Con un brevísimo intercambio de palabras, se separaron ante la puerta de Mount Street después de que él hubiese comprobado que, en efecto, no estaba cerrada con llave, permitiéndole entrar sin despertar a nadie. Lo último que vio de él mientras cerraba la puerta fue cierta sonrisa de complicidad; le habría encantado borrarla, pero decidió que era más sensato ignorarla.
Encendió la vela que le habían dejado en la mesa del vestíbulo y, alumbrándose, subió con paso cansino la escalera, preguntándose cuándo iba a estar lo bastante despejada para dilucidar a qué atenerse con respecto a Barnaby Adair.
CAPÍTULO 11
Penelope había esperado dedicar al menos un buen rato de lo que quedaba de noche a reflexionar sobre su situación con Barnaby. En cambio, en el mismo instante en que su cabeza tocó la almohada se quedó dormida. Lamentablemente, despertar con una sonrisa en los labios no sirvió para mejorar su humor.
Pero había acerado su decisión.
Cada vez estaba más segura de que todos aquellos toqueteos que al principio quizá fueran instintivos, ahora eran deliberados. Que él sabía el efecto que causaba en ella y que jugaba intencionadamente con sus sentidos.
Que, a fin de cuentas, le estaba dando caza.
Esa conclusión había aumentado su determinación. Después del beso de la noche anterior -que no tendría que haberse producido bajo ningún concepto, y que no comprendía cómo había podido ser tan estúpida para permitirse disfrutarlo con tanta temeridad -había quedado claro que la única manera de tratar con él era evitándole… Bueno, en la medida de lo posible mientras continuara trabajando con él en la investigación.
Bajó deprisa la escalera, haciendo malabarismos con las carpetas mientras se ponía los guantes. Al menos ese día no tendría que devanarse los sesos para ceñirse a su plan. Ya había tomado medidas para asegurarse de que no la acompañara; no necesitaba escolta para visitar a tres niños.
Sonriendo a Leighton, que aguardaba junto a la puerta principal para abrirla, se detuvo para comprobar si llevaba bien el sombrero ante el espejo del recibidor. Aún no habían dado las ocho y media. Era demasiado temprano para que un caballero de alcurnia estuviera levantado y en marcha, y como ella tenía tres domicilios que visitar, incluso cuando él se diera cuenta de que se le había adelantado, las probabilidades de que adivinara hacia cuál se dirigía eran escasas.
Por ese día estaba a salvo. Apartó la vista del espejo y dio las gracias a Leighton mientras éste le abría la puerta. Cruzó el umbral con una incipiente sonrisa de satisfacción en los labios… y se detuvo en seco ante la visión de una cabeza de rizos relucientes sobre una ancha espalda cubierta por un elegante sobretodo y en ese momento apoyada contra la verja que cercaba la escalinata.
Detrás de ella, Leighton murmuró:
– El señor Adair ha dicho que prefería esperarla fuera, señorita.
Penelope se quedó helada.
– Caramba…
La mañana era fría y húmeda; la bruma envolvía la calle y sus volutas engalanaban el carruaje y el caballo que aguardaban junto a la acera. Desde luego hubiera sido más agradable esperar dentro.
Entornando los ojos, bajó la escalinata.
Barnaby se volvió y sonrió; una sonrisa encantadora, nada forzada ni irónica.
Apartándose de la verja cuando ella llegó a la acera, se acercó al carruaje, abrió la portezuela y tendió la mano.
Los ojos de Penelope no podían estar más entornados. Le entregó las tres carpetas con brusquedad, se recogió las faldas y subió ni coche prescindiendo de su ayuda.
Si él se rio, ella no lo oyó. Se dejó caer en el extremo más alejado del asiento, se arregló las faldas y miró por la ventanilla.
Barnaby subió y cerró la portezuela; Penelope notó cómo se hundía el asiento cuando él se acomodó a su lado.
El carruaje arrancó. No le había oído dar ninguna indicación al lechero. Frunció el ceño y lo miró.
– ¿Adónde vamos?
Él se limitó a apoyar la cabeza contra el respaldo y a ponerse cómodo.
– El cochero es del East End, conoce bien la zona. Hemos comentado cuál sería la mejor ruta. Primero nos llevará a Gun Street, luego a North Tenter y finalmente a Black Lion Yard.
Habría sido pueril desdeñarlo sólo porque lo hubiera organizado todo tan bien.
– Entendido.
Volvió la cabeza y se dedicó a contemplar el paisaje urbano, diciéndose a sí misma que no debía enfurruñarse.
Cuando llegaron a la primera dirección, en Gun Street a la altura del mercado de Spitafields, su irritación se había esfumado en buena medida. Barnaby la había dejado sin motivos para protestar, y estar con él, el simple hecho de estar cerca de él, tendía a minar su resistencia.
Pese a todo, se sermoneó a sí misma muy seriamente para concentrarse en el asunto que llevaba entre manos -identificar a cualquier otro niño que pudiera correr peligro por culpa de aquellos villanos- e ignorar la alocada obsesión de sus sentidos con Barnaby Adair y sus manejos.
Armándose de valor, le permitió ayudarla a apearse en la esquina de Gun Street.
Era una calle corta, y en cuanto vieron al niño que habían ido a visitar, resultó obvio que no cumplía los requisitos para ingresar en una escuela de ladrones. Era corpulento y robusto; bastaba con ver a su padre, pese a la tisis que lo consumía, para darse cuenta de que el chico iba a crecer mucho más.
Penelope excusó su visita alegando que debía comprobar ciertos datos de los archivos. Barnaby se mantuvo a su lado mientras ella tranquilizaba al padre, inquieto por que el orfanato tuviera preguntas que hacerle.
Penelope se había puesto una capa granate ribeteada de piel para la excursión; hacía resaltar la pureza de su cutis y realzaba los reflejos rojizos de su sedoso pelo caoba. La prenda no tenía flecos ni volantes. Si bien Barnaby habría apostado a que cualquier cosa que llevara debajo sería de seda, cada vez le intrigaba más si su ropa interior estaría recargada con los usuales encajes y cintas o si, igual que el resto de su guardarropa, sería austeramente sencilla.
No estaba seguro de cuál opción le resultaría más excitante; si bien la primera supondría una sorpresa, pues daría a entender que detrás de su severa máscara se parecía bastante a las demás damas, respecto a la segunda… si bien sus austeros vestidos en cierto sentido daban realce a su vitalidad y su atractivo, ¿una ropa interior austera realzaría también la… gloria de lo que ocultaba?
Esa cuestión, naturalmente, lo llevaba de cabeza.
Un codazo lo devolvió al presente; parpadeó y vio que Penelope estaba mirándolo ceñuda.
– El señor Nesbit ha contestado a todas nuestras preguntas. Ya podemos irnos.
Barnaby sonrió.
– Sí, por supuesto.
Saludó a Nesbit, salió de la casucha tras ella y la ayudó a subir al carruaje.
Seguía sonriendo cuando se sentó a su lado.
La siguiente parada, en North Tenter Street, fue igual de breve.
De nuevo en el coche, Penelope comentó:
– Ningún ladrón tomaría a semejante simplón como ayudante. Seguramente olvidaría qué debía coger e iría a despertar al ama de llaves para pedirle ayuda.
El niño no era ni mucho menos tan bobo, pero toda la vida lo había atendido a cuerpo de rey su tía, que lo adoraba, y no estaba acostumbrado a pensar por sí mismo.
Barnaby miró por la ventanilla cuando giraron para enfilar Leman Street.
– Sólo nos queda uno más por comprobar.
– En efecto. -Al cabo de un momento, Penelope se hizo eco de los pensamientos de Barnaby. -No sé si esperar que este último niño sea un posible candidato, lo cual lo pondría en peligro pero también nos daría una oportunidad de atrapar a esos villanos, o si prefiero que sea demasiado gordo o corto de entendederas para interesarles, de modo que tanto él como su… -consultó la carpeta que tenía en el regazo- abuela no estén bajo ninguna amenaza.
Sus gafas destellaron cuando giró la cabeza para mirarlo.. Barnaby estuvo tentado de cogerle la mano para tranquilizarla; de eso o de quitarle las gafas y besarla hasta hacerle perder el sentido. Refrenó tan inquietante posibilidad y dijo:
– Lo único que podemos hacer es dejar que la suerte eche los dados y luego actuar en función de lo que salga.
Black Lion Yard era el patio de una vieja casa de vecindad, un lugar pequeño y abarrotado. Estaba adoquinado como la calle pero no conducía a ninguna parte; cajas y cajones de embalaje estaban apilados sin orden ni concierto tanto en los rincones como por el resto del patio, de modo que cualquiera que entrara tenía que zigzaguear para llegar a su destino.
El suyo eran los bajos del edificio central de un lado del patio. Mary Bushel y su nieto Horace, a quien todo el mundo llamaba Horry, vivían allí.
Al cabo de dos minutos de conocer a Horry, ambos supieron cómo habían caído los dados. Horry, menudo y delgado, inteligente y despierto, era un candidato perfecto para una escuela de ladrones.
Cuando Penelope lo miró, Barnaby no necesitó palabras para saber qué estaba pensando, qué pregunta tácita estaba formulando. Pero con la desaparición de Jemmie y la muerte prematura de su madre cerniéndose sobre ellos, y sobre la investigación en general, no cabía cuestionarse lo que había que hacer.
Barnaby asintió con un ademán tan contenido como categórico.
Tal como había hecho en los dos casos anteriores, Penelope justificó su visita alegando que el orfanato necesitaba más datos para sus archivos. Luego se volvió hacia la abuela de Horry, quien, tan perspicaz como su nieto, había reparado en la mirada cruzada por Penelope y Barnaby. Una súbita inquietud alteró los rasgos de Mary.
Al verlo, Penelope le tocó la mano y le dijo:
– Hay algo que debemos contarle, pero antes permítame asegurarle que nos haremos cargo de Horry cuando llegue el momento.
Mary se tranquilizó un poco.
– Es un buen chico, listo y servicial. Tiene buen carácter, nunca les causará problemas.
– Seguro que no.
Penelope dedicó una sonrisa a Horry, quien, al notar el cambio en el ambiente, se había acercado sigilosamente a su abuela hasta acabar apoyado en el brazo de ésta, sentada en su silla y cogido a su huesudo hombro. Mary le dio unas palmadas en la mano. Mirando otra vez a Mary a los ojos, Penelope dijo: -Horry es exactamente el tipo de candidato que busca el orfanato. Por desgracia, hay otros hombres en el barrio que también quieren a niños como él, niños menudos, delgados y listos. Buenos chicos que harán lo que les ordene.
Comprendiendo, Mary entornó los ojos. Al cabo de un momento dijo:
– Llevo toda mi vida en el East End. Estoy al quite de todos los chanchullos, y creo que me está hablando de una escuela de ladrones.
Penelope asintió.
– Así es.
Pasó a explicarle lo de los cuatro niños desaparecidos y luego le refirió el caso de Jemmie y su madre. La ira resonaba en su voz, cosa que Mary Bushel, con su sagacidad, no pasó por alto. Pero cuando mencionó la posibilidad de que la policía la protegiera a ella y su nieto, Mary no acertó a comprender. Atónita, se quedó mirando de hito en hito a Penelope y luego se volvió hacia Barnaby.
– Diantre… No lo dirá en serio, ¿no? ¿La policía preocupada por gente como nosotros?
Barnaby sostuvo la mirada de sus pálidos ojos azules.
– Me consta que no es algo a lo que estén acostumbrados por aquí, pero… -Hizo una pausa, reparando en que debía decir la verdad. -Piénselo así: esta escuela de ladrones está formando niños para robar; pero ¿en qué casas?
Mary pestañeó.
– Si les enseñan sus malas artes, suele ser porque tienen los ojos puestos en las casas de los encopetados.
– Precisamente. Así que mientras a la señorita Ashford y a mí nos preocupa rescatar a los niños desaparecidos y asegurarnos de que ningún otro se vea arrastrado a una vida criminal, la policía quiere pillar a esos villanos y cerrar la escuela para evitar una serie de robos en Mayfair.
Mary asintió lentamente.
– Ya veo… Ahora me cuadra más.
Y por eso la policía pondrá esta casa bajo vigilancia, tanto para protegerles a usted y su nieto, porque no quieren que ingresen más niños en esa escuela, como para detener a esos villanos cuando vengan por Horry, tal como todo indica que harán. -Barnaby hizo una pausa. -Es raro, lo sé, pero en este caso los intereses de la policía Y los suyos coinciden. Todos deseamos lo mismo: que usted y HORRY estén a salvo Y los villanos entre rejas.
Mary asintió otra vez, pero luego arrugó el ceño Y pareció reflexionar. De pronto miró a Barnaby.
– No sé qué decirle… No sé si puedo confiar mi vida y la de Horry a esos polizontes. -Levantó una mano para impedir cualquier réplica de Barnaby. -Aun así, pueden venir y montar guardia, si quieren. Pero para mi tranquilidad, quiero tener a mi lado gente de fiar.
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