Jane tomó el sobre.

– Personal y confidencial -leyó.

– ¿De quién es?

– No hay remite -rompió el sobre y sacó una fotocopia de un documento escrito a mano. En cuanto empezó a leerlo, reconoció la letra. Miró su firma al pie de la página-. ¡Oh, santo cielo!

– ¿Qué es? -preguntó Lisa.

Jane le tendió el contrato y leyó la carta que lo acompañaba.

– En el tema del contrato entre William A. McCaffrey y Jane Singleton, debemos discutir el cumplimiento de los términos lo antes posible. He fijado una reunión en mi despacho para mañana a las 10:00 de la mañana. Sinceramente, William McCaffrey, abogado en ejercicio.

– ¿Vamos a hacer su jardín? Vaya, Jane, estoy impresionada. ¿Has conseguido sacarle un contrato y evitarlo al mismo tiempo?

– Lee el contrato. Esto no tiene nada que ver con jardines, sino con… matrimonio.

Lisa abrió mucho los ojos. Leyó el contrato y miró estupefacta a su amiga.

– Era una broma -dijo ésta-. Él estaba triste y yo vulnerable y sugirió que, si seguíamos solos cuando cumpliera los treinta…

– ¿Tiene algún mensaje de vuelta? – preguntó el mensajero.

– No -repuso Jane-. Espere, sí -se acercó al joven y le puso el índice en el pecho-. Dígale a Will McCaffrey que no pienso casarme con él ni salir con él. Y que si cree que soy la misma chica ansiosa de amor y tonta que lo besó aquella… -se mordió el labio inferior-. No importa. Se lo diré personalmente.

El mensajero asintió y salió del despacho.

– ¿Cuándo besaste a Will McCaffrey? -El 14 de febrero de 1998, hace seis años. Él estaba borracho y yo estaba loca

– le quitó el contrato a Lisa-. Esto no puede ser legal, está escrito a mano y ni siquiera parece mi firma. -¿Es tu firma? -Sí.

– Entonces creo que puede ser legal. Jane se ruborizó y sintió un nudo en el estómago.

– Creo que tendré que buscar un abogado.

– O eso o casarte con Will -contestó Lisa.

Jane se alisó la falda, donde se había formado una arruga durante el recorrido al centro. Había dudado mucho sobre lo que debía ponerse para la reunión con Will y optado al fin por un traje de chaqueta y falda con tacón alto, una ropa que se ponía pocas veces.

El despacho de Will estaba situado en una de las numerosas torres de oficinas que dominaban el centro de Chicago. Había aparcado en una rampa cercana y, una vez en el vestíbulo, había dedicado unos minutos a descansar y recuperar la compostura.

Todo aquello era muy raro. Con contrato o sin él, no se podía forzar a una mujer al matrimonio, aunque no podía evitar pensar que esa boda podía solucionar algunos de sus problemas más apremiantes, como el de dónde vivir cuando la echaran de su apartamento o cómo juntar dinero para recuperar el negocio.

– No lo amo -murmuró para sí. Y repitió mentalmente esas palabras como una especie de mantra.

Se alisó la falda de nuevo y se dirigió al ascensor. Cuando salió en el piso de McCaffrey Comercial Properties, se encontró con unas puertas de cristal. Una recepcionista guapa se sentaba detrás de un mostrador circular y le sonrió al verla entrar.

– Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarla?

– Quiero ver a Will McCaffrey.

Legalmente suya

– Usted debe de ser la señorita Singleton -la joven salió de detrás del mostrador-. El señor McCaffrey ha pedido que la lleve a su despacho. Ahora está reunido, pero no tardará en llegar. ¿Quiere que le traiga algo?

Jane hubiera querido pedir un frasco de Valium.

– No, gracias, estoy bien.

La recepcionista la guió por un pasillo largo y abrió una puerta situada al final.

– Le diré al señor McCaffrey que está aquí.

– Gracias.

Cuando se quedó sola, Jane miró a su alrededor, demasiado nerviosa para sentarse. Tomó una foto de un pastor alemán que había en el escritorio.

– Se llama Thurgood.

Jane se volvió y vio a Will de pie en el umbral, con el hombro apoyado en la jamba. El corazón se le paró y tuvo que tragar saliva con fuerza.

– Es bonito -murmuró.

– Es un sinvergüenza y lo destroza todo, pero lo adoro. ¿Tú tienes animales de compañía?

Jane no contestó. No había ido allí a conversar amigablemente. Abrió el bolso y sacó la copia del contrato.

– Me has enviado esto -dijo.

– Sí -sonrió Will.

– ¿Por qué?

– Creo que está claro en la carta -repuso él.

– No puedes hablar en serio -Jane miró el contrato-. Cuando hicimos esto, habíamos bebido whisky y champán.

Will sacó una mano que llevaba a la espalda y le tendió un ramo de roas.

– Para ti -dijo sonriente-. Rosas inglesas. Tus predilectas, ¿no?

Jane sintió un escalofrío en la espalda y su resolución vaciló. Sólo tenía que sonreírle y ella aceptaba cualquier cosa. Gimió interiormente. Sólo llevaba unos minutos en su presencia y sus fantasías regresaban con fuerza.

– Vas a necesitar algo más que rosas y este contrato ridículo para conseguir que me case contigo.

Will dio un paso hacia ella, sin abandonar la sonrisa.

– Pues dime lo que quieres, Jane.

Ella se arriesgó a mirarlo con detenimiento. Sus rasgos, infantiles en otro tiempo, habían adquirido una cualidad más dura. Parecía poderoso, decidido. Si de verdad se había empeñado en el matrimonio, ella estaba en apuros. Porque, cuando Will McCaffrey quería algo, encontraba el modo de conseguirlo. Maldijo en silencio su pulso, que latía con fuerza, y el rubor que cubría sus mejillas.

– Supongamos por un momento que este contrato es legal, cosa que dudo. Tú estabas borracho y yo estaba bajo la influencia de… -se interrumpió-. ¿Por qué quieres casarte conmigo? No hemos hablado desde que terminaste la universidad.

Will se acercó hasta quedar delante de de ella.

– Puede que no -dijo-. Pero eso no significa que no haya pensado en ti.

– Eso no cuenta -repuso ella, que sí había pensado mucho en él.

– Vamos, Jane. Antes éramos amigos, ¿por qué no volver a serlo? Estábamos bien juntos.

– ¿Has sufrido un golpe en la cabeza últimamente? -preguntó ella-. ¿O alucinas tú solo? Nunca estuvimos juntos. Tú estuviste con la mitad de las chicas del campus, pero nunca conmigo.

– Tú eres la única mujer con la que he tenido una amistad.

Subió una mano por el brazo de ella, pero Jane lo había visto conquistar a muchas chicas, había estudiado su técnica y no estaba dispuesta a dejarse engañar por sus trucos.

– Vamos a ser sinceros -dijo.

– Estupendo -repuso Will-. Estoy a favor de la sinceridad.

– Por alguna razón sientes de pronto la necesidad de casarte conmigo. Tal vez es una crisis vital tuya o has salido ya con todas las mujeres de Chicago. O quizá se han casado todos tus amigos y ya no tienes con quién salir de juerga, pero en lugar de cortejar a una mujer como es debido, me envías este contrato. Supongo que pensabas que estaría encantada. Después de todo, una chica como yo sería una tonta si rechazara una oferta de matrimonio de un hombre como tú.

Will frunció el ceño con expresión confusa.

– ¿Qué quieres decir con eso?

Que no me voy a casar contigo. Ya ni siquiera nos conocemos y no recuerdo haber firmado este contrato -lo arrugó y lo empujó contra el pecho de él.

Era mentira. Recordaba cada momento de aquella noche y cómo había soñado que él volviera algún día a intentar cumplirlo.

Will respiró hondo y soltó el aire con lentitud.

– Has cambiado -dijo-. Antes eras más…

– ¿Débil, patética, tonta? No soy la misma imbécil que te hacía galletas y te cosía las camisas.

– Yo no iba a decir eso -él tendió una mano y le tocó la mejilla con aire vacilante-. Ya no eres una chica. Eres una mujer muy hermosa, apasionada y testaruda.

Jane cerró los ojos y se sumergió por un momento en el calor de su mano. Así empezaba precisamente una de sus cinco fantasías principales. Unos momentos después la tomaría en sus brazos y la besaría con pasión. Y si por alguna extraña razón su fantasía se hacía realidad, tal vez pudiera empezar a buscar un vestido blanco y un ramo de novia.

Porque era imposible que pudiera evitar enamorarse de Will otra vez, suponiendo, claro,, que hubiera dejado de estarlo alguna vez.

Tragó saliva con fuerza.

– ¿Qué quieres de mí? -preguntó.

– Sólo que olvides el pasado y vengas a cenar conmigo esta noche. Quiero que tomemos una botella de champán y aprendamos a conocernos de nuevo.

Jane apretó los dientes. ¿Por qué estaba tan decidido a conquistarla de nuevo? ¿No comprendía lo que podía costarle eso a ella? Movió la cabeza.

– No, no pienso salir contigo y no me casaré contigo.

– ¿Por qué no? -preguntó él con frustración-. ¿Qué tengo de malo? Soy un tipo decente. Te portas como si fuera un asesino psicópata con joroba y mal aliento.

– No tienes nada de malo. Simplemente no nos compenetramos.

Will soltó una risita.

– ¿Cómo puedes saber eso?

– Lo sé.

Él se encogió de hombros y se apartó.

– En ese caso, nos veremos en los tribunales.

Jane cerró los ojos e intentó reprimir la ira.

– Tenemos que llegar a un acuerdo – dijo-. Si no me hubieras visto el otro día en la calle, no te habrías acordado del contrato y los dos habríamos seguido con nuestra vida.

– Puede que sí -dijo él-, pero nos vimos y comprendí lo mucho que te he echado de menos, y lo mucho que te quiero de nuevo en mi vida.

Jane procuró no pensar en sus palabras; formaban parte de s plan de conquistarla y no significaba nada.

– ¿Y el matrimonio es la respuesta? – preguntó-. ¿No sería más natural empezar por una cita?

– Te lo pedí y dijiste que no. Además, ahora que lo pienso, estoy harto de citas y quiero dar un paso adelante en mi vida – se sentó en su escritorio y la observó con una sonrisa suave.

Jane lo miró de hito en hito.

– No me casaré contigo ni saldré contigo. No quiero volver a verte en mi vida y, si crees que puedes imponerme ese contrato estúpido, inténtalo. Te reto.

Se acercó a la puerta con el corazón galopante y salió de prisa. Cuando llegó al ascensor, se apoyó en la pared y cerró los ojos. Imágenes de Will cruzaban por su mente. Gimió con suavidad. La única alternativa parecía ser luchar contra él. ¿Pero lo era?

– Sólo necesito tiempo -murmuró con desesperación.

Tiempo para arreglar sus problemas económicos sin la amenaza de un juicio caro colgando sobre su cabeza, tiempo para comprender su atracción por un hombre al que no era posible que amara, y tiempo para convencerse de que Will McCaffrey no era el hombre de sus sueños.

Pero en un rincón secreto de su corazón no podía evitar preguntarse qué pasaría si se casaba con él.

Tragó saliva. ¿Y si se arrepentía toda su vida de aquella decisión? En aquel momento parecía la única alternativa, ¿pero pensaría igual diez o quince años después?

Capítulo 2

Desde el lago soplaba un viento frío, que hacía volar las hojas secas. El cielo grisáceo oscurecía el sol de noviembre y una lluvia fría brillaba en las aceras. Cerca ululó una sirena. Will se apretó más la gabardina en torno al cuerpo y cruzó la calle deprisa.

Después de lo ocurrido en su despacho dos días atrás, había sido una sorpresa volver a tener noticias de Jane. Había llevado mal la reunión, en parte porque le había sorprendido que ella lo creyera capaz de obligarla a casarse con él. El contrato sólo había sido un medio para conseguir que fuera a cenar con él. Maldijo en silencio. Nunca había obligado a una mujer a salir con él. ¿Por qué estaba tan decidido a hacerlo con ella?

Tal vez volver a verla lo ayudara a aclararse. Sí, era muy atractiva y, sí, habían tenido una amistad bonita en el pasado, pero ahora eran personas diferentes con vidas distintas. ¿Significaba eso que no podían volver a empezar? Entró en el parque pequeño situado enfrente de la biblioteca Newberry y echó a andar por el camino mirando a los transeúntes en busca de Jane.

Esa mañana le había dejado un mensaje pidiéndole que fuera a verla pero sin darle más explicaciones. Y Will había decidido aprovechar la oportunidad para explicarle su comportamiento y buscar el modo de arreglar las cosas con ella. En el mejor de los casos, quizá accedería al fin a cenar con él. En el peor, le diría dónde podía meterse el contrato.

No era la misma que había conocido en la universidad. La chica tímida se había convertido en una mujer segura de sí misma que probablemente tenía todos los hombres que necesitaba, hombres que habrían reconocido su belleza cuando la habían conocido, hombres que habían sido más listos que él.

Will había estado con muchas mujeres, y aunque en ocasiones había habido mucha pasión, nunca había conectado de verdad a nivel sentimientos, nunca había confundido aquello con amor y ni siquiera con un afecto profundo; siempre había sido cuestión de deseo físico y nada más.