Cogió la mano que su nieto le tenía puesta en el hombro, se la estrechó y la soltó.
– Ve a la casa de al lado, Horry, a ver si está alguno de los Wills. Diles que me gustaría hablar con ellos.
Horry echó una ojeada a Barnaby y Penelope y acto seguido se marchó presuroso.
Mary miró a Barnaby y Penelope.
– Puede que los hermanos Wills sean rudos y de genio pronto, pero son chicos honrados.
Horry regresó en menos de un minuto seguido por dos hombres musculosos y de facciones oscuras. El niño fue a situarse al lado de su abuela mientras ésta saludaba a los recién llegados inclinando la cabeza.
– Joe, Ned. -A Penelope y Barnaby dijo: -Estos son dos de los hermanos Wills. Son mis vecinos. Joe es el mayor. Son cuatro en total.
Joe Wills, que no quitaba ojo a Barnaby y Penelope, no sabía a qué atenerse.
– Horry nos ha contado no sé qué cuento, Mary. Algo sobre que la bofia quiere parar los pies a unos desgraciados que quieren matarte y raptarlo a él para que robe por ahí.
Joe había comprendido el quid de la cuestión bastante bien. Mary asintió.
– No es ningún cuento, aunque lo parezca. Pero será mejor que te lo cuenten ellos.
Miró a Barnaby y Penelope; los hermanos Wills siguieron su mirada. La joven tomó la palabra.
– Soy del orfanato de Bloomsbury. La señora Bushel nos ha pedido que acojamos a Horry cuando fallezca.
Puntuada por las interjecciones de Mary, Penelope les refirió lo sucedido hasta llegar al asesinato de la señora Carter y la desaparición de Jemmie.
Los dos hermanos se movieron inquietos y cruzaron una torva mirada.
Barnaby retomó el hilo del relato.
– Tal como he explicado a la señora, en este caso la policía tiene verdadero interés en detener a estos villanos. -Una vez más, presentó el interés oficial como una medida para proteger a los «encopetados»; era lo que los Wills entenderían. La comprensión que brilló en sus ojos y su manera de asentir mientras seguían sus explicaciones le dieron a entender que había juzgado correctamente sus prejuicios.
Luego les explicó por qué la policía necesitaba poner bajo estricta vigilancia a Mary y Horry.
– Y tienen que hacerlo aquí mismo, en Black Lion Yard, para atrapar a esos villanos cuando vengan en busca de Horry.
Joe le miraba con dureza.
– ¿Está diciendo que esos canallas igual se presentan aquí y asfixian a Mary con una almohada, para luego largarse con Horry?
Barnaby parpadeó.
– Pues… sí, eso es exactamente lo que pensamos que harán.
Penelope se adelantó hasta el borde mismo de la silla.
– Lo harán porque si Mary fallece Horry quedará huérfano y no habrá nadie que se preocupe por su desaparición. Suponen, y cuentan con ello, que Mary y Horry no tienen amigos, o al menos que no los tienen en la vecindad. Nadie que esté pendiente. -Abrió las palmas de las manos. -Bueno, ¿lo entienden ahora? Una anciana muere en el East End y desaparece un huérfano: ¿quién va a mover un dedo?
Barnaby disimuló una sonrisa de aprobación. Penelope había jugado bien aquella mano: los hermanos Wills estaban indignados.
– Nosotros -gruñó Joe.
– Ya -dijo Barnaby, -pero eso no lo saben los villanos. Por ahora han secuestrado a cinco niños del East End y asesinado al menos a una mujer, y, salvo la señorita Ashford del orfanato, nadie ha dado la voz de alarma.
Joe hizo una mueca.
– Ya, bueno… Aquí no todo el mundo está tan unido como nosotros, -Señaló a Mary con la cabeza. -Para nosotros es como una madre. Nunca permitiríamos que unos canallas le hicieran daño. -Miró a su hermano, que asintió, y volvió a dirigirse a Barnaby. -No necesitamos a la bofia, ya vigilaremos nosotros. Día y noche. Es lo menos que podemos hacer.
Barnaby asintió.
– Gracias. Eso será de gran ayuda. Pero la policía también querrá vigilar. -Echó una ojeada a Mary. -Tal como la señora ha dicho, no tiene nada de malo que ellos también vigilen, pero si usted y sus hermanos están a su lado, la policía puede vigilar desde la calle y concentrarse en cercar a los villanos cuando entren en acción.
– ¿Cree que lo harán pronto? -preguntó Ned. -Entrar en acción, quiero decir.
Barnaby calculó cuánto tiempo transcurriría hasta que las últimas familias de la alta sociedad abandonaran la capital, y lo sopesó con el que podía llevar entrenar a un niño ladrón.
– Dan la impresión de tener prisa por captar más niños. Es posible que aguarden un poco, para ir sobre seguro; quizás una semana. -Miró a Joe de hito en hito. -Yo no contaría con que esperen mucho más.
– De acuerdo. Para nosotros no será muy difícil montar guardia durante una semana o así. Uno u otro estará siempre aquí ojo y oído avizor. -Joe ladeó la cabeza hacia su derecha. -Las paredes son finas; a un grito de quien esté aquí, vendremos el resto, y otros también.
Barnaby asintió.
– Bien, explicaré la situación al oficial que lleva el caso, el inspector Stokes de Scotland Yard. Vendrá a hablar con ustedes -su mirada incluyó a Mary, -seguramente hoy mismo.
– ¿Un inspector de Scotland Yard?
La pregunta que en verdad hacía Joe se reflejó en los ojos de los demás: ¿qué iba a saber semejante hombre sobre ellos y el East End?
– Estará al mando; tiene autoridad sobre los agentes del distrito. Sabe lo que se hace, créanme. Cuando le conozcan se darán cuenta de que no representará ningún problema; al menos no para ustedes ni para Mary y Horry. -Barnaby miró a Joe. -Aguarden a conocerle antes de juzgarle.
Joe le sostuvo la mirada y, al cabo, asintió.
– Así se hará.
Barnaby pensó en lo que diría su madre si les viera a él y Penelope codeándose con unos matones del East End. Miró a la joven y enarcó una ceja.
– Bien, me parece que podemos dejar a la señora y su nieto al cuidado de Joe y sus hermanos.
Penelope asintió y se levantó.
– Desde luego. -Tendió la mano a Joe. -Gracias.
Joe se quedó un momento contemplando la delicada mano enguantada. Luego, sonrojándose, la tomó con su manaza y se la estrechó brevemente, soltándola enseguida como si temiera lastimarla.
Detrás de él, Ned sonrió.
Penelope correspondió a la sonrisa de Ned y se volvió hacia Mary, con lo cual no llegó a ver la expresión de asombro del muchacho.
– Cuídese, por favor. -Penelope le dio unas palmaditas en la mano. -Tengo muchas ganas de tener a Horry en el orfanato -sonrió alentadoramente al niño, -pero no antes de tiempo.
Mary le aseguró que cuidaría de sí misma y de su nieto. Barnaby tuvo la impresión de que el niño no iría a ninguna parte solo, al menos no hasta que Mary tuviera la certidumbre de que ya no se cernía ninguna amenaza sobre él.
Dejaron a los hermanos Wills organizando la vigilancia.
Conduciendo a Penelope fuera de Black Lion Yard, Barnaby respiró hondo, y se sintió verdaderamente esperanzado por primera vez desde que tuviera noticia de la muerte de la señora Carter. Penelope contemplaba la desolación circundante.
– Es un alivio saber que Horry al menos estará bien protegido, que hemos hecho cuanto podemos, que todas las defensas posibles están en su sitio.
Miró a Barnaby, que la guiaba entre los montones de cajas, ayudándola a mantener el equilibrio sobre los irregulares adoquines, mientras se dirigían a la entrada del patio, donde les aguardaba el coche de punto.
– Creo que los hermanos Wills son dignos de confianza. No me parece que… bueno, que vayan a irse de parranda y descuiden la vigilancia, ¿verdad?
– Ni por casualidad -sentenció Barnaby negando con la cabeza.
– Aunque me conforta tu convicción, ¿cómo puedes estar tan seguro?
– ¿No les has oído decir que es como una madre para ellos?
– Pues sí. Oh, claro.
– Así que no creo que debamos preocuparnos por Mary y Horry.
– ¿Hablarás con Stokes?
– Iré en su busca en cuanto te haya acompañado a casa.
La mañana siguiente, Penelope estaba trabajando en su despacho del orfanato, poniendo al día asuntos de menor importancia que había descuidado a causa de la búsqueda de los niños desaparecidos, cuando de repente sintió un hormigueo.
Levantó la vista y descubrió a su némesis apoyado contra la arcada, tan increíblemente elegante como peligroso.
O al menos así lo vio ella.
Con la pluma suspendida sobre la lista que estaba haciendo, con una altivez digna de una duquesa, arqueó ambas cejas.
Barnaby sonrió, no de un modo encantador sino cargado de intención y, al parecer, divertido, tal como si pudiera ver los contradictorios impulsos que la turbaban.
La joven no sabía que iba a hacer con él, ni qué pensar de él ni de su evidente fijación con ella. Estaba comenzando a darse cuenta de que la Penelope que él veía no era la misma que veía el resto de sus encopetados pretendientes. Suponía que ése era el quid de su dificultad para tratar con él, pero no se le ocurría cómo guardar las distancias, menos aún habida cuenta de que la investigación los reunía continuamente.
Lo único que comprendía, viéndole torcer los labios, apartarse de la arcada y entrar en el despacho lentamente para dejarse caer con aquel inefable garbo tan suyo en la silla delante del escritorio, era que realmente tenía que hallar una solución.
Procurando mantener una expresión impenetrable, le dijo con serenidad:
– Buenos días. ¿Qué se te ofrece?
La traicionera sonrisa de él se acentuó.
. -Más bien se trata de lo que pensaba ofreceros yo.
– Vaya. -Dejó la pluma a un lado y cruzó las manos sobre el escritorio. -¿Y eso qué sería?
– He venido a proponer que hagamos circular avisos por el East End, con los nombres y descripciones de los cinco niños desaparecidos, ofreciendo una recompensa a cambio de información sobre su paradero.
La reacción de Penelope fue inmediata.
– ¡Genial! -Sonrió de oreja a oreja. Y, presa del entusiasmo, preguntó: -¿Cómo lo hacemos?
– Es fácil. Dame una lista con los nombres y las descripciones más precisas que puedas hacer de los niños, y me encargaré de hacer imprimir los avisos. Conozco un sitio donde me lo harán de hoy para mañana.
Un sitio donde le debían un favor importante y estarían encantados de saldar aunque sólo fuera mínimamente la deuda. Penelope ya estaba cogiendo una hoja.
– ¿De hoy para mañana? Pensaba que estas cosas solían tardar unos días cuando menos.
Miró a Barnaby, que encogió los hombros.
– No será un texto muy largo, de modo que no llevara mucho tiempo componerlo.
Penelope bajó la vista a la hoja, pluma en mano.
– ¿Cómo hay que redactarlo?
– Pones cada nombre con la descripción correspondiente, y al final añades la fórmula habitual: «se recompensará».
Cuando le dictó la instrucción de ponerse en contacto con el inspector Stokes de Scotland Yard, Penelope frunció el entrecejo.
– ¿No deberían dirigirse a mí aquí, en el orfanato?
– No es posible -contestó Barnaby categórico, dando a entender que era de rigor que la policía se encargara de los contactos.
Si bien Stokes sin duda lo preferiría así, rara vez se hacía. No obstante, la idea de un puñado de hombres del East End haciendo cola para ver a Penelope y contarle lo que supieran o no supieran, no era una escena que le apetecería contemplar.
Afortunadamente, ella aceptó su explicación encogiéndose de hombros y escribió lo que le había dictado.
Consultando una de sus listas, anotó los nombres de los cinco niños. Luego avisó a la señorita Marsh y le pidió que fuera a buscar a la señora Keggs. Al marcharse la señorita Marsh, Penelope explicó: -Keggs me acompañó cuando hice las visitas. A lo mejor recuerda otras cosas del aspecto de los niños.
La señora Keggs se personó enseguida. Barnaby le cedió su silla y se retiró a la ventana, dejando que ella y Penelope redactaran las descripciones.
Con las manos en los bolsillos, se plantó de cara a la calle y observó a los niños que jugaban en el patio, sonriendo al ver sus travesuras.
Una vez más apreció la gran labor que hacía el orfanato, no sólo desde el punto de vista social sino también en lo que atañía a la vida de los niños y niñas que tanto se divertían en aquel patio. Y también hasta qué punto Penelope y su indómita voluntad eran responsables directos de haberlo creado, de hacerlo funcionar, de insuflarle vida y mantenerlo en funcionamiento.
Su independencia y su voluntad eran tangibles. No debían tomarse a la ligera, no había que intentar manipularlas, y mucho menos combatirlas sin causa justificada.
Para cualquier caballero que se casara con ella eso podría ser, o mejor dicho sería, una fuente de problemas continua e imposible de erradicar. No insalvable, pero sí una cuestión que precisaría un manejo muy cuidadoso. Los frutos de su independencia, de su indómita voluntad, eran demasiado valiosos para que un hombre los aplastara, los desperdiciara. Los negara.
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