé y está empezando a entender lo que sientes por ella.

– Con lo mal que le hablas de mí, no me extraña.

– Sabes que no hago tal cosa. Además, no necesita que nadie le diga nada; tú solito te encargas de mostrarle tus miserias.

– Creía que teníamos un divorcio amistoso. ¿No era eso lo que querías, por el bien de tu hija?

– Cuando era lo bastante ilusa para creer que era posible.

– Y que quieres ahora, Sheila?

– Quiero que te intereses por tu hija, Jeff. ¿Es mucho pedir?

El respiró profundamente para tratar de controlar la ira que sentía cada vez que la veía y recordaba lo atractiva que era. Lo ponía nervioso. En otra época se había sentido orgulloso de presentarla como su esposa, pero ella quería más: quería tener hijos. Emily era una niña encantadora, pero a él no le gustaba la idea de la paternidad; lo hacía sentirse viejo.

Tragó saliva y trató de no prestar atención a la mirada penetrante de Sheila.

– Sabes que quiero a Emily -contestó, encogiéndose de hombros-. Es sólo que no me siento cómodo con los niños.

– Nunca lo has intentado. Ni siquiera con tu propia hija.

– Te equivocas. Lo intenté, y mucho.

– Pero en tu corazón no había lugar para ella.

– Yo no he dicho eso.

– Nunca has querido a nadie en tu vida, Jeff, excepto a ti mismo.

– Eso es lo que siempre me ha gustado de ti: tu temperamento tierno y sereno.

Sheila estaba furiosa, pero trató de mantener el control. Le habría gustado poder mirar a Jeff con indiferencia y no verlo como el padre que rechazaba a su hija.

– Esta discusión no nos va a llevar a ninguna parte -dijo entre dientes-. ¿Por qué no vas a la cocina y esperas mientras voy a buscar a Emily? Está en el patio.

Jeff vaciló, como si quisiera añadir algo, pero no dijo nada. Sheila dio un paso atrás para dejarlo entrar y trató de recuperar la calma. No quería contaminar a Emily con sus preocupaciones sobre la patética relación entre padre e hija.

Salió al patio y respiró hondo. Emily estaba muy entretenida mirando a Sean y Noah, que se lanzaban un disco volador. Era una escena familiar encantadora, y a Sheila le dolía el corazón por tener que estropearla.

– ¡Emily! Tienes visita.

– ¿Quién es?

– Tu padre ha venido a verte.

A la niña se le desdibujó la sonrisa.

– ¿Papá?

– ¿No te parece bien?

– No me va a llevar a Spokane, ¿verdad?

– Por supuesto que no, cariño. Sólo ha venido a ver cómo tienes el tobillo. Vamos. Te está esperando en la cocina.

– No, estoy aquí -gritó Jeff, acercándose a su hija con una sonrisa-. Ha sido un viaje largo, y no podía esperar más.

En aquel momento se dio cuenta de que Emily y Sheila no estaban solas. El juego había terminado, y Noah miraba atentamente al ex marido de la mujer que amaba.

– Creo que no nos conocemos -dijo Jeff.

Noah avanzó lentamente, con una mirada desafiante.

– Noah Wilder -se presentó, tendiéndole la mano-, y mi hijo, Sean.

– Jeff Coleridge. Encantado. ¿Has dicho Wilder?, ¿tienes algo que ver con Wilder Investments?

– Es la empresa de mi padre.

– ¿Ben Wilder es tu padre? -preguntó Jeff, impresionado.

– Sí.

– Ah. De modo que estás aquí como socio de Sheila…

Jeff parecía aliviado.

– En parte.

– No lo entiendo.

– Noah es amigo de mamá -intervino Emily.

– ¿Eso es cierto? -preguntó Jeff a Sheila. Se hizo un silencio incómodo mientras ella trataba de encontrar una respuesta apropiada. Los dos hombres la miraban intensamente.

– Sí. Noah es muy buen amigo mío.

Jeff se abstuvo de hacer comentarios, porque no quería quedar en ridículo.

– Entiendo -dijo.

Acto seguido, se arrodilló para hablar con su hija y la tomó de la mano.

– ¿Cómo te encuentras, Emily?

– Bien.

La niña se cohibió al darse cuenta de que se había convertido en el centro de atención.

– ¿Y tu tobillo?

– Está bien.

– Me alegro. ¿Me vas a contar cómo te caíste en el arroyo?

– ¿De verdad te interesa? -preguntó ella con escepticismo.

– Por supuesto que sí, preciosa.

Jeff la llevó al banco y le indicó que se sentara con él.

– Anda, cuéntame cómo fue.

Noah sentía náuseas al ver los torpes intentos de Coleridge de parecer paternal y se marchó en dirección al ala oeste.

Sheila lo vio alejarse y tuvo que reprimir el impulso de correr tras él, pero tenía la responsabilidad de quedarse con Emily hasta asegurarse de que ésta se sentía cómoda con su padre.

Cuando perdió de vista a Noah, volvió a mirar a Jeff y a Emily, y se topó con la mirada crispada de su ex marido.

– ¿Cuánto hace que está aquí? -preguntó él.

– Una semana.

– ¿Y te parece buena idea?

– Me está ayudando a arreglar la bodega.

– Ya veo.

– Mira, Jeff, mi relación con Noah no es asunto tuyo.

– Es un arrogante, ¿no crees?

– Creo que es un hombre muy amable y considerado.

– ¿Y yo no?

– Yo no he dicho eso.

Sheila le lanzó una mirada amenazadora. Sabía que, por el bien de Emily, tenía que cambiar el rumbo que estaba tomando la conversación.

– ¿Te apetece un café? -preguntó.

Jeff trató de relajarse y parecer cómodo.

– ¿No tienes nada más fuerte?

– Creo que sí.

– Bien. Prepárame un martini de vodka.

– De acuerdo. Vuelvo en unos minutos.

Sheila se volvió hacia la casa y maldijo a Jeff entre dientes por estropear una tarde tranquila. Lo maldijo por interrumpir lo que esperaba que fuera una cena familiar íntima. El problema principal era que consideraba que Noah y Sean formaban parte de la familia, mientras que veía a Jeff como un intruso que sólo podía causar problemas.