Entró en el despachó y se sorprendió al encontrar a Noah sentado a la mesa, examinando los planos originales del ala oeste. El no se movió ni dijo nada al oírla entrar.
Sheila sintió que se ensanchaba el abismo que los separaba y se preguntó si tendría valor para salvar las distancias.
– Siento que hayas tenido que presenciar eso -dijo mientras sacaba una botella de vodka del mueble bar.
– No me pidas disculpas. No es asunto mío.
– Claro que sí. Y no pretendía que la visita de Jeff se convirtiera en un circo.
– ¿No? No te engañes, Sheila. Fuiste tú quien lo invitó. ¿Qué esperabas que pasara?
– No tenía más remedio; tenía que contarle lo de Emily e invitarlo a venir a verla.
– No gastes saliva, Sheila. Ya he oído todo esto.
– Por favor, Noah, no me cierres la puerta en las narices.
– ¿Es eso lo que estoy haciendo?
– Sí.
– ¡No!
Noah se puso en pie y la miró por primera vez desde que había entrado en la habitación.
– Voy a decirte lo que estoy haciendo -continuó-. Me mantengo al margen con la esperanza de no perder la paciencia, algo que no se me suele dar muy bien, mientras la mujer que amo sigue aferrada a un pasado de color de rosa que no existió nunca.
– No estoy…
– Estoy tratando de mantener las apariencias y reprimir el impulso de echar a patadas a ese imbécil condescendiente, cuyos intentos por parecer un padre amoroso rozan lo patético.
– Jeff sólo trata de…
– Y también -añadió él, subiendo la voz-estoy tratando de entender cómo una mujer hermosa y sensible como tú pudo casarse con un canalla como Jeff Coleridge.
Sheila levantó la copa de martini con manos temblorosas.
– Creo que ya es suficiente -dijo volviéndose hacia la puerta.
Aunque no se le veían los ojos, las lágrimas de orgullo le estrangulaban la voz.
Noah la tomó del brazo para impedir que se fuera; la hizo girarse para mirarlo a la cara, y la copa se cayó al suelo.
– No, Sheila, te equivocas. Te amo. No quería enamorarme de ti, hice lo imposible por no enamorarme, pero ha sido inútil. Y no tengo intención de dejarte ir. Ni con esa víbora a la que en otro tiempo llamaste marido ni con nadie.
– Entonces, por favor, trata de entender que sólo he invitado a Jeff por Emily.
– ¿Crees que puedes engañar a la niña?
– No trato de engañarla. Sólo trato de no influir en la opinión que tiene de su padre.
– ¿Dejando que se meta donde no es bien recibido o cubriendo sus errores y omisiones?
– Dejando que Emily forme su propio criterio.
– Entonces deja que lo vea tal como es -dijo él-. ¿Por qué te importa tanto Jeff?
– Es el padre de mi hija.
– ¿Nada más?
– Por favor, Noah, no insistas una y otra vez con lo mismo. No estoy enamorada de él. Ni siquiera sé si alguna vez lo estuve.
El le rodeó los hombros con los brazos y le acarició la mejilla con ternura.
– De acuerdo, Sheila -dijo con un suspiro de resignación-. Trataré de soportar a ese imbécil, pero si se pone desagradable contigo o con Emily, no tendré ningún reparo en sacarlo de esta casa de las orejas. ¿Entendido?
Ella sonrió.
– Entendido.
– Bien. Ve a preparar la cena, y deja a Jeff y a Emily a solas. Yo terminaré con los planos.
– Sólo si me prometes que limpiarás este desastre -replicó ella, señalando la bebida que había caído al suelo-, y que le pondrás otro martini de vodka a Jeff.
– Ni loco. Si tanto le apetece una copa, que se la prepare él solito.
Sheila se echó a reír.
– No eres muy hospitalario, ¿verdad?
– ¿Te molesta?
– No, pero trata de ser amable.
– Si es lo que quieres, haré todo lo posible, pero te aseguro que no entiendo por qué.
– No te vas a morir por ser un poco amable con él -puntualizó.
– Supongo que no, aunque no sé si podré soportar ver cómo se le cae la baba por ti.
– Son imaginaciones tuyas.
Sheila lo abrazó por el cuello y se puso de puntillas para besarlo.
– Te aseguro que lo que estoy imaginando ahora no tiene nada que ver con tu ex marido -declaró Noah, antes de lamerle los labios-. Líbrate de él, y que los niños se vayan a la cama temprano.
Sheila se echó a reír.
– No sé por qué, pero dudo que Sean acceda a irse a dormir a las seis y media de la tarde.
– Aguafiestas.
Lentamente, Noah la soltó. Sheila avanzó hacia la puerta, pero se detuvo para guiñarle un ojo y prometerle que más tarde se quedarían a solas.
El resto de la noche fue incómodo, pero tolerable. Jeff se quedó a cenar, y parecía tenso y desesperado por entrar en confianza con Noah, Sean y Emily. Se le había arrugado el traje, estaba despeinado, y no dejaba de mirar a Sheila en busca de alguna excusa que lo apartara de la intensa mirada de Wilder. Noah fue amable, pero se mantuvo callado y no le quitó los ojos de encima.
Por fin, Jeff encontró un pretexto para irse, rechazó el postre y se marchó de vuelta a Spokane antes de las ocho. Hasta Emily parecía aliviada de haberse librado, al menos de momento, de tener que ir al piso de su padre y Judith.
Por primera vez en más de una semana desapareció el fantasma de la discusión entre Sheila y Noah, e hicieron el amor apasionadamente sin que la sombra de Jeff Coleridge pendiera sobre sus cabezas.
Doce
El final de la estancia de Noah llegó demasiado deprisa para Sheila. La preocupaba que no hubiera sido claro sobre la situación de la bodega. Sabía que quería reconstruir el ala oeste, pero el hecho de que siguiera vacilando le hacía pensar que le estaba ocultando algo, y estaba convencida de que tenía que ver con el incendio.
La mañana del último día que Noah pasó en Cascade Valley, Sheila se armó del valor necesario para plantear el tema del informe de Anthony Simmons sobre el incendio. Durante las dos semanas anteriores, Noah se las había ingeniado para eludir el asunto, pero aquella mañana, Sheila estaba decidida a obtener respuestas claras.
Se liberó lentamente del abrazo de Noah y, cuando se volvió para mirarlo dormir, se le hizo un nudo en la garganta. Parecía tan increíblemente vulnerable que la conmovía en lo más profundo de su ser. Le apetecía acariciarle el pelo y reconfortarlo.
Lo quería con toda su alma. Sabía que la entrega incondicional podía ser peligrosa; el amor sacrificado y no correspondido sólo podía causar dolor. Y el suyo era un amor que provocaba adicción e inspiraba celos. Lo que más quería en el mundo era estar con aquel hombre y formar parte de él. Quería fundir su vida con la de Noah, formar una familia.
Se echó hacia delante y le besó la frente. Sabía que le importaba, lo había oído mil veces decir que la amaba, pero la certeza de que le ocultaba algo le hacía pensar que no confiaba en ella.
Se levantó para ponerse una bata y volvió a sentarse en el borde de la cama para disfrutar de la visión de Noah entre sus sábanas. El se puso boca arriba, entreabrió los ojos para acostumbrarse al sol de la mañana y sonrió al verla.
– Vaya, estás preciosa.
Acto seguido, le pasó un brazo por la cintura para atraerla a su lado y empezó a besarle el cuello.
– Tenemos que hablar, Noah.
– Después.
– Ahora.
– No perdamos el tiempo hablando -dijo el, besándole el escote-. Es la última mañana que paso aquí.
– Precisamente por eso tenemos que hablar.
Sheila se sentó en una silla, se apartó el pelo de la cara y lo miró fijamente. Noah la soltó, se apoyó en un codo y la miró con los ojos encendidos de pasión.
– De acuerdo, Sheila, acabemos con esto de una vez.
– ¿De qué hablas?
– Del interrogatorio.
– ¿Esperas que te interrogue?
– Tendría que ser tonto para no saber que antes de que volviera a Seattle tendríamos una discusión sobre el incendio. Porque de eso se trata, ¿verdad?
– Sólo quiero saber por qué has estado evitando hablar del incendio y de la reconstrucción del ala oeste.
– Porque no había tomado una decisión.
– ¿Y ahora sí?
– Eso creo.
– ¿Bien?
– Cuando vuelva a Seattle transferiré doscientos cincuenta mil dólares de Wilder Investments a un fondo fiduciario con el único propósito de cubrir el coste de la reconstrucción de Cascade Valley.
– ¿Y qué pasa con la compañía de seguros y el informe de Anthony Simmons?
– No te preocupes por eso. Es cosa mía.
Sheila se abstuvo de hacer un millón de preguntas, pero había una que no podía dejar pasar.
– ¿Qué hay del nombre de mi padre? ¿Podrás dejarlo limpio de sospechas?
La sincera preocupación que reflejaban aquellos ojos grises le llegó al alma. Noah había decidido no decirle nada sobre las conclusiones de Simmons, porque no quería causarle más dolor.
– Eso espero -murmuró.
Ella suspiró aliviada.
– Tenemos otro problema que resolver -dijo él.
– ¿Sólo uno?
Noah se echó a reír y pensó en el tiempo que había pasado desde la última vez que se había reído al amanecer. La idea de dejar a Sheila lo desesperaba, y se dio cuenta de que era una tarea imposible.
– Tal vez tengamos dos problemas -consintió, esbozando una sonrisa-. El primero es sencillo. Si el ala oeste no está terminada en el momento de la vendimia, alquilaré un almacén y seguiremos embotellando con la marca de Cascade. Costará mucho dinero, pero será mejor que vender la uva a la competencia.
Ella asintió. No podía dejar de sonreír. La certeza de que la bodega volvería a abrir sus puertas la llenaba de felicidad.
– Lo que nos lleva al segundo problema -añadió Noah.
– Si tienes otra solución tan brillante como la del primer caso, dudo que tengamos un problema.
Noah se frotó la barbilla antes de apartar las sábanas y levantarse de la cama para acercarse a la silla donde estaba Sheila.
– La solución depende exclusivamente de ti -dijo.
– ¿De mí? ¿Por qué?
El la miró a los ojos con intensidad y, con tono serio, declaró:
– Quiero casarme contigo, Sheila. ¿Qué me dices?
A ella se le desdibujó la sonrisa y se le aceleró el corazón.
– ¿Quieres casarte? -preguntó, emocionada.
– Cuanto antes.
Ella titubeó.
– Por supuesto. Es decir, me encantaría… -sacudió la cabeza y añadió-: Esto no va a resultar. Creo que no entiendo qué está pasando.
– ¿Qué es lo que no entiendes? Te amo, Sheila. ¿No has oído lo que te estado diciendo todos estos días?
– Sí, pero… ¿casarnos?
Las imágenes de su boda con Jeff acudieron a su mente. Recordó la esperanza y las promesas de amor, y el precioso vestido que había amarilleado con las mentiras y los sueños rotos. No quería volver a pasar por lo mismo, pero no quería perder a Noah.
– No lo sé -dijo, reflejando su confusión en la mirada.
– ¿Por qué?
Probablemente había varios de motivos, pero a ella no se le ocurría ninguno. Lo único que sabía era que no quería repetir los errores que había cometido con Jeff.
– ¿Has pensando en cómo podría afectar a los niños?
El sabía que era una evasiva y le dio la respuesta perfecta.
– ¿Se te ocurre una perspectiva mejor para Emily y Sean?
– Pero no es un motivo para casarse.
– Por supuesto que no. Considéralo una ventaja adicional.
Noah le estaba acariciando el cuello, pero de repente se detuvo y dio un paso atrás.
– ¿Estás tratando de encontrar una forma amable de decirme que no? -preguntó.
Ella sacudió la cabeza y se le llenaron los ojos de lágrimas de felicidad, que él malinterpretó.
– ¿Y entonces qué es? -insistió-. ¿Estás segura de que no quieres que lo nuestro sea sólo una aventura ocasional?
– No, por supuesto que no.
Noah se cruzó de brazos y la miró fijamente a los ojos.
– Tiene algo que ver con Coleridge? ¡Maldita sea! Sabía que aún lo llevabas en la sangre.
– No digas tonterías. Lo que pasa es que estoy abrumada, Noah. No me esperaba nada de esto y no sé qué decir.
– Algo tan sencillo cómo “sí” o “no”.
– Ojalá fuera tan fácil. Me encantaría casarme contigo…
– ¿Pero?
– Pero creo que es demasiado repentino. Sheila no entendía por qué estaba poniendo excusas en vez de limitarse a aceptar el voto de amor de Noah. Mientras lo miraba a los ojos, se dio cuenta de que Noah Wilder no le iba a mentir ni iba a engañarla como había hecho Jeff. Sacudió la cabeza como si estuviera despejando las telarañas de su confusión.
– Lo siento -se disculpó, poniéndole un mano en el pecho-. Es sólo que me has sorprendido. La verdad es que te amo y que no hay nada que desee tanto como pasar el resto de mi vida contigo.
– Gracias a Dios.
Noah la alzó en brazos, devoró su boca con un beso y avanzó hacia cama. Ella cerró los ojos y suspiró mientras sentía que la bata le caía por los hombros y el frío matinal le tocaba la piel.
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