– Lo tuve cuando enseñé en sexto grado -, dijo Zoey. -Y sólo diré que Haley es demasiado lista para ese chico.

– Intenta decírselo a ella -. Birdie tamborileó con sus dedos en el brazo del sillón.

Kayla guardó su brillo de labios y cogió su mojito. -Haley tiene razón en una cosa. Nadie en el pueblo va a contratar a Meg Koranda, no si quieren mirar a Ted Beaudinte a la cara.

A Emma nunca le había gustado la intimidación, y la venganza del pueblo hacia Meg le estaba empezando a incomodar. Al mismo tiempo, no podía perdonar a Meg por el papel que había jugado en algo que había dañado a sus personas preferidas.

– He estado pensando mucho en Ted últimamente -.Shelby enganchó un lado de su melena rubia detrás de su oreja y miró hacia sus nuevas manoletinas abiertas en adelante.

– ¿No lo hemos hecho todos? -Kayla frunció el ceño y se tocó empedrado collar de diamantes de estrellas.

– Demasiado -. Zoey comenzó a morderse el labio inferior.

El nuevo estatus de soltero de Ted había alimentado de nuevo sus esperanzas. Emma deseaba que ambas aceptaran el hecho que él nunca se comprometería con ninguna de ellas. Kayla era demasiado difícil de complacer y Zoey inspiraba su admiración pero no su amor.

Era hora de dirigir la conversación de vuelta al tema que habían estado evitando, qué iban a hacer para conseguir más dinero para reparar la biblioteca. Las grandes Fuentes de capital del pueblo, que incluían a Emma y su marido Kenny, todavía no se habían recuperado del varapalo que habían sufrido sus cuentas con la última crisis económica, y ya habían tenido que ayudar a otra media docena de organizaciones de caridad que necesitaban un rescate. -¿Alguien tiene alguna nueva idea sobre recaudación de fondos? -preguntó Emma.

Shelby golpeó su dedo índice contra sus dientes. -Yo podría.

Birdie gimió. -No más venta de pasteles. La última vez, cuatro personas se intoxicaron con los pasteles de crema de coco de Mollie Dodge.

– La rifa del edredón fue una vergüenza horrible -, Emma no pudo evitar añadir, aunque no le gustaba contribuir a la negatividad general.

– ¿Quién quiere una ardilla muerta mirándote cada vez que te vas a la cama? -dijo Kayla.

– ¡Era una gatito, no una ardilla muerta! -declaró Zoey.

– Pues a mí me parecía una ardilla muerta -, replicó Kayla.

– Ni venta de pasteles, ni rifa de edredones -. Shelby tenía una mirada ausente en sus ojos.

– Algo más. Algo… más grande. Más interesante.

Todas la miraban con curiosidad, pero Shelby negó con la cabeza. -Primero necesito pensarlo.

No importaba cuanto lo intentaran, no conseguirían nada más de ella.


Nadie contrataría a Meg. Ni siquiera el motel de diez habitaciones a las afueras del pueblo. -¿Tienes idea de cuántos permisos se requieren para mantener este sitio abierto? -le dijo el gerente de gesto rubicundo.

– No voy a hacer nada que enfade a Ted Beaudine, no mientras sea el alcalde. Demonios, incluso si no fuera el alcalde…

Así que Meg condujo de un negocio a otro, su coche consumía gasolina como un obrero de la construcción tragaba agua una tarde de verano. Pasaron tres días, luego cuatro. Para el quinto día, mientras miraba a través del escritorio del recién nombrado subdirector del Club de Campo Windmill Creek, su desesperación se había convertido en amargura. Tan pronto como acabase con esta entrevista, tendría que tragarse su último fragmento de orgullo y llamar a Georgie.

El subdirector era un tipo oficioso con buen gusto, delgado, con gafas y una barba bien recortada de la que se tiraba mientras le explicaba que, a pesar del humilde estatus del club ya que era sólo semiprivado y no tan prestigioso como anterior lugar de trabajo, Windmill Creek seguía siendo el hogar de Dallas Beaudine y Kenny Traveler, dos de las mayores leyendas del golf profesional. Como si ella no lo supiera.

Windmill Creek era también el club de Ted Beaudine y sus compinches, y nunca habría gastado una mierda de gasolina para llegar aquí si no hubiera visto un aviso en el Wynette Weekly anunciando que el nuevo subdirector del club recientemente había trabajado en el club de golf de Waco, lo que le convertía en un forastero en el pueblo. Había una posibilidad de que todavía no supiese que ella el Voldemort de Wynette, inmediatamente había llamado y, para su sorpresa, consiguió una entrevista por la tarde.

– El trabajo es de ocho a cinco -, él dijo, -con los lunes libres.

Se había acostumbrado tanto al rechazo que había permitido que su mente divagase. No tenía idea de qué trabajo le estaba hablando, o si se lo estaba ofreciendo. -Eso… Eso es perfecto -, dijo. -De ocho a cinco es perfecto.

– El sueldo no es mucho, pero si haces tu trabajo bien, las propinas serán buenas, especialmente los fines de semana.

¡Propinas! -¡Lo acepto!

Él miró su currículo ficticio, luego se fijó en el traje que ella había elegido de su guardarropa desesperadamente limitado: una falda de seda con estampado de pétalos, camiseta blanca, un cinturón negro con tachuelas, sandalias de gladiador y sus pendientes de la dinastía Sung. -¿Estás segura? -dijo dubitativo. -Conducir un carrito de bebidas no es un gran trabajo.

Se mordió la lengua para no decirle que no era más que un simple empleado. -Es perfecto para mí -. La desesperación le hizo dejar de lado, de forma alarmante, sus creencias sobre la destrucción que ocasionaban los campos de golf al medio ambiente.

Cuando la llevó al exterior, a la tienda de refrescos para reunirse con su supervisor, apenas podía asumir que finalmente tenía un trabajo. -Los cursos exclusivos no tienen carritos de bebidas -, él inhaló. -Pero aquí los miembros parecen no poder esperar al cambio para conseguir su siguiente cerveza -. Meg había crecido rodeada de caballos y no tenía ni idea que era "el cambio". No lo importaba. Tenía un trabajo.

Cuando luego llegó a casa esa tarde, aparcó detrás de un viejo cobertizo de almacenamiento que había descubierto entre la maleza más allá del muro de piedra que rodeaba al cementerio. Hacia mucho tiempo que había perdido el techo, las vides y los nopales, y hierba seca crecía alrededor de sus derrumbadas paredes. Se apartó los rizos de la frente sudorosa mientras sacaba su maleta del maletero. Al menos había sido capaz de esconder su pequeño alijo de alimentos detrás algunos aparatos de cocina abandonados, pero incluso así, empaquetar y desempaquetar constantemente la estaba agotando. Mientras arrastraba sus posesiones por el cementerio, soñaba con aire acondicionado y un lugar donde estar donde no tener que borrar su presencia cada mañana.

Era casi Julio y en la iglesia hacía más calor que nunca. Motas de polvo volaban como si ella hubiera encendido un ventilador en el techo. Sólo era necesario que se moviera el aire, pero no podía arriesgarse a abrir las ventanas, al igual que intentaba no encender las luces después del anochecer. Lo que hacía que no tuviera nada que hacer excepto irse a la cama a la misma hora a la que solía salir por la noche.

Se desnudó y en ropa interior, con sus sandalias de dedo, salió por la puerta de atrás. Mientras se abría paso por el cementerio echó un vistazo a los nombres de las lápidas: Dietzel, Meusebach, Ernst. Las dificultadas que ella enfrentaba no eran nada comparado con las que aquellos buenos alemanes debieron haber sufrido cuando se alejaron de la familia para crear un hogar en un esta tierra hostil.

Una maraña de árboles se extendía más allá del cementerio. Al otro lado, un ancho arroyo, que desembocaba en el río Pedernales, formaba un remanso aislado para nadar que había descubierto no mucho después de trasladarse a la iglesia. El agua clara era profunda en el medio y había empezado a ir allí cada tarde para refrescarse. Mientras se zambullía, luchaba contra la triste certeza que el club de fans de Ted Beaudine intentarían conseguir que la despidiesen tan pronto como la reconocieran. Tenía que asegurarse de no darles una razón, a parte del odio elemental. ¿Qué decía sobre su vida que su mayor aspiración fuera no joderla conduciendo un carrito de refrescos?


Esa noche en el coro hacía especialmente calor y se echó sobre el incómodo futón. Tenía que estar el club de campo temprano e intentó dormirse, pero justo cuando se estaba quedando dormida, un ruido la despertó. Le llevó unos cuantos segundo identificar el sonido de las puertas abriéndose.

Se tiró en la cama cuando las luces se encendieron. Su reloj de viaja marcaba medianoche y su corazón latía con fuerza. Había estado preparada para que Ted apareciera en la iglesia durante el día mientras ella no estaba, pero nunca se había esperado una visita en horas nocturnas. Intentó recordar si había dejado algo a la vista en la habitación principal. Salió de la cama y miró a hurtadillas por encima de la barandilla del coro.

Un hombre que no era Ted Beaudine estaba en la mitad del antiguo santuario. Aunque ellos eran de la misma altura, su pelo era oscuro, casi negro azulado, y pesaba unos cuantos kilos más. Era Kenny Traveler, la leyenda del golf y el padrino de Ted Beaudine. Lo había conocido a él y a su esposa británica, Emma, en la cena de ensayo.

Su corazón comenzó a latir a otro ritmo cuando escuchó un crujido de un segundo par de zapatos. Levantó un poco más la cabeza pero no pudo ver ninguna señal de ropa o zapatos abandonados.

– Alguien dejo la puerta abierta -, dijo Kenny uno momento después mientras la otra persona entraba.

– Lucy debe haberse olvidado de cerrar la última vez que estuvo aquí -, uno voz masculina desagradablemente familiar respondió. Apenas había pasado un mes desde su fallida boda, pero él pronunciaba el nombre de Lucy de forma impersonal.

Subió la cabeza de nuevo. Ted había andado hasta el centro del santuario y se había detenido en el lugar donde una vez había estado el altar. Llevaba vaqueros y una camiseta en lugar de un hábito y sandalias, pero casi medio esperaba que levantara los brazos y empezara a dirigirse al Todopoderoso.

Kenny estaría cerca de la cuarentena, alto, buena constitución, tan excepcionalmente guapo como Ted. Definitivamente Wynette tenía más que su parte correspondiente de personajes masculinos impactantes. Kenny cogió una cerveza que Ted le dio y fue hacia un lado de la habitación, donde se sentó contra la pared entre la segunda y tercera ventana. -¿Qué dice sobre este pueblo que tengamos que escondernos para tener una conversación privada? -mientras la abría.

– Dice más sobre tu entrometida esposa que sobre el pueblo -. Ted se sentó junto a él con su propia cerveza.

– A Lady Emma le gusta saber lo que está pasando -. La forma en que Kenny pronunció el nombre de su mujer decía mucho sobre sus sentimientos por ella. -Ha estado detrás de mí desde la boda para que pase más tiempo de calidad contigo. Piensa que necesitas consuelo de amigos masculinos y todas esas tonterías.

– Es Lady Emma para ti -. Ted bebió un sorbo de cerveza. -¿Le preguntaste que quería decir con tiempo de calidad?

– Me da miedo escuchar la respuesta.

– No hay duda que estos tiempos un club de libros es muy importante.

– Nunca deberías haberla nombrado directora cultural del pueblo. Sabes lo en serio que se toma estas cosas.

– Necesitas dejarla embarazada de nuevo. No tiene tanta energía cuando está embarazada.

– Tres niños son suficientes. Especialmente nuestros hijos -. De nuevo su orgullo brillaba a través de sus palabras.

Los hombres guardaron silencio durante un rato. Meg se permitió una pequeña llama de esperanza. Mientras no fueran a la parte trasera, donde su ropa estaba dispersa por todos lados, esto todavía podría salir bien para ella.

– ¿Crees que esta vez él comprara la tierra? -dijo Kenny.

– Difícil de decir. Spencer Skipjack es impredecible. Hace seis semanas nos dijo que se decidiría por San Antonio con seguridad, pero ahora está aquí de nuevo.

Meg había escuchado conversaciones suficientes para saber que Spencer Skipjack era el propietario de Industrias Viceroy, la gigantesca compañía de fontanería, y el hombre con el que todos contaban para construir algún tipo de resort de golf y un complejo de viviendas de lujo que atraería tanto a turistas como a jubilados, rescatando al pueblo de su estancamiento económico. Aparentemente la única industria de tamaño decente en Wynette era una compañía electrónica parcialmente propiedad del padre de Kenny, Warren Traveler. Pero una compañía no era suficiente para sostener la economía local, y el pueblo estaba necesitado de trabajos así como de una nueva fuente de ingresos.

– Tenemos que darle a Spence el momento de su vida mañana -, dijo Ted. -Le dejaremos ver cuál será su futuro si elige Wynette. Esperaré hasta la cena para ir al grano: diseñar los incentivos fiscales, recordarle la ganga que estará consiguiendo con esta tierra… Ya sabes, lo de siempre.