Llámame irresistible
Serie: 3º American's Lady
Título original: Call Me Irresistible
CAPÍTULO 01
La mayoría de los residentes de Wynette, Texas, pensaban que Ted Beaudine se estaba casando por debajo de sus posibilidades. No era como si la madre de la novia fuera todavía la presidenta de Estados Unidos. Cornelia Jorik había dejado el cargo hace alrededor de un año. Y Ted Beaudine era, después de todo, Ted Beaudine.
Los jóvenes querían que se casase con una estrella del rock con discos de platino, pero ya había tenido esa posibilidad y la rechazó. Lo mismo que con una actuao actriz de cine. La mayoría, sin embargo, pensaban que debería haber elegido a alguien del mundo del deporte femenino profesional, específicamente la LPGA. Como fuera, Lucy Jorik ni siquiera jugaba al golf.
Eso no impedía que los comerciantes locales estamparan las caras de Lucy y Ted en alguna edición especial de pelotas de golf. Pero los hoyos les hacían parecer bizcos, así que la mayoría de los turistas que llenaban el pueblo para echar un vistazo a las festividades del fin de semana preferían las toallas de golf más favorecedoras. Los éxitos de ventas incluían placas conmemorativas y tazas producidas en cadena por el Goleen Agers del pueblo, la recaudación se destinaría a reparar los daños producidos por un incendio en la biblioteca pública de Wynette.
Como el pueblo natal de dos de los más grandes jugadores profesionales de golf, Wynette, Texas, solía ver celebridades caminando por sus calles, aunque no a una ex presidenta de Estados Unidos. Cada hotel y motel a unos 25 kilómetros a la redonda estaba lleno de políticos, atletas, estrellas de cine y jefes de estado. Los agentes del servicio secreto estaban por todas partes y, de igual forma, demasiados periodistas estaban ocupando el valioso espacio de la barra del Roustabout. Pero con sólo una industria para apoyar la economía local, el pueblo pasaba por tiempos difíciles, y los ciudadanos de Wynette le daban la bienvenida a los negocios. Los Kiwanis habían sido particularmente ingeniosos vendiendo asientos en frente de la iglesia presbiteriana de Wynette por veinte dólares cada uno.
El público general se había sorprendido cuando la novia había elegido el pequeño pueblo de Texas para la ceremonia en lugar de tener una boda Beltway pero Ted era un chico Hill Country de cabo a rabo, y la gente de la zona nunca se habría imaginado que se casara en cualquier otro lugar. Él se había convertido en un hombre bajo su atenta mirada y lo conocían tan bien como conocían a sus propios familiares. Ni un alma en el pueblo podía decir una sola cosa mala sobre él. Incluso sus ex novias no podían hacer otra cosa que suspirar con pesar. Ese era el tipo de hombre que Ted Beaudine era.
Meg Koranda podría ser hija de la realeza de Hollywood, pero también estaba en la ruina, sin casa y desesperada, lo cual no la ponía de buen ánimo para ser la dama de honor en la boda de su mejor amiga. Especialmente cuando sospechaba que su mejor amiga podría estar cometiendo el error de su vida casándose con el hijo predilecto de Wynette, Texas.
Lucy Jorik, que era la novia, paseaba por la alfombra de su suite en el Wynette Country Inn, la cual su familia había reservado para los festejos. -No me lo dirán a la cara, Meg, ¡pero todo el mundo en este pueblo cree que Ted se está casando por debajo de sus posibilidades!
Lucy parecía tan molesta que Meg quería abrazarla, o quizás quería consolarse a sí misma. Se prometió no añadir su propia miseria a la angustia de su amiga. -Una conclusión interesante la que hacen estos paletos, teniendo en cuenta que simplemente eres la hija mayor de la ex presidenta de los Estados Unidos. No eres exactamente una don nadie.
– Hija adoptiva. Lo digo en serio, Meg. La gente en Wynette me interroga. Cada vez que salgo.
Eso no era exactamente algo nuevo, ya que Meg hablaba con Lucy por teléfono muchas veces a la semana, pero sus llamadas telefónicas no habían revelado las líneas de tensión que parecían haber tomado un sitio permanente sobre el puente de la pequeña nariz de Lucy. Meg tiró de un de sus pendientes de plata, que podía o no ser de la dinastía Sung, dependiendo si creía al conductor del carro de curri de Shanghai que se los había vendido. -Supongo que eres algo más que un partido para los buenos ciudadanos de Wynette.
– Es tan desconcertante -dijo Lucy-. Ellos tratan de ser discretos al respecto, pero no puedo caminar por la calle sin que alguien se detenga a preguntarme si sé en qué año Ted ganó el campeonato amateur de golf de EEUU o el tiempo transcurrido entre su licenciatura y su master… una pregunta con trampa, porque los consiguió a la vez.
Meg había abandonado la universidad antes de conseguir el título, así que la idea de conseguir dos juntos le parecía un poco más que una locura. Sin embargo, Lucy podía ser un poco obsesiva. -Es una nueva experiencia, eso es todo. No tener a todo el mundo absorbiéndote.
– Créeme, no hay peligro de eso -. Lucy puso un mechón de pelo castaño claro detrás de su oreja. -En una fiesta la semana pasada, alguien me preguntó de forma muy casual, como si todo el mundo tuviera esta conversación cursi, si conocía el coeficiente intelectual de Ted, que no lo hacía, pero pensé que ella tampoco lo sabía, así que le dije ciento treinta y ocho. Pero, oh no… Como resultado, cometí un enorme error. Una de las últimas veces que fue examinado, aparentemente, Ted obtuvo una puntuación de ciento cincuenta y uno. Y de acuerdo con el camarero, Ted tenía la gripe o lo hubiera hecho mejor.
Meg quería preguntarle a Lucy si ella realmente había pensado en esto del matrimonio, pero, a diferencia de Meg, Lucy no hacía nada impulsivamente.
Ellas se conocieron en la universidad cuando Meg había sido una estudiante rebelde de primer año y Lucy una comprensiva, pero solitaria, estudiante de segundo año. Como Meg también había crecido con padres famosos, comprendía las sospechas de Lucy sobre las nuevas amistades, pero poco a poco las dos habían conectado a pesar de sus personalidades muy diferentes, y a Meg no le había llevado mucho tiempo descubrir algo que a los demás les pasaba desapercibido. Bajo la feroz determinación de Lucy Jorik para evitar avergonzar a su familia latía el corazón de una chica rebelde. No es que alguien se diera cuenta por su apariencia.
Las características de duendecillo de Lucy y sus pestañas gruesas de niña la hacian parecer más joven que sus treinta y un años. Había dejado crecer su pelo marrón brillante desde sus días de universidad y a veces se lo sujetaba apartándolo de la cara con un surtido de cintas de terciopelo, con las cuales no atraparían a Meg llevándolas ni muerta, al igual que ella nunca hubiera elegido el elegante vestido color agua con un pulcro cinturón negro de cinta de grosgrain. En cambio, Meg había envuelto su largo cuerpo desgarbado en varios metros de seda en tonos joya que había trenzado y atado en un hombro. Sandalias de gladiador vintage negro -un 42 -anudadas a sus pantorrillas y un colgante de plata adornado, que ella había hecho a partir de una antigua cajita de betel que había comprado en un mercado al aire libre en el centro de Sumatra, descansaba entre sus pechos. Ella había complementado sus pendientes Sung probablemente de falsa dinastía con un montón de pulseras que había comprado por seis dólares en TJ Maxx y adornado con unas cuantas perlas de África. La moda corría en su sangre.
Y recorre un camino tortuoso, había dicho su famoso tío modisto de Nueva York.
Lucy se retorció el recatado collar de perlas de su cuello. -Ted es… Es lo más cercano al hombre perfecto que ha creado el universo. ¿Has visto mi regalo de bodas? ¿Qué clase de hombre regala a su novia una iglesia?
– Impresionante, tengo que admitirlo.-A primera hora de esa tarde, Lucy había llevado a Meg a ver la iglesia de madera abandonada situada al final de un camino estrecho a las afueras del pueblo. Ted la había comprado para salvarla de la demolición, luego había vivido allí durante unos meses mientras su actual casa fue construida. Aunque ahora no estaba amueblada, era un viejo edificio encantador y Meg no tenía problemas en comprender por qué a Lucy le encantaba.
– Dijo que toda mujer casada necesita un lugar propio para mantenerse cuerda. ¿Puedes imaginarte algo más considerado?
Meg tenía una interpretación más cínica. ¿Qué mejor estrategia podía usar un hombre casado rico si tenía la intención de crear un espacio para sí mismo?
– Bastante increíble -fue todo lo que dijo. -No puedo esperar a conocerlo -. Maldijo el conjunto de crisis personales y financieras que le habían impedido saltar a un avión hace unos meses para conocer al prometido de Lucy. Tal como estaban las cosas, se había perdido la despedida de soltera de Lucy y se había visto forzada a conducir a la boda desde Los Ángeles en un coche que le había comprado al jardinero de sus padres.
Con un suspiro Lucy se sentó en el sofá junto a Meg. -Mientras Ted y yo vivamos en Wynette, siempre estaré por debajo de las expectativas.
Meg no pudo resistirse más tiempo a abrazar a su amiga. -Tú nunca has estado por debajo de las expectativas en tu vida. Tú sola te salvaste a ti misma y a tu hermana de una infancia en casas de acogidas. Te adaptaste a la Casa Blanca como una campeona. En cuanto a cerebro… tienes un titulo de maestra.
Lucy se levantó de un salto. -Que no conseguí hasta después de conseguir mi diplomatura.
Meg ignoró esa locura. -Tu trabajo defendiendo a niños ha cambiado vidas, y en mi opinión, eso cuanta más que un coeficiente intelectual astronómico.
Lucy suspiró. -Lo amo, pero a veces…
– ¿Qué?
Lucy hizo un gesto con la mano con una manicura recién hecha, mostrando unas uñas pintadas en color rosa pálido en lugar del verde esmeralda que corrientemente Meg prefería. -Es una estupidez. Nervios de última hora. No importa.
La preocupación de Meg creció. -Lucy, hemos sido las mejores amigas durante doce años. Conocemos los oscuros secretos una de la otra. Si algo está mal…
– Específicamente no hay nada mal. Sólo estoy nerviosa por la boda y toda la atención que está generando. La prensa está por todos los lados -. Se puso en el borde de la cama y puso la almohada contra su pecho, justo como solía hacer en la universidad cuando algo la molestaba. -Pero… ¿Qué pasa si él es demasiado bueno para mí? Soy lista, pero él es más listo. Soy guapa, pero él es espléndido. Intento ser una persona decente, pero él es prácticamente un santo.
Meg contuvo una creciente sensación de ira. -Te han lavado el cerebro.
– Nosotros tres crecimos con padres famosos. Tú, yo, y Ted… Pero Ted hizo su propia fortuna.
– No es una comparación justa. Has estado trabajando sin ánimo de lucro, no es exactamente una plataforma de lanzamiento para los multimillonarios -. Pero aún así Lucy era capaz de mantenerse a sí misma, algo que Meg nunca había logrado. Había estado muy ocupada viajando a lugares remotos con el pretexto de estudiar los problemas ambientales locales e investigando las artesanías indígenas, pero en realidad sólo se lo pasaba bien. Amaba a sus padres, pero no le gustaba la forma en que le habían cortado el grifo. ¿Y ahora qué? Tal vez si lo hubieran hecho cuando tenía veintiún años en lugar de treinta no se sentiría como una perdedora.
Lucy apoyó la pequeña barbilla en el borde de la almohada y así la junto con sus mejillas. -Mis padres lo adoran, y sabes cómo son respecto a los chicos con los que he salido.
– No tan abiertamente hostiles como mis padres con algunos con los que salgo.
– Eso es porque sales con perdedores de la peor clase.
Meg no podía discutir ese punto. Esos perdedores habían incluido recientemente a un surfista esquizoide que había conocido en Indonesia y a un guía de rafting australiano con series problemas de control de la ira. Algunas mujeres aprendían de sus errores. Ella, obviamente, no era una de ellas.
Lucy tiró la almohada a un lado. -Ted hizo su fortuna cuando tenía veintiséis años inventando algún tipo de sistema de software increíble que ayuda a las comunidades a dejar de perder poder. Un gran paso hacia la creación de una red inteligente nacional. Ahora él escoge y elige los trabajos de consulta que quiere. Cuando está en casa, conduce una vieja camioneta Ford con un depósito de hidrógenos que él mismo construyó, además un sistema de aire acondicionado con placas solares y todo tipo de otras cosas que no entiendo. ¿Tienes idea de cuántas patentes tiene Ted? ¿No? Bien, yo tampoco, aunque estoy segura que todos los empleados de la tienda de suministros lo hace. Lo peor de todo es que nada lo hace enfadarse. ¡Nada!
– Parece que fuera Jesús. Excepto por lo de rico y sexy.
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