El inspector asintió.
– De modo que Jemmie Carter no corre un peligro inmediato, y montar un dispositivo de guardia para vigilarlo podría volverse contra nosotros. Sin embargo, si nuestras vías de investigación más directas fracasan, quizá debamos recurrir a él y a otros en su situación para encontrar una pista.
Recordando a Jemmie, viéndolo en su mente, Barnaby asintió a su pesar.
– Así es; montar guardia demasiado tiempo podría poner a los niños raptados en una situación más peligrosa. -Mirando a Stokes a los ojos, preguntó: -Si esta mañana has ido a un puesto de policía del East End «por otros asuntos», ¿debo colegir que has encontrado otra pista?
Stokes vaciló. Para Barnaby estaba claro que tanteaba cómo proceder ante Penelope; no sabía hasta qué punto debía hablar delante de ella. Penelope se le adelantó.
– Tenga la seguridad, inspector, de que nada de lo que diga me va a impresionar. He venido para ayudar en lo que esté en mi mano y estoy decidida a ver rescatados a nuestros cuatro niños y a los villanos desenmascarados.
Stokes enarcó una pizca las cejas pero inclinó la cabeza.
– Una postura digna de encomio, señorita Ashford.
Barnaby disimuló una sonrisa, estaba claro que su amigo había refinado su tacto.
– Muy bien. -Stokes apoyó los brazos sobre el escritorio y juntó las manos. Miró a Penelope y Barnaby. -Como dije ayer, tenía un contacto que esperaba pudiera ayudarme a establecer mejoría identidad y el paradero de maestros de ladrones que pudieran estar en activo actualmente en el East End. A través de mi contacto, me presentaron a un hombre que ha vivido toda su vida en la zona. Me dio ocho nombres, junto con algunas direcciones, aunque por la naturaleza de sus negocios estos delincuentes se trasladan sin parar, por lo que dudo que las direcciones vayan a sernos de utilidad.
Stokes sacó una hoja de un montón que tenía junto al secante.
– Esta mañana visité el puesto de Aldgate. La policía local verificó mi lista y añadió un nombre más. -Miró a Barnaby. -De modo que tenemos a nueve individuos que investigar. -Pasó la mirada a Penelope. -Pero de momento no hay ninguna garantía de que estos hombres estén implicados en el caso que nos ocupa.
Siguiendo la mirada de Stokes, Barnaby vio que Penelope asentía con expresión satisfecha.
– Ha hecho grandes progresos, inspector; ha ido más deprisa de lo que me habría atrevido a esperar. Entiendo que por el momento no hay nada seguro, pero ahora tenemos un sitio por dónde empezar, una vía para averiguar más sobre escuelas de ladrones en activo. Su contacto sin duda ha hecho avanzar nuestra causa, ¿puedo preguntarle el nombre? Me gustaría enviarle una nota del orfanato expresando nuestra gratitud. Nunca está de más alentar a las personas que te ayudan.
Barnaby hizo una mueca para sus adentros. Se irguió en el asiento, dispuesto a explicarle a Penelope que revelar contactos era algo que un investigador nunca hacía, cuando vio algo que le dejó sin habla.
Las enjutas mejillas de Stokes se estaban sonrojando.
Atento al fenómeno, fijándose en que Penelope ladeaba la cabeza por la misma razón, Barnaby volvió a apoyarse contra el respaldo y dejó a Stokes a su merced.
Enarcando las cejas, Penelope insistió:
– ¿Inspector?
Stokes lanzó una mirada a Barnaby, tan sólo para ver que no recibiría ayuda de su parte. Ahora estaba tan intrigado como Penelope. Apretando los labios, el inspector carraspeó y miró de hito en hito a Penelope.
– La señorita Martin, una sombrerera de St. John's Wood High Street, es originaria del East End. La conocí mientras investigaba otro crimen del que ella fue testigo. Cuando le presenté nuestro caso, me propuso presentarme a su padre; ha vivido en la zona toda su vida y ahora que está postrado en cama pasa la mayor parte de los días escuchando y hablando sobre lo que sucede en el barrio.
– ¿Él le dio los nombres? -preguntó Penelope.
Stokes asintió.
– No obstante, como he dicho, no hay garantías de que esa lista nos conduzca a los cuatro niños.
– Pero esos individuos, aunque no tengan ninguna relación con el caso, seguro que estarán al corriente de si hay alguien en activo en su negocio. Cabe que puedan ayudarnos a localizar a nuestro villano y así rescatar a los niños.
Stokes negó con la cabeza.
– No, no será tan fácil. Piénselo.
Barnaby se dio cuenta de que su amigo estaba perdiendo deprisa su renuencia a dialogar con Penelope; igual que Barnaby, estaba comenzando a tratarla como a una investigadora de su equipo.
– Si entramos en el East End -prosiguió Stokes- y preguntamos abiertamente si alguno de estos hombres actualmente tiene montada una escuela de ladrones, nadie lo admitirá. En cambio, al cuanto nos marchemos, cualquiera a quien hayamos interrogado mandará aviso a esos hombres de que andamos preguntando por ellos. Así es como funciona el East End. Es una zona con reglas propias que no alientan las intromisiones desde el exterior, menos aún de la pasma, que es como nos llaman. El resultado final de investigar abiertamente será que los delincuentes, sean los de nuestra lista u otros, cierren el negocio y se muden, llevándose a los niños consigo y poniendo aún más cuidado en no dejar rastro. -Echándose hacia atrás en la silla, Stokes negó con la cabeza. -Nunca los atraparemos si vamos por ahí haciendo preguntas.
Frunciendo el ceño, Penelope respondió:
– Entiendo. -Hizo una pausa breve entes de proseguir-En eso deduzco que se propone entrar en el barrio disfrazado, localizar a esos hombres y observar sus actividades a distancia, para así establecer si actualmente dirigen una escuela de ladrones y si nuestros niños están con ellos.
Stokes pestañeó y miró a Barnaby en busca de orientación. Como no estaba seguro de la dirección que seguía Penelope, Barnaby no pudo darle ninguna.
Cuando Stokes miró a la joven otra vez, ésta retuvo su mirada.
– ¿La señorita Martin le está ayudando en esa empresa?
El no pudo evitar abrir un poco los ojos; vaciló unos instantes y luego, a regañadientes, lo admitió.
– La señorita Martin ha convenido en ayudarnos a proseguir las pesquisas en la dirección que usted acaba de apuntar.
– ¡Estupendo! -exclamó Penelope radiante.
Al ver su sonrisa, el inspector no fue el único que se incomodó de repente. A la vista de su deleite, Barnaby notó que su intuición se ponía en alerta.
– Bien. -Penelope miró a Stokes, luego a Barnaby y de nuevo al inspector. -¿Cuándo vamos a reunimos con la señorita Martin pura trazar nuestro plan?
Petrificado, Barnaby no reaccionó con celeridad suficiente para Impedir que Stokes contestara.
– Tengo previsto reunirme con ella mañana por la tarde. -El inspector contemplaba a Penelope con una incredulidad mayor que la de Barnaby. -Pero…
– Usted no va a ir -terció Barnaby sin rodeos y con inquebrantable convicción.
Volviendo la cabeza, Penelope parpadeó.
– Claro que voy a ir. Tenemos que preparar cada detalle de los disfraces y decidir cómo es mejor trabajar para descubrir lo que necesitamos averiguar.
Stokes respiró hondo.
– Señorita Ashford, no puede aventurarse en el East End.
Ella volvió su mirada cada vez más oscura, hacia Stokes.
– Si una sombrerera de St. John's Wood puede transformarse en una mujer que pase desapercibida en el East End, seguro que sabrá disfrazarme igual de bien.
Barnaby se quedó literalmente sin palabras. Le constaba que Penelope se mofaría si la describía como una belleza, pero era el tipo de dama que, sin proponérselo, hacía volver la cabeza a los hombres. Y ése era un rasgo imposible de disfrazar. Penelope lo miró con dureza y dijo:
– Si el señor Adair, que estoy segura querrá sumarse a la cacería aunque igualmente deberá disfrazarse para ello, y yo nos sumamos a usted y la señorita Martin para hacer indagaciones, esas indagaciones darán resultado más pronto.
– Señorita Ashford. -Juntando las manos sobre el escritorio, Stokes hizo un valeroso esfuerzo para replegarse en una postura formal y autoritaria. -Sería desaprensivo por mi parte permitir que una dama como usted…
– Inspector -la voz de Penelope adquirió una meticulosa dicción que no admitía interrupciones, -se habrá dado cuenta de que el señor Adair está guardando silencio. Eso se debe a que sabe que discutir esta cuestión es inútil. No necesito su permiso ni el de él para investigar este asunto. Estoy decidida a ver a nuestros cuatro niños rescatados y a los villanos enjuiciados. Además, como administradora del orfanato, estoy moralmente obligada a hacer cuanto pueda en ese sentido. -Hizo una pausa y agregó: -Y estoy convencida de que si pido ayuda a la señorita Martin, me la prestará sin tener en cuenta lo que ustedes puedan pensar.
Barnaby entrevió su salvación, una salida para él y para Stokes. Atrajo la atención de su amigo.
– En vista de la obstinación de la señorita Ashford, tal vez deberíamos posponer la cuestión hasta reunimos con la señorita Martín.
De ese modo, sería ésta quien echaría el jarro de agua fría de la realidad sobre el entusiasmo de Penelope. Apenas dudaba que una sombrerera sensata y acostumbrada a lidiar con testarudas damas de alcurnia, sabría convencer a Penelope de que debía confiar la investigación a terceros. La señorita Martin seguro que sería más capaz de disuadir a Penelope que él mismo o Stokes.
Habiendo llegado a la misma conclusión, Stokes asintió lentamente.
– Me parece una sugerencia razonable.
– Bien. Asunto resuelto. -Penelope miró a Stokes. -¿A qué hora y dónde quedamos mañana?
Acordaron encontrarse frente a la tienda de la señorita Martin de St. John's Wood High Street a las dos de la tarde.
– Estupendo.
Penelope se levantó y estrechó la mano de Stokes. Al volverse hacia la puerta, vio que Barnaby la miraba.
– ¿Usted se queda o también se marcha, señor Adair?
– La acompaño a casa. -Barnaby aguardó a que se dirigiera hacia la puerta antes de cruzar una mirada de resignación con Stokes. -Nos vemos mañana.
Su amigo asintió.
– En efecto.
Barnaby se volvió y vio la espalda de Penelope, pero no le importó ir detrás de ella; la vista desde esa posición era compensación si luciente.
– ¿Grimsby? ¿Estás ahí, viejo?
Smythe iba encorvado para no darse contra las vigas de la planta baja de la casa de Grimsby. Se decía que Grimsby era dueño de todo el edificio, un destartalado inmueble de tres pisos en Weavers Street.
Tras oír la respuesta quejumbrosa procedente del primer piso, Smythe aguardó junto al polvoriento mostrador. A su alrededor toda clase de mercancías viejas obstruían el suelo, amontonadas aquí y allí sin ningún orden aparente. Grimsby sostenía que vendía bibelots pero Smythe tenía constancia de que la mayoría de los objetos con que se comerciaba en la tienda eran robados. En ocasiones, él mismo había birlado alguno.
Unos trabajosos pasos en la escalera del fondo de la tienda inundaron el descenso del propietario al local de la planta baja. El piso de arriba era donde los niños que Grimsby tutelaba aprendían las lecciones. Y la buhardilla superior, oculta salvo si sabías dónde mirar, era donde los niños dormían.
Smythe se irguió en cuanto Grimsby apareció entre la polvorienta penumbra. Se estaba haciendo mayor y lucía una panza considerable, pero en los ojos redondos como cuentas que estudiaban a Smythe brillaba una chispa de inteligencia.
– Smythe, ¿qué andas buscando?
– Traigo un mensaje de nuestro amigo común.
La expresión de Grimsby, de astuta y maliciosa avaricia, no se alteró.
– ¿Qué quiere?
– La seguridad de que suministrarás las herramientas para su asunto según lo acordado.
Las facciones de Grimsby se relajaron. Encogió los hombros.
– Puedes decirle que no hemos tenido dificultades. Smythe entornó los ojos. -Pensaba que te faltaban dos niños.
– Sí, es verdad. Pero a no ser que haya cambio de planes, aún tenemos tiempo de sobra para pillar a dos más y entrenarlos.
Smythe titubeó y volvió la vista hacia la entrada de la tienda para comprobar que no había nadie merodeando. Bajó la voz.
– ¿Sigues recogiendo huérfanos?
– Sí, es nuestra mejor fuente. Antes los teníamos que coger de las calles, y siempre había el riesgo de levantar un revuelo. En cambio, nadie se inquieta porque nos llevemos a los huérfanos del barrio.
– ¿Y qué perspectivas tienes para estos dos últimos? ¿Cuándo los tendrás?
Grimsby vaciló un momento y luego, entornando los ojos, dijo:
– Yo no te digo cómo llevar tus asuntos, ¿verdad?
Smythe se irguió.
– No me vengas con ésas, Grimsby. Soy yo quien tiene que tratar con Alert. Y lo que se trae entre manos es grande.
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