– Sé cuáles son.
– ¿De verdad?
Noah la miró a los ojos intensamente, tratando de ver más de lo que se habría atrevido a ver ningún hombre.
– Tengo mis dudas -añadió, antes de besarle la frente.
Sheila suspiró y cerró los ojos. La razón le decía que no tenía que rendirse a sus pasiones, pero la deliciosa sensación de los labios de Noah en la piel, la misteriosa intensidad de aquellos ojos azules y la certeza de que el deseo que creía muerto y enterrado tras su fracaso matrimonial había renacido de las cenizas la impulsaban a entregarse al placer del momento.
El la tomó de la barbilla para besarla. Ella se estremeció y abrió la boca para invitarlo a jugar con su lengua, sus labios y sus dientes. Esa reacción avivó aún más el deseo de Noah.
Sheila no oía nada al margen de los latidos de su corazón; no pensaba en nada más que en el calor y la pasión que la dominaban. Sin pensarlo, se estiró y le rodeó el cuello con los brazos. El gimió complacido y se apartó un poco para mirarla. La expresión de sus ojos estaba llena de preguntas que ella no podía contestar. No sabía cuánto podía dar, ni qué quería Noah.
– Sheila, Sheila… -murmuró él.
Aunque lo deseaba con locura, se quedó callada y dejó que le besara el cuello, sintiendo que le besaba el alma. Lo tomó del pelo y se echó hacia delante para ofrecerle más piel. Para ofrecerle más de sí misma.
Noah empezó a desabotonarle la camisa y bajó la cabeza para besarle el pecho. Ella dejó escapar un gemido y se estremeció por adelantado. El no la decepcionó: siguió abriendo los botones y le pasó la lengua por el borde del sujetador. Sheila empezó a respirar entrecortadamente; sentía que en la habitación no había suficiente aire para evitar que un remolino de pasión la arrastrara junto a aquel hombre al que apenas había visto, pero al que tenía la impresión de conocer desde siempre. Estaba embelesada con sus caricias. Se moría de ganas de pedirle que le hiciera el amor, pero no podía pronunciar palabra.
Noah le deslizó la camisa por los hombros, dejándole el pecho y los brazos desnudos.
– Déjame hacerte el amor -susurró.
Sheila lo miró con los ojos ardientes de pasión, pero seguía sin poder articular palabra.
El la levantó de la silla y la tumbó con cuidado en el suelo. Ella notó la caricia de la alfombra persa en la espalda y supo que, si quería echarse atrás, tendría que hacerlo pronto, antes de que el deseo le arrebatara el sentido definitivamente.
Noah le acarició los senos por encima del encaje del sujetador.
– Eres preciosa.
Ella se estremeció complacida. Cuando él le bajó los tirantes para liberarla de la prenda y empezó a besarle los pezones, creyó que se iba a derretir sobre la alfombra.
– Deja que te haga el amor -insistió Noah-. Déjame hacerte mía.
Sheila arqueó la espalda para apretarse contra él. Para bien o para mal, lo deseaba tan desesperadamente como él a ella.
– Ven a la cama conmigo -suplicó él.
Ella respondió con un gemido. Noah levantó la cabeza para mirarla a los ojos.
– Dime que me deseas, Sheila.
Frunció el ceño, frustrada y confundida Lo deseaba con toda su alma, pero no entendía qué le estaba pidiendo. Le parecía increíble que no pudiera sentir la intensidad de su deseo.
– ¡Dímelo! -reclamó Noah.
Necesitaba saber si lo que veía en los ojos grises de Sheila era una sombra de duda o de desconfianza.
– ¿Qué quieres de mí? -preguntó ella.
– Quiero saber que sientes lo mismo que yo.
– No te entiendo.
El le sujetó los brazos y la inmovilizó contra la alfombra. Mientras la miraba detenidamente, entrecerró los ojos con desconfianza. Jamás había sido tan impulsivo con una mujer. Se preguntaba por qué estaba tan embelesado con Sheila y por qué lo hacía sentirse más vivo de lo que se había sentido en años. No sabía si era por la elegancia de sus facciones, por el brillo de sus ojos o por el perfume de su pelo, pero lo cierto era que estaba fascinado por aquella belleza sensual y, a la vez, ingenua. Durante los dieciséis últimos años había evitado cualquier relación que pudiera recrear la escena que había convertido su vida en un caos.
Había tenido mucho cuidado de no cometer la insensatez de volver a enamorarse. Sin embargo, en aquel momento, mientras contemplaba los enormes ojos grises de Sheila, sentía que estaba hundiéndose en el mismo abismo en el que había caído mucho tiempo antes. Desde el incidente de Marilyn no había vuelto a permitirse el lujo de dejarse cautivar por una mujer. Pero esa noche era diferente. Estaba empezando a querer a Sheila, aunque apenas la conocía y no podía entender qué la motivaba. Se preguntaba cuánto podía confiar en la encantadora criatura que tenía entre los brazos.
– Te deseo -dijo, soltándola.
– Lo sé.
Sheila se cubrió el pecho desnudo con los brazos, como si tratara de protegerse de la verdad, y añadió:
– Yo también te deseo.
– Eso no es suficiente. Tiene que haber más.
Ella sacudió la cabeza, confundida. Por mucho que lo intentara, no podía entender a Noah. Parecía que la estaba rechazando, y no comprendía por qué.
El notó el temor y el dolor en los ojos de Sheila y lamentó formar parte de aquel pesar. Quería consolarla y explicarle a qué se debían sus reservas, pero habría sido absurdo. No podía esperar que entendiera que una vez había querido a una mujer y que ésta no había tenido reparos en venderse al mejor postor. No creía que pudiera comprender lo que le había hecho Marilyn cuando había puesto precio a Sean. No le parecía justo cargarla con la culpa y el sufrimiento que había padecido por querer a su hijo. Aunque quería confiar en ella, no podía hablarle de una parte de su vida que prefería olvidar, y optó por una darle una explicación más sencilla y menos escabrosa.
– Me da la impresión de que crees que estoy apresurando las cosas -dijo.
Ella se sonrojó y sonrió con añoranza.
– No es culpa tuya. Si hubiera querido, podría haberte frenado.
– No te culpes.
Sheila sentía la batalla interior que estaba librando Noah y se resistió a la marca de pasión que la empujaba hacia él. Tomó la blusa con la intención de vestirse y salir de aquella casa antes de que algo avivara otra vez el deseo.
Al darse cuenta de que se estaba preparando para irse, Noah la tomó de la muñeca, obligándola a soltar la prenda.
– ¡Espera!
Ella sintió que empezaba a perder el control, y se le llenaron los ojos de lágrimas. Había sido un día largo e infructuoso, y estaba cansada. No había conseguido nada de lo que había ido a buscar y ya no estaba segura de ser capaz de trabajar con Ben Wilder y su hijo. A pesar de la intimidad que había compartido con Noah, sabía que tenían diferencias insalvables.
– ¿Qué quieres de mí, Noah? -Preguntó, sin rodeos-. Te has pasado toda la noche enviándome mensajes contradictorios. Primero me deseas, después no… Deja que me vaya a casa, por favor.
– Te equivocas.
– Lo dudo.
Sheila tiró del brazo para que le soltara la muñeca, se apartó y se apresuró a ponerse la blusa. Quería salir de la casa cuanto antes. Quería alejarse del magnetismo de los ojos azules de Noah, del hechizo de su sonrisa de medio lado y de la cálida persuasión de sus manos.
Él se puso en pie, se apoyó en la chimenea, descansó la frente en la palma de la mano y trató de pensar racionalmente. Lo que había pasado no era propio de él. No entendía qué había hecho, cómo podía haber tratado de seducir a una mujer a la que apenas conocía. Tampoco entendía por qué Sheila había sido tan sensible a sus caricias; el instinto le decía que no era una mujer que se dejara seducir fácilmente. Sin embargo, allí estaba, rendida a la dictadura del deseo.
– No te vayas -dijo, al tiempo que se volvía a mirarla.
Ella se había vestido y se estaba poniendo la gabardina.
– Creo que sería lo mejor.
– Quiero que te quedes a pasar la noche conmigo -insistió él.
– No puedo.
– ¿Por qué no?
– No te conozco lo suficiente.
– Pero si no te quedas, ¿cómo llegarás a conocerme mejor?
– Necesito tiempo.
Sheila notó que empezaba a flaquear. Tenía que salir de allí y alejarse de él antes de que fuera demasiado tarde.
Noah se acercó a ella.
– Somos adultos. No sería la primera vez para ninguno de los dos.
– Eso no cambia las cosas. Sabes tan bien como yo que me encantaría pasar la noche contigo, pero no puedo. No puedo meterme en la cama de todo el que me parezca atractivo. No puede ser…
Sheila se interrumpió para respirar a fondo, lo miró con los ojos llenos de lágrimas y añadió:
– Lo que trato de decir es que no suelo tener aventuras.
– Lo sé.
– No lo entiendes. No he tenido relaciones sexuales con nadie más que con Jeff.
– ¿Tu ex marido?
– Sí.
– No importa.
– Por supuesto que sí. ¿No lo entiendes? Acabamos de conocernos, y he estado a punto de acostarme contigo. Ni siquiera te conozco.
El arqueó las cejas y la miró, divertido.
– Creo que me conoces más de lo que estás dispuesta a reconocer.
– Ojalá fuera así.
– ¿Y cuál es el problema?
Ella sonrió.
– Supongo que tengo miedo.
– ¿Te preocupa que no esté a la altura de tus expectativas?
– En parte.
– ¿Y qué más?
– No estar a la altura de las tuyas.
Cinco
Noah se acercó hasta quedar a unos pocos centímetros de ella y empezó a desabotonarle la gabardina.
– Dudo mucho que puedas decepcionarme -susurró.
Ella contuvo la respiración mientras lo veía desanudarle el cinturón y mirarla con toda la intensidad de sus ojos azules. Noah introdujo las manos bajo el abrigo y le acarició los senos.
Sheila gimió y supo que lo deseaba más de lo que había deseado a ningún otro hombre. Se dijo que Noah era distinto de Jeff, que ella le importaba de verdad y no le haría daño. Se echo hacia delante, levantó la cabeza y entreabrió la boca en una clara invitación; quería más de aquel hombre misterioso.
Noah la rodeó con los brazos, la apretó contra sí y la besó apasionadamente antes de volver a tumbarla en el suelo. Ella le desabotonó la camisa y le acarició los músculos del pecho. Le besó los párpados mientras él le quitaba la ropa y la hacía estremecerse con el contacto de sus manos calientes sobre la piel desnuda.
Era muy placentero tocarlo. Le recorrió la espalda con la yema de los dedos, pero al llegar al cinturón, vaciló. No sabía cuánto esperaba de ella.
– Desvísteme -suplicó él, con los ojos cerrados y la respiración entrecortada-. Por favor, Sheila, desnúdame.
Ella no se pudo resistir. Le desabrochó el cinturón para bajarle los pantalones hasta la cadera y se detuvo al toparse con los calzoncillos.
– Quítamelos -dijo él.
Noah le tomó la mano y se la llevó al elástico. Notó que vacilaba, abrió los ojos y leyó la incertidumbre en la mirada de Sheila. Sonrió con picardía y empezó a acariciarle los senos, notando cómo se le endurecían los pezones con cada roce.
– Eres exquisita -murmuró mientras bajaba la cabeza para lamerle un pezón.
Sheila gimió complacida. Se sentía en medio de una espiral de deseo que amenazaba con convertir su sangre en fuego líquido. Cuando Noah le deslizó la lengua desde el esternón hasta el ombligo, levantó las caderas y se apretó contra él, implorando más. -Por favor -gimió.
Noah trataba de controlarse, pero estaba perdiendo la batalla contra su pasión. Lo último que quería era comportarse como un adolescente excitado. Aunque no podía explicar por qué, Sheila le importaba y quería complacerla; sin embargo, no podía resistir mucho más.
Se quitó los calzoncillos, se tumbó en el suelo y la abrazó por detrás.
– Quiero hacerte el amor -le susurró al oído, mientras le acariciaba los senos-Quiero hacerte el amor y no parar nunca.
Ella suspiró. Sentía el aliento cálido en la nuca y el olor del brandy mezclado con el de la leña que ardía en la chimenea. Movió las caderas y se situó entre las piernas de Noah. Una mano fuerte y masculina le apretó el abdomen para forzarla a unirse más íntimamente a él. Podía sentir cada centímetro de Noah; sus cuerpos parecían amoldarse a la perfección, y quería más.
El le acarició los senos, le pasó la mano por el costado y se la introdujo entre los muslos, mientras le besaba la espalda. Sin pensarlo, Sheila separó las piernas y se estremeció de placer cuando al final la hizo tumbarse en la alfombra y se situó encima de ella.
Noah la miró con el ceño fruncido, como si estuviera luchando contra su propia agitación interior.
– ¿Estás segura de que esto es lo que quieres? -preguntó, entre jadeos.
Dominada por la pasión, Sheila lo rodeó con los brazos y lo atrajo hacia sí.
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