Eso tampoco iba a pasar.
– No, gracias -. Su marcado acento británico hacia que sus palabras fueran todavía más gélidas. -Hablaremos más tarde -. Salió disparada de la cocina y sus zapatos fueron dejando furiosas marcas a lo largo del suelo.
La puerta de la entrada se cerró, pero el olor de su perfume, ligeramente superpuesto con cicuta, permaneció. Meg lo miró con tristeza. -Las buenas noticias son que eres demasiado mayor para que te castigue sin salir.
– Lo que no le impedirá intentarlo -. Él sonrió y levantó la botella de cerveza. -Es difícil tener una relación amorosa con la mujer más impopular del pueblo.
– ¡Se está acostando con ella! -Exclamó Francesca. -¿Sabías que esto estaba pasando? ¿Sabías que se estaba acostando con ella?
Emma se acababa de sentar a desayunar con Kenny y los niños cuando sonó el timbre. Kenny había visto la cara de Francesca, había agarrado la cesta de muffins y a los niños, y desapareció. Emma acompañó a Francesca al porche, esperando que su lugar favorito de la casa calmara a su amiga, pero la perfumada brisa de la mañana y las adorables vistas del prado no fueron suficientes para calmarla.
Francesca se levantó de la pequeña silla de mimbre negro brillante en la que acababa de desplomarse. No se había molestado en maquillarse, no es que necesitara mucho, y había metido sus pequeños pies en unos zuecos que Emma sabía que sólo usaba para la jardinería. -Este era su plan desde el principio -. Las pequeñas manos de Francesca volaban. -Precisamente lo que le dije a Dallie. Primero deshacerse de Lucy y, a continuación, ir a por Teddy. Pero él conoce tan bien a la gente que no pensé, ni por un instante, que fuera a caer en su juego. ¿Cómo puede estar tan ciego? -Pasó las páginas de la maltratada copia de Fancy Nancy and the Posh Puppy. -Él tiene que estar todavía en estado de shock o se daría cuenta de cómo es. Ella es mala, Emma. Hará cualquier cosa para tenerlo. Y Dallie no es de ninguna ayuda. Dice que Ted es un hombre hecho y derecho y que yo debería preocuparme por mis asuntos. Pero, ¿me preocuparía de mis asuntos si mi hijo tuviera una enfermedad grave? No, no lo haría, y tampoco lo haré ahora -. Cogió el libro de Fancy Nancy y señaló a Emma. -Tenías que saberlo. ¿Por qué no me llamaste?
– No tenía ni idea de que había llegado tan lejos. Déjame traerte una muffin, Francesca. ¿Te gustaría un poco de té?
Francesca lanzó el libro a la silla. -Alguien debía de saberlo.
– No has estado aquí, así que no puedes comprender lo complicadas que se han vuelto las cosas con los Skipjacks. Spence está obsesionado con Meg y Sunny quiere a Ted. Estamos bastantes seguros que es la razón por la que volvieron a Wynette después de la suspensión de la boda.
Francesca desestimó a los Skipjacks. -Torie me habló de Sunny, y Ted puede manejarla. -El dolor ensombrecía sus ojos. -No puedo entender por qué tú o Torie no me llamasteis.
– Todo ha sido muy confuso. Meg nos dijo a algunos que ella estaba enamorada de Ted, eso es verdad. Pero asumimos que simplemente estaba tratando de alejar a Spence.
Los ojos verdes de Francesca se abrieron con asombro. -¿Por qué no creísteis que estaba enamorada de Ted?
– Porque no actúa como si lo estuviera -, explicó pacientemente Emma. -Nunca he visto a ninguna otra mujer, excepto Torie, hacérselo pasar tan mal. A Meg no le hacen chiribitas los ojos cuando está con él o está pendiente de cada una de sus palabras. Generalmente está en desacuerdo con él en público.
– Es incluso más lista de lo que yo pensaba -. Francesca se pasó una mano por su pelo ya de por sí desordenado. -Nunca ha estado con una mujer que le causara problemas. Lo que le atrae es la novedad. -Ella se hundió en el sofá. -Espero que no esté metida en las drogas. No me sorprendería. La cultura de la droga está por todos sitios en Hollywood.
– No creo que esté metida en las drogas, Francesca. Intentamos convencerla para que se fuera. Sunny Skipjack no quiere competencia en lo que se refiere a Ted, y Spence adora a su hija. Esto cada vez es más lioso. Sabíamos que Meg no tenía dinero, así que le ofrecimos un cheque. No nos sentimos orgullosos, te lo aseguro. De todas formas ella lo rechazó.
– Por supuesto que lo rechazó. ¿Por qué coger un miserable cheque cuando tiene a Ted y su dinero en el punto de mira?
– Meg podría ser algo más complicada que eso.
– ¡Seguro que lo es! -Francesca replicó con vehemencia. -Su propia familia la ha repudiado y no puedes decir que eso sea algo que se haga a la ligera.
Emma sabía que tenía que proceder con cautela. Francesca era una mujer inteligente y racional, excepto cuando se trataba de su hijo y su marido. Los amaba ferozmente a los dos, y lucharía contra un ejército por ellos, incluso si ninguno de ellos quería su protección. -Sé que podría resultarte difícil, pero tienes que conocerla…
Francesca agarró la figura de Star Wars que se le había estado clavando en la cadera y la tiró a un lado. -Si alguien, y eso incluye a mi marido, cree que voy a quedarme sentada viendo como esa mujer hechiza a mi hijo… -Ella parpadeó. Sus hombros descendieron y pareció perder toda la energía. -¿Por qué tuvo que pasar ahora? -dijo en voz baja.
Emma se levantó para sentarse a su lado en el sofá. -Todavía estabas esperando que Lucy volviera, ¿verdad?
Francesca se frotó los ojos. Por sus ojeras era obvio que no había dormido bien. -Lucy no regresó a Washington después de su huída -, dijo.
– ¿No?
– He hablado con Nealy. Ambas creemos que es algo positivo. Estar alejada de casa, del trabajo y sus amigos, le daría la oportunidad de conocerse mejor a sí misma y lo que estaba dando por sentado. La viste con Ted. Ellos se amaban. Se amaban. Y él se niega a hablar sobre ella. Eso te dice algo, ¿no?
– Han pasado dos meses -, dijo Emma con cautela. -Eso es muchísimo tiempo.
Francesca no lo aceptaba. -Quiero que todo se detenga -. Ella se levantó de nuevo del sofá, otra vez estimulada. -Sólo el tiempo suficiente para darle a Lucy la oportunidad de que cambie de opinión. ¿Puedes imaginarte que finalmente regresa a Wynette pera descubrir que Ted está teniendo una aventura con la mujer que considera su mejor amiga? Ni siquiera soporto pensar en ello -. Se dirigió a Emma, la determinación plasmada en las líneas de expresión alrededor de su boca. -Y no voy a permitir que pase.
Emma lo intentó de nuevo. -Ted es bastante capaz de cuidar de sí mismo. No deberías, realmente no deberías, precipitarte -. Miró a su amiga con preocupación, luego fue a la cocina a preparar té. Mientras llenaba la tetera, rememoraba uno de los relatos más frecuentemente contados en Wynette. Según los rumores locales, Francesca había lanzado una vez un par de diamantes de cuatro quilates a una mina para demostrar lo mucho que iba a proteger a su hijo.
Sería mejor que Meg tuviera cuidado.
El día después del encuentro de Meg con Francesca Beaudine, recibió una nota para presentarse en la oficina. Cuando pasaba por la tienda de golf con el carrito de bebidas, Sunny y Ted aparecieron. Sunny llevaba una falda corta de golf de rombos azules y amarillos, un polo sin mangas y un colgante de diamantes con forma trébol de cuatro hojas colgando sobre el cuello abierto del polo. Lucía metódica, segura, disciplinada y perfectamente capaz de soportar el genio de niño pequeño de Ted por la mañana, luego se dirigieron al campo para unos rápidos nueve hoyos.
El polo de Ted de un azul pálido combinaba con el de ella. Ambos llevaban zapatos de golf de alta calidad, aunque él llevaba una gorra de béisbol en lugar de una visera amarilla que se había puesto sobre su oscuro pelo. Meg no podía evitar pensar en lo a gusto que se veía con esta mujer que sólo soportaba por conseguir un resort de golf y el desarrollo de un condominio.
Meg aparcó el carrito e hizo el camino a través del club hasta llegar a la oficina del subdirector. Minutos más tarde, estaba inclinada sobre su escritorio intentando no gritar. -¿Cómo puedes despedirme? Hace dos semanas me ofreciste un ascenso como gerente de la tienda de bocadillos -. Un ascenso que había rechazado porque no quería quedarse en el interior del edificio.
Él tiró de su estúpida corbata rosa. -Has estado llevando a cabo negocios privados desde el carrito de bebidas.
– Te lo dije desde el principio. ¡Hice una pulsera para tu madre!
– Va contra la política del club.
– No lo hacía la semana pasada. ¿Qué ha pasado desde entonces?
No pudo mirarla a los ojos. -Lo siento, Meg. Mis manos están atadas. Esto viene desde arriba.
Meg empezó a pensar en ello. Quería preguntarle quién iba a decirle a Spence que había sido despedida. O a Ted. ¿Y qué pasaba con los jubilados que jugaban todos los jueves por la mañana y a los que les gustaba la forma que les preparaba el café? ¿O los golfistas que se daban cuenta que ella nunca confundía sus pedidos?
Pero no dijo nada de esto.
Cuando fue hacia su coche, vio que alguien había intentado quitar los limpiaparabrisas. La funda del asiento le quemó la parte posterior de los muslos cuando se sentó. Gracias a la venta de las joyas tenía suficiente dinero para volver a L.A., entonces ¿por qué le importaba este trabajo de mierda?
Porque le gustaba este trabajo de mierda y le gustaba la iglesia con el improvisado mobiliario de mierda. Y le gustaba esta mierda de pueblo con sus grandes problemas y su gente extraña. Ted tenía razón, porque lo que más le gustaba era verse obligada a vivir de su trabajo y su ingenio.
Condujo a casa, se dio una ducha y se puso unos vaqueros, una camiseta de tirantes de lino blanca y unas sandalias de cuña rosas. Quince minutos después, atravesaba los pilares de piedra del complejo Beaudine, pero no iba a casa de Ted. En lugar de eso salió con el Rutsmobile por la salida de la rotonda que llevaba a la casa de piedra caliza y estuco donde vivían sus padres.
Dallie abrió la puerta. -¿Meg?
– ¿Está tu mujer en casa?
– Está en su oficina -. No parecía demasiado sorprendido de verla, y dio un paso atrás para dejarla pasar. -La forma más fácil de llegar es siguiendo el pasillo hasta el final, salir por la puerta y cruzar el patio. Un conjunto de arcos a la derecha.
– Gracias.
La casa tenía las paredes fuertemente estucadas, vigas de madera en el techo y suelos fríos de baldosa. Una fuente salpicaba agua en el patio y el suave olor a carbón sugería que alguien había encendido la parrilla en la cena. Un pórtico arqueado protegía del sol la oficina de Francesca. A través de los cristales de la puerta, Meg vio a Francesca sentada en su escritorio, con sus gafas de leer apoyadas en su pequeña nariz mientras examinaba un papel en frente de ella. Meg llamó. Francesca levantó la vista. Cuando vio quién había llamado, se acomodó en su silla para considerarlo.
A pesar de las alfombras orientales sobre los suelos de baldosa, los muebles de madera tallada, la artesanía local y las fotografías enmarcadas, esto era una oficina de trabajo con dos ordenadores, una televisión de pantalla plana y estanterías repletas de papeles, carpetas y archivadores. Finalmente Francesca se levantó y cruzó el suelo con sus sandalias de dedo Rainbow. Se había apartado el pelo de la cara con un par de pequeños broches de corazones de plata que contrarrestaba la madurez que le aportaban las gafas. Su camiseta demostraba su apoyo a los Texas Aggies y sus shorts vaqueros dejaban a la vista sus elegantes piernas. Pero la ropa informal no le había hecho renunciar a sus diamantes. Brillaban en sus orejas, alrededor de su delgada muñeca y en uno de sus dedos.
Ella abrió la puerta. -¿Sí?
– Comprendo porque lo hiciste -, dijo Meg. -Y te pido que lo deshagas.
Francesca se quitó las gafas pero no se movió. Meg había considerado brevemente que Sunny era la responsable, pero esto había sido un acto emocional, no uno calculado. -Tengo trabajo que hacer -, dijo Francesca.
– Gracias a ti, yo no -. Ella se quedó mirando los carámbanos verdes que disparaban los ojos de Francesca. -Me gusta mi trabajo. Es embarazoso de admitir, ya que difícilmente es una profesión, pero soy buena haciéndolo.
– Interesante, pero como dije, estoy ocupada.
Meg se negó a moverse. -Así están las cosas. Quiero recuperar mi trabajo. A cambio, no te delataré ante tu hijo.
Francesca mostró su primer gesto de desconfianza. Después de una pequeña pausa, se hizo lo justo a un lado para que Meg entrara. -¿Quieres un trato? Está bien, vamos a ello.
Fotos familiares llenaban la oficina. Una de las más destacabas mostraba a un joven Dallie Beaudine celebrando una victoria de un torneo levantando por los aires a Francesca. Ella aparecía por encima de él, con un mechón de pelo en su mejilla, un pendiente de plata contra su mejilla, sus pies descalzos y una sandalia roja muy femenina encima de los zapatos de golf de él. También había fotos de Francesca con la primera mujer de Dallie, la actriz Holly Grace Jaffe. Pero la mayoría de las fotografías era de un joven Ted. Mostraban a un chico flaco y feo con gafas muy grandes, con pantalones subidos casi hasta las axilas y una expresión solemne y estudiosa mientras posaba con modelos de cohetes, proyectos de concursos de ciencias y su padre.
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