Will la levantó del sofá y la abrazó.

– Es normal que estés disgustada – dijo.

– No lo estoy -le aseguró ella, luchando por respirar-. De verdad.

– Ven, vamos arriba y descansas un rato, ¿de acuerdo? Creo que todo esto ha sido demasiado para ti.

Cuando la guiaba hacia las escaleras, los demás entraban ya en la cocina, curiosos por ver lo que ocurría. Selma palideció al ver el pavo en el suelo, el padre de Will hizo una mueca y riñó al perro. Y el padre de Jane soltó una risa casi tan histérica como la de su hija.

La joven se acercó a él y le dio un beso.

– Gracias, papá -susurró. Tomó una botella de vino del mostrador y miró a Will-. ¿Por qué no te ocupas de los invitados? Yo me voy a dar un baño, beber vino e intentar olvidar este día.

Cuando llegó al segundo piso, entró en el dormitorio de Will, se tumbó en la cama y abrazó una de las almohadas contra su pecho. Cerró los ojos y bajó la cabeza para inhalar su aroma.

En ese momento no le importaba nada lo que sucediera abajo. Cuando acabara el día, volverían a quedarse solos y ella lo amaría, por una vez, completamente y sin reservas. Y cuando recordara después ese día, no vería a Thurgood comiéndose el pavo ni a su madre discutiendo con el padre de Will, recordaría haber compartido con Will algo que era más que perfecto.


Cuando los invitados se marcharon al fin, Will subió las escaleras en busca de Jane, a la que encontró dormida en su cama con la botella de vino vaciada a medias en la mesilla. Se acercó de puntillas y la contempló un rato antes de ceder al impulso de reunirse con ella. Se tumbó y la abrazó por la cintura.

– ¿Se han ido? -preguntó ella, adormilada.

Will apoyó la cabeza en su hombro.

– Hace ya rato. He terminado de limpiar abajo. Y Lisa y Roy acaban de marcharse.

– Gracias -dijo ella.

– ¿Estás bien?

Ella se volvió en sus brazos para mirarle la cara.

– Ha sido divertido, ¿verdad? ¿Se ha reído alguien?

Will apoyó la frente en la de ella.

– Tu padre. Y los niños también. Mi hermana se sentía mal por ti, pero tu madre ha conseguido controlarse y no ha llorado.

– ¿Y cómo está Thurgood?

– Muy lleno. Pero dice que el pavo estaba muy bueno, nada seco y que le encanta el relleno de ostras.

Jane sonrió.

– Recuérdame que le dé las gracias. De no ser por él seguiría abajo intentando parecer perfecta. Y no lo soy, por mucho que mi madre se empeñe.

– Te quiere -susurró Will-. Mi padre y ella sólo quieren que seamos felices.

– Soy feliz -declaró la joven-. Ahora, aquí contigo.

– Yo también -susurró él-. ¿Ha sido tan malo?

– Dijiste que ibas a ser mi esclavo una semana, ¿recuerdas?

– Claro. ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres un masaje en los pies o que te prepare un baño?

– Tengo una idea mejor -sonrió Jane-. Quiero que te desnudes.

Will sonrió, sorprendido por su cambio de humor. Debía de estar más borracha de lo que pensaba.

– ¿Qué?

– ¿Cuestionas mis órdenes? -se burló ella-. Te he dicho que te desnudes.

Will salió de la cama y se quitó la camisa. Bajó las manos hasta el cinturón.

– Despacio -dijo Jane. Se sentó en la cama-. Quiero disfrutarlo.

Él soltó una risita y obedeció sin decir palabra.

– Ya está. ¿Contenta?

Jane se puso de rodillas.

– Mucho mejor -saltó de la cama y dio despacio una vuelta en torno a él rozando su piel con gentileza. Will intentó atraparla, pero ella se apartó de un salto. De eso nada -advirtió-. Tú no puedes tocarme a mí.

– Eso es un juego peligroso -gimió él.

– ¿Tú crees?

Will observó cómo se desabrochaba la blusa despacio y respiró hondo. Cuando ella estuvo desnuda, se colocó ante él y bajó despacio los dedos por el cuello hasta el pecho y el vientre. Cerró la mano en torno a su pene y lo acarició con gentileza. Él anhelaba tocarla, pero se contuvo.

Cuando creía que no podría soportarlo más, ella se paró. Pero un momento después lo tomó en su boca y él lanzó un gemido y murmuró su nombre. Cuando creía que ya no podría soportarlo más, ella se introdujo el pene más hondo.

– Cariño, para -le suplicó él.

Jane se incorporó despacio, le tomó la mano y lo guió hasta la cama. Apoyó las manos en sus hombros y lo obligó a sentarse en el borde. Will la abrazó por la cintura y la sentó en su regazo, con las piernas apretadas contra sus caderas.

Se besaron y acariciaron un rato largo, explorando sus cuerpos con los labios y las yemas de los dedos. Y cuando ella al fin le colocó el preservativo y se dejó penetrar, Will estaba seguro de una cosa: amaba a Jane y no quería dejarla marchar nunca.

Llegaron juntos al orgasmo y Will la abrazó con fuerza y apoyó la cabeza en sus pechos.

– Te quiero -murmuró-. Te amo.

Se tumbó con ella, sin soltarla, apoyó la barbilla de ella en la curva de su cuello y esperó, rezando para que ella correspondiera a sus sentimientos. Pero Jane guardó silencio y Will al fin acabó por comprender la verdad: que por mucho que lo deseara, ella no podía amarlo.

Algo, o alguien, se lo impedía.

Jane despertó mucho antes de amanecer y oyó la respiración de Will mientras analizaba la decisión que tenía que tomar. Había dicho que la amaba, pero no podía decidirse a creerlo.

¿Cuántas veces habría declarado su amor por una chica, seguro de que esa vez era la verdadera? Y si ella creía sus palabras, estaría perdida, atrapada en una fantasía que quizá nunca se hiciera realidad.

Saltó de la cama, con cuidado de no despertarlo, y fue a su cuarto a guardar sus cosas. Intentó reprimir las lágrimas. Todavía le quedaban los amigos y la familia. Podía quedarse con Lisa y Roy o ir a su casa y darle la mala noticia a su madre. De un modo u otro, tendría que hacer planes para el futuro, un comienzo nuevo, tal vez en otra ciudad. El tiempo no había disminuido sus sentimientos por Will; quizá la distancia lo lograra.

– Jane?

Se volvió y lo vio ataviado sólo con los calzoncillos y el pecho desnudo.

– ¿Qué haces? -preguntó adormilado.

– Guardo mis cosas -repuso ella, con voz temblorosa-. Tengo que irme.

Will entró más en la estancia. Apretó los puños a los costados, como si quisiera controlarse para no tocarla.

– ¿Vacaciones? -preguntó. Levantó una mano para parar su respuesta-. No, no importa. Supongo que tenía que haberlo adivinado.

– ¿A qué te refieres?

Will soltó una risa tensa y movió la cabeza.

– Desde que llegaste has tenido un pie en la puerta. Da la impresión de que cada vez que avanzamos un paso uno hacia el otro, tú recorres dos en dirección a la puerta.

– No puedo seguir aquí. Es demasiado confuso. No sé quién soy ni lo que siento. No sé si me quedo porque quiero o porque me han obligado.

– Yo no te he obligado nunca.

– No me diste alternativa. Es lo mismo.

– Podrías haberte negado.

– ¿Para que me llevaras a los tribunales? Cuando vine, no me quedaba nada. Mi negocio fracasaba, no podía pagar el alquiler, el coche estaba averiado y no tenía dinero para arreglarlo. Me pareció un buen lugar para esperar a que se animara el trabajo en primavera.

Will apretó los labios.

– O sea que me has utilizado.

– No más que tú a mí. No olvides que viniste en mi busca porque necesitabas una esposa para que tu padre te dejara la empresa.

– Puede que nuestros motivos no fueran los mejores del mundo, pero las cosas han cambiado, ¿no lo ves?

– No. Empezamos mal y todo lo que ha pasado después sigue mal.

– Vamos, Jane -dijo él con tono de enfado-. Anoche te sentía mi lado y no fingías. Tú eres ésa, la mujer que me sedujo. ¿Qué narices ha cambiado desde anoche?

– Nada. Y todo.

– ¿Puedes ser más específica?

– Dijiste que me amabas -gritó ella con tono acusador.

– ¿Y eso es malo?

– ¿A cuántas mujeres les has dicho eso y las has dejado una semana más tarde? Te conozco demasiado bien.

– A ninguna.

– ¿A ninguna? ¿Cómo que a ninguna?

– Nunca le he dicho eso a ninguna otra mujer. Tú eres la primera y puede que seas la última.

– No me mientas. Yo te oía hablar de todas ellas, todas eran perfectas hasta que cambiabas de idea. O tenían el pelo muy rizado o muy liso, o los pies grandes o eran muy conservadoras o demasiado rebeldes. ¿Qué va a ser en mi caso?

– Admito que ha habido muchas mujeres en mi vida. No puedo cambiar el pasado, pero sí controlar el futuro, y te quiero.

Ella enderezó la espalda.

– No te creo. Puede que ahora pienses que me amas, pero no durará.

Will se acercó y le agarró los brazos.

– No me digas a mí lo que siento ni me digas lo que va a durar. ¡Maldita sea! ¿Qué quieres de mí?

– Quiero más -gimió ella. Se apartó-. No sé lo que quiero, pero no quiero sentirme obligada a vivir aquí porque no puedo pagar un abogado. No quiero saber que sólo quieres casarte conmigo por tu padre. Quiero más.

Will se sentó en la cama y se frotó los ojos.

– Lo quieres a él, ¿verdad? Prefieres vivir en un mundo de fantasía con un hombre que nunca vas a tener, que llevar una vida real conmigo.

– Tú no sabes nada de él -murmuró ella-. Sólo quiero más de una relación de lo que tú puedes darme. Quiero saber que no me harán daño ni me decepcionarán. Prometí quedarme tres meses y no he durado ni uno, pero sé lo que siento y más tiempo no me va a hacer cambiar de idea.

Will asintió con resignación.

– Entiendo. Tú tienes tu vida y yo la mía. Y ese contrato se firmó hace mucho -se frotó el cuello-. ¿Sin rencores?

– Sin rencores -musitó ella, atónita por su cambio de humor. Era lo que él hacía siempre que terminaba una relación: retirar sus afectos con frialdad y adoptar una fachada de indiferencia.

– ¿Adónde irás? -preguntó él.

Jane se encogió de hombros.

– No lo sé. Lisa me ofreció su sofá. O puedo ir a casa de mis padres. Da igual.

Will se levantó de la cama.

– Quiero que me llames si necesitas algo. Quiero que seamos amigos.

– Tal y como empezamos -se puso de puntillas y lo besó en la mejilla-. Adiós, Will.

Tomó la bolsa y salió de la habitación sin molestarse en guardar el resto de sus cosas. Después de todo, lo que de verdad tenía que salvar al alejarse era su corazón.

Capítulo 8

El solar hervía de actividad cuando llegó Will. Habían empezado las excavaciones porque querían iniciar el proyecto en serio antes de fin de año, pues ya llevaban tres meses de retraso. Y tenía que agradecer que el proyecto le consumiera tanto tiempo, porque evitaba que pensara demasiado en Jane.

Se apoyó en la puerta del coche y miró la grúa que colgaba sobre el solar. Hacía más de un mes que ella se había ido y aún no había conseguido aceptar lo ocurrido, pero sabía que no lo quería y que no podía hacer nada para cambiar eso. La atracción de lo inalcanzable era para ella más fuerte que la posibilidad de un futuro con un hombre que tenía al lado.

– Pensé que te encontraría aquí.

Will se volvió hacia su padre, que se acercaba con un casco en la mano. Se lo tendió a su hijo.

– La seguridad ante todo -bromeó.

– Te dije que vendría yo, que no hacía falta que vinieras tú.

– Quería hablarte fuera del despacho.

– ¿Qué pasa ahora? Porque te advierto que no estoy de humor para otra pelea.

– Pues me parece que vas a necesitar tapones además del casco, porque no te va a gustar lo que voy a decir -Jim McCaffrey hizo una pausa-. No creo que sea buena idea que te cases con esa chica. Su padre es amable, pero no podría pasar otra festividad con su madre. Y esto de la Navidad… Si os casáis, su madre no puede decidir dónde tiene que pasarla. Jane y tú no estuvisteis juntos en Nochebuena.

Will soltó una risita.

– No tienes de qué preocuparte, papá. Jane me dejó el día después de Acción de Gracias y no he vuelto a verla.

– ¿Te dejó hace más de un mes y no has dicho nada?

– Sí. Supongo que no quería oír el sermón de siempre sobre que arruino mi vida.

Jim frunció el ceño.

– Lo siento. Pero puede que sea para bien. Dicen que una mujer acaba pareciéndose a su madre -se estremeció-. Y dentro de veinte años, Jane sería igual que la suya.

Will lo miró con rabia.

– ¿Por qué hablas así de ella si no la conoces? Es buena y sensible. Y es lo mejor que me ha pasado en la vida.

– Puede que lo creas así, pero…

– Me da igual lo que tú pienses, así que déjame en paz.

Jim movió la cabeza.

– Estaba equivocado. No debo presionarte en un tema tan importante como el matrimonio. Esta mañana he hablado con Ronald y le he dicho que te nombraré presidente ejecutivo en abril. Lo ha entendido y me ha asegurado que cuentas con todo su apoyo.