A Will le gustaba la nueva decoración, sencilla y cómoda. Había añadido cojines suaves a los sofás de cuero de la sala, comprado lámparas y sustituido la pequeña mesa cuadrada de él por una mesa de comedor gigantesca.
Pero lo mejor de todo eran las noches. De algún modo, tenía que eliminar toda la tensión que acumulaba durante el día, y lo hacía en la cama con él, atrapados los dos en un río de pasión tal, que cada vez se volvía más desinhibida.
Sin embargo, Jane no había eliminado todavía todas sus reservas. Todas las noches empezaban en camas separadas hasta que uno u otro cedía y se presentaba en silencio en el cuarto del otro. A veces dormían en la cama de él y a veces en la suya, pero, para satisfacción de Will, ella despertaba siempre en sus brazos.
Miró su reloj, dejó el taladrador en la mesa y se acercó a la puerta. Jane seguía donde la había dejado una hora atrás, trabajando en el pequeño jardín entre la acera y la casa. Bajó los escalones y se acuclilló a su lado.
_-¿Qué vas a plantar? -preguntó.
– Bulbos de invierno para animar un poco el día de Acción de Gracias -repuso ella-. Y también voy a plantar ya jacintos, que florecerán en primavera.
Will miró un momento los bulbos. Iba a plantar flores para la primavera, aunque no sabía si entonces estaría allí. Le hubiera gustado tomar eso como una señal esperanzadora, pero sabía que no debía hacerse ilusiones. Los sentimientos de ella parecían cambiar dependiendo de que saliera el sol o se pusiera.
Durante el día, apenas reconocía que fueran amantes y Will sentía la necesidad casi patológica de tocarla y besarla. Tenían pasión, pero quería algo más. Quería saber que los sentimientos que crecían en su interior tenían reciprocidad también en ella.
– Empieza a hacer frío dijo-. He encendido la chimenea. ¿Por qué no entras a calentarte mientras preparo la cena? -le levantó y le tendió la mano.
Jane se dejó levantar y recogió los útiles de jardinería, que Will se apresuró a quitarle de las manos.
– Tengo que recoger las copas de vino y pasar por la tienda a encargar el pavo – dijo ella-. Y necesito repasar las recetas para hacer la lista de la compra y…
Will la abrazó con un gemido y detuvo sus palabras con un beso.
– ¿Por qué haces esto? -preguntó cuando se apartó.
– ¿Besarte?
– No, todo este trabajo.
– Quiero que el día de Acción de Gracias resulte agradable -repuso ella-. Si vas a hacer algo, es mejor hacerlo bien – sonrió-. ¡Vaya! Me estoy convirtiendo en mi madre, ¿verdad?
Will cerró los ojos y le besó la frente.
– En absoluto -repuso-. Y a mí no tienes que probarme nada, sé lo que sientes. Si no fuera por nuestro acuerdo, pasarías ese día en otra parte -le apartó un mechón de pelo de la mejilla-. ¿Recuerdas las cenas que me preparabas en la universidad? Siempre me encantaba ir a tu apartamento.
– Porque nunca tenías comida en el tuyo -contestó ella-. Si no te daba yo de comer, ¿quién iba a hacerlo?
– No siempre iba por la comida. Tu apartamento era muy cálido y acogedor y allí me sentía cómodo -le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los de ella-. Aunque la comida era buena, casi siempre iba porque quería estar contigo.
– ¿De verdad? -preguntó ella con voz suave.
Will se llevó la mano femenina a los labios y besó las yemas de los dedos una por una.
– Ya entonces eras buena cocinera, pero eras aún mejor amiga. Y no sé si me había dado cuenta hasta ahora de lo importante que era eso para mí.
Jane miró sus dedos.
– Deberíamos entrar -murmuró-. Empieza a hacer frío.
– De acuerdo -asintió él-. Tengo que empezar con la cena. Estaba pensando en filetes de hígado.
Jane soltó una carcajada y entró con él en la cocina.
– Si no te gustaba mi comida, ¿por qué no lo decías? -preguntó.
Will la abrazó por la cintura y la sujetó contra el borde del mostrador.
– ¿Y de qué iba a quejarme si podía sentarme enfrente de ti?
Jane se soltó del abrazo.
– Tienes que dejar de decir esas cosas o puedo enamorarme de ti.
– ¿Y tan malo sería eso? Además, es la verdad. Me gusta tenerte aquí.
La joven se ruborizó, pero él sospechaba que no lo creía.
– Tengo que hacer la lista de la compra -dijo.
– No deberías cambiar de tema cada vez que intento hablar de nosotros -protestó él.
Jane suspiró.
– ¿Y por qué tenemos que hablar de nosotros? Esto es lo que es -repuso con impaciencia.
– Muy bien, pero yo no sé lo que es. A veces siento que estás aquí conmigo y a veces que te has marchado. Nunca sé qué esperar.
– Si no te gusta, dime que me vaya – contestó ella con frialdad.No es eso lo que quiero; lo que quiero es que te esfuerces -intentó tomarle las manos, pero ella las apartó.
– ¿Quieres que finja que siento algo que no siento? -preguntó.
– ¿Tienes que fingir conmigo? -replicó él, mirándola a los ojos-. No veo que finjas cuando estás en mis brazos por la noche ni cuando me muevo dentro de ti. ¿Finges entonces?
Jane apartó la vista y tardó en contestar.
– No.
– ¿Y qué sientes entonces?
– No sé qué quieres que diga. Eso es sexo y lo que tú pides es amor. Y aunque tus encantos pueden haber llevado mi cuerpo a tu cama, no tienen ningún efecto en mi corazón.
Will la miró fijamente, dolido.
– ¡Vaya! Tuviste que amarlo mucho para estar todavía tan afectada.
Jane parpadeó; frunció el ceño confusa.
– ¿De qué hablas? ¿A quién?
– De ese tipo, de P.C. ¿El que amabas en la universidad? Tuvo que darte muy fuerte.
Ella dio un respingo.
– ¿Qué sabes tú de P.C.?
– Eso no importa, lo que importa es que eso es pasado y tú tienes que pensar en el futuro. Pensar en un hombre al que no puedes tener sólo hará que te cierres al hombre que sí puedes tener.
– ¿Qué sabes tú de él? -repitió ella.
– Tu madre me dijo que te habías enamorado de alguien en Northwestern y que no lo has olvidado nunca.
– ¿Y cómo sabía ella eso? -gimió Jane-. No, no me lo digas. Por mis diarios. Tengo la madre más cotilla del mundo.
– Da igual cómo lo supiera, lo que importa ahora es que él no está aquí y yo sí. Y es hora de que olvides el pasado y sigas con tu vida.
Jane movió la cabeza con lentitud.
– Cuando mi madre y tú encontréis el modo de hacerme olvidar a aquel chico, avísame, porque no es tan fácil. La verdad es que me gustaría olvidarlo, pero no puedo.
Se volvió y Will la observó cruzar la estancia y salir por la puerta de atrás. La oyó entrar en el garaje y poner en marcha la camioneta.
– ¿Cómo demonios voy a hacer funcionar esto? -murmuró.
¿Cómo competir con el recuerdo de una relación perfecta?
Tenía que encontrar el modo. Se estaba enamorando de ella y no estaba dispuesto a perderla por ningún tipo de su pasado. Tenía que mostrarle lo que se perdería si se marchaba. Tenía que conquistarla a cualquier precio.
Tal vez hubiera amado a alguien en el pasado, pero ahora vivían en el presente y eso tenía que contar para algo.
Jane abrió la puerta del pequeño bufete de Wicker Park, donde tenía una cita con Andrea Schaefer, experta en derecho de familia y, con suerte, la respuesta a todos sus problemas.
Pensó en su conversación con Will de la noche anterior e hizo una mueca. Le había gustado la chispa de celos que sorprendió en él y la divirtió pensar que eran celos de sí mismo. P.C. eran las iniciales de Príncipe de Cuento, nombre con el que le gustaba referirse a él en otro tiempo.
Y precisamente porque lo había querido en otro tiempo, lo conocía bien y sabía que era un incapaz de comprometerse con ninguna mujer. Para él ella era un premio que estaba fuera de su alcance, y si alguna vez la tenía, dejaría de desearla.
Respiró hondo y abrió la puerta interior del bufete. Una recepcionista joven y guapa le sonrió.
– Soy Jane Singleton.
– Sí. La señora Schaefer la espera. Es la puerta del medio.
Jane asintió y caminó hacia el despacho. Antes de que llegara a la puerta, salió una rubia alta, vestida con falda a cuadros, jersey púrpura y zapatos de tacón.
– Hola, Jane. Soy Andrea Schaefer. Pasa y siéntate.
Jane obedeció y la abogada se sentó a su vez detrás de su mesa.
– Dices que tienes una disputa por un contrato. ¿Has traído una copia?
Jane asintió y le tendió una fotocopia del documento.
A medida que Andrea lo leía, su rostro iba adoptando una expresión de regocijo.
– Es un contrato de matrimonio; creo que nunca había visto ninguno.
– Lo firmé hace seis años. Sé que fue una estupidez, pero creía que era una broma. Nunca pensé que intentaría obligarme a cumplirlo.
– ¿Ese hombre te dio algo? ¿Dinero o un regalo caro? ¿Te dio algo para validar el contrato?
Jane intentó recordar.
– Sí, me dio cinco dólares. ¿Eso es importante?
Andrea miró el contrato pensativa.
– En esencia, el contrato es legal -explicó-. Aunque no creo que pueda sostenerse en un tribunal. Ningún juez te obligará a casarte con alguien si no quieres, pero si ese hombre insiste en llevar el caso adelante, tendrás que pactar con él -se detuvo de golpe-. ¡Oh, Dios mío! No puedo creerlo. ¿Will McCaffrey? ¿Facultad de Derecho de Nortwestern, promoción del 98?
– Sí.
Andrea soltó una risita y movió la cabeza.
– Me temo que aquí pueda haber un conflicto de intereses. Yo conozco a Will. Se licenció un año antes que yo -hizo una pausa-. Asistimos juntos a algunas clases y a mí me gustaba mucho. Gustaba a casi todas las chicas. Incluso salimos una vez.
Jane la miró fijamente. ¿Estaba destinada a encontrarse con muchas mujeres así por todo Chicago? Sabía que Will había salido con muchas estudiantes de Derecho, pero aquello era mucha coincidencia.
– ¿Cómo está Will? -preguntó Andrea-. Tiene que irle muy mal para que recurra a un contrato para buscar esposa. ¿Qué ha pasado? ¿Se ha quedado calvo? ¿Tiene barriga?
Jane negó con la cabeza.
– No, está casi igual que antes, tal vez más guapo todavía… o más sofisticado.
Andrea suspiró.
– Ese hombre ya era demasiado atractivo para su bien.
– Sí, y lo sigue siendo -admitió Jane con una sonrisa.
– ¿Y por qué no quieres casarte con él? ¿No lo amas?
– No -dijo Jane-. Sí -se miró las manos, que tenía enlazadas en el regazo-. Un poco. O puede que haya sucumbido a su encanto. Me hace olvidar lo que es y creer que puede ser lo que yo quiero que sea. Y cuando estamos juntos, siento que soy la única mujer del mundo que puede hacerle feliz.
– ¿Y qué crees que siente él por ti?
– Dice que le gusto. También creo que necesita casarse y que eso tiene mucho que ver con lo que siente.
– ¿Y qué crees que haría si le dices que te casarás con él?
– Ya lo he probado. Y creo que está dispuesto a casarse, pero no por las razones que importan. Will está acostumbrado a salirse con la suya.
– Bueno, si quieres casarte con él, yo te aconsejo que esperes a ver lo que ocurre. Si no quieres, díselo. Lo peor que puede hacer es llevarte a juicio, pero te apuesto lo que quieras a que no lo hace. Es un abogado listo y tiene que saber que tiene pocas posibilidades.
– ¿O sea que la decisión es mía?
– Sí. Y, si necesitas mi ayuda, llámame – Andrea se puso en pie-. Pero estoy segura de que puedes resolver este problema sola.
Jane le estrechó la mano, le dio las gracias y salió del despacho, sorprendida de que todos sus problemas se hubieran resuelto en menos de cinco minutos. Pero aunque tenía las respuestas, no estaba segura de su decisión. Podía marcharse de casa de Will y seguramente él no la obligaría a volver. ¿Pero deseaba hacerlo? ¿O seguía albergando la fantasía secreta de que los dos estaban destinados a estar juntos?
Caminó hacia donde había dejado aparcada la camioneta. ¿Por qué había tenido que aceptar su oferta? Andaba mal de dinero, sí, sin embargo podía haber dormido en el sofá de Lisa o haber ido a casa de sus padres. Pero no, había caído en la misma trampa antigua con la esperanza de que esa vez Will pudiera ser el hombre que siempre había querido que fuera.
Entró en la camioneta, pero no puso el motor en marcha inmediatamente. ¡Era tan amable y considerado! Tal vez había dejado atrás su fase de playboy.
– No -murmuró.
Los hombres como Will no cambiaban nunca. Además, la había forzado a aceptar aquel acuerdo. No la amaba, sólo la necesitaba para conseguir lo que quería.
– Me marcharé -dijo.
Giró la llave de contacto. Después de añadir a Lisa y Roy a la lista, tenía que preparar una comida de Acción de Gracias para doce personas. Cuando todos se marcharan, se sentaría a hablar con Will y le diría que quería irse.
Y luego seguiría adelante con su vida.
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