– ¿Y qué te cualifica exactamente para dirigir la bodega? -preguntó-. ¿Un par de veranos en la finca?
– Eso y una licenciatura en administración de empresas -contestó ella, con una sonrisa desafiante.
– Entiendo.
Noah no parecía muy convencido. Frunció el ceño y se levantó para servirse otra copa. Había sido un día largo y difícil, y Sheila Lindstrom lo estaba sacando de quicio. Lo tenía tan embobado que hasta quería ayudarla. Sin preguntarle qué le apetecía, le sirvió una copa de brandy y, después de dejársela en la mesita, volvió a sentarse en su sillón.
– ¿Qué sabes de vinos? -añadió-. No basta con tener un título universitario para poder supervisar la vendimia y la fermentación.
Sheila sabía que la estaba provocando, pero no se dejó amedrentar por la impertinencia de las preguntas y respondió con absoluta tranquilidad.
– De los viñedos de la bodega se ocupa un viticultor -contestó-. Dave Jansen se crió en el valle y es un profesional muy respetado. Sus investigaciones han contribuido a desarrollar una variedad de uva más fuerte, que resiste mejor las bajas temperaturas. Y en cuanto a la fermentación y el embotellado, tenemos en plantilla a un vinicultor que es más que capaz de…
– ¿Cómo explicas que la bodega pierda dinero? Dices que tu padre sabía lo que hacía, pero según el último informe anual, las cosas iban de mal en peor.
– Como he dicho antes, tuvimos una racha de mala suerte.
– ¿”Mala suerte”? Primero fueron las botellas adulteradas en Montana y la costosa retirada del mercado de toda la producción. Después, la cosecha dañada del año pasado por culpa de una nevada temprana. Más tarde, las cenizas y los detritos de la erupción del Saint Helen. Y por último, el incendio que, por lo que tengo entendido, fue provocado. ¿Llamas a eso “mala suerte”?
– ¿Y tú cómo lo llamarías? -lo desafió ella.
– Mala administración.
– ¡Fueron desastres naturales!
– El incendio no.
Sheila se puso tensa. No quería perder la calma, pero era del todo imposible.
– ¿Qué insinúas? -preguntó.
– Que tu padre no era precisamente un empresario modelo. No me refiero sólo al incendio… ¿Para qué pidió un préstamo a Wilder Investments?, ¿para invertirlo en la bodega? Lo dudo mucho.
Ella notó el calor que le subía por la espalda. Se preguntaba cuánto sabía Noah de ella y si tendría que explicarle que su padre le había dado la mayor parte del préstamo.
Noah siguió con su ataque frontal.
– No sé cómo crees que puedes volver rentable el negocio, si ni siquiera tienes experiencia.
Sheila perdió la paciencia y se puso en pie con intención de marcharse.
– Ya comprendo -replicó, sarcástica-. Cascade Valley no cumple los márgenes de beneficio mínimo establecidos por Wilder Investments. ¿Es eso lo que quieres decir?
A él se le oscurecieron los ojos antes de que se le suavizara la mirada. A pesar del mal humor, no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa en los labios.
– Touché, señorita Lindstrom-murmuró.
Sheila se había preparado para una batalla verbal y estaba perpleja por el repentino cambio de actitud de su adversario. Al ver que la sonrisa de Noah ponía fin a la tensión del ambiente, se le aceleró el corazón y tuvo la perturbadora sensación de que el enigmático hombre que la estaba mirando podía leerle la mente. Sentía que quería tocarla, olerle el pelo y hacerla olvidarse del resto de los hombres. No necesitaba que él se lo dijera; podía verlo en la intensidad de su mirada.
Aquello le provocó sensaciones contradictorias: la necesidad imperiosa de irse y el impulso de quedarse. No entendía qué le pasaba ni por qué los problemas de Cascade Valley le parecían tan remotos y vagos. Comprendió que tenía que irse antes de dejarse tentar por aquellos ojos azules. Noah Wilder era demasiado poderoso y tenía una mirada peligrosamente seductora.
Sheila tomó el bolso y trató de aplacar las emociones que la sacudían y que no se atrevía a mencionar.
– ¿Po-podríamos reunirnos la semana que viene? -balbuceó.
Noah la miró con perplejidad.
– ¿Y ahora qué te pasa?
– Me tengo que ir. Me espera mi hija.
Sheila empezó a volverse hacia la puerta para escapar de la seducción de la mirada de Noah.
– ¿Tienes una hija? -preguntó él, poniéndose en pie-. Pero creía que…
– ¿Que no estaba casada? No lo estoy. Me divorcié hace cuatro años.
El divorcio seguía siendo un asunto doloroso para Sheila. Aunque ya no quería a Jeff, le molestaba hablar del fracaso de su matrimonio.
– No era mi intención cotillear -se disculpó él.
La sinceridad de Noah la conmovió.
– Lo sé -dijo-. No pasa nada.
– Lo siento si he tocado un tema delicado.
– No te preocupes. Fue hace mucho tiempo.
El ruido de un coche que se acercaba interrumpió sus palabras. Sheila agradeció la súbita distracción; Noah se estaba acercando demasiado. El motor siguió rugiendo durante unos segundos y se perdió en la distancia.
Noah se puso alerta de inmediato.
– Discúlpame -murmuró mientras salía de la habitación.
Sheila esperó un momento antes de imitarlo. Tenía que salir de la casa y alejarse de Noah Wilder. Avanzaba por el pasillo cuando oyó que se abría la puerta de entrada.
– ¿Dónde diablos estabas? -pregunta Noah.
La preocupación que había en su voz retumbó en toda la casa. Sheila retrocedió sobre sus pasos y se maldijo por no haberse ido antes. Lo último que quería era verse envuelta en una discusión familiar.
La voz de Noah volvió a resonar.
– ¡No quiero oír tus excusas lastimeras! Sube y trata de dormir la mona. Hablaremos por la mañana, pero no puedes seguir con este comportamiento. ¡Que sea la última vez que vuelves borracho a casa, Sean!
Sheila suspiró aliviada al descubrir que quien había llegado era el hijo de Noah. Por algún motivo, la reconfortaba saber que no se trataba de su mujer. Volvió a la biblioteca sin poder quitarse de la cabeza lo que había oído. No entendía bien qué pasaba, pero sabía que no le convenía saber nada más de Noah Wilder y su familia; era peligroso.
Empezó a dar vueltas por la sala. Noah estaba a punto de volver y eso la ponía nerviosa. No quería verlo de nuevo, y menos en aquella habitación; era demasiado acogedora y parecía el escenario perfecto para una escena romántica. Necesitaba verlo en otro momento y en un lugar seguro.
Corrió hasta una puerta acristalada que daba al exterior, giró el picaporte y se escabulló en la oscuridad. Se sentía culpable por marcharse sin despedirse pero no se le ocurría ninguna excusa que explicara su partida intempestiva era mas fácil salir sin que la vieran. No se podía permitir el lujo de mezclarse en los problemas personales que Noah pudiera tener, ya que, al fin y al cabo, ella era únicamente una socia de Wilder Investments. Se estremeció al sentir el aire frío del exterior y tuvo que escudriñar en la oscuridad. La lluvia le mojaba la cara mientras trataba de orientarse en la noche sin luna.
– ¿Qué se hace ahora? -farfulló.
Maldijo al descubrir que no había salido por una puerta trasera, como creía, sino que estaba en una enorme terraza con vista al lago Washington. Se apoyo en la barandilla y se asomo solo para ver que no había manera de bajar por el acantilado. No tenía escapatoria.
– ¡Sheila¡ -gritó Noah- ¿Qué haces?
Se sobresalto tanto al oírlo que se resbaló y tuvo que aferrarse a la barandilla para no caer.
Noah corrió a tomarla por los hombros y la apartó del borde de la terraza. Ella se quedó paralizada de vergüenza. Imaginaba que debía de haber quedado como una imbécil que trataba de huir por el acantilado. Al parecer, la elegancia y el sentido común la habían abandonado al conocer a Noah.
– Te he hecho una pregunta -insistió él, zarandeándola-. ¿Qué hacías aquí?
Además de furioso, Noah parecía atemorizado.
– Trataba de irme -contestó ella.
– ¿Por qué?
– No quería oír la discusión que tenías con tu hijo.
Noah dejó de agarrarla con fuerza, pero no la soltó.
– Tendrías que haber estado sorda para no oír mis gritos -dijo-. Me alegro de que no estuvieras pensando en saltar desde la terraza.
– ¿Qué dices? Tendría que estar loca. La caída debe de ser de más de quince metros.
– Por lo menos.
– ¿Creías que iba a saltar? -preguntó ella con incredulidad.
– No sabía qué pensar. No te conozco, y no termino de entender ni por qué has salido a la terraza ni por qué estabas asomada a barandilla.
– No es tan complicado. Me quería ir y estaba buscando una salida en la parte de atrás de la casa.
– ¿Y por qué tenías tanta prisa?
Noah la miró atentamente. Aunque la oscuridad dificultaba la visión, estaba seguro de que se había sonrojado.
– No me siento cómoda en esta casa -reconoció ella.
– ¿Por qué?
De haber podido ser sincera, Sheila le habría dicho que la ponía incómoda, porque no era en absoluto como había esperado y se sentía atraída por él. Pero no podía confesarle la verdad.
– Porque he invadido tu intimidad-dijo-. Te pido disculpas. No tendría que haber venido a tu casa sin invitación.
– Pero no sabías que era mi casa.
– Eso es lo de menos. Creo que será mejor que me vaya. Podemos vernos en otro momento. En tu despacho o, si lo prefieres, en la bodega.
– No sé cuándo tendré tiempo.
– Estoy segura de que encontrarás un rato para mí.
– ¿Y por qué no ahora?
– Ya te he dicho que no quiero interferir en tu vida privada.
– Creo que ya es demasiado tarde para eso.
Sheila tragó saliva, pero seguía con la boca seca. La intensidad de la mirada de Noah la hacía sentirse extrañamente vulnerable y desvalida. Aun así, no sólo no se apartó, sino que le sostuvo la mirada y se obligó a no temblar. Sabía que la iba a besar y abrió la boca involuntariamente. Noah bajó la cabeza y le acarició el cuello mientras la devoraba con un beso que sabía a promesas y peligro.
Sheila no fue consciente de lo que le estaba ofreciendo hasta que lo abrazó por la cintura. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había deseado a un hombre. No había dejado que nadie se le acerara desde el divorcio. Sin embargo, en aquel momento, bajo la lluvia de verano y besando a un hombre del que no se podía fiar, se sentía más entregada y apasionada que nunca.
Noah la tomó de la cintura para apretarla contra sí y besarla con devoción. Sheila sintió que sus sentidos empezaban a despertar y como volvían a la vida las sensaciones que creía muertas.
Cuando él se apartó para mirarla, la realidad la sacudió como un rayo. Al ver la pasión en los ojos azules de Noah supo que en sus ojos también ardía un deseo que no tenía límites.
– Perdóname -se disculpó, tratando de retroceder.
– ¿Por qué?
– Por todo. No pretendía que las cosas se nos fueran tanto de las manos.
El ladeó la cabeza con expresión descreída.
– Te gusta abandonarme, ¿verdad? -dijo.
– Me refiero a que no planeaba tener nada contigo.
– Lo sé.
– ¿En serio?
– Por supuesto. Ninguno de los dos esperaba esto, pero no podemos negar que nos sentimos muy atraídos el uno por el otro.
Noah le pasó un dedo por los labios, como si la desafiara a que lo contradijese. A ella le flaquearon las piernas cuando lo vio bajar la cabeza para volver a besarla. Estaba loca por él, pero reprimió el deseo y apartó la cara. Le temblaban los labios y no pudo evitar que sus ojos reflejaran el miedo que sentía.
– ¿Ocurre algo? -preguntó él.
– ¿Bromeas? Ocurre de todo. Vine a Seattle con la esperanza de que me ayudaras con la bodega; como no podía hablar contigo, he venido aquí buscando a tu padre. Te he oído discutir con tu hijo y, por si fuera poco, he acabado entre tus brazos.
– De acuerdo, tenemos algunos problemillas.
– ¿”Algunos”?
– Lo que trato de decir es que a veces es mejor distanciarse de los problemas. Da una mejor perspectiva de las cosas.
– ¿Estás seguro?
– De lo que estoy seguro es de que te encuentro increíblemente atractiva.
– Sabes que esto no va a funcionar.
– No pienses en el futuro.
– Alguien tiene que hacerlo -declaró, antes de apartarse de él-. Quería hablar con tu padre porque tú te negabas a recibirme.
– Menudo error por mi parte.
Sheila hizo caso omiso de la insinuaciones.
Ese es el único motivo por el que estoy aquí -afirmó-. No pretendía oírte discutir con tu hijo ni esperaba que estuviéramos tan cerca. Espero que lo entiendas.
– Lo entiendo perfectamente.
La sonrisa seductora de Noah la cautivó por completo. Era poderoso, pero amable; atrevido, pero no descarado; fuerte, pero no inflexible. La clase de hombre que ella no creía que existiera. No obstante, a pesar de la atracción irrefrenable que sentía por él, no estaba segura de sus sentimientos.
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