– Hablas como si hubiera desatado las furias del infierno -dijo Will.
Jane se puso en pie y subió hasta la puerta de entrada.
– Comparado con Selma Singleton, Belcebú es la madre Teresa de Calcuta.
La puerta se abrió antes de que la empujara.
– ¡Querida! -su madre salió por ella vestida con su traje rosa favorito de Chanel y sus perlas y la abrazó con fuerza-. ¡Oh, Jane! ¿Por qué no me habías dicho nada? Imagínate mi sorpresa cuando he tenido que conocer a tu prometido por teléfono.
– No es mi prometido, mamá.
– ¿No lo soy? -preguntó Will.
– No digas tonterías -comentó Selma-. Claro que lo es -pasó un brazo por la cintura de Will y estrechó a los dos en un abrazo grupal-. Vamos a entrar a hablar de la boda.
Los miró a los dos y se emocionó de pronto.
– Lo siento -musitó-. ¡He esperado tanto tiempo este momento! Mi niñita ha encontrado al hombre de sus sueños. Es como un cuento de hadas hecho realidad -tomó las manos de los dos y tiró de ellos hacia la casa.
Jane miró a Will y le dedicó una sonrisa de disculpa no exenta de miedo. -Tenemos unos minutos para hablar antes de que llegue Margaret Delancy – dijo Selma. Los condujo a la sala de estar y se sentó en el borde del sofá-. Quiero que me contéis todos los detalles. ¿En qué trabajas, Will? ¿De dónde es tu familia? ¿Cómo os conocisteis? ¿Y por qué no lleva mi hija anillo de compromiso?
Will rió con suavidad.
– Me temo que aún no lo hemos comprado.
Jane se sentó en una butaca cerca del sofá y Will permaneció de pie a su lado, con una mano en el hombro de ella.
– Mamá, ¿quién es Margaret Delancy?
– Esta casa es encantadora -musitó Salma-. Con mucho espacio -miró a su hija-. Aquí hay sitio de sobra para niños -se llevó una mano a los labios como si fuera a echarse a llorar.
Jane se sentó a su lado y le dio una palmadita en la mano.
– ¿Quién es Margaret Delancy? -preguntó de nuevo.
– Es una mujer que planea bodas. En cuanto me he enterado de la noticia, la he llamado y ha dicho que vendría a hablar con nosotros. Llegará en cualquier momento.
– ¿Le has dicho que venga aquí?
– Es bueno estar organizada, querida. Nos ayudará con los detalles. Quiero que tu día especial sea perfecto, ¿tú no? -tomó el rostro de su hija entre sus manos-. Serás una novia guapísima, ¿verdad que sí, Will? Oh, creo que voy a llorar otra vez. Will, pásame un pañuelo, ¿quieres? Nunca llevo uno cuando lo necesito.
Jane miró con temor la expresión extasiada de su madre y la sonrisa divertida de Will. Aquello no iba según lo planeado. La llegada de su madre había añadido una complicación imprevista. Indicó la cocina con la cabeza.
– Mamá, si nos disculpas, quiero hablar un momento con mi prometido.
Tomó a Will del brazo y lo arrastró fuera de la sala.
– ¿Qué? -murmuró él.
– ¿Por qué no le dices algo?
– ¿Qué? Por si no te has dado cuenta, es difícil hablar. Siempre que me mira, se echa a llorar. ¿Y qué quieres que le diga? Parece empeñada en los planes de boda.
– Dile que se marche y se lleve a la planificadora de bodas con ella. Will se encogió de hombros.
– Quizá debamos escucharla. Tengo entendido que planear una boda puede ser agotador. Y tú trabajas muchas horas.
Jane soltó un respingo y le dio un golpe en el hombro.
– No voy a empezar a planear nuestra boda. Aún no llevamos una semana juntos y mucho menos tres meses. Y no he dicho que me vaya a casar contigo, esto es sólo un ensayo de compromiso, ni siquiera es aún un compromiso.
Will la miró a los ojos.
– ¿Ni siquiera quieres considerar la posibilidad de que lo nuestro pueda funcionar? -preguntó.
Jane abrió la boca, pero volvió a cerrarla.
– ¿Tú sí?
– Yo quiero darle una oportunidad – repuso él.
Ella tragó saliva con fuerza.
– ¿En serio?
– Por supuesto. Creía que tú también. ¿Qué daño puede hacer? Habla con ella. Y procura evitar que llore.
Sonó el timbre de la puerta y Jane dio un salto. Will le tomó una mano y la llevó a su pecho. La joven percibía los latidos de su corazón bajo los dedos y cerró los ojos. Cada día parecía que se debilitaban un poco más sus defensas, lo que la llevaba a preguntarse si tal vez podrían crear algo especial juntos.
Will le puso un dedo debajo de la barbilla y le levantó la cabeza para mirarla a los ojos. Bajó la cabeza despacio y le dio un beso tan cálido y dulce, que ella pensó que se iba a derretir allí mismo. Suspiró con suavidad y él le pasó los brazos por la cintura y la besó con pasión.
– ¡Oh! ¿Ha visto eso?
Jane se apartó rápidamente y se tocó los labios con dedos temblorosos. Selma y otra mujer sonreían encantadas en la entrada de la cocina.
– Lo siento -murmuró Jane.
– ¿Verdad que son una pareja muy atractiva? -preguntó Selma-. Mis nietos van a ser muy guapos. Venid. Vamos a sentarnos y hablar de la boda.
Su madre abordaba siempre todos sus proyectos con un entusiasmo sin límites; ya fuera la creación de su rosaleda o su determinación de aprender a jugar al golf, no se rendía nunca hasta que lograba la perfección. Y en cierto sentido, Jane tenía la sensación de que podía hacer realidad uno de sus sueños. Disfrutaría eligiendo las flores más apropiadas y el vestido perfecto, las invitaciones y la comida, y se sumergiría de lleno en la magia de la boda perfecta.
¿Pero qué pasaría cuando se enterara de que no habría boda? Jane abrió la boca, dispuesta a decir la verdad, decidida a cortar a por lo sano. Pero Will se le adelantó.
– Señora Singleton…
– Selma -insistió la mujer-. O «madre», si lo prefieres -apretó los labios para combatir otro ataque emotivo-. Puedes llamarme «madre».
– Selma está bien -dijo Will-. Si no le importa, creo que tendremos que dejar esto para otro momento. Jane acaba de llegar del trabajo y ha tenido un día duro. ¿Por qué no nos llamamos mañana y fijamos una reunión? -se acercó a la mujer, le pasó un brazo por los hombros y la guió hacia la puerta-. Veo que esto va a requerir mucha energía y Jane tiene que estar descansada, ¿no le parece?
– Por supuesto -musitó Selma con tono de disculpa-. ¿Pero no podríamos empezar por unos detalles sencillos? ¿Cuáles son tus flores predilectas, cariño?
– Sus flores predilectas son las rosas inglesas -contestó Will-. A ser posible amarillas o blanco crema.
– ¿Y los vestidos de las damas de honor? -preguntó la planificadora de bodas-. Tenemos que decidir algo en ese sentido. ¿Y la tarta?
– Jane querrá vestidos sencillos pero elegantes, sin muchos adornos. Y su tarta favorita llevaría chocolate, aunque también le gusta con plátano -se volvió a mirarla-. ¿Verdad?
La joven asintió, sorprendida de que se acordara.
– Sí -murmuró-. Quiero una tarta de plátano.
En cuanto lo hubo dicho, habría querido retirar sus palabras. ¿Tarta de plátano? Ella no quería una boda.
– Entonces decidido -declaró Will-. Plátano. Y por encima ese…
– … queso cremoso -dijeron los dos a la vez. Y Jane se mordió el labio inferior.
– ¿Y los colores? -preguntó la organizadora.
Jane miró a Will, retándolo a contestar y adivinar su color predilecto.
– Creo que Jane está muy guapa con los tonos más pálidos de lavanda -dijo él-. Tiene un suéter así que me gusta y ese color resalta sus ojos y su piel y va muy bien con su cabello moreno.
La joven recordó el suéter lavanda que llevaba el día que se encontraron en la calle. Era su suéter favorito y su color favorito. Una sonrisa entreabrió sus labios y una oleada de afecto calentó su corazón. Will conocía su color predilecto y prácticamente había dicho que era guapa.
Por el momento era suficiente para hacerle dudar de su plan de esposa diabólica.
– Dime otra vez por qué estamos aquí -musitó Will.
Jane apretó su mano con fuerza y tiró de él hacia las escaleras mecánicas que llevaban al segundo piso de Bloomingdale's. Odiaba ir de compras y aquel viaje iba a ser una tortura, pero había que hacerlo.
– Lista de bodas -musitó.
Will tenía que derrumbarse antes o después y la lista de bodas había hecho tambalearse a más de una pareja.
Los planes de boda habían empezado con fuerza desde la visita de su madre. Selma llamaba todos los días aunque, para alivio de su hija, había decidido que necesitaban un año por lo menos para planear el gran acontecimiento, lo que les daba tiempo de darle la mala noticia antes de que nadie gastara mucho dinero.
– Creía que no querías casarte conmigo -musitó Will.
Jane lo miró con los brazos en jarras.
– Es sólo para tranquilizar a mi madre. Mirará nuestra lista y nos dará su consejo sobre lo que falta. Podrá opinar sobre porcelana francesa, copas de cristal y tenedores de postre.
Will se encogió de hombros.
– ¿Así que nosotros les decimos que nos vamos a casar y ellos nos dicen lo que necesitamos?
– No, nosotros les decimos lo que queremos de regalo de boda -explicó Jane-. Lo elegimos todo y, cuando alguien quiere comprarnos un regalo, viene aquí y mira la lista que hemos hecho.
– Bien -repuso él-. Eso me gusta. ¿Así no acabamos con diez tostadoras y una lámpara espantosa?
– No acabaremos con nada -le recordó ella-. Esto es sólo un ensayo, porque no he decidido casarme contigo.
– Todavía -añadió él. Le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí-. Pero te gusto mucho, ¿verdad? Vamos, puedes admitirlo. Soy un gran tipo y no puedes resistirte a mí, ¿verdad?
Jane pensó que no sabía hasta qué punto acertaba. Sí, le gustaba mucho. Cada día le costaba más trabajo convencerse de que no era el hombre más perfecto del mundo… hasta que se recordaba que todas sus novias habían pensado lo mismo antes de que las dejara confusas y con el corazón roto.
– Eres un gran tipo -admitió-. Y no soy inmune a tus encantos.
– Y todavía no he sacado mis mejores armas.
Jane se preguntó qué querría decir con eso. Juntos recorrieron los departamentos de porcelana y de cristal. Había tanto donde elegir, que a Jane le dolía la cabeza sólo con pensar en ello.
– Empecemos por algo fácil -sugirió-. Sábanas y toallas.
Will la siguió al departamento de ropa del hogar. Jane lo miró por encima del hombro y vio que fruncía el ceño ante las largas hileras de toallas de baño de distintos colores. Eligió una rosa brillante y se la mostró.
– Esta -dijo.
Él la miró con aire dudoso.
– Para ti puede, pero yo no pienso envolverme en esa cosa cuando salga de la ducha -tomó una toalla azul marino-. Yo quiero ésta. Por lo menos con este color sí me puedo mirar al espejo.
Jane intentó no imaginárselo desnudo envuelto en una toalla. Tragó saliva y pensó si allí tendrían toallas transparentes.
– Tenemos que elegir sólo una -dijo-. El matrimonio es eso. Pensar como uno. Hay que aprender a ceder.
– Sí, claro, ¿y tengo que aceptar toallas rosa chillón?
– Son color sandía, no rosa chillón. Y si estuvieras seguro de tu masculinidad, no te preocuparía tanto qué toalla usas.
Will abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Tiró de ella hacia la zona de las cortinas de ducha. Cuando quedaron ocultos del resto de los clientes, la besó con fuerza y jugueteó con la lengua en sus labios hasta que ella devolvió el beso con la misma pasión.
Jane creyó que se detendría allí, pero él separó la chaqueta de ella y deslizó las manos bajo el suéter. Cuando sintió sus manos frías en la piel, respiró con fuerza y se apretó más contra él. Sabía que había gente cerca, pero no podía detenerse. El peligro de que los descubrieran contribuía a excitarla aún más.
Las manos de él se cerraron en torno a sus pechos y acarició los pezones por encima del sujetador. Un anhelo delicioso se instaló en el vientre de ella, que gimió con suavidad y le sacó la camisa del pantalón. Buscó el vientre plano de él con las manos y las bajó hasta rozar su erección, caliente y dura bajo los vaqueros.
Will le mordisqueó el cuello y le besó la oreja.
– No creo que tengamos que cuestionar mi masculinidad -susurró.
Jane abrió los ojos de golpe y vio que la miraba sonriente. Se apartó con un gruñido de frustración y ordenó rápidamente su ropa.
– No eres tan encantador -dijo-. Y elegiremos toallas rosas. -Sandía -le recordó él.
Ella le tiró la toalla a la cabeza.
– Vamos a pasar a las sábanas -dijo.
– Buena idea -musitó él-. Pasemos a la cama.
– Que puedas convertir una lista de bodas en un juego sexual no significa que tengas muchos encantos -musitó ella.
Will le tomó una mano y la obligó a detenerse.
– ¿Crees que no sé lo que haces? Vamos, Jane, no soy tonto. Me quieres volver loco con tus horribles comidas y tu gusto hortera para que rompa contigo.
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