Meg esperaba sinceramente no encontrarse con él.
– Ha apagado su móvil -, dijo Haley, -y se supone que tengo que hacerle la compra hoy.
– ¿Le haces la compra?
– Le hago recados. Paquetes de correos. Le hago cosas para las que no tiene tiempo -. Cogió algunos perritos calientes de la máquina. -Creo que te dije que soy su asistente personal.
– Tienes razón. Lo hiciste -. Meg ocultó su diversión. Ella había crecido rodeada de asistentes personales, y hacían mucho más que recados.
Cuando llegó a casa esa noche, abrió las ventanas, contenta de no tener la necesidad de mantenerse oculta, luego se dio un rápido chapuzón en el arroyo. Después se sentó con las piernas cruzadas en el suelo y examinó las joyas de bisutería no reclamadas, que había pedido permiso para coger de la caja de objetos perdidos del club. Le gustaba trabajar con joyas y el comienzo de una idea había estado hurgando en su cabeza desde hacía unos días. Sacó un par de antiguos alicates de boca plana que había encontrado en un cajón de la cocina y comenzó a desmontar una pulsera barata.
Un coche se detuvo fuera y, unos minutos después, Ted deambulaba por allí con una vestimenta casual de pantalones azul marino y una camisa de sport gris que le sentaba maravillosamente.
– ¿Has oído hablar de llamar a la puerta? -dijo ella.
– ¿Has oído hablar de allanamiento?
El cuello abierto de su camisa revelaba la base de su garganta bronceada. Fijó la vista en ello durante un momento demasiado largo, luego dio un golpe a un eslabón unido al broche de la pulsera. -Recibí un mensaje de Lucy hoy.
– No me importa -. Se adentro más en la habitación, llevando con él el nauseabundo olor de la bondad sin adulterar.
– Todavía no me ha dicho qué está haciendo o dónde está -. Los alicates se cayeron. Ella hizo una mueca mientras se apretaba el dedo. -Todo lo que dijo es que ningún terrorista la ha capturado y que no debería preocuparme.
– Te lo repito. No me importa.
Ella se chupó el dedo. -Sí, te importa, aunque no de la forma que a la mayoría de novios abandonados lo haría. Tu orgullo está herido, pero tu corazón ni siquiera parece magullado, mucho menos roto.
– No sabes nada sobre mi corazón.
No permitiría que la necesidad de ser desagradable desapareciera y, como una vez más sus ojos se fijaron en ese odioso cuello de la camisa abierta, recordó una de las golosinas que había elegido de donde Haley. -¿No crees que es un poco embarazoso para un hombre de tu edad vivir todavía con tus padres?
– No vivo con mis padres.
– Lo suficientemente cerca. Tienes una casa en la misma propiedad.
– Es una gran propiedad y les gusta tenerme cerca.
A diferencia de sus propios padres que la habían echado de su puerta. -Qué dulce -, dijo ella. -¿Una Yummy Mummy [17] te arropa por la noche?
– No a menos que se lo pida. Y tú no estás exactamente en las condiciones adecuadas para insultar a las Yummy Mummy.
– Cierto. Pero no vivo con la mía -. A ella no le gustaba que se cerniera sobre ella, así que se levantó del suelo y fue hacia el único mueble de la habitación, el feo sillón tapizado de marrón que Ted había dejado allí. -¿Qué quieres?
– Nada. Sólo relajarme -. Él serpenteó hasta la ventana y pasó un dedo por un lado del marco.
Ella se sentó en el brazo del sillón. -Seguro que tienes una vida muy difícil. ¿En realidad trabajas? Quiero decir aparte de tu tan nombrado trabajo de alcalde.
Su pregunta pareció divertirle. -Ten por seguro que trabajo. Tengo un escritorio y un sacapuntas y todo.
– ¿Dónde?
– En un lugar secreto.
– ¿Lo mejor para mantener a las mujeres lejos?
– Para mantener a todo el mundo lejos.
Ella pensó sobre eso. -Sé que inventaste algún tipo de mierda de sistema de software que te hizo ganar un motón de dólares, pero no he oído hablar mucho sobre eso. ¿Qué tipo de trabajo tienes?
– Un trabajo lucrativo -. Él inclinó su cabeza como disculpa. -Lo siento. Palabras extrañas, no lo entenderías.
– En eso tienes razón.
Él sonrió y miró hacia arriba al ventilador del techo. -No puedo creer el calor que hace aquí y sólo es uno de julio. Difícil imaginar cuanto peor se va a poner -. Sacudió su cabeza, su expresión tan inocente como la de un santo. -Iba a poner aire acondicionado para Lucy, pero ahora esto feliz de no haberlo hecho. Añadir todos esos fluorocarbonos a la atmósfera no me habría dejado dormir por la noche. ¿Tienes alguna cerveza?
Ella le frunció el ceño. -Apenas puedo permitirme leche para los cereales.
– Estás viviendo aquí sin alquiler -, él señalo. -Lo menos que podías hacer es tener cerveza en la nevera para las visitas.
– Tú no eres una visita. Eres una infestación. ¿Qué quieres?
– Esto es mío, ¿recuerdas? Yo no tengo que querer nada -. Señalo con la punta de uno de sus zapatos rallados, aunque muy caros, hacia las joyas tendidas en el suelo. -¿Qué es todo esto?
– Algo de bisutería -. Ella se arrodilló y empezó a recogerlas.
– Espero que no pagaras dinero de verdad por esto. Aunque supongo que depende según quién lo mire.
Ella lo miró. -¿Este sitio tiene una dirección postal?
– Por supuesto que tiene una dirección. ¿Por qué quieres saberlo?
– Quiero saber donde vivo, eso es todo -. También necesitaba que le enviaran algunas cosas que estaban empaquetadas en el armario de su casa. Ella encontró un trozo de papel y escribió la dirección que él le dio. Ella señaló con la cabeza la parte frontal de la iglesia. -Mientras estás aquí, ¿encenderías el agua caliente? Me estoy cansando de las duchas de agua fría.
– Dímelo a mí.
Ella sonrió. -¿Todavía está sufriendo los efectos de la moratoria sexual de tres meses de Lucy?
– Maldita sea, mira que les gusta hablar a las mujeres.
– Le dije que era estúpido -. Deseó ser lo suficientemente malvada para darle la noticia de que Lucy ya tenía un nuevo amante.
– Nosotros al fin estamos de acuerdo en algo -, dijo él.
– Sin embargo… -Ella volvió a alejar las joyas. -Todo el mundo sabe que puedes tener a cualquier descerebrada de Wynette. No sé exactamente cuál es tu problema para encontrar una compañera sexual.
Él la miro como si ella se hubiera unido al club de los idiotas.
– Claro -, dijo ella. -Esto es Wynette y tú eres Ted Beaudine. Si lo haces con uno, lo haces con todos.
Él sonrió.
Ella había intentado molestarlo, no divertirlo, así que dio otro golpe. -Una pena que estuviera equivocada contigo y Torie. Una aventura clandestina con una mujer casada solucionaría tu problema. Casi tan bueno como estar casado con Lucy.
– ¿Qué quieres decir?
Ella estiró sus piernas y se apoyó en las manos. -No hay basura emocional. Ya sabes. Como el amor verdadero o pasión genuina.
Él la miró un segundo, aquellos ojos de tigre inescrutables. -¿Crees que Lucy y yo no teníamos pasión?
– No es por insultar, vale, quizás un poco insultante, pero sinceramente dudo que tú tengas un hueso pasional en tu cuerpo.
Un ordinario mortal se habría sentido ofendido, pero no San Theodore. Él simplemente se quedó pensativo. -Vamos a ver si lo entiendo. ¿Una idiota me está analizando?
– Un nuevo punto de vista.
Él asintió. Contemplando. Y luego hizo algo que no era nada típico de Ted Beaudine. Entrecerró sus ojos y la miró de forma maliciosa. Empezando por la parte superior de su cabeza y luego deslizó su mirada por su cuerpo, deteniéndose aquí y allí a lo largo del recorrido. Su boca. Sus pechos. El vértice de sus muslos. Dejando tras de sí pequeños remolinos de deseo.
El absoluto horror de no ser inmune a él la hizo entrar en acción y saltó del suelo. -Malgastas esfuerzos, señor Todo Son Pegas, por supuesto que vas a pagarme.
– ¿Pagarte?
– Ya sabes. Un gran fajo de billetes de veinte en el aparador. Oops… No tengo aparador. Oh, bueno, ahí tienes una idea.
Al final había conseguido molestarlo. Él se volvió hacia el cuarto con paso majestuoso para encender el agua caliente y desapareció. Ella sinceramente esperaba que fuera un precedente. No mucho después oyó la puerta trasera cerrarse, y unos minutos después, su coche se alejaba. Extrañamente estaba decepcionada.
El cuarteto jugó al día siguiente. Ted y Torie contra Kenny y Spence.
– Tuve que ir a Austin ayer -, Spence le dijo a Meg, -y cada vez que veía a una mujer hermosa, pensaba en ti.
– Por Dios, ¿por qué?
Ted le dio un codazo por detrás. Spence echó hacia atrás la cabeza y se echó a reír. -Tienes algo, señorita Meg. ¿Sabes a quién me recuerdas?
– Espero que una joven Julia Roberts.
– Me recuerdas a mí, a eso me recuerdas -. Él reajustó su sombrero Panamá en su cabeza. -Tuve un montón de retos en mi vida, pero siempre los encaré.
Ted la golpeó en la espalda. -Esa es nuestra Meg, sí señor.
Para cuando llegaron al tercer green, ella se estaba marchitando por el calor pero aún así estaba feliz por estar fuera. Se obligó a sí misma a concentrarse para ser el caddie perfecto, a la vez que le dirigía miradas de adoración a Ted cada vez que Spence se ponía demasiado amistoso.
– ¡Quieres dejar de hacer eso! -dijo Ted cuando estuvieran a salvo de ser escuchados.
– ¿Qué te importa?
– Es desconcertante, eso es todo -, se quejó. -Como estar atrapado en una realidad alternativa.
– Deberías estar acostumbrado a miradas de adoración.
– No de ti.
Pronto fue evidente, incluso para Meg, que Torie era una atleta altamente competitiva, pero en los último nueve hoyos ella repentinamente empezó a perder puntos. Ted nunca perdió su natural encanto, no hasta que estuvo a solas con Meg cuando él le confirmó sus sospechas de que Torie lo estaba haciendo deliberadamente. -Eso era putt de apenas un metro -, él se quejó, -y Torie se quedó al borde del hoyo. Spence podría estar por aquí durante semanas. Cualquiera que piense que voy a dejarle ganar cada partido está loco.
– Qué es la razón por la que Torie falló ese putt -. Al menos alguien aparte de ella comprendía el ego de Spence. Ella miró alrededor buscando la última funda que parecía que había extraviado. -Concéntrate en lo importante, señor Alcalde. Si estás decidido a destruir el medio ambiente de la zona con este proyecto, necesitas ser más como Torie y hacer más esfuerzos para hacer feliz a Spence.
Él ignoró su puya. -Mira quién está hablando de hacer feliz a Spence. No te haría daño ser más agradable con él. Te juró que voy a representar una pelea pública contigo para que sepa exactamente lo correspondida que es tu pasión por mí.
Él hizo un disparo largo con un wedge en el green, le tiró la bolsa de los palos y se alejó.
Gracias a Torie, Spence y Kenny lograron una victoria por un hoyo. Después Meg se dirigió al vestuario de señoras, el cuál técnicamente los empleados no podían usar pero como estaba equipado con una amplia gama de productos de cuidado personal, tristemente ausentes dentro de lo que ella poseía, lo usó de todas formas. Mientras se refrescaba su acalorada cara con agua fría, Torie se unió a ella en los lavabos. A diferencia de Meg, el calor no parecía haber afectado a Torie, quién simplemente se quitó la visera para ajustarse la coleta y luego miró alrededor para asegurarse de que el vestuario estaba vacío. -Entonces, ¿qué hay realmente entre tú y Ted?
– ¿Qué quieres decir? ¿No has oído los rumores sobre cómo manipulé a Lucy para poder quedarme con él?
– Soy mucho más lista de lo que parezco. Y tú no eres una mujer que se enamoraría de un tipo que básicamente odia tus entrañas.
– No creo que él me odie tanto como lo hacía. Ahora es más tu odio común.
– Interesante -. Torie sacudió su largo pelo y luego lo volvió atar.
Meg cogió una toalla del toallero y la pasó bajo el agua fría. -Tú tampoco pareces odiarme. ¿Por qué? Todos los demás en este pueblo lo hacen.
– Tengo mis razones -. Ella ajustó la goma del pelo en su lugar. -Lo que no quiere decir que no te sacase los ojos si en realidad creyese que eres una amenaza para Ted.
– Destruí su matrimonio, ¿recuerdas?
Torie se encogió de hombros sin dar un juicio.
Meg la estudió, pero Torie no estaba mostrando nada. Meg se frotó la fría toalla por la parte de atrás de su cuello. -Ya que estamos teniendo esta profunda e íntima conversación, tengo curiosidad por saber como se sentiría tu marido si supiera que estabas prácticamente desnuda en una habitación de hotel con Ted.
– Oh, a Dex no le importó la parte de la desnudez, acababa de salir de la ducha, pero no estuvo feliz con Ted besándome así, incluso después de explicarle que yo sólo fui una inocente espectadora -. Ella se metió en el servicio más cercano, todavía hablando. -Dex se puso de mal humor e informó a Ted que iba a fijar una línea sobre los besos. Yo le dije a Dex que deseaba que lo hiciera con otra cosa porque, aunque dudaba que ese beso fuera el mejor esfuerzo de Ted, todavía era divertido. Luego Dex dijo que él me mostraría toda la diversión que yo podría aguantar, lo cuál, si conocieras a mi marido, te haría reír, pero Dex estaba molesto porque hace un par de semanas le engañe para quedarse con las niñas mientras iba con Ted a probar el nuevo GPS que había hecho para su camioneta. Dex quería haberlo hecho él.
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