– Hay que contar a Stokes lo que hemos averiguado. Puede que no sea gran cosa pero sabrá sacarle el mejor partido. La descripción que nos ha dado Jenks no es muy buena pero quizá sirva para que algún sargento ate cabos.
Era casi mediodía. Había dado instrucciones al cochero para que los llevara de regreso a Mayfair. Como ya habían pasado antes por el orfanato, no había necesidad de volver.
– Iremos a comer algo y luego a Scotland Yard.
A su lado, Penelope asintió.
– Y una vez que hayamos visitado a Stokes, deberíamos referir las novedades a Griselda sin más dilación.
Stokes había tenido la misma idea. Llegó a la tienda de St. John's Wood High Street poco después de las dos.
Esta vez las chicas le recibieron sonrientes. Una corrió de inmediato a informar de su presencia a la señorita Martin.
Griselda descorrió la cortina con una sonrisa en los labios.
El inspector la correspondió, a su juicio con bastante soltura, pero ella pareció percibir la tensión que latía en su fuero interno. Se puso seria; ladeó la cabeza, invitándole con los ojos.
– Entre, por favor.
Pasando junto a las chicas, la siguió a la cocina, dejando que la cortina se cerrara a sus espaldas. Igual que la vez anterior, la mesa estaba cubierta por montones de plumas y cintas; un sombrero a la última moda, aún sin acabar, ocupaba el espacio central.
– La he interrumpido -dijo Stokes.
Ella lo miró frunciendo el ceño.
– ¿Qué ha ocurrido?
El la miró a los ojos y luego lanzó una mirada a la cortina. Si no tiene inconveniente, preferiría que habláramos arriba.
– Por supuesto. -Rodeó la mesa hacia la escalera. -Subamos. La siguió por el estrecho tramo, procurando, sin demasiado éxito, no fijarse en el meneo de sus caderas. Griselda cruzó la sala hacia la butaca que obviamente prefería, indicándole que se sentara en la otra.
Dejándose caer en ella, Stokes suspiró; cuando estaba allí, con ella, se sentía literalmente como si le quitaran un peso de los hombros. En respuesta a sus cejas enarcadas, dijo:
– Creo que Adair y la señorita Ashford mencionaron que habían encontrado a un niño en circunstancias similares a las de los desaparecidos, pero que como a su madre, a decir de todos, aún le quedaba bastante tiempo de vida, se consideró innecesario poner la casa bajo vigilancia permanente.
Griselda negó con la cabeza.
– ¿Ha ocurrido algo malo?
Apoyando la cabeza en el respaldo, Stokes cerró los ojos.
– Anoche supimos que habían hallado muerta a la madre, asesinada, y que el chico ha desaparecido.
Griselda masculló algo para sus adentros.
– ¿En el East End?
– Cerca de Arnold Circus. -Observó que ella arrugaba la frente. -¿Porqué?
Griselda apretó los labios. Al cabo de un momento, dijo:
– El East End es en muchos aspectos una ciudad sin ley, pero allí se encargan de los suyos. Hay ciertos límites que nadie traspasa, y matar a una madre para robarle el hijo es uno de ellos. Nadie va a estar contento con esto; si alguien tiene información que dar, lo hará de buena gana.
– Así pues, si preguntamos, ¿nos la darán?
Griselda sonrió con cinismo.
– Los policías pueden contar con toda la ayuda que quepa dar.
Stokes le estudió el semblante.
– No parece tener plena confianza en que esa ayuda baste.
– Porque no la tengo. Quizás haya información suficiente para indicar quién se llevó al niño, pero hallar al villano y rescatar al niño será harina de otro costal. -Y agregó: -Todavía quedan cinco nombres en su lista. Es posible que uno de esos cinco sea el maestro que está raptando a los niños. El modo más rápido que tengo de ayudarle a usted y los demás es hacer indagaciones acerca de esos cinco nombres.
Sonó la campanilla de abajo. Griselda se levantó y ladeó la cabeza, aguzando el oído. Stokes se puso de pie. Ella lo miró.
– La señorita Ashford y Adair. -Se asomó a la escalera. -Sí, Imogen, ya lo sé. Por favor, diles que suban.
Un instante después apareció Penelope seguida por Barnaby. La joven abrió mucho los ojos al ver a Stokes.
– ¡Conque aquí está! Hemos ido a Scotland Yard pero había salido.
El inspector se sonrojó levemente.
– Pasé más tiempo del previsto en Liverpool Street. -Miró a Barnaby. -Hemos alertado a todos los puestos de policía de Londres, dándoles la descripción de Jemmie. Todos los miembros del Cuerpo pronto sabrán que lo buscamos; si le ven por la calle, hay posibilidades de que lo rescaten.
Barnaby hizo una mueca.
Por desgracia, si lo han secuestrado para llevarlo a una escuela de ladrones, es poco probable que ande por las calles; al menos hasta que lo envíen a trabajar.
Y una vez que el niño participara en un delito, liberarlo del enmarañado sistema legal no sería tarea fácil.
Griselda les indicó que tomaran asiento. Así lo hicieron, todos muy serios, por no decir abatidos. Barnaby miró a su amigo.
– Hemos hablado con todos los vecinos de la calle. Tuvimos un golpe de suerte. -Explicó lo que Jenks había visto.
Stokes asintió.
– No es un gran punto de partida, pero algo es algo. Encaja con la hora en que el médico piensa que la mataron, de modo que lo más seguro es que todo fuera obra de los mismos sujetos. -Reflexionó unos instantes y agregó: -Pasaré por Liverpool Street en el camino de vuelta y haré que también hagan circular esa descripción. Ninguno de los dos hombres resultará reconocible si va solo, pero juntos… La descripción puede ser más útil de lo que parece.
– Cierto -dijo Barnaby, -pero empieza a ser urgente que encontremos a esos niños. Que nosotros sepamos, tienen a cinco, pero podrían ser más; niños de quienes nada sabemos. No podemos limitarnos a aguardar a que llegue información.
– Eso es precisamente lo que estaba señalando cuando ustedes han llegado -terció Griselda. -Tengo intención de visitar a mi padre mañana para ver si se ha enterado de algo más acerca de los cinco nombres que aún tenemos en la lista. Será lo primero que haga. Luego, según lo que me cuente mi padre, iré a preguntar por ahí para ver si me entero de algo más concluyente. -Miró a Stokes. -Cuando crea que tengo las señas de la escuela, mandaré aviso.
– No será preciso que lo haga; estaré con usted. -Griselda abrió la boca pero Stokes levantó una mano. -Como ya dije en su momento, si va a llevar a cabo trabajo policial que pueda acarrear algún riesgo, lo cual está claro que es así, yo también debo estar presente.
La sombrerera entornó los ojos pero luego inclinó la cabeza.
– Muy bien.
– Nosotros también iremos. -Penelope se incorporó en el sofá. -Así las pesquisas serán más rápidas…
– No. -Barnaby le puso una mano en el brazo. Cuando ella se Volvió, le sostuvo la mirada. -Tiene que encargarse de otra vía de investigación. -Visto que se quedó perpleja, agregó: -Los archivos, ¿recuerda?
Penelope pestañeó.
– Oh. Sí, claro. -Miró a Stokes. -Me había olvidado.
El inspector frunció el ceño.
– ¿Qué archivos?
– Los del orfanato. ¿Recuerdas la idea de tender una trampa usando como cebo a un niño que diera el perfil y cuyo tutor estuviera a punto de morir? -Stokes asintió y Barnaby prosiguió: -Ese plan fracasó porque el único niño así en los archivos era Jemmie, pero resultaba que su madre no iba a fallecer hasta dentro de unos meses. No obstante -su tono se endureció, -habida cuenta de lo que ha ocurrido con Jemmie, cabe deducir que la necesidad de niños es apremiante, al menos lo bastante para que no vacilen en poner un final prematuro a la vida de los tutores enfermos.
La expresión de Stokes se avivó.
– De modo que si encontráis a otro niño con la constitución adecuada, con un tutor enfermo que se espera fallezca en un futuro no lejano, hay una posibilidad… -Hizo una pausa, reflexivo, y luego se dirigió a Penelope. -Si encuentra un chico que cumpla esas condiciones en el East End, le garantizo que la policía lo mantendrá a salvo. Montaremos un dispositivo de vigilancia permanente, si esos malhechores se presentan en su casa, los pillaremos con las manos en la masa. Aunque yo mismo tenga que montar guardia.
Penelope reparó en el compromiso que ardía en los ojos de Stokes; miró a Griselda, en quien vio una versión más apaciguada del mismo y, de repente, se sintió mucho mejor. Incluso estuvo dispuesta a dejar que los demás hicieran las pesquisas mientras ella se abría camino entre montañas de carpetas.
Barnaby suspiró.
– ¿Cuántas carpetas hay?
Penelope lo miró.
– Ya vio el último lote; multiplíquelo por diez.
Él miró a Stokes.
– Quizás obtendríamos una mejor división del trabajo si yo ayudara a Penelope a revisar el archivo. Si hallamos un candidato probable, mandaré aviso.
Ella entrecerró los ojos, mirando primero a Stokes y luego a Barnaby, preguntándose si todo era fruto de su imaginación o si realmente había tenido lugar alguna otra comunicación en ese intercambio de palabras.
Fuera como fuese, ahora tenían una tarea encomendada. Dejando a Stokes y Griselda planeando cuándo y dónde encontrarse, bajaron a la tienda y salieron a la calle.
Una vez más tuvieron que ir hasta la esquina de la iglesia para encontrar un coche de punto. Al pasar por el sitio donde habían tenido el altercado la tarde anterior, el sitio donde él la había besado, la invadió una oleada de escrúpulos. Sintió un cosquilleo en la piel, sensibilizando tentadoramente todas sus terminaciones nerviosas.
Para empeorar las cosas, un caballero eligió ese momento para recorrer el mismo trecho de acera en dirección opuesta. Al acercarse, Barnaby la apartó hacia un lado; su mano firme y grande abrasando su espalda, su cuerpo un escudo interpuesto entre ella y el desconocido.
Penelope se mordió el labio y se obligó a no reaccionar. Ese simple contacto era un acto instintivo, algo que todo caballero como él hacía en compañía de una dama como ella. Por lo general no significaba nada… aunque para ella sí. Esa cortesía quizá fuese normal y corriente, pero no era de las que los caballeros solían prodigarle. Normalmente ella no lo permitía porque olía a protección y sabía de sobra a qué conducía eso.
Prosiguieron hasta doblar la esquina y Barnaby apartó la mano. Levantando la cabeza, ella soltó el aire retenido en los pulmones. No iba a decir nada, no iba a llamar la atención sobre el perturbador efecto que le producían tales atenciones. Si bien a tenor de la discusión de la víspera podría preguntarse si Barnaby lo estaba haciendo a propósito, a fin de debilitar su resistencia, Penelope no tenía ninguna prueba de ello; sin duda resultaría irracional que protestara sobre tan endeble fundamento.
Él levantó un brazo y paró un coche de punto. Aguardando a un lado, lo miró de soslayo. Otra razón por la que no iba a decir nada era que le necesitaba para ayudarla a rescatar a Jemmie.
Ése era el primer y más importante factor, e invalidaba cualquier gazmoña necesidad de guardar las distancias con él. Tras lo acontecido durante las últimas veinticuatro horas, cortar todo contacto con aquel hombre era sencillamente imposible.
Cuando el carruaje se detuvo y Barnaby le ofreció la mano, ella posó con calma sus dedos en loe suyos y permitió que la ayudara a subir.
Arrellanándose en el asiento al lado de ella, Barnaby no tuvo ninguna dificultad en disimular su sonrisa. Penelope podía ser tan transparente como el cristal, al menos en cuanto a la reacción que le suscitaba el contacto con él, pero Barnaby no era tan idiota como para dar nada por sentado, vista la indómita voluntad de aquella joven. Era una joven veleidosa y avispada; para conseguirla tendría que jugar con mucho tino y mano izquierda.
Por suerte, se crecía ante los retos.
El carruaje circulaba deprisa hacia Mayfair. Al cabo de un rato, el inusitado silencio de Penelope se hizo notar. Barnaby la miró; tenía el rostro medio vuelto hacia la ventanilla, pero lo que alcanzó a ver de su expresión reflejaba serenidad… lo cual significaba que estaba planeando algo.
– ¿Qué pasa?
Penelope lo miró; como no se molestó en preguntar a qué se refería, Barnaby supo que había interpretado correctamente su expresión abstraída. Se demoró un poco antes de responder.
– Jemmie está ahí fuera, en alguna parte, desamparado, y probablemente tenga miedo. Me inclino por no aguardar a mañana para comenzar a buscar al próximo niño que tal vez vayan a secuestrar. Tú mismo lo has dicho: está claro que tienen cierta urgencia por hacerse con más niños; no podemos permitirnos desperdiciar ni una hora. -Lo miró de hito en hito. -Por desgracia, me he comprometido a acompañar a mi madre a una velada musical esta noche. -El ligero arqueo de una ceja repitió la sugerencia de su tono.
En vez de mostrarse demasiado ansioso por aceptar sus plañe… Barnaby volvió la vista al frente y suspiró.
"Las Razones del Corazón" отзывы
Отзывы читателей о книге "Las Razones del Corazón". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Las Razones del Corazón" друзьям в соцсетях.