Ella escuchó un ruido. Él se enderezó. La cordura volvió. Ella se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y se giró para ver a Sunny Skipjack plantada debajo de las puertas francesas con una mano en su garganta y su acostumbrada auto confianza dañada. Meg no tenía ni idea si para Ted el beso había sido un acto impulsivo como lo había sido para ella o sí él había sabido que Sunny estado allí todo el tiempo y temerariamente había iniciado el beso para desalentarla. De cualquier forma, él lo lamentaba, algo que era tan claro como el temblor en las rodillas de ella. Estaba cansado, sus defensas por una vez estaban bajas y él sabía que acababa de joderlo todo completamente.
Sunny luchó por recuperar la compostura. -Uno de esos momentos incómodos de la vida -, dijo ella.
Si Sunny se iba por esto, la gente de Wynette se aseguraría de culpar a Meg, y ya tenía suficientes problemas sin esto. Mientras miraba a Ted, volvió a poner su cara de damisela en apuros. -Lo siento, Ted. Sé que no puedo seguir tirándome encima de ti de esta manera. Entiendo lo incómodo que te hace sentir. Pero eres tan… tan… malditamente irresistible.
Levantó una ceja oscura.
Ella miro a Sunny, de novia a novia. -Demasiado vino. Juro que no volverá a pasar -. Y luego, como sólo era humana, dijo, -es tan vulnerable ahora. Tan dulce e indefenso desde el lío de Lucy. Me aproveché.
– No soy vulnerable o indefenso -, dijo firmemente.
Ella puso su dedo índice sobre sus labios. -Un herida abierta -. Con la dignidad de una mujer valiente que sufre por un amor no correspondido, pasó al lado de Sunny y se dirigió al patio, donde recuperó su bolso y se puso en camino a la que actualmente era su casa.
Acaba de lavarse la cara y meterse por la cabeza la camiseta con el logo feliz de la empresa, cuando escuchó un coche fuera. Un asesino en serie de Texas podría haber aparecido, pero apostaba dinero a que se trataba de Sunny Skipjack. Se tomó su tiempo para colgar el vestido de Modigliani en el armario de hábitos del coro, luego salió por la puerta del altar hacia la sección principal de la iglesia.
Estaba equivocada sobre Sunny.
– Olvidaste los regalos de la fiesta-, dijo Ted.
No le gustó los vertiginosos nervios que sintió cuando lo vió de pie en la parte trasera de la iglesia, sosteniendo unas raquetas de playa estampadas con la bandera americana. -Shelby también tenía una cesta de yoyos patrióticos, pero pensé que te gustarían más unas raquetas. O quizás sólo estaba haciendo una suposición de lo que pensaba que necesitabas -. Él golpeó fuertemente la raqueta contra su mano.
Aunque su camiseta con el feliz logo le tapaba las caderas, sólo llevaba un tanga marfil debajo. Necesitaba más ropa, algo como una cota de malla y un cinturón de castidad. Él dio unos cuantos golpes a la pelota de goma con la raqueta y se acercó, con los ojos puestos en ella. -Gracias por ayudarme con Sunny, aunque podía haberlo solucionado sin tus comentarios.
Miró las palas y luego él. -Fue tu culpa. No deberías haberme besado.
Frunció su ceño con una falsa indignación. -¿De qué estás hablando? Tú eres la que me beso.
– No lo hice. Te abalanzaste sobre mí.
– En tus sueños -. Le dio un golpe extra fuerte a la pelota.
Ella ladeó la cabeza. -Si rompes una ventan con eso, te denunciaré a mi casero.
Él cogió la pelota, echó un vistazo a lo que podía ver de sus piernas y pasó su dedo a lo largo de la curva de la pala. -Me ha venido la idea más extraña a la cabeza -. El ventilador en lo alto del techó le revolvió pelo. Una vez más, golpeó la raqueta contra su mano. -Te la diría, pero sólo te haría enloquecer.
El sexo flotaba en el aire entre ellos, de forma tan explosiva como los fuegos artificiales de esa noche. Sin importar quien había iniciado el beso, algo había cambiado irrevocablemente entre ellos, y ambos lo sabían.
Algo como para jugar a jueguecitos. Aunque nada era más repugnante para ella que convertirse en otra conquista sexual de Ted Beaudine, la idea de convertirle a él en una de sus conquistas sexuales era algo sobre lo que valía la pena reflexionar. -Puedes tener a cualquier mujer del pueblo. Probablemente de todo el estada. Déjame en paz.
– ¿Por qué?
– ¿Qué quieres decir con por qué? Porque has estado tratándome como una mierda desde que llegué aquí.
– No es cierto. Fui perfectamente agradable contigo en la cena de ensayo. No empecé a tratarte como una mierda hasta después de que Lucy huyera.
– Lo cuál no es mi culpa. Admítelo.
– No quiero. Tendría que culparme a mí mismo y ¿quién quiere eso?
– Tú. Aunque, para ser justos, Lucy debería haberse dado cuenta antes de que las cosas llegaran tan lejos.
Dio unos cuantos golpes a la bola. -¿Qué más tienes en tu lista de quejas?
– Me obligaste a trabajar para Birdie Kittle.
Dejó caer las palas en el sillón marrón, como si la tentación de usarlas se estuviera convirtiendo en algo demasiado fuerte de resistir. -Eso te mantuvo fuera de la cárcel, ¿no?
– Y te aseguraste que me pagaran menos que a las otras doncellas.
Se hizo el tonto. -No recuerdo eso.
Ella recordaba todas las injusticias. -Aquel día en e hotel, cuando estaba limpiando… Estabas de pie en la puerta y dejaste que casi me matara intentando darle la vuelta al colchón.
Él sonrió. -Tengo que admitir que eso fue divertido.
– Luego, después de cargar tu bolsa de palos durante dieciocho hoyos, me diste un dólar de propina.
No debería haberlo sacado a relucir porque todavía le guardaba rencor por eso. -Me costaste tres hoyos. Y no creas que no he notado que todas mis nuevas fundas han desaparecido.
– ¡Eras el prometido de mi mejor amiga! Y si eso no es suficiente, no olvides que básicamente te odio.
La golpeó fuertemente con esos ojos marrones dorados. -Tú también básicamente me gustas. No es tu culpa. Simplemente ha ocurrido.
– Y voy a hacer que des-ocurra.
Su voz se volvió más profunda. -¿Por qué quieres hacer eso cuando los dos estamos más que listos para dar el siguiente paso? Para lo que recomiendo encarecidamente que nos desnudemos.
Ella tragó saliva. -Estoy segura que eso te gustaría, pero quizás yo no esté lista -. La timidez no era su punto fuerte y él parecía decepcionado con ella por intentarlo. Ella alzó las manos.
– Está bien, admitiré que siento curiosidad. Gran cosa. Los dos sabemos a lo que lleva eso. A nada bueno.
Él sonrió. -O a un infierno de diversión.
Odiaba estar seriamente pensando en seguir adelante con esto. -No estoy pensando seriamente en seguir adelante con esto -, dijo ella, -pero si lo estuviera, tengo un montón de condiciones.
– ¿Por ejemplo?
– Sólo sería algo sobre sexo, ningún diminutivo de mascota, ni confidencias por la noche. Nada… -ella frunció la nariz ante la idea -… de amistad.
– Ya tenemos un tipo de amistad.
– Sólo en tu retorcida mente porque no puedes soportar la idea de nos ser amigo de alguien en todo el planeta.
– No se que problema hay con eso.
– Es imposible, eso es lo que está mal. Si seguimos adelante con esto, no puedes decírselo a nadie. Lo digo en serio. Wynette es la capital mundial del cotilleo y tengo suficientes problemas. Lo haríamos a escondidas. En público, tienes que seguir fingiendo que me odias.
Sus ojos se estrecharon. -Puedo hacerlo fácilmente.
– Y ni siquiera pienses en utilizarme para desalentar a Sunny Skipjack.
– Eso es un punto para discutir. Esa mujer me asusta como el infierno.
– No te asusta para nada. Lo que pasa es que no quieres tratar con ella.
– ¿Eso es todo?
– No. Necesitaría hablar con Lucy primero.
Eso le pilló por sorpresa. -¿Por qué tendrías que hacer eso?
– Un pregunta que, una vez más, demuestra lo poco que me conoces.
Él metió la mano en su bolsillo, sacó el móvil y se lo lanzó. -¡A por ello!
Se lo tiró de vuelta. -Usaré el mío.
Él guardó su teléfono y esperó.
– No ahora -, dijo ella, empezando a sentirse más agotada de lo que quería estar.
– Ahora -, dijo él. -Acabas de decirme que es una condición previa.
Debería sacarlo a patadas, pero lo deseaba demasiado y estaba predestinada a tomar malas decisiones cuando se trataba de hombres, que era la razón por la que sus amigas siempre habían sido tan importantes. Ella le lanzó una oscura mirada, lo menos que podía hacer para salvar las apariencias, y se encaminó hacia la cocina, golpeando la puerta tras de sí. Mientras cogía su móvil, se dijo a sí misma que se lo tomaría como un señal si Lucy no respondía.
Pero Lucy respondió. -¿Meg? ¿Qué pasa?
Se dejó caer en el linóleo y apoyó su espina dorsal contra la puerta del frigorífico. -Hey, Luce. Espero no haberte despertado -. Despegó un Cheerio que se le había caído esa mañana, o posiblemente la pasada semana, y lo hizo migas con sus dedos. -Así que, ¿cómo te va?
– Es la una de la mañana. ¿Cómo crees que me va?
– ¿En serio? Aquí sólo es medianoche, pero como no tengo ni idea donde estás, es un poco difícil calcular las diferencias horarias.
Meg lamentó su irascibilidad cuando Lucy suspiró. -No será mucho más tiempo. Yo… te lo diré tan pronto como pueda. Ahora mismo todo es un poco… confuso. ¿Va algo mal? Suenas preocupada.
– Está bien, algo va mal -. No había una forma fácil de decir esto. -¿Qué pensarías… -Apretó más sus rodillas contra el pecho y respiró hondo. -¿Qué pensarías si me liara con Ted?
Hubo un largo silencio. -¿Liarse? ¿Cómo…?
– Sí.
– ¿Con Ted?
– Tú ex prometido.
– Sé quién es. Tú y Ted sois… ¿pareja?
– ¡No! -Meg dejó caer las rodillas al suelo. -No, no una pareja. Nunca. Esto se trata sólo de sexo. Y olvídalo. Ahora mismo no estoy pensando claramente. Nunca debería haber llamado. Dios, ¿en qué estaba pensando? Esto es una completa traición a nuestra amistad. No debería haber…
– ¡No! No, me alegro que llamaras -. En realidad Lucy sonaba emocionada. -Oh, Meg, esto es perfecto. Toda mujer debería hacer el amor con Ted Beaudine.
– Eso no lo sé, pero… -Volvió a subir las rodillas. -¿En serio? ¿No te importaría?
– ¿Estás bromeando? -Lucy sonaba casi atolondrada. -¿No sabes lo culpable que todavía me siento? Si se acuesta contigo… Eres mi mejor amiga. ¡Se estaría acostando con mi mejor amiga! ¡Sería como conseguir la absolución del Papa!
– No tienes que parecer tan destrozada.
La puerta se abrió. Meg se apresuró a bajar las rodillas mientras él entraba. -Saluda a Lucy de mi parte -, dijo él.
– No soy tu chico de los recados -, replicó ella.
– ¿Está ahí ahora mismo? -preguntó Lucy.
– Eso sería un sí -, respondió Meg.
– Entonces salúdalo de mi parte -. La voz de Lucy se volvió más suave, llena de culpa. -Y dile que lo siento.
Meg puso la mano sobre el teléfono y lo miró. -Dice que se lo está pasando como nunca en su vida, que se lo está montando con cada hombre que conoce y que deshacerte de ti fue lo mejor que ha hecho nunca.
– Escuché eso -, dijo Lucy. -Y sabrá que estás mintiendo. Sabe esas cosas.
Ted puso la palma de su mano contra uno de los muebles superiores y le dirigió una mirada de superioridad. -Mentirosa.
Ella le frunció el ceño. -Vete. Me estás poniendo la carne de gallina.
Lucy contuvo la respiración. -¿Acabas de decirle a Ted Beuadine que te está poniendo la carne de gallina?
– Podría decirse que sí.
Lucy dejó escapar una larga exhalación. -Wow… -Sonó un poco aturdida. -Te aseguro que esto no lo vi venir.
Meg frunció el ceño. -¿Ver venir lo qué? ¿De qué estás hablando?
– Nada. Te quiero. ¡Y disfruta! -Colgó.
Meg golpeó su teléfono apagado. -Creo que podemos asumir con seguridad que Lucy se ha recuperado de su culpabilidad.
– ¿Eso significa que nos da sus bendiciones?
– A mí. Me da su bendición.
Él adoptó una mirada ausente. -Me perdí una gran mujer. Lista. Divertida. Dulce. Nunca me dio ningún problema.
– Dios, lo siento por eso. Sabía que las cosas entre vosotros eran aburridas, pero no que eran tan malas.
Él sonrió y la cogió de las manos. Le permitió que la pusiera de pie, pero él no se detuvo con eso. En un movimiento suave la atrajo hacia él y comenzó a besarle la nariz. Debido a sus alturas, sus cuerpos se ajustaban de una forma sorprendentemente cómoda, pero eso era lo único cómodo de este lujurioso y rompedor beso.
Él olía tan bien, sabía tan bien y se sentía tan bien. El calor de su piel, la sensación de sus fuertes músculos y duros tendones. Había pasado tanto tiempo.
No le agarró el culo o metió la mano debajo de su camiseta, con lo que rápidamente habría notado gran cantidad de piel sólo cubierta por un frágil tanga color marfil. En lugar de eso, se concentró en su boca, su cara y su pelo; acariciando y explorando, deslizando los dedos por sus rizos, buscando los lóbulos de sus orejas con los pulgares. Era como si estuviera memorizando un diagrama de todas las zonas erógenas no evidentes de su cuerpo. Era embriagador y emocionante y, oh, tan excitante.
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