Grimsby se arropó con el abrigo de lana; en la habitación había corriente de aire aunque ni los niños, con sus delgadas ropas mugrientas, ni Wally parecían darse cuenta de ello.

– De todas formas -prosiguió, -vamos a dar inicio a las clases hoy mismo. El último chico tendrá que ponerse al día. Bien, ya os he dicho, a todos y cada uno de vosotros, lo afortunados que sois por tener una plaza aquí. Las autoridades os han puesto a nuestro cargo para que nos ocupemos de enseñaros un oficio.

Sonrió aún con más viveza, mirando a los rostros precavidos. Ninguno de los niños seleccionados era estúpido; los estúpidos nunca duraban más de una salida, lo cual los convertía en una mala inversión.

– Así que voy a deciros lo que vais a hacer. Trabajaréis, comeréis y dormiréis aquí. No saldréis a no ser que vayáis con Wally o, más adelante, una vez que dominéis los rudimentos y estéis preparados para entrenar sobre el terreno, con mi socio el señor Smythe. Pero antes, las lecciones que aprenderéis aquí os enseñarán cómo se entra en una casa, cómo moverse a oscuras por las mansiones de los ricos sin hacer ningún ruido, cómo descorrer cerrojos y forzar cerraduras con ganzúas, cómo gatear a través de lugares angostos y también a estar vigilantes. Aprenderéis a escalar paredes, a tratar a los perros. Aprenderéis cuanto es preciso saber para convertirse en aprendiz de ladrón.

Pasó revista a la fila de rostros atentos sin perder la afable sonrisa.

– Bien, esta escuela no está abierta siempre, sólo cuando hay puestos de trabajo para nuestros niños. No es necesario que insista en la suerte que tenéis de haber sido elegidos para formaros en un campo que os proporcionará empleo de manera inmediata. Todos sois huérfanos; tan sólo pensad en los demás huérfanos que hay en la calle luchando por un mendrugo y durmiendo en el arroyo. ¡Habéis tenido mucha suerte!

Dejó de sonreír, se encorvó y, uno tras otro, miró a los niños a los ojos.

– No lo olvidéis; recordad que habríais terminado en el arroyo igual que todos los demás huérfanos si no hubieseis tenido la suerte de conseguir un sitio aquí. -Se enderezó y, relajando el semblante, les dirigió un gesto de asentimiento. -Así que trabajad duro y aseguraros de ser merecedores de vuestra suerte. Bien, ¿qué me decís?

Se removieron inquietos pero contestaron diligentemente al unísono:

– Sí, señor Grimsby.

– Bien. ¡Bien! -Miró a su ayudante. -Wally comenzará vuestras lecciones hoy; fijaros en lo que diga, prestad atención y os irá bien. Como he dicho, una vez que hayáis captado los rudimentos, el señor Smythe, que es una leyenda en su campo, comenzará a llevaros con él a la calle para enseñaros cómo funciona todo.

Una vez más, inspeccionó los semblantes de su reducida tropa.

– ¿Alguna pregunta antes de empezar?

Para su sorpresa, tras un momento de vacilación, su último recluta levantó tímidamente la mano. Grimsby lo observó y asintió.

– Bien, ¿de qué se trata?

El niño, que no era otro sino Jemmie, se mordió el labio, tomó aire y farfulló:

– Ha dicho que las autoridades nos han enviado aquí para que nos enseñen a ser aprendices de ladrón. Pero robar va contra la ley. ¿Por qué nos enviarían a aprender algo así las autoridades?

Grimsby sonrió, no pudo evitarlo, siempre le habían gustado los niños que razonaban.

– Tu pregunta es inteligente, chaval, pero la respuesta es bien simple. Si no hubiera chicos que estudiaran para aprendices de ladrón, los ladrones no podrían trabajar, o al menos no tanto, y entonces ¿a quién darían caza los polizontes? Es un juego, ¿entiendes? -Miró a los demás rostros, consciente de que la misma pregunta había estado germinando bajo cada mata de pelo mugriento. -Es un juego, chavales, todo es un juego. Los polizontes nos dan caza pero nos necesitan. Tiene su lógica. Si no existiéramos, se quedarían sin trabajo.

Se tragaron el retorcido razonamiento sin rechistar; Grimsby vio que una luz más clara asomaba a los siete pares de ojos. Era lo natural: les aliviaba y tranquilizaba saber que su nueva vida era honorable. Sí, había honor entre los ladrones, al menos cuando eran jóvenes.

Pero tal como les había dicho, la vida era un juego; no tardarían en averiguar la paradoja que eso encerraba.

– Pues muy bien. -Sonrió afablemente una vez más. -Si eso es todo, os dejo con Wally para que den comienzo las lecciones.

Mientras el ayudante se acercaba a ellos, Grimsby fue hacia la escalera. Antes de bajar se volvió.

– ¡Trabajad duro! -los exhortó. -Y haced que me sienta orgulloso de teneros aquí.

– Sí, señor Grimsby.

Esta vez la respuesta a coro fue entusiasta. Riendo para sus adentros, Grimsby bajó ruidosamente la escalera.


– ¿Entonces no vio ni oyó nada ayer noche? ¿Ni siquiera durante la tarde?

Penelope deseaba aferrarse a alguna esperanza, pero no le sorprendió que la anciana denegara con un gesto de su cabeza canosa.

– No. -La mujer vivía al otro lado del estrecho callejón, dos puertas más abajo de las habitaciones que habían ocupado la señora Carter y Jemmie. -Ni me imaginé que ocurriera algo malo. -La anciana miró a Penelope a los ojos. -Jemmie habría venido en mi busca su hubiese necesitado ayuda. No entiendo por qué no lo hizo. No hacía mucho que se habían mudado aquí pero la señora Carter y yo nos llevábamos bien.

Penelope esbozó una sonrisa.

– Me temo que Jemmie no tuvo ocasión de ponerse en contacto con nadie. Pensamos que se lo llevaron los mismos que…

– Los mismos que pusieron una almohada en la cara de Maisie y apretaron hasta que murió. -El tono de la anciana escupía veneno. Volvió a mirar a Penelope a los ojos. -He oído decir que ese joven que la acompaña tiene que ver con los polizontes; no que él lo sea, por descontado, pero que puede hacer que se muevan. Haga que consiga que descubran a quien hizo esto; no hace falta ningún juicio, basta con que nos den el soplo. Aquí sabemos cómo ocuparnos de los nuestros.

Penelope no tenía la menor duda al respecto; pese a que no podía aprobar tomarse la justicia por la propia mano, entendía e incluso compartía la ira de la anciana. Se había topado con el mismo sentimiento una y otra vez a lo largo de la última hora que había pasado interrogando a los habitantes de aquella callejuela.

– De momento nos centramos en hallar y rescatar a Jemmie; eso debe ser lo primero. Pero cuando le encontremos, lo más probable es que descubramos quién mató a la señora Carter. -Sosteniendo la mirada de la anciana, Penelope tomó una decisión y asintió con brusquedad. -Si la policía no lo atrapa, mandaré aviso.

La sonrisa de la anciana prometía represalias.

– Hágalo, querida; le prometo que le daremos su merecido a ese mal nacido.

Penelope volvió a la acera. Miró calle arriba y vio que Barnaby conversaba animadamente con un hombre de mediana edad. Barnaby se volvió hacia ella, la vio y le indico que se acercara.

Llevada por el instinto, Penelope echó a caminar hacia él, recogiéndose las faldas y apretando el paso. El hombre con quien Barnaby hablaba parecía recién levantado. Iba despeinado y tenía cara de sueño, aunque saltaba a la vista que estaba sobrio y serio.

Barnaby se dirigió a ella cuando los alcanzó.

– Este es el señor Jenks, un trabajador por turnos. Ahora está haciendo el de noche y se marcha de aquí a las tres de la tarde.

Jenks asintió.

– Puntual como un reloj, o de lo contrarío me arriesgo a llegar tarde a la fábrica.

– Ayer -prosiguió Barnaby, -cuando salía de su casa, Jenks vio o entrevió a dos hombres entrando en casa de la señora Carter.

– Sabía que la pobre no estaba bien, así que me pareció un poco raro. -Jenks adoptó un aire abatido. -Ojalá me hubiese parado a preguntar, pero pensé que a lo mejor eran amigos. Jemmie tenía que estar en casa y no se oyó ninguna trifulca cuando entraron.

Penelope miró a Barnaby y vio que estaba aguardando a que ella hiciera la pregunta. Se volvió hacia Jenks.

– ¿Qué aspecto tenían?

– El primero era fuerte. Yo lo soy, pero él lo era más; no me gustaría tener que habérmelas con un tipo así. Duro y malo, tenía que ser, pero iba bien arreglado y no parecía que buscara problemas. El segundo era un tipo del montón. Pelo castaño, ropa corriente. -Jenks se encogió de hombros. -No tenía nada de especial.

– ¿Los reconocería si volviera a verlos? -preguntó Penelope.

– ¿Al primero? -Jenks frunció el ceño. -Sí, seguro que lo re conocería. Al segundo… -Arrugó más la frente. -Es extraño, le vi más rato que al otro pero me parece que podría cruzarme con él sin darme por enterado. -Miró a Penelope a los ojos e hizo una mueca. -Lo siento, esto es todo lo que sé.

– No se preocupe; nos ha dicho más que cualquier otro. Al menos ahora sabemos que fueron dos hombres y que uno es identificable. -Sonrió. -Gracias. Nos ha proporcionado la primera pista real.

Jenks se relajó una pizca.

– Sí, bueno, no me sorprende que nadie más sepa nada. Si fueras a hacer lo que esos dos hicieron, la primera hora de la tarde es el momento apropiado. Dudo que en toda le manzana haya más gente de la que se cuenta con los dedos de una mano cuando me marcho a trabajar; todo el mundo anda por ahí ocupado en sus cosas, nadie se queda en casa pendiente de lo que pueda pasar.

Barnaby asintió.

– Fueran quienes fueran, sabían lo que se hacían.

Penelope reiteró su agradecimiento. Barnaby dio las gracias a su vez, y luego emprendieron el regreso hacia Arnold Circus.

– Ya está. -Barnaby echó un vistazo al callejón. -He preguntado a todos los de este lado. He dejado a Jenks para el final porque me dijeron que estaba durmiendo.

– Y yo he preguntado a todos los del otro lado, sin ninguna suerte. -A la altura de la puerta de la señora Carter, Penelope se detuvo, la miró y suspiró. -¿Y ahora qué? -Miró a Barnaby. -tiene que haber algo más que podamos hacer; algún otro lugar, otra manera de buscar una pista.

Él le sostuvo la mirada un instante y luego enarcó una ceja.

– ¿Quiere saber la verdad?

Frunciendo levemente el ceño, ella asintió.

– Pues aquí no podemos hacer nada más. Hemos hablado con todo el mundo y averiguado cuanto cabía averiguar. Esa es la verdad, tenemos que seguir adelante, avanzar hasta que demos con algo.

Penelope miró en derredor y sus ojos se posaron de nuevo en la puerta tras la que debería estar Jemmie.

– Tengo la sensación de haberle fallado. Y todavía más a ella. Le pije que velaría por su seguridad, y se lo prometí. -Levantó la vista, miró a Barnaby y vio su comprensión. -Una promesa a una madre agonizante sobre la seguridad de su hijo. ¿Qué valor cabe atribuir ahora a eso? No puedo, simplemente no puedo dormir con este cargo de conciencia. Tiene que haber algo más que yo pueda hacer.

Él torció los labios pero no sonrió. Tomándola del brazo, enfilaron de nuevo la calle.

– No eres la única implicada. Yo también hice una promesa, y fue al propio Jemmie. Y sí, lo entiendo, tenemos que rescatarlo y llevarlo al orfanato, que es donde debe estar.

Penelope se vio alejándose de la puerta, obligada con tiento por Barnaby, que le sostuvo la mirada cuando ella levantó la vista.

– Hice otra promesa, si lo recuerdas. Y te la hice a ti. Te prometí que encontraría a Jemmie, y tengo intención de cumplirla, del mismo modo en que ambos, tú y yo, mantendremos las promesas que hicimos a Jemmie y su madre. Pero no podremos cumplirlas si nos distraemos actuando sólo por hacer algo que nos tranquilice la conciencia. Tenemos que actuar, es verdad, pero debemos hacerlo racionalmente, con lógica y sensatez. Sólo así se vence al villano y se rescata al inocente.

Penelope escrutó su semblante y luego miró al frente porque ya llegaban a la nublada y bulliciosa Arnold Circus.

– Logras que parezca muy sencillo.

Barnaby la condujo hacia donde aguardaba su coche de punto.

– Porque es sencillo, lo que no significa fácil. En cualquier caso, es lo que debemos hacer. Tenemos que dejar los sentimientos a un lado y centrarnos en nuestro objetivo.

Penelope soltó un bufido; le habría encantado discutir, simplemente por lo atormentada que se sentía, pero Barnaby tenía razón. Él le abrió la portezuela y la ayudó a subir. Ella se acomodó en el asiento y aguardó a que él se sentara a su lado y el carruaje arrancara antes de decir:

– De acuerdo. No cederé ante mi conciencia, al menos no lo haré obrando impulsivamente. De modo que pregunto: ¿cuál es el siguiente paso sensato, lógico y razonable?

Su tono fue insolente pero Barnaby se alegró; que se insolentara con él indicaba que no se dejaba abrumar por la situación. La mirada perdida que había visto en sus ojos cuando miraba la puerta de los Carter lo había entristecido, tanto más cuanto que comprendía cómo se sentía. Pero había pasado por momentos iguales o peores en otras investigaciones; sabía cómo seguir adelante.