Will miró a su padre con la boca abierta.

– ¿Así sin más? ¿Sin ataduras ni exigencias?

– Así sin más. Mañana empezaremos a planear la transición. El proyecto de Denver es tuyo.

Will levantó la mano.

– Espera, no sé si quiero el puesto.

– ¿Qué?

– He estado pensando en montar algo por mi cuenta.

. -¿Y por qué? Yo te doy todo lo que he pasado mi vida construyendo -le dio una palmada en el hombro-. Acéptalo antes de que cambie de idea y luego sigue adelante con tu vida. El pasado es el pasado.

Will pensó que su padre tenía razón. No podía pasarse la vida lamentando lo que no podía tener. Era preciso seguir adelante.

– ¿Seguro que deberíamos estar aquí? -susurró Lisa.

– Tengo que recoger el resto de mis cosas -Jane metió la llave en la cerradura-. ¿Quieres que lo haga con él aquí?

– ¿Y por qué no las dejas? ¿Qué es eso tan importante sin lo que no puedes pasar?

– Mis plantas -respiró hondo-. Tengo que desactivar la alarma. Espero que no haya cambiado la clave.

– ¿Y si lo ha hecho?

– Entonces corremos -abrió la puerta, introdujo rápidamente los números que le había dado Will la noche que llegó allí y comprobó con alivio que seguían siendo válidos-. Ya está.

– Esto no me gusta nada.

– No hacemos nada ilegal, tengo llave -tiró de Lisa hacia las escaleras-. Pero Thurgood tiene que estar por aquí y suele venir a la puerta cuando oye a alguien fuera.

Subió rápidamente las escaleras.

– Vamos a buscar las plantas y nos marchamos.

Cuando llegó a su antigua habitación, se detuvo de repente, con la atención fija en un ruido sordo.

– ¿Qué es eso?

Se volvió y vio a Thurgood en la puerta del cuarto de Will, cuya jamba golpeaba con la cola. Se acercó a ella y Jane le rascó las orejas.

– Buen perro.

– Deja de jugar con el perro -susurró Lisa. Abrió la puerta.

Jane entró en la estancia. Sus plantas estaban exactamente donde las había dejado.

– Están vivas -comentó. Introdujo un dedo en la tierra de Anya-. La ha regado, tienen buen aspecto -reprimió una emoción repentina-. Las ha cuidado bien.

Lisa sacó unas bolsas de plástico del bolsillo del abrigo y se las pasó.

– Yo me encargo de las plantas, tú recoge tu ropa y las cosas del baño.

– No puedo creer que las haya regado.

– Date prisa -susurró su amiga-. No quiero estar aquí más tiempo del necesario.

Jane salió de la habitación y fue al cuarto de baño del pasillo, pero cuando abrió la puerta, se encontró de bruces con un pecho desnudo. Soltó un grito y retrocedió un paso.

– ¿Jane?

– Will -murmuró ella. Él llevaba sólo unos calzoncillos de seda y nada más-. ¿Qué haces aquí?

– Vivo aquí -sonrió él-. ¿Qué haces tú?

– He venido a recoger mis cosas. No esperaba encontrarte aquí a estas horas. -¿Qué narices pa…?

Los dos miraron a Lisa, que salía del dormitorio. Ésta abrió mucho los ojos. -Hola, Will.

– Hola.

– Quiero que sepas que no ha sido idea mía.

– No sabíamos que estarías en casa – explicó Jane-, o no habríamos venido.

– Anoche me acosté muy tarde y esta tarde salgo en viaje de negocios para Denver -musitó él-. Seguramente pasaré mucho tiempo allí si conseguimos el proyecto. Tengo buenas noticias. Mi padre me deja la compañía desde el uno de abril.

– Estupendo -dijo Jane.

– Sí -asintió Lisa-. ¿Pero por qué quieres irte de Chicago? ¿No echarás de menos…? -vio que los dos la miraban-. Voy a terminar en el dormitorio.

– O sea que has conseguido todo lo que querías -murmuró Jane.

Will se apoyó en la pared del pasillo.

– Casi todo.

– Yo también estoy pensando en mudarme -anunció ella.

– ¿Sí?

– Es difícil aguantar un negocio como el nuestro con este clima, así que debería irme a un lugar cálido, Florida o California. Aunque allí las plantas serán diferentes y habrá otros insectos y… -se interrumpió.

– Los dos nos movemos -dijo él-.

Eso está bien.

– Muy bien.

– ¿Dónde te alojas ahora? -¿Por qué?

– Por nada, por si te dejas algo y necesito contactar contigo.

– Estoy en casa de Roy y Lisa, en Wicker Park -buscó algo más que decir, pero no se le ocurrió-. Bueno, creo que debo irme.

Will le tomó una mano.

– Me alegro de verte. Es agradable tenerte de nuevo aquí aunque sólo sea un rato.

Jane asintió con la cabeza y volvió al dormitorio. Antes de entrar, miró hacia atrás, pero Will había desaparecido ya escaleras abajo.

– ¿Y bien? -susurró Lisa-. ¿Qué tal?

– Guarda las plantas y vámonos -musitó Jane con voz temblorosa-. Ha dicho que me enviará el resto de las cosas.

Tomó una de ellas y avanzó hacia las escaleras. Esperó a Lisa en la acera, envuelta en una nube de emociones distintas e impaciente por alejarse de allí. Cuando vio salir a su amiga, corrió hacia la camioneta.

– ¡Espera! -gritó Lisa.

– ¿Has visto eso? Está frío y distante. Y anoche se acostó tarde. ¿Qué crees que significa eso?

– No sé. ¿Qué?

Que estuvo con una mujer. ¿No te has dado cuenta de lo satisfecho que parecía?

– Parecía dormido, como si acabara de salir de la cama.

– Exacto -Jane movió la cabeza-. Es evidente que ya ha olvidado todo lo que tuvimos juntos y seguido adelante.

– Eso no lo sabes. A lo mejor estuvo trabajando o viendo una película.

– ¿Por qué lo defiendes?

Lisa levantó las manos en un acto de rendición.

– No lo defiendo. Sólo digo que no debes sacar conclusiones precipitadas. He visto cómo te ha mirado.

– ¿Y cómo me ha mirado?

– No te quitaba los ojos de encima, Jane. Te mira como un hombre enamorado.

Jane se volvió y siguió andando por la acera.

– No digas eso, no puedo dejarme llevar otra vez por esa fantasía. Tengo que seguir con mi vida y él tiene que seguir con la suya.

– ¡Eh! ¿Adónde vas? El coche está aquí.

Jane se detuvo y volvió hacia el coche de su amiga.

– No quiero oír nada más, ¿entendido?

Se hizo la firma promesa de dejar de pensar en Will en aquel mismo momento.

– ¿Te vas a pasar el resto de tu vida en ese sofá? -preguntó Lisa.

Jane levantó la vista.

– No. Sólo un mes o dos más más, hasta que se anime el trabajo.

Llevaba ya dos meses viviendo en casa de su amiga y durmiendo en el sofá. Los fines de semana iba a casa de sus padres para dejar intimidad a Roy y Lisa, pero no podía soportar más de dos noches con su madre y solía a acabar de nuevo en el sofá el lunes por la noche.

– Si se anima -Lisa se dejó caer en un sillón y puso los pies en la mesa de café-. Tenemos, que hablar de eso.

Jane se incor¢oró en el sofá.

– Lo sé. Empiezo a pensar que un negocio como el nuestro no puede sobrevivir sin trabajo de invierno.

– Supongo que podríamos colocarnos de dependientas -dijo su amiga-. O yo puedo trabajar en la empresa de Roy.

– ¿Qué?

– La administrativa acaba de irse y Roy me ha pedido que ocupe su puesto. El sueldo no está mal -Lisa se mordió el labio inferior-. Pero si no quieres, no aceptaré. Windy City Gardens era nuestro sueño y no quiero dejarlo hasta que no lo dejes tú.

– No -Jane apretó la mano a su amiga-. Ya es hora. Además, yo estaba pensando en irme hacia el sur a empezar de nuevo, buscar un sitio donde las plantas crezcan doce meses al año.

– ¿Y Will? -preguntó Lisa.

– ¿Qué pasa con él?

– Todavía lo quieres. Creo que siempre lo has querido.

– Eso no significa que tenga que seguir queriéndolo.

Lisa miró su reloj.

– ¿Llegas tarde a algún sitio? -preguntó Jane.

– No, es sólo…

Sonó el timbre de la puerta y Lisa se puso en pie.

– Creo que debes peinarte y sacudirte esas migas del pijama -dijo.

– ¿Por qué?

– Porque Will está aquí.

– ¿Qué?

– No te enfades. Llamó el otro día para decir que quería devolverte unas cosas y yo le dije que podía pasarse.

El timbre de la puerta volvió a sonar y Jane se puso en pie de un salto.

– No le dejes entrar.

– Yo creo que está enamorado de ti – dijo Lisa-. Y sé que a ti te pasa lo mismo, pero los dos sois demasiado testarudos como para admitirlo.

– Tú lo conoces tan bien como yo y sabes que no es capaz de amar.

– ¿Cómo lo sabes? Tú viviste un mes con él. ¿Se iba con otras mujeres o se quedaba toda la noche por ahí con sus amigos? ¿Te hizo sentir alguna vez que no podías confiar en él?

– No, pero eso no significa…

– ¿Qué? Porque yo veo a un hombre que ha madurado mucho en seis años y puede estar preparado para aceptar un compromiso. Sugiero que entres al baño a peinarte y pintarte los labios mientras le abro.

Jane soltó un grito y sacó unos vaqueros y un jersey de la maleta que había en un rincón. Entró en el cuarto de baño, donde se lavó la cara y pasó los dedos por el pelo revuelto.

El corazón le latía con violencia, pero se esforzó por mantener la compostura. Hacía casi un mes que no veía a Will, pero eso no le había impedido pensar en él.

Se vistió y se puso perfume en el cuello y las muñecas. Se sentó un momento en el borde de la bañera para tranquilizarse.

Lisa llamó a la puerta con los nudillos y entró.

– ¿Te vas a quedar aquí toda la noche?

– ¿Qué aspecto tiene? ¿Parece con ganas de pelear o parece contento?

– Está muy guapo -declaró su amiga-. Si yo no estuviera casada, intentaría algo con él. Y parece ansioso por verte, así que sal ahí y habla con él. Y procura ser amable -Lisa la empujó hacia la puerta.

Jane respiró hondo y entró en la sala de estar. Will estaba cerca del sofá, de espaldas a ella.

– Hola.

Él se volvió al oírla. -Hola.

Ella cruzó la estancia hasta el sofá, donde se sentaron los dos en silencio. -¿Cómo estás? -preguntó Jane.

Will estiró el brazo y le tomó la mano. -Bien, ocupado con el trabajo. -Yo también. Muy ocupada. Will respiró hondo.

– Te echo de menos, Jane. Creo que me acostumbré a tenerte en casa.

– ¿Por mis maravillosas comidas y mi gran gusto para la decoración?

– Claro -declaró él-. Por eso y muchas más cosas. Y Thurgood también te echa de menos -le soltó la mano y tomó una bolsa que había dejado en la mesa de café-. Te he traído esto. Es tu cinta de Desayuno con diamantes. Estaba dentro del vídeo.

– Gracias. No la había echado de menos.

– Tengo algo más -dijo él-. Una especie de regalo de Navidad retrasado, aunque, como casi estamos en San Valentín, también puede ser por eso -le pasó la bolsa.

Jane miró en su interior, donde había un DVD de Desayuno con diamantes, otro de Vacaciones en Roma y otro de Sabrina.

– Recuerdo que te gustaban mucho las películas de Audrey Hepburn -dijo él-. También te he comprado un reproductor de DVD, está en el coche.

Jane le dio un beso en la mejilla.

– Gracias. Audrey Hepburn es mi favorita.

– Lo recuerdo.

Volvió a tomarle la mano y la acercó a su boca para besarle los dedos.

– ¿Cómo te encuentras? -preguntó de nuevo.

– Bien -repitió ella-. Ocupada con el trabajo. Estoy buscando otro apartamento. Creo que Lisa y Roy empiezan a cansarse de tenerme aquí.

Will la miró sorprendido.

– Pensaba que querías mudarte.

– Eso también está todavía en el aire, no he tomado una decisión.

– Yo puedo ayudarte a buscar apartamento -se ofreció él-. Trabajamos con varias inmobiliarias. Cuando estés preparada…

– Te llamaré -terminó ella.

Él miró a su alrededor con nerviosismo.

– Supongo que debería irme. Sólo quería traerte esto y ver cómo estabas.

– Estoy bien.

Will se levantó y echó a andar hacia la puerta, pero cambió de idea y volvió al sofá.

– Jane, sé que sigues enamorada de él y comprendo que te resulte difícil olvidarlo porque no creo que yo pueda olvidarte en mucho tiempo.

– Will…

Él volvió a sentarse y colocó una mano en los labios de ella.

– No necesito explicaciones ni promesas. Sólo quiero decirte que tu felicidad es lo que más me importa en el mundo y si no puedes ser feliz conmigo, quiero que lo seas con ese otro hombre -entrelazó los dedos de ella con los suyos-. ¿Está casado? ¿Es por eso por lo que no podéis estar juntos?

Jane negó con la cabeza. -No.

– Eso está bien.

– ¿Por qué?

– Porque necesitas ir a él. Si no sabes dónde está, te ayudaré a buscarlo, pero tienes que decirle lo que sientes y que él te diga lo que siente. Hasta que no hagáis eso, no podrás seguir adelante con tu vida.

– ¿Y si él siente lo mismo?

Will se encogió de hombros.

– Pues tendré que aceptarlo. Pero espero que no sea así y que tú te des cuenta de que lo que tienes conmigo es mejor que nada de lo que puedas tener nunca con él.