La joven levantó la sartén, tomó un paño de cocina y se dirigió al comedor.

– La cena está servida.

Will la siguió de mala gana. Cuando se sentó, ella había sacado ya la silla de la mesa y había servido un buen trozo de hígado en su plato.

– ¿Qué te parece la cena? -Jane le pasó una cacerola-. Tenemos remolacha hervida y hay ensalada aliñada con zumo de limón y de postre galletas integrales.

Will miró el plato de ella y vio que sólo se había servido lechuga y remolacha.

– ¿Tú no vas a comer hígado? -preguntó.

– No, sólo tomaré verdura. Yo también tengo que cuidar mi figura. Luego es difícil perder los kilos que ganas en el embarazo.

Will se atragantó con el trozo de hígado que comía en ese momento. Bebió agua para pasarlo. ¿Embarazo? ¡Caray! Ella sabía muy bien qué teclas pulsar, pero no iba a permitir que lo viera sufrir.

– Tienes un cuerpo perfecto -declaró. Y vio que se ruborizaba.

Cuando al fin consiguió tragar el hígado, comprendió por qué se consideraba una comida sana. Después de un mordisco, no apetecía comer nada más. Nunca había probado nada tan asqueroso, pero sabía que Jane se había esforzado mucho para que su primera cena fuera especial. ¿O quizá no?

La botella de vino le ayudó bastante a pasar la comida, y cuando terminó el hígado, sentía ya los efectos del vino. Se recostó en la silla y se frotó el estómago.

– Muy bueno -dijo-. Muy nutritivo. Ya me siento mejor con todo ese hierro. Me siento como Supermán. Creo que puedo saltar edificios altos de un… bueno, tú ya me entiendes.

– Queda más.

Will movió al cabeza.

– No. Guárdalo y me lo llevaré mañana para comer.

– Si tanto te gusta, podemos hacer noches de hígado.

Will tomó un trago de vino.

– ¿Noches de hígado?

– Sí. A veces los matrimonios comen ciertas cosas en ciertas noches. El viernes es noche de pizza, el jueves de ensalada, el domingo de sándwiches. Podemos hacer los lunes noche de hígado.

– ¿Tenemos que decidirlo ya? -preguntó él-. Porque me gustaría probar más delicias culinarias tuyas antes de centrarnos en una. Y por cierto, yo cocino bien. Creo que algunas parejas se reparten los días de cocinar.

– ¡Oh, no! Creo que cocinar es mi deber -insistió ella con un entusiasmo sospechoso.

Will no sabía mucho de matrimonios, pero sabía que cualquier esposa que trabajara fuera aceptaría encantada la posibilidad de compartir el trabajo del hogar. O se burlaba de él o había admitido a una loca en su casa. Y Will estaba seguro de que Jane tenía motivos ocultos para actuar como una esposa entusiasta, sólo le faltaba saber cuáles eran.

Extendió el brazo a través de la mesa y le tomó la mano.

– Me gustaría mucho ayudar -dijo.

Jane se levantó con rapidez y soltó la mano.

– Tengo que recoger.

– Te ayudaré.

– ¡No! -se detuvo un momento-. Lo haré yo. Tú termina el postre.

Se llevó los platos con rapidez. Will tenía que admitir que le había gustado mirarla a través de la mesa. Solía comer en el mostrador de la cocina, normalmente algo ya preparado pasado por el microondas. Y era agradable tenerla en la casa y oírla moverse por la cocina.

– ¿Seguro que no quieres que te ayude? -preguntó.

– No, estoy bien.

– Tengo que decirte que…

Un grito resonó por la casa antes de que tuviera ocasión de advertirle del peligro del triturador de basura. Will corrió a la cocina y vio a Jane de pie ante el fregadero con la cara y la blusa manchadas de papilla marrón.

– ¡Ha explotado! -gimió ella con el hígado líquido escurriéndose por sus manos y su nariz.

Will reprimió una carcajada y tomó un paño de cocina.

– Olvidé avisarte -dijo. La volvió hacia sí y le limpió las mejillas con gentileza-. Cuando lo conectas, sale volando esa cosa de goma. Hay que sujetarla.

– ¡Qué asco! -exclamó ella, sacudiéndose el hígado de las manos.

– No seas tan niña -se burló Will-. Acabamos de comernos ese asco.

– Mi blusa está destrozada.

– Te compraré otra -Will le pasó el paño por el pelo y no pudo aguantar más la risa-. Esto huele tan mal como sabe.

Jane lo miró sorprendida.

– Yo creía que te gustaba.

Will miró sus hermosos rasgos. Había cambiado mucho con los años, pero a veces veía todavía a la chica que había sido.

Le pasó el paño por los labios y a continuación, sin pensarlo, bajó la cabeza y recorrió el mismo camino con la boca; su intención había sido parar allí, limitar la caricia a una muestra de afecto, pero el besó lanzó una oleada de calor por todo su cuerpo y Will lanzó un gemido, le tomó el rostro entre las manos y volvió a besarla.

Esperó a que ella respondiera, a que se abriera a él, le diera alguna señal de lo que sentía; ella le echó los brazos al cuello y se apretó contra él y Will supo que besarla no había sido un error.

Le recorrió los labios con la lengua, incitándola a rendirse, aprovechando la ocasión para explorar el calor más allá de sus labios. De la garganta de ella salió un suspiro y él le puso una mano en el pelo y la obligó a responder a su lengua con la de ella.

Había besado a muchas mujeres, pero no podía recordar una sensación como aquélla. Quería poseerla completamente, apartar todo lo que había entre ellos excepto la realidad del deseo. Le dio la vuelta y apoyó su espalda en el frigorífico para apretar su cuerpo al de ella hasta que no pudieran saber dónde terminaba uno y empezaba el otro. Y aunque su mente hervía de sensaciones y su cuerpo, de pasión, Will sabía que por el momento no iría más allá de ese beso, que esa comunicación silenciosa donde parecían contarse sus pensamientos más secretos terminaría en unos segundos más.

Las manos de ella empezaron a desabrocharle la camisa y él lanzó un gemido y entrelazó los dedos de ella con los suyos. Si empezaban con la ropa, no sabía si podría parar, así que le abrazó la cintura y sujetó las manos de ella a su espalda.

Siempre se había lanzado de cabeza a una seducción, ansioso por buscar satisfacción inmediata. Tal vez ése había sido siempre su problema, centrarse en los placeres físicos y nada más. Con Jane quería más y por primera vez en su vida creía que podía encontrarlo.

Por el momento, bastaba con el beso, que era un anticipo de lo que podían compartir en el futuro. Se apartó y la miró, atónito por la increíble belleza de su rostro. Jane tenía los ojos cerradlos y los labios húmedos y ligeramente hinchados.

– ¿Por qué no me dejas limpiar la cocina mientras terminas de recoger? -murmuró él con un último beso suave.

Ella abrió los ojos y parpadeó.

– Siento esta suciedad -dijo.

Will le acarició la mejilla y sonrió.

– No es problema. Estás muy guapa con hígado en el pelo.

Ella sonrió y salió de la cocina. Will respiró hondo y se apoyó en la encimera. Jane se había escondido toda la noche detrás de aquella fachada extraña de la compañera perfecta y luego había pasado en un instante de esposa a amante ansiosa. Cuando estaba con ella, tenía la sensación de aventurarse en territorio desconocido. No se parecía a ninguna mujer de las que había conocido.

Movió la cabeza y empezó a limpiar la papilla marrón de la encimera y del suelo. La vida prometía ser mucho más interesante con ella en la casa.

Capítulo 4

Jane saltó de la camioneta al suelo.

– Te veo mañana por la mañana – dijo-. Ven temprano, tengo que llevar dinero al taller antes de ir al trabajo. Tienen mi coche retenido y, cuanto más tiempo pasa allí, más averías le encuentran.

– ¿Por qué no te quedas tú la camioneta? -preguntó Lisa.

– Porque si te hago venir hasta aquí a recogerme y luego tenemos que ir a Wicker Park a por las herramientas, tengo que salir de casa a las seis y puedo evitar desayunar con Will.

– ¿Ya lo estás evitando? ¿Significa eso que tu plan no marcha bien?

– Le encanta todo lo que hago -repuso Jane con frustración-. Hace dos noches preparé una cazuela de pescado horrible y anoche hamburguesas de tofu espantosas, pero él siempre sonríe y me felicita por la comida. O tiene un estómago de acero o me sigue la corriente.

O es un hombre amable que no quiere herir tus sentimientos. ¿Cuál es el menú de hoy?

Jane sonrió.

– Esta noche toca risotto mal cocido que sabrá como la pasta para el papel pintado. Creo que es hora de pasar a la segunda fase del plan. La decoración. Estoy pensando en un tema magenta mezclado con muchos lazos y fruncidos. Una mezcla de casa de muñecas victoriana y burdel francés. Cuando acabe con su casa, él acabará conmigo para siempre.

– Y eso es lo que quieres, ¿verdad?

Jane asintió.

– Sí -murmuró.

Pensó en el beso que habían compartido unas noches atrás, cerró la puerta de la camioneta y dijo adiós a Lisa con la mano.

Se sentó en los escalones de la entrada y miró la calle con árboles a los lados.

Después de cuatro noches en casa de Will, empezaba a estar agotada. Era muy cansado esforzarse por no bajar la guardia, por mantener las distancias y resistirse a sus encantos.

Suspiró con suavidad. Tenía que admitir que Will no se había mostrado ansioso por repetir la experiencia del beso, y no por falta de ocasiones. Era indudable que no había disfrutado tanto como ella.

Un escalofrío recorrió su cuerpo y se frotó los brazos a través del abrigo. ¿Cuánto tiempo podía seguir mirándolo todas las noches a través de la mesa, imaginándolo luego dormido en su cama mientras ella yacía despierta? No había pasado ni una semana y ya estaba a punto de derrumbarse bajo la presión del deseo.

– Puede que sea hora de buscarse un abogado -murmuró. Si encontraba el modo de anular el contrato, no tendría que preocuparse de los próximos tres meses, podría marcharse en cuanto el acuerdo le resultara imposible de cumplir, lo que podía ser muy pronto si él decidía volver a besarla…


– O quizá no -susurró.

Había otra opción. Habían acordado pasar tres meses juntos; podía olvidar su cautela y vivir una aventura apasionada con él. Entregarse a una experiencia que tal vez no tuviera nunca con otro hombre. Y luego alejarse sin remordimientos y con muchos buenos recuerdos.

– ¿jane? ¿Qué haces sentada aquí fuera?

La joven se volvió y vio salir a Will por la puerta. Bajó y se sentó a su lado, rozándola con el hombro.

– ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -preguntó.

– No mucho. Acaba de dejarme Lisa.

– ¿Ha sido un día duro?

Jane se encogió de hombros.

– Mucha limpieza de otoño -estiró los brazos ante sí-. Siempre me entristece ver que llega el invierno. En todas las demás estaciones del año hay algo que esperar. En primavera hay que planificar y plantar, en verano ver crecer las cosas y en otoño alcanzan su madurez. Y luego se congela y se acaba todo durante seis meses.

– Te estaba esperando -dijo Will.

Se movió al escalón superior, colocó la espalda de ella entre sus piernas y le frotó los hombros con gentileza. Jane cerró los ojos y reprimió un gemido.

– ¿jane?

– ¿Sí?

– Creo que he cometido un error.

– No, así está bien -murmuró ella-. Un poco a la izquierda. Ahí, justo ahí.

– Ha llamado tu madre.

La joven se puso tensa y se volvió a mirarlo.

– ¿Mi madre? -se levantó de un salto-. ¿Por qué…? No sabe que estoy… -bajó los escalones hasta la acera.

– Es culpa mía -admitió él; bajó también hasta quedar frente a ella y le pasó las manos por los brazos-. Supongo que desviarías el teléfono de tu casa al mío y, cuando me ha preguntado quién era, se lo he dicho.

Jane sintió un nudo en el estómago.

– ¿Qué le has dicho?

– Le he dicho que era Will McCaffrey, tu prometido -repuso él-. No sabía qué les habías contado a tus padres.

Jane gimió y volvió a sentarse en los escalones, con las manos en las sienes. Ya tenía bastantes problemas para manejar aquella situación sin tener que lidiar además con su madre. Selma Singleton era inmisericorde en lo referente a los temas amorosos de su hija. En la graduación del instituto, se había mostrado tan desesperada por que Jane tuviera una cita, que había llegado a pagar a un chico para que la invitara.

– Y está dentro -añadió Will.

– ¿Le has dicho dónde vivías? -gritó Jane.

– Tesoro, es tu madre. ¿No crees que tiene derecho a saberlo?

Jane lo apuntó con un dedo acusador.

– No me llames «tesoro». Y no se te ocurra aliarte con mi madre. Está esperando que me case desde que cumplí los dieciocho. Sueña con planear una boda a lo grande; tiene álbumes llenos de vestidos de novia, tartas y flores. Se ha suscrito a tres revistas de novias distintas desde que entré en el instituto y todos los años reserva el salón de baile de su club de campo para la segunda semana de junio. Está obsesionada.