– No soy buena en eso de no hablar.
– Será mejor que lo seas hoy, especialmente respecto a tus opiniones sobre los campos de golf -. Se detuvo en la puerta. -Y nunca te dirijas a un miembro del club de otra forma que "señor". No uses nombres de pila. Nunca.
Ella se desplomó en el sofá hundido mientras él desaparecía. El video de entrenamiento se encendió. No había forma que llamara "señor" a Ted Beaudine. Ni por todas las propinas del mundo.
Media hora después, estaba de pie en la parte exterior de la tienda de golf con un nauseabundo peto verde extra largo de caddie encima de su polo, haciendo lo posible por pasar inadvertida detrás de Mark. Como era al menos cuatro centímetros más alta que él, no lo estaba consiguiendo. Afortunadamente, el cuarteto se acercaba demasiado absorto en una conversación sobre el desayuno que acababan de finalizar y la cena que planeaban tener esa noche como para fijarse en ella.
Con la excepción del hombre, que asumió era Spencer Skipjack, reconoció a todos: Ted; su padre, Dallie; y Kenny Traveler. Y con la excepción de Spencer Skipjack, no podía recordar haber visto alguna un vez un grupo de hombres tan perfectos, ni siquiera en la alfombra roja. Ninguno de los tres dioses del golf mostraba señales de transplante capilares, alzas en los zapatos o sutiles toques de bronceado. Eran hombres de Texas: altos, estilizados, de mirada acerada y fuertes; hombres viriles que nunca habían oído hablar de crema hidratante, cera en el pecho o de pagar más de veinte dólares por un corte de pelo. Eran un artículo genuino: el estereotipo de héroe americano civilizado del Oeste, con una bolsa de golf en lugar de una Winchester.
Además de poseer la misma altura y constitución, Ted y su padre no se parecían mucho. Ted tenía los ojos ámbar, mientras que los de Dallie eran de un azul brillante que no se había visto menguado por el paso de los años. Donde Ted tenía ángulos, los de Dallie se habían suavizado. Su boca era más gruesa que la de su hijo, casi femenina, y su perfil más suave, pero ambos impactaban, y con sus pasos fáciles y llenos de confianza nadie podía confundirlos por otra cosa que padre e hijo.
Un hombre canoso con una coleta gris, ojos pequeños y nariz achatada venía de lo que ella había aprendido era la habitación de las bolsas. Sólo podía tratarse de Skeep Cooper, el hombre que Mark le había dicho era el mejor amigo de Dallie Beaudine y su caddie de toda la vida. Cuando Mark se acercó al grupo, ella se agachó y simuló que se ataba una zapatilla. -Buenos días, caballeros -, escuchó decir a Mark. -Señor Skipjack, hoy seré su caddie, señor. He escuchado que tiene un buen juego y estoy deseando verle jugar.
Hasta ese preciso momento no había centrada lo suficiente como para pensar que jugador exactamente le había asignado Mark.
Lenny, el caddie que odiaba la ensalada de col, se alejó. Era bajo, deteriorado y con dientes desalineados. Cogió una de las enormes bolsas de golf que estaban apoyadas contra la estantería de las bolsas, se la subió al hombro como si fuera una chaqueta de verano y se dirigió directamente hacia Kenny Traveler.
A la izquierda… Por supuesto que iba a terminar siendo la caddie de Ted. Con su vida en caída libre, ¿qué otra cosa podía esperar?
Él todavía no se había fijado en ella comenzó a reatarse la otra zapatilla. -Señor Beaudine -, dijo Mark, -hoy tendrá un nuevo caddie…
Ella apretó su mandíbula, evocó a su padre en su papel más amenazante en la pantalla como Bird Dog Caliber, se levantó.
– Sé que Meg hará un gran trabajo para usted -, dijo Mark.
Ted se quedó totalmente inmóvil. Kenny la miró con interés, Dallie con manifiesta hostilidad. Ella levantó la barbilla, cuadro los hombros e hizo que Birdie Dog se encontrara con los helados ojos ámbar de Ted Beaudine.
Un músculo hacía tic en la esquina de su mandíbula. -Meg.
Ella se dio cuenta, que mientras Spence Skipjack pudiera oírlo, Ted no diría lo que él quería decir. Ella asintió, sonrió pero no le ofreció ni siquiera un simple "hola", nada que la obligara a llamarlo "señor". En su lugar, se dirigió a la estantería y cogió la bolsa restante.
Era exactamente tan pesada como parecía, y ella se tambaleó ligeramente. Mientras pasaba la ancha banda por su hombro, intentaba imaginarse como iba a arrastrar esta cosa durante unos ocho kilómetros por las colinas de un campo de golf bajo el ardiente sol de Texas. Volvería a la universidad. Terminaría los cuatro años y luego conseguiría un título de abogado. O un título en contabilidad. Pero ella no quería ser abogado o contable. Quería ser una mujer rica con una ilimitada cuenta bancaria que le permitiera viajar por todo el mundo, conociendo gente interesante, consiguiendo artesanía loca y encontrando un amante que no estuviera loco o fuera un imbécil.
El grupo comenzó a moverse hacia la zona de tiro para calentar. Ted intentó quedarse rezagado para arremeter contra ella con algo nuevo, pero no pudo alejarse de su invitado de honor. Ella corrió tras ellos, respirando ya con dificultad debido al peso de la bolsa.
Mark se acercó furtivamente a su lado y le habló en voz baja. -Ted va a querer su sand wedge [3] cuando llegue a la zona de tiro. Luego su hierro nueve, hierro siete y probablemente el tres, y finalmente su driver [4]. Acuérdate de limpiarlos cuando los use. Y no pierdas sus nuevas fundas.
Todas esas instrucciones estaban empezando a mezclarse. Skeet Cooper, el caddie de Dallie, la miró y la observó con sus pequeños y brillantes ojos. Debajo de su gorra, su coleta gris caía muy por debajo de sus hombros y su piel le recordaba al cuero secado al sol.
Al llegar al campo de prácticas, ella separó los palos de Ted y sacó un hierro marcado con una S. Él casi le arrancó la mano cuando se lo cogió. Los hombres empezaron a calentara en los tees [5] de práctica y, por fin, tuvo la oportunidad de estudiar a Spence Skipjack, el gigante de la fontanería. Estaba en los cincuenta años, huesudo, el tipo de cara de Jonny Cash y una cintura que había comenzado a ensancharse, pero aún no había desarrollado una barriga. A pesar que estaba bien afeitado, su mandíbula mostraba una sombra de barba espesa. Un sombrero de paja Panamá adornado con una banda de piel de serpiente se asentaba sobre su pelo oscuro con pequeños indicios grises. La piedra negra de su añillo de plata en el dedo meñique brillaba en su pequeño dedo, y un caro reloj rodeaba su peluda muñeca. Tenía una fuerte y resonante voz y un comportamiento que reflejaba tanto su profundo ego como su necesidad de llamar la atención de todo el mundo.
– Jugué en Pebble la semana pasada con un par de chicos de la gira -, anunció mientras se ponía un guante de golf. -Cojimos todos los green fees [6]. También eran malditamente buenos.
– Me temo que no podemos competir con Pebble -, dijo Ted. -Pero haremos todo lo que podamos para mantenerte entretenido.
Los hombres empezaron a hacer sus tiros de práctica. Skipjack parecía un jugador experto, pero ella sospechaba que no estaba en su liga competir contra dos golfistas profesionales y Ted, quién había ganado el torneo amateur de los Estados Unidos, como ella había escuchado repetidamente. Ella se sentó en uno de los bancos de madera para mirar.
– Levántate -, le susurró Mark. -Los caddies nunca se sientan.
Por supuesto que no. Eso tendría demasiado sentido.
Cuando finalmente dejaron la zona de tiros, los caddies se quedaron rezagados respecto a los golfistas, que estaban hablando sobre su próximo partido. Ella pilló los trozos de conversación suficientes para comprender que iban a jugar un partido de equipos llamado "Mejor bola", en el que Ted y Dallie serían un equipo contra Kenny y Spencer Skipjack. Al final de cada hoyo, el jugador que tenía menos golpes en cada hoyo ganaría un punto para su equipo. El equipo con más puntos al final, ganaba el partido.
– ¿Qué os parece apostar veinte dólares para mantener el partido interesante? -dijo Kenny.
– Mierda, chicos -, respondió Skipjack, -yo y mis amigos nos apostamos mil dólares cada sábado.
– Va contra nuestra religión -, dijo Dallie arrastrando las palabras. -Somos baptistas.
Eso era dudoso, ya que la boda de Ted había sido en una iglesia presbiteriana y Kenny Traveler era católico.
Cuando llegaron al primer tee, Ted se acercó a ella y extendió la mano, con sus ojos echando veneno. -Driver.
– Desde que tenía dieciséis [7]-, respondió. -¿Tú?
Llegó junto a ella, quitó una de las fundas y sacó el palo más largo.
Skipjack tiró primero. Mark le susurró que los otros jugadores tendrían que darle un total de siete golpes de ventaja para ser justos. Su tiro parecía impresionante, pero nadie dijo nada, por lo que no debía haber sido así. Kenny fue el siguiente, luego Ted. Incluso ella podía ver la gracia y la fuerza en su swing [8] pero cuando llegó la hora de la verdad, algo salió mal. Justo cuando iba a golpear, perdió el equilibrio y mandó la pelota a la izquierda.
Todos se giraron a mirarla. Ted ofreció a su público la sonrisa de Jesús, pero el fuego del infierno ardía en sus ojos. -Meg, si no te importa…
– ¿Qué hice?
Mark rápidamente la llevo a parte y le explicó que permitir que un par de palos de golf choquen durante el swing de un jugador era el mayor repugnante crimen contra la humanidad. Como si contaminar los arroyos y joder los humedales no contara.
Después Ted hizo todo lo posible para quedarse a solas con ella, pero se las arregló para evitarlo hasta el tercer hoyo cuando una mierda de drive lo envió a una trampa de arena: bunker lo llamaban ellos. Toda la rutina servil de llevar su bolsa y tener que llamarlo "señor", que hasta ahora había evitado hacer, la llevó a tener que golpear primero.
– Nada de esto habría ocurrido si no hubieras conseguido que me despidieran del hotel.
Tuvo la audacia de parecer indignado. -No conseguí que te despidieran. Fue Larry Stellman. Lo despertaste de su siesta dos días seguidos.
– Esos quinientos dólares que me ofreciste están en el bolsillo superior de tu bolsa. Esperaré alguno de ellos como una propina muy generosa.
Él apretó la mandíbula. -¿Te haces una idea de lo importante que es hoy?
– Estaba escuchando a escondidas tu conversación de anoche, ¿recuerdas? Así que sé exactamente lo qué está en juego y cuánto quieres impresionar a tu invitado pez gordo hoy.
– Y a pesar de eso estás aquí.
– Sí, bueno, esto es un desastre del que no me puedes culpar. Aunque puedo ver que lo vas a hacer.
– No sé cómo te las arreglaste para convertirte en caddie, pero si piensas por un minuto…
– Escucha, Theodore -. Ella golpeó con su mano el borde de la bolsa. -No estaba obligada a esto. Odio el golf, y no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Ninguna en absoluto, ¿lo pillas? Así que te sugiero seriamente que intentes no ponerme más nerviosa de lo que ya estoy -. Ella dio un paso atrás. -Ahora deja de hablar y golpea la maldita bola. Y esta vez agradecería que la golpeases bien para no tener que seguir caminando por todo el campo detrás de ti.
Él le dirigió una mirada asesina totalmente fuera de lugar con su reputación de santo y tiró de un palo de la bolsa, demostrando que era perfectamente capaz de encargarse de su propio equipo. -Tan pronto como esto acabe tú y yo vamos a tener nuestro juicio final -. Golpeó la pelota con un swing enorme y lleno de furia que hizo volar arena. El tiro saltó diez metros por delante del green, rodó por la ladera hasta al banderín, se suspendió por el borde del agujero y entró.
– Impresionante -, dijo ella. -No sabía que fuera una buena entrenadora de golf.
Tiró el palo a sus pies y se alejó cuando los otros jugadores lo felicitaron por cruzar la calle.
– ¿Qué tal si me pasas algo de esa suerte? -el acento tejano de Skipjack no podía ser real ya que él era de Indiana, pero él era claramente un hombre al que le gustaba ser parte del grupo.
En el siguiente green, ella era el caddie más cercano a la bandera. Mientras Ted alineaba su putt [9], Mark le hizo una sutil señal. Ella ya había aprendido la lección de no hacer movimientos bruscos, así que aunque todo el mundo empezó a gritar, esperó hasta que la bola de Ted golpeó la bandera y entró antes de quitar la bandera del agujero.
Dallie gimió. Kenny sonrió. Ted bajó la cabeza y Spencer Skipjack se jactó. -Parece que tu caddie te sacó de este hoyo, Ted.
Meg olvidó que se suponía que debía estar en silencio, al igual que ser eficiente, alegre y servil. -¿Qué hice?
Mark se puso pálido desde la frente hasta el logo de su polo. -Siento mucho eso, señor Beaudine -. Él se dirigió a ella con adusta paciencia. -No puedes dejar que la bola golpeé la bandera. Es una penalización.
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