Ella clavó sus deportivas en el suelo. -Realmente lo siento -. No lo hacía.

¿Y qué hizo Ted en respuesta a su metedura de pata? ¿Le agradeció por recordarle lo que hoy era más importante? O por el contrario, ¿la acechó y la estranguló con sus palos como ella sabía que él quería hacer? Oh, no. El señor Perfecto era demasiado frío para algo de eso. En su lugar, sonrió como los niños del coro, fue hasta ella con su trote ligero y él mismo enderezó la bolsa. -No te preocupes, Meg. Sólo has hecho el partido más interesante.

Era el mejor actor que había visto nunca, pero incluso si los otros no podían verlo, ella sabía que estaba furioso.

Todos se alejaron por la calle. La cara de Skipjack estaba roja, su camiseta de golf se pegaba a su barriga. Ella comprendía suficientemente bien ahora el juego como para saber lo que tenía que suceder. Debido a su handicap, Skipjack consiguió un golpe extra en este hoyo, así que si todo el mundo hacía lo esperado, Skipjack ganaría el hoyo para su equipo. Pero si Dallie o Ted hacían birdie en el hoyo, Skipjack necesitaría también un birdie para ganar el hoyo, algo que parecía muy poco probable. De lo contrario, el partido acabaría con un insatisfactorio empate.

Gracias a su intervención, Ted estaba muy alejado del banderín, así que fue el primero en realizar el segundo tiro. Como no había nadie lo suficientemente cerca para oírlos, pudo decirle exactamente lo que pensaba. -¡Déjale ganar, idiota! ¿No ves cuánto significa para él?

En lugar de escucharla, ejercitó su hierro cuatro en la calle, haciéndolo de tal forma que incluso ella pudo ver que era la posición perfecta. -Tonto -, murmuró ella. -Si consigues un birdie, no harás más que garantizar que tu invitado no pueda ganar. ¿Realmente piensas que es la mejor forma para ponerlo de buen humor para tus odiosas negociaciones?

Él le arrojó su palo. -Sé como se juega a este juego, Meg, y también lo sabe Skipjack. Él no es un niño -. Él se alejó.

Dallie, Kenny y un ceñudo Skipjack realizaron su tercer tiro en el green, pero Ted sólo estaba dos por detrás. Había perdido el sentido común. Aparentemente perder un partido era un pecado mortal para aquellos que rendían culto en la santa catedral del golf.

Meg llegó junto a la bola Ted primero. Estaba en la cima de una gran mata de césped alimentado químicamente, en la posición perfecta para conseguir un birdie fácilmente. Ella bajó la bolsa, volvió a pensar en sus principios y, a continuación, golpeó la bola tan fuerte como pudo con su zapatilla.

Cuando escuchó llegar a Ted detrás de ella, negó con la cabeza tristemente. -Es una pena. Parece que caíste en un agujero.

– ¿Un agujero? -Él la apartó a un lado para ver su bola metida profundamente en la hierba.

Cuando ella dio un paso atrás, vio a Skeet Cooper de pie en el borde del green mirándola con sus pequeños ojos arrugados por el sol. Ted miró hacia abajo, a la bola. -¿Qué…?

– Algún tipo de roedor -. Dijo Skeet, de tal forma que le hizo saber que él sabía exactamente lo que ella había hecho.

– ¿Roedores? No hay ningún… -Ted se giró hacia ella. -No me digas…

– Puedes agradecérmelo después -, dijo ella.

– ¿Problemas por ahí? -preguntó Skipjack desde el lado opuesto.

– Ted está en problemas -, respondió Skeet.

Ted necesitó dos golpes para salir del agujero en que ella lo había metido. Él todavía estaba en el par, pero el par no era suficiente. Kenny y Skipjack ganaron el partido.

Kenny parecía más concentrado en volver a casa con su esposa que en saborear la victoria, pero Spencer se estuvo riendo todo el camino hasta el edificio del club. -Eso sí fue un partido de golf. Es una lástima que perdierais al final, Ted. Mala suerte -. Mientras hablaba, estaba sacando un fajo de billetes para la propina de Mark. -Buen trabajo hoy. Puedes ser mi caddie cuando quieras.

– Gracias, señor. Fue un placer.

Kenny le dio algunos billetes de veinte a Jenny, le dio la mano a su compañero y se fue a casa. Ted rebuscó en su propio bolsillo, le puso la propina en la palma a Meg y le cerró los dedos alrededor de ella. -Sin resentimientos, Meg. Lo hiciste lo mejor que pudiste.

– Gracias -. Ella había olvidado que estaba tratando con un santo.

Spencer Skipjack apareció detrás de ella, poniéndole la mano en la parte baja de su espalda y frotándole. Demasiado horripilante. -Señorita Meg, Ted y mis amigos vamos a tener una cena esta noche. Sería un honor que fuera mi cita.

– Caramba, me gustaría, pero…

– Le encantaría -, dijo Ted. -¿Verdad, Meg?

– Normalmente sí, pero…

– No seas tímida. Te recogeremos a las siete. La actual casa de Meg es difícil de encontrar, así que yo conduciré -. Él la miró y el fuego en sus ojos le envió un claro mensaje, le decían que se buscara una nueva casa si no cooperaba. Ella tragó saliva. -¿Atuendo casual?

– Casual de verdad -, dijo él.

Mientras los hombres se alejaban, pensó en lo funesto de ser forzada a salir con un fanfarrón egoísta que era prácticamente tan viejo como su padre. Suficiente malo por sí mismo, pero incluso más deprimente con Ted mirando todos sus movimientos.

Se frotó el hombro dolorido, y luego estiró los dedos para comprobar la propina que había recibido por pasar cuatro horas y media transportando arriba y abajo una bolsa de golf de dieciséis kilos bajo el ardiente sol de Texas.

Un billete de un dólar la contemplaba.


Letreros de neón de marcas de cerveza, astas de animales y recuerdos deportivos decoraban la barra de madera cuadrada que estaba en el centro del Roustabout. Asientos acolchados se alineaban en dos de las paredes del bar de country, mesas de billar y videojuegos en las otras. Los fines de semana una banda de country tocaba, pero ahora Toby Keith sonaba en una máquina de discos cerca de una pequeña y rayada pista de baile.

Meg era la única mujer en la mesa, lo que la hacía sentir un poco como una mujer que trabajaba en un club de caballeros, aunque estaba contenta que ni la mujer de Dallie ni la de Kenny estuvieran presentes ya que ambas mujeres la odiaban. Estaba sentada entre Spencer y Kenny, con Ted enfrente, al lado de su padre y el fiel caddie de Dallie, Skeet Cooper.

– El Roustabout es una institución por aquí -, dijo Ted cuando Skipjack estaba terminando de dar buena cuenta a un plato de costillas. -Ha visto muchas historias. Buenas, malas y peligrosas.

– Estoy seguro de recordar las peligrosas -, dijo Skeet. -Como aquella vez que Dallie y Francie tuvieron un altercado en el aparcamiento. Ocurrió hace más de treinta años, mucho antes de que se casaran, pero todavía hoy la gente habla de ello.

– Eso es verdad -, dijo Ted. -No puedo decir cuántas veces he oído esa historia. Mi madre olvidó que tiene la mitad de tamaño que mi padre e intentó derribarlo.

– Lo que estuvo malditamente cerca de suceder. Puedo decirte que fue una gata salvaje esa noche -, dijo Skeet. -La ex mujer de Dallie y yo casi no pudimos acabar con es pelea.

– No fue exactamente como lo están haciendo sonar -, dijo Dallie.

– Fue exactamente como suena -. Kenny guardó su móvil después de comprobar que su esposa estaba bien.

– ¿Cómo lo sabes? -se quejó Dallie. -Eras un niño entonces y ni siquiera estuviste aquí. Además, tú tienes tus propias historias en el aparcamiento del Roustabout. Como la noche en que Lady Emma se cabreó contigo y robó tu coche. Tuviste que correr por la carretera detrás de ella.

– No me llevó mucho pillarla -, dijo Kenny. -Mi mujer no era una gran conductora.

– Todavía no lo es -, dijo Ted. -El conductor más lento del condado. Justo la semana pasada causó un atasco en Stone Quarry Road. Tres personas me llamaron para quejarse.

Kenny se encogió de hombros. -No importa cuánto lo intentemos todos, no podemos convencerla que nuestros límites de velocidad son sólo educadas recomendaciones.

Esto había estado ocurriendo toda la noche, los cinco entreteniendo a Skipjack con su camaradería mientras Spence, como ella había sido instruida para llamarlo, se deleitaba con una combinación de diversión y un pequeño asomo de arrogancia. A él le encantaba ser cortejado por aquellos hombres famosos, le encantaba saber que él tenía algo que ellos querían, algo que tenía en su poder negarles. Él se pasó la servilleta por su boca para limpiar algo de salsa barbacoa. -Tenéis extrañas costumbres en este pueblo.

Ted se reclinó en su silla, tan relajado como siempre. -No ponemos obstáculos con una gran burocracia, eso seguro. La gente de aquí no encuentra sentido a hacer todo ese tipo de trámites burocráticos. Si queremos que algo pase, seguimos adelante y lo hacemos.

Spence sonrió a Meg. -Creo que estoy a punto de escuchar un discurso político.

Era tarde. Sus huesos estaban cansados y no quería otra cosa que acurrucarse en el coro y dormir. Después de su desastrosa ronda como caddie, pasó el resto del día en el carrito de bebidas. Por desgracia, su jefe inmediato era un fumeta con mínimas habilidades comunicativas, no sabía como su predecesor había servido las bebidas. ¿Cómo iba ella a saber que las golfistas femeninas del club eran adictas al té dietético Arizona y se ponían de mal humor si nos las estaba esperando en el tee catorce? Aunque, eso no había sido tan malo como quedarse sin Bud Light. En un curioso caso de masivo autoengaño, los golfistas masculinos con sobrepeso parecían haber concluido que la palabra light significaba que podían beber el doble. Sus barrigas deberían haberles indicado que su razonamiento era incorrecto, pero aparentemente no lo habían hecho.

La parte más sorprendente del día de hoy, sin embargo, fue que no lo había odiado. Debería haber detestado trabajar en un club de campo, pero le encantaba estar al aire libre, aunque no le permitieran conducir por todo el campo tanto como quería y tuviera que permanecer aparcada en el quinto o decimocuarto tee. No ser despedida era un bonus.

Spence intentó echar un vistazo furtivo bajo su top, el cuál había hecho a partir de un trozo del chal de seda que usó en la cena de ensayo, que ahora llevaba con vaqueros. Durante toda la noche, él la había estado tocando: delineando un hueso de su muñeca, acariciando su hombro y la parte baja de su espalda, fingiendo interés por sus pendientes como una excusa para frotar el lóbulo de sus orejas. Ted se había dado cuenta de cada toque y, por primera vez desde que se conocieron, parecía feliz de que ella estuviera alrededor. Spence se inclinó demasiado cerca. -Aquí está mi dilema, señorita Meg.

Se puso más cerca de Kenny, algo que había estado haciendo toda la noche hasta que prácticamente estuvo en su regazo. Él parecía no notarlo, aparentemente estaba tan acostumbrado a que las mujeres se pegaran a él que ya no se daba cuenta. Pero Ted se estaba dando cuenta, y él quería que se quedara justo donde Skipjack pudiera manosearla. Ya que su sencilla sonrisa nunca cambiaba, no tenía ni idea de cómo sabía eso, pero lo sabía, y la próxima vez que estuviera a solas con él, tenía intención de decirle que añadiera "proxeneta" a su gran e impresionante currículum.

Spence jugaba con los dedos de ella. -Estoy mirando dos encantadoras propiedades, una a las afueras de San Antonio, una ciudad que es un semillero de actividad comercial. La otra en el medio de la nada.

Ted odiaba el juego del gato y el ratón. Ella lo sabía porque él se inclinó más hacia atrás en su silla, tan imperturbablemente como un hombre lo podía ser. -La zona de la nada más bella que nadie ha visto nunca -, dijo él.

Y todos ellos la quería destruir con un hotel, condominios, calles cuidadas y verde artificial.

– No olvides que hay una pista de aterrizaje a menos de treinta y dos kilómetros del pueblo -. Kenny tecleaba en su móvil.

– Pero no mucho más de lo que hablar -, dijo Spence. -No hay boutiques de lujo para las damas. Ni discotecas, ni restaurantes.

Skeet se rascó la mandíbula, sus uñas raspando su barba canosa de tres días. -No veo eso como una desventaja. Todo eso significa que la gente gastará más dinero en tu resort.

– Cuando vengan a Wynette será para conseguir su dosis de típico pueblo americano -, dijo Ted. -El Roustabout, por ejemplo. Es algo auténtico, no una falsa franquicia nacional de producción masiva con cuernos colgados de la pared. Todos conocemos cuánto aprecian las personas ricas lo auténtico.

Una interesante observación viniendo de un multimillonario. Se dio cuenta que todo el mundo en esa mesa era inmensamente rico, excepto ella. Incluso Skeet Cooper debía tener un par de millones escondidos, procedentes de todos los premios monetarios que había ganado como caddie de Dallie.

Spence enrolló su mano en la muñeca de Meg. -Vamos a bailar, señorita Meg. Necesito bajar mi cena.

Ella no quería bailar con él, y quitó su mano con la excusa de coger su servilleta. -No entiendo exactamente por qué estás tan ansioso por construir un resort. Ya eres el dueño de una gran compañía. ¿Por qué complicar más tu vida?