– No eres un asco. Eres perfecto. Incluso yo sé eso.

– Entonces, ¿de qué diablos te quejas?

– ¿Por qué te importa? -dijo ella. -¿Has pensado siquiera que podría ser un problema mío en lugar de tuyo?

– Tienes toda la maldita razón, es tu problema. Y no soy perfecto. Me gustaría que dejaras de decir eso.

– Cierto. Tienes un sentido sobre desarrollado de la responsabilidad y has conseguido ser tan bueno en ocultar lo que realmente sientes que dudo que ya sientas algo. Un claro ejemplo. Tu prometida te deja en el altar y a ti a penas te afecta.

– Vamos a ver si lo entiendo -. La apuntó con el dedo. -Una mujer que nunca ha tenido un trabajo, que no sabe que hacer con su vida y cuya propia familia parece haberle dado la espalda…

– No me han dado la espalda. Simplemente, no sé, se han tomado un respiro -. Ella alzó las manos. -Tienes razón. Estoy celosa porque eres todo lo que yo no soy.

Él resopló. -No estás celosa, y lo sabes.

– Un poco celosa. No le muestras a nadie lo que sientes. Yo le muestro todo a todo el mundo.

– Mucha práctica.

Ella no pudo contenerse. -Simplemente creo que tú podrías ser mucho más.

Él la miró boquiabierto. -¡Estás conduciendo un carrito de bebidas!

– Lo sé. Y lo triste es que no lo odio completamente -. Con un bufido de disgusto, alargó la mano de nuevo a la nevera. Ella se quedó sin aliento. Abalanzándose hacia delante, le cogió las manos y le miró las palmas. – Oh, Dios mío. Estigmata.

Él las apartó. -Un accidente con un rotulador.

Ella se agarró el corazón. -Dame un segundo para recuperar el aliento y luego muéstrame el resto de la casa.

Se frotó la tinta roja de sus palmas y sonó taciturno. -Lo que debería hacer es echarte.

– No vales para eso.

Él salió de la cocina y ella pensó que en realidad iba a hacerlo, pero cuando llegó a al salón, se alejó de la puerta de entrada en dirección a una escalera flotante que llevaba hasta la habitación acristalada suspendida. Ella lo siguió y entró en su biblioteca.

Parecía que entrabas en una casa del árbol bien amueblada. Paredes de libros rodeaban una cómoda sala de estar. Un arco abierto en la pared posterior llevaba a un pasillo acristalado que conectaba esta parte de la casa con una pequeña habitación separada construida contra el lateral. – ¿Un refugio contra bombas? -ella preguntó. -¿O una zona segura para esconderte de las damas?

– Mi oficina.

– Genial -. No esperó a que le diera permiso para cruzar la pasarela. Un par de lámparas fluorescentes se encendieron automáticamente cuando bajó dos escalones para entrar en una sencilla habitación con altas ventanas; un sistema de ordenadores de vidrio templado y acero negro; varias sillas ergonómicas y unos elegantes muebles para guardar cosas. La oficina era sencilla, casi espartana. Todo lo revelaba sobre su dueño era su eficiencia.

– ¿No hay calendarios pornos o tazas de I love Wynette?

– Aquí vengo a trabajar.

Ella volvió sobre sus pasos y regresó a la biblioteca suspendida en el aire. -Las Crónicas de Narnia -, dijo, cojiéndolo de una estantería con clásicos infantiles. -Me encanta esta serie. Y debo haber leído una docena de veces Tales of a Fourth Grade Nothing.

– Meter y Fudge -, dijo él volviendo a entrar en la habitación detrás de ella.

– No puedo creer que todavía los tengas.

– Es difícil deshacerse de los viejos amigos.

O de cualquier amigo, ya que estamos. El mundo entero formaba el círculo íntimo de Ted. Sin embargo, ¿cómo de cercano era a cualquiera de ellos?

Ella estudió su colección y encontró tanto literatura como género de ficción, biografías, no ficción sobre una extraña variedad de temas y volúmenes técnicos: textos sobre la contaminación y el calentamiento global; biología de las plantas, uso de pesticidas y salud pública; libros sobre conservación de suelos y agua potable; sobre la creación de habitas naturales y la preservación de los humedales.

Se sintió ridícula. -Todas mis protestas sobre cómo los campos de golf destruían el mundo y tú ya estabas al tanto -. Cogió un volumen llamado Una nueva ecología de la estantería. -Recuerdo éste de la lista de lectura de la universidad. ¿Puedo tomarlo prestado?

– Adelante -. Él se sentó en un sofá bajo y cruzó un tobillo sobre su rodilla. -Lucy me dijo que lo dejaste en tu último año, pero no me dijo por qué.

– Demasiado duro.

– No me vengas con esas.

Ella pasó una mano por la cubierta del libro. -Era intranquila. Estúpida. No podía esperar para empezar a vivir y pensaba que la universidad era una pérdida de tiempo -. A ella no le gustaba el deje amargo de sus propias palabras. -Era básicamente una niña mimada.

– No exactamente.

No le gustaba la forma en que la estaba mirando. -Te aseguro que lo era. Lo soy.

– Oye. Yo también era un niño rico, ¿recuerdas?

– Sí. Tú y Lucy. Los mismos padres exitosos, las mismas ventajas y mira lo bien que habéis salido.

– Sólo porque nosotros encontramos pronto nuestras pasiones -, dijo llanamente.

– Sí, bueno, yo también encontré la mía. Vagar por el mundo pasándomelo bien.

Él jugaba con un boli que había recogido del suelo. -Muchos jóvenes lo hacen mientras intentan aclararse. No hay muchas indicaciones para gente como nosotros, los que hemos crecido con padres con grandes logros. Todo niño quiere que su familia se sienta orgullosa de ellos, pero cuando tus padres son los mejores del mundo en lo que hacen, es un poco difícil de conseguir.

– Lucy y tú lo conseguisteis. Al igual que mis hermanos. Incluso Clay. Ahora no está ganando mucho dinero, pero tiene un talento increíble y lo hará.

Él estaba haciendo clic con el boli. -Podrías encajar en cualquier historia de éxito sobre un crío con fondo fiduciario sin un propósito en la vida que pasa temporadas en rehabilitación, algo que pareces haber evitado.

– Cierto, pero… -Sus palabras, cuando finalmente las dijo, sonaron pequeñas y frágiles. -Yo también quiero encontrar mi pasión.

– Quizás has estado buscando en los lugares equivocados -, dijo él en voz baja.

– Te olvidas que he estado en todas partes.

– Supongo que viajar alrededor del mundo es mucho más divertido que viajar al interior de tu mente -. Dejó el boli y se levantó del sofá. – ¿Qué te hace feliz, Meg? Esa es la pregunta a la que necesitas responder.

Tú me haces feliz. Mirándote. Escuchándote. Viendo la forma en que piensas. Besándote. Tocándote. Dejando que me toques. -Estar al aire libre -, replicó ella. -Llevar ropa funky. Coleccionar antiguas monedas y cuentas. Pelearme con mis hermanos. Escuchar a los pájaros. Oler el aire. Cosas inútiles como esas.

Jesús no se burlaría, y tampoco lo hizo Ted. -Bien, entonces. Ahí tienes tu respuesta -. La conversación se había puesto demasiado profunda. Ella quería psicoanalizarle a él, no al revés. Se tumbó en el sofá que él acababa de dejar libre. -Así que, ¿cómo va esa fabulosa subasta?

Su expresión se ensombreció. -Ni lo sé, ni me importa.

– Lo último que escuché es que las pujas por tus servicios habían superado los siete mil.

– No lo sé. No me importa.

Había conseguido desviar la conversación de sus propios defectos, así que apoyó sus pies en un reposa pies. -Vi el USA Today de ayer en el club. No puedo creer cuanta atención nacional ha empezado a conseguir esto.

Él cogió un par de libros de una pequeña mesa y los colocó de nuevo en la estantería. -Gran titular en su sección de Sociedad -. Gesticuló en el aire. -"Rechazado prometido de Jorik a la venta al mejor postor".Te pintan como alguien bastante filantrópico.

– ¿Quieres dejar de hablar de eso? -Gruño.

Ella sonrió. -Sunny y tú os lo vais a pasar muy bien en San Francisco. Te recomiendo encarecidamente que la lleves al Young Museum -. Y luego, antes de él pudiera gritar, -¿Puedo ver el resto de tu casa?

De nuevo un gruñido. -¿Vas a tocar algo?

Ella sólo era un ser humano, así que se levantó, y dejó que sus ojos se fijaran en él. -Por supuesto.

Esa palabra se llevó las nubes de tormenta de sus ojos. Él inclinó la cabeza. -Entonces, ¿qué te parece si primero te enseño mi habitación?

– De acuerdo.

Él fue hacia la puerta, luego se paró de forma abrupta y se dio la vuelta para mirarla. -¿Vas a criticar?

– He estado de mal humor, eso es todo. Ignórame.

– Eso intentó -, dijo él con una buena dosis de maldad.

Su habitación tenía un par de cómodas sillas para leer, lámparas con pantallas de metal curvado y altas ventanas por donde entraba luz, pero no las vistas que ofrecía el resto de la casa, lo que le proporcionaba a la habitación un profundo sentimiento de privacidad. Un edredón gris hielo cubría la cama, un edredón que cayó al suelo de bambú incluso más rápido que la ropa de ellos.

De inmediato notó que él estaba determinado a corregir errores del pasado, incluso aunque no tuviera ni idea de cuáles eran esos errores. Nunca la habían besado tan a fondo, acariciado tan meticulosamente o estimulado tan exquisitamente. Parecía estar convencido de que todo lo que necesitaba hacer era intentarlo más. Incluso cedió a las tentativas de ella de tomar el control. Pero era un hombre que servía a otros, y su corazón no estaba en esto. Todo lo que importaba era la satisfacción de ella y él dejo de lado su propia satisfacción para ofrecerle otra actuación perfecta al cuerpo de ella. Cuidadosamente estudiada. Perfectamente ejecutada. Todo lo indicado en el libro. Exactamente de la misma manera que había hecho el amor a las demás mujeres de su vida.

Pero ¿quién era ella para criticar cuando ella le daba tan poco valor al proceso? Esta vez se guardó sus opiniones para ella misma, y cuando finalmente pudo ordenar sus pensamientos, rodó sobre un codo para enfrentarse a él.

Él todavía respiraba con dificultad, y ¿quién no lo haría después de lo que había pasado? Acarició su pecho sudado y delicioso y se lamió los labios. -Oh, Dios mío, ¡vi las estrellas!

Sus cejas se fruncieron. -¿Todavía no estás feliz?

Sus trucos para leer la mente estaban fuera de control. Ella fabricó un suspiro. -¿Estás bromeando? Estoy delirando. La mujer más afortunada del mundo.

Sólo la miró.

Ella volvió a caer sobre la almohada y gimió. -Si sólo pudiera comerciar contigo, haría una fortuna. Eso es lo que debería hacer con mi vida. Ese debería ser el propósito de mi vida…

Él salió de la cama. -¡Jesús, Meg! ¿Qué demonios pasa contigo?

Quiero que me quieras, no que hagas que sólo yo te quiera. Pero ¿cómo podría decir eso sin quedar como otra groupie de Beaudine? -Ahora estás siendo paranoico. Y todavía no me has alimentado.

– Ni lo voy a hacer.

– Te aseguro que lo vas a hacer. Porque eso es lo que tú haces. Cuidas de la gente.

– ¿Desde cuándo eso es algo malo?

– Nunca lo ha sido -. Ella le dedicó una sonrisa vacilante.

Él fue al cuarto de baño y ella se apoyó en las almohadas. Ted no sólo se preocupaba por los demás, sino que lo demostraba con acciones. En lugar de ser prepotente, su ágil y dotada mente lo había maldecido con la obligación de cuidar a todo el mundo y de preocuparse por todo. Posiblemente era el mejor ser humano que había conocido nunca. Y tal vez el más solitario. Debía ser agotador llevar una carga tan pesada. No era de extrañar que escondiera tantos de sus sentimientos.

O quizás ella estaba racionalizando la distancia emocional a la que él la mantenía. A ella no le gustaba pensar que él la trataba igual que al resto de sus conquistas, aunque no podía imaginárselo siendo tan rudo con Lucy como lo era con ella.

Apartó las sábanas y salió de la cama. Ted hacía que todo el mundo se sintiera como si él mantuviera una relación especial con cada uno de ellos. Era el mayor truco de magia que había visto nunca.


Spence y Sunny dejaron Wynette sin nada resuelto. El pueblo se debatía entre el alivio por su marcha y la preocupación de que no volvieran, pero Meg no estaba preocupada. Mientras Sunny creyese que tenía una oportunidad con Ted, ella volvería.

Spence llamaba a Meg diariamente. También le envió un lujoso portarrollos, un plato de ducha y uno de los mejores toalleros de Viceroy. -Volaré contigo este fin de semana a L.A. -, dijo él. -Puedes mostrarme los alrededores, presentarme a tus padres y a algunos de sus amigos. Nos lo pasaremos genial.

Su ego era demasiado grande como para comprender una negativa, e intentar navegar por la delgada línea de mantenerlo a distancia y mandarlo a la mierda era cada día más difícil. -Ups, Spence, suena genial, pero todos están fuera de la ciudad ahora mismo. Quizás el próximo mes.

Ted también estaba de viaje de negocios y a Meg no le gustaba cuánto lo echaba de menos. Se obligó a concentrarse en reorganizarse emocionalmente y abrir una cuenta bancaria para guardar el dinero que sacaba de aprovechar el tiempo que pasaba esperando en el carrito de bebidas mientras los golfistas jugaban. Encontró una tienda en Internet en la que los gastos de envío eran gratis. Con las herramientas y materiales que compró, junto con un par de cosas de su caja de plástico, trabajaba entre los clientes, haciendo un collar y un par de pendientes.