Esa debía haber sido la noche que Meg los había visto juntos. Ella estaba más que un poco intrigada por Dexter O'Connor. -¿Entonces tu marido sabía que estabas a solas con Ted en una habitación del hotel? -Ella cogió el protector solar. -Debes tener un marido comprensivo.

El inodoro sonó. -¿Cómo que solos? Dex estaba en la ducha. Era nuestra habitación. Ted acababa de llegar.

– ¿Vuestra habitación? Pensaba que vivíais en Wynette.

Torie salio del servicio y la miró con un poco de vergüenza. -Tenemos niños, Meg. N-i-ñ-o-s. Dos fabulosas niñitas que amo con todo mi corazón, pero definitivamente se parecen a mí, lo que significa que Dex y yo intentamos escaparnos, sólo nosotros dos, un par de veces al mes -. Ella se lavó las manos. -Algunas veces pasamos un fin de semana largo en Dallas o Nueva Orleáns. Por lo general, sin embargo, es una noche en el hotel.

Meg tenía más preguntas, pero tenía que guardar la bolsa de Ted y recoger su propina.

Lo encontró en la tienda de golf, hablando con Kenny. Él metió la mano en el bolsillo mientras ella se acercaba. Ella contuvo la respiración. Es cierto que había perdido dos fundas, pero no le había costado ningún hoyo, si ese tacaño…

– Aquí tienes, Meg.

Un total de cien dólares. -Wow -, susurró. -Pensaba que tendría que comprar un aparador antes de poder conseguir este tipo de dinero.

– No te acostumbres -, dijo él. -Tus días como mi caddie han terminado.

Justo entonces Spence entró en la tienda de golf acompañado por una mujer joven vestida para negocios con un vestido negro ajustado sin mangas, perlas y un bolso verde oscuro Birkin. Era alta y con una figura redondeada, aunque no estaba gorda. Tenía unos rasgos fuertes: una cara larga bien definida, cejas oscuras, una nariz importante y una boca llena y sensual. Sutiles reflejos destacaban en su pelo castaño oscuro que se extendía en capas, largos mechones alrededor de su cara. Aunque parecía estar al final de los veinte, transmitía la confianza de una mujer mayor combinada con la sexy seguridad de una joven que solía salirse con la suya.

Skipjack pasó su brazo alrededor de ella. -Ted, ya conocías a Sunny, pero no creo que el resto conozca a mi hermosa hija.

Sunny estrechaba la mano con fuerza, repitiendo cada nombre y guardándolos en su memoria, empezó con Kenny, luego Torie, evaluando a Meg, y haciendo una pausa cuando llegó a Ted. -Estoy contenta de volver a verte, Ted -. Ella lo miró como si fuera una pieza preciada de carne de caballo, lo que ofendió a Meg.

– Yo también, Sunny.

Spence le apretó el brazo. -Aquí Torie nos ha invitado a una pequeña fiesta por el Cuatro de Julio. Una buena oportunidad para conocer a la gente local y a la zona.

Sunny sonrió a Ted. -Suena genial.

– ¿Quieres que te recojamos, Meg? -preguntó Spence. -Torie también te invitó. Sunny y yo estaremos felices de hacer una parada de camino.

Meg puso cara larga. -Lo siento, tengo que trabajar.

Ted le golpeó en la espalda. Muy fuerte. -Me gustaría que todos los empleados del club fueran tan dedicados. -. Él puso su dedo bajo su omoplato, encontrando lo que podría ser un de esos puntos de presión letales que sólo los asesinos conocían. -Afortunadamente la fiesta de Shelby no empieza hasta tarde. Puedes venir tan pronto como salgas de trabajar.

Ella esbozó una débil sonrisa, entonces decidió que comida gratis, su curiosidad sobre Sunny Skipjack y la oportunidad de irritar a Ted superaba a pasar otra noche sola. -Está bien. Pero conduciré mi propio coche.

Sunny, mientras tanto, estaba teniendo dificultades para apartar los ojos de Ted. -Eres totalmente un servidor público.

– Hago lo que puedo.

Los dientes de ella lucían largos y perfectos cuando sonrió. -Supongo que lo menos que puedo hacer es mi oferta.

Ted ladeó la cabeza. -¿Perdón?

– La subasta -, dijo ella. -Definitivamente haré una oferta.

– Me pones en una situación de desventaja, Sunny.

Ella abrió su Birkin y extrajo un panfleto rojo brillante. -Encontré esto en el parabrisas de mi coche de alquiler después de detenerme en el pueblo.

Ted miró el panfleto. Podría haber sido la imaginación de Meg, pero pensó que él se estremeció.

Kenny, Torie y Spence se acercaron para leer por encima de su hombro. Spence miró a Meg de forma especulativa. Kenny sacudió la cabeza. -Esta es la gran idea de Shelby. La escuché hablando de ello con Lady E., pero nunca pensé que llegarían tan lejos.

Torie dejó escapar un grito. -Yo definitivamente voy a hacer una oferta. No me importa lo que diga Dex.

Kenny arqueó una de sus cejas oscuras. -Te aseguro que Lady E. no hará ninguna oferta.

– Eso es lo que tú te crees -, replicó su hermana. Ella le pasó el panfleto a Meg. -Echa un vistazo a esto. Lástima que seas pobre.

El panfleto estaba simplemente impreso en letras negras mayúsculas:


GANA UN FIN DE SEMANA CON TED BEAUDINE


Únete al soltero favorito de Wynette

en un romántico fin de semana en San Francisco.

Turismo, gastronomía,

un romántico paseo nocturno en barco,

y más. Mucho más…

Señoras, hagan sus ofertas.

(mínimo $100.00)

¡Casadas! ¡Solteras! ¡Mayores! ¡Jóvenes!

Todas son bienvenidas.

El fin de semana puede ser tan amigable (o íntimo) como tú quieras.

www.weekendwithted.com

Todas las ganancias serán destinadas

a la reconstrucción de la

Biblioteca Pública de Wynette.


Ted le arrebató el panfleto, lo estudió y luego lo arrugó en su puño. -¡De todas las estupideces, tonterías…!

Meg le dio un golpecito en el hombro y le susurró, -me compraría ropa nueva si fuera tú.

Torie echó hacia atrás la cabeza y se echó a reír. -¡Me encanta este pueblo!

CAPÍTULO 10

En el camino a casa desde el trabajo esa noche, Meg pasó por la tienda de segunda mano del pueblo. Le encantaban las buenas tiendas de vintage y decidió detenerse. Otro panfleto rojo colgaba de la ventada anunciando la subasta Gana un Fin de Semana con Ted Beaudine. Abrió la pesada puerta de madera antigua. El interior de un amarillo vivo olía débilmente a moho, de la forma que lo hacían las tiendas de segunda mano, pero la mercancía estaba bien organizada, con antiguas mesas y baúles haciendo a la vez de mostradores y divisores de sección. Meg reconoció a la dependienta como la amiga de Birdie, Kayla, la rubia que había estado atendiendo en la recepción del hotel el día de la humillación de Meg.

El vestido sin mangas rosa y gris camuflaje de Kayla definitivamente no era de segunda mano. Lo llevaba con tacones de aguja y una serie de brazaletes de bolas esmaltadas en negro. A pesar de que era casi la hora de cerrar, su maquillaje estaba impecable: delineador de ojos, colorete, pintalabios moka, la personificación de una reina de la belleza de Texas. No pretendió no saber quién era Meg, y como todos los demás en este estúpido pueblo, no tenía sentido del tacto. -Escuché que Spencer Skipjack siente algo por ti -, dijo mientras se alejaba de la estantería de las joyas.

– No siento nada por él -. Una rápida mirada a la mercancía reveló aburrida ropa deportiva de muy buen gusto, trajes color pastel para ir a la iglesia y sudaderas de abuela decoradas con calabazas de Halloween y dibujos animados, todo difícil de relacionar con esta criatura con estilo. -Eso no significa que no puedas ser agradable con él -, dijo Kayla.

– Soy agradable con él.

Kayla puso una mano en su cadera. -¿Tienes idea de cuántos trabajos le daría el resort de golf a este pueblo? ¿O los nuevos negocios que surgirían?

Era inútil mencionar que también el ecosistema sería destruido. -No pocos, me imagino.

Kayla recogió un cinturón que se había caído de un estante. -Sé que la gente de aquí no te ha puesto exactamente una alfombra de bienvenida, pero estoy segura que todo el mundo apreciaría si no usas eso como excusa para jodernos con Spence Skipjack. Algunas cosas son más importantes que aferrarse a rencores mezquinos.

– Tendré eso en mente -. Justo cuando Meg se giró para irse, un escaparate llamó su atención, una camisa de hombre gris con un top corto palabra de honor a juego y unos shorts cortos de cintura alta. Las piezas fueron novedades vanguardistas en la moda del verano de 1950, y se acercó para examinarlas más de cerca. Cuando encontró la etiqueta no podía creerse lo que estaba viendo. -Se trata de Zac Posen.

– Lo sé.

Parpadeó ante el precio. ¿Cuarenta dólares? ¿Por tres piezas de Zac Posen? A ella no le sobraban cuarenta dólares en este momento, ni si quiera con la propina de Ted, pero aún así era una ganga increíble. Colgado cerca había un vestido vanguardista con un corsé verde melón hermosamente diseñado, siendo nuevo al menos costaría dos mil dólares, pero ahora el precio era de cien dólares. La etiqueta llevaba el nombre de su tío, Michel Savagar. Examinó la otra ropa del estante y encontró un vestido tank dress [18] de seda en color chartreuse con la cabeza de una de las mujeres de Modigliani impresa, una impresionante chaqueta origami con unos pantalones de pitillo gris acero a juego y una minifalda Miu Miu blanca y negra. Cogió un cardigan fucsia con rosas de ganchillo, imaginándosela con una camiseta, vaqueros y unas Converse.

– Cosas bonitas, ¿verdad? -dijo Kayla.

– Muy bonitas -. Meg dejo el suéter y cogió una chaqueta de Narciso Rodríguez.

Kayla la miró astutamente. -La mayoría de las mujeres no tienen el cuerpo necesario para llevar esas prendas. Tienes que ser realmente alta y delgada.

¡Gracias, mamá! Meg hizo un rápido cálculo mental y, diez minutos después, salía de la tienda con la mini de Miu Miu y el tank dress de Modigliani.


El día siguiente era domingo. La mayoría de los empleados tomaron un rápido almuerzo en la sala de los caddies o en una esquina de la cocina, pero a ella no le gustaba ninguno de esos sitios. En vez de eso, se dirigió hacia la piscina con un sándwich de mantequilla de cacahuete que se había hecho esa mañana. Cuando atravesó la terraza del comedor, vio a Spence, Sunny y Ted sentados en una de las mesas con sombrilla. Sunny tenía su mano en el brazo de Ted, y Ted parecía estar de acuerdo con dejarlo allí. Él estaba hablando mientras Spence escuchaba con atención. Ninguno se fijó en ella.

La piscina estaba llena con familias disfrutando del fin de semana largo. Consciente de su estatus de humilde empleada, encontró un trozo de hierba en la esquina de la tienda de bocadillos, alejada de los socios. Mientras estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas, apareció Haley llevando un vaso con el logotipo verde del club de campo. -Te traía una coca cola.

– Gracias.

Haley tenía el pelo suelto, sin la coleta que requería su trabajo y se instaló junto a Meg. Se había desabrochado todos los botones de su polo amarillo de empleada, pero aún así le quedaba muy ajustado en el pecho. -El señor Clements y sus hijos van a jugar a la una. Dr. Pepper y Bud Light.

– Lo vi -. Meg comprobaba los horarios de los tee cada mañana con la esperanza de mejorar sus propinas memorizando nombres, caras y las bebidas preferidas de los socios. No había recibido exactamente una calurosa bienvenida, pero nadie excepto el padre de Kayla, Bruce, había hablado de deshacerse de ella, algo que atribuía al interés de Spence Skipjack más que a la calidad de su servicio.

Haley miraba el colgante corto ubicado en el cuello abierto del detestable polo de Meg. -Tienes las mejores joyas.

– Gracias. Lo hice anoche -. Había montado un pequeño y peculiar collar con pedazos de las joyas de bisutería que había rescatado: eslabones de un reloj roto de Hello Kitty, algunas pequeñas cuentas de cristal rosa que había quitado a un pendiente sin pareja y un pez de plata que parecía que había sido parte de un llavero. Con un poco de pegamento y alambre, había conseguido una pieza interesante, perfecta para el cordón de seda negro que había acortado.

– Eres tan creativa -, dijo Haley.

– Me encanta las joyas. Comprarlas, hacerlas, llevarlas. Cuando viajo, busco artistas locales y observo como trabajan. He aprendido mucho -. Impulsivamente se desenganchó el cordón. -Toma. Disfruta.

– ¿Me lo estás dando?

– ¿Por qué no? -Ella abrochó el colgante alrededor del cuello de Haley. Su encantó funky ayudó a suavizar el excesivo maquillaje de su cara.

– Es genial. Gracias.

El regalo apartó algunas de las reticencias instintivas de Haley y, mientras Meg comía, ella habló de ir a la universidad del condado en otoño. -En cambio mi madre quiere que vaya a la U.T… Está siendo realmente pesada sobre esto, pero no voy a ir.

– Me sorprende que no quiera ir de cabeza a la gran ciudad -, dijo Meg.