– A Lucy le encantaban esas fotografías -. Francesca se sentó en su escritorio.
– Apuesto por ello -. Meg se decidió por un tratamiento de choque. -Tengo su permiso para acostarme con su hijo. Y sus bendiciones. Es mi mejor amiga. Nunca habría hecho algo así a sus espaldas.
Francesca no se lo había esperado. Por un momento su rostro se derrumbó, pero luego elevó su barbilla.
Meg se tiró de cabeza. -Le ahorraré más detalles sobre la vida sexual de su hijo excepto para decirle que está seguro conmigo. No tengo ilusiones sobre matrimonio, hijos o establecerme en Wynette para siempre.
Francesca frunció el ceño, no como una muestra de alivio como debería haber hecho. -Por supuesto que no. Eres una persona que vive el momento, ¿no?
– En cierto modo. No lo sé. No tanto como lo solía hacer.
– Ted ha pasado por suficientes cosas. No necesita echar a perder su vida ahora mismo.
– Me he dado cuenta que mucha gente en este pueblo tiene muy claro lo que ellos creen que Ted necesita y lo que no.
– Soy su madre. Lo tengo muy claro.
Aquí venía la parte difícil, lo que no quería decir que hubiera sido exactamente fácil hasta el momento. -Supongo que un forastero, alguien sin ideas preconcebidas, ve a una persona un poco diferente a aquellos que la conocen desde hace mucho tiempo -. Cogió una foto de cuando Ted era pequeño con la Estatua de la Libertad de fondo. -Ted es brillante -, siguió. -Todo el mundo lo sabe. Y es astuto. También muchas personas saben eso. Y tiene sobredesarrolado el sentido de la responsabilidad. No puede evitarlo. Pero lo que la mayoría de la gente, especialmente las mujeres que se enamoran de él, no parece notar es que Ted racionaliza las emociones.
– No tienes ni idea de lo que estás hablando.
Dejó la foto. -No se mete en una relación amorosa como el resto de las personas. Anota los pros y los contras en algún tipo de lista mental y actúa en consecuencia. Eso fue lo que pasó con Lucy. Ellos encajaban en su lista.
La indignación sacó a Francesca de su silla. -¿Estás diciendo que Ted no amaba a Lucy? ¿Qué no siente las profundamente cosas?
– Hay muchas cosas que las siente muy profundamente. Injusticia. Lealtad. Responsabilidad. Su hijo es una de las personas más inteligentes y más rectas moralmente que he conocido en mi vida. Pero es completamente práctico en cuanto a las relaciones sentimentales -. Cuanto más hablaba, más deprimida se sentía. -Eso es lo que las mujeres no reconocen. Quieren tirarse a sus pies, pero él no se precipita. La decisión de Lucy le traumatizó más a usted que a él.
Francesca salió disparada por un lado del escritorio. -Eso es lo qué tú crees. No podrías estar más equivocada.
– Yo no soy una amenaza, señora Beaudine -, dijo ella con más tranquilidad. -Yo no le voy a romper el corazón o intentar engañarlo para que se case conmigo. No voy a aferrarme a él. Yo soy alguien seguro para que esté con su hijo mientras llega la mujer adecuada -. Eso dolió más de lo que ella quería que doliese, pero de alguna forma hizo un gesto despreocupado. -Soy la chica de sus sueños. Y quiero recuperar mi trabajo.
Francesca estaba bajo control de nuevo. -Realmente no puedes ver un futuro en un trabajo de bajo perfil en un campo de golf de un pueblo.
– Me gusta. ¿Quién lo hubiera imaginado, verdad?
Francesca cogió una libreta de su escritorio. -Te conseguiré un trabajo en L.A., Nueva York, San Francisco. Donde tú quieras. Un buen trabajo. Lo que hagas después depende de ti.
– Gracias, pero me he acostumbrado a conseguir las cosas por mí misma.
Francesca dejó la libreta y giró su anillo de bodas, por fin parecía incómoda. Pasaron varios segundos. -¿Por qué viniste a hablar conmigo antes que con Ted?
– Me gusta pelear mis propias batallas.
El breve momento de vulnerabilidad e Francesca se fue y su columna parecía ser de acero. -Ha pasado por muchas cosas. No quiero que salga dañado de nuevo.
– Confíe en mí cuando le digo que no soy lo suficientemente importante como para que eso ocurra -. Otra punzada dolorosa. -Soy su chica de rebote. Y también soy la única mujer, aparte de Torie, con la que se enfada. Eso significa un descanso para él. Mientras que para mí… Él es un buen descanso de los perdedores con los que suelo salir.
– Ciertamente eres pragmática.
– Como dije. Soy la chica de sus sueños -. De alguna forma se las arregló para poner una sonrisa arrogante, pero mientras salía de la oficina y atravesaba el patio su bravuconería se desvaneció. Estaba harta de sentirse indigna.
Cuando apareció en el trabajo al día siguiente, nadie pareció recordar que había sido despedida. Ted se detuvo en el carrito de las bebidas. Fiel a su palabra, no le mencionó lo que había sucedido o la parte que había jugado su madre en el asunto.
El día resultó ser abrasador y cuando llegó a casa esa noche, estaba sudada y hecha un desastre. No podía esperara para nadar en el arroyo. Se sacó el polo por la cabeza mientras pasaba por la vieja y maltratada mesa en la que tenía sus suministros de joyería. Uno de los libros de ecología que Ted le había prestado estaba abierto sobre el sofá desgastado. En la cocina, una montaña de platos sucios la esperaban en el fregadero. Se quitó los zapatos y entró en el baño.
Se le heló la sangre cuando vio lo que estaba escrito en el espejo con manchas de pintalabios rojo.
VETE.
CAPÍTULO 15
Sus manos temblaban mientas intentaba limpiar las letras, y extraños sonidos se escapaban de su garganta.
VETE
Dejar mensajes en el espejo con pintalabios era el mayor cliché del mundo, algo que sólo una persona sin ningún tipo de imaginación haría. Tenía que dominarse. Pero saber que un intruso se había colado en su casa cuando ella no estaba y había tocado sus cosas la ponía enferma. No dejó de temblar hasta que hubo borrado esas horribles palabras y buscó en la iglesia otros signos de invasión. No encontró nada.
Cuando su pánico desapareció, trato de imaginar quién podía haberlo hecho, pero había tantos candidatos potenciales que no podía hacer una elección entre ellos. La puerta principal había estado cerrada. La puerta trasera ahora también estaba cerrada, pero no lo había comprobado antes de irse. Por lo que sabía, el intruso habría entrado por ahí, así que la cerró. Se volvió a poner el polo húmedo, salió fuera y dio una vuelta por los alrededores de la iglesia pero no encontró nada inusual.
Al final se dio una ducha, mirando nerviosamente a la puerta abierta mientras se lavaba. Odiaba estar asustada. Lo odió incluso más cuando Ted apareció sin aviso en el marco de la puerta y ella gritó.
– ¡Jesús! -dijo él. -¿Qué te pasa?
– ¡No seas tan sigiloso!
– Llamé.
– ¿Cómo quieres oyera algo? -Cerró el grifo de la ducha.
– ¿Desde cuando te has vuelto tan asustadiza?
– Me has sorprendido, es todo -. No podía contárselo. Lo supo de inmediato. Su estatus como un verdadero superhéroe significaba que se negaría a dejarla vivir aquí sola. No podía permitirse vivir en otro sitio y no iba a dejar que él le pagara el alquiler de otro sitio. Además, le encantaba la iglesia. Tal vez no en este preciso momento, pero le volvería a gustar tan pronto como superase esta mierda.
Él cogió una toalla del nuevo toallero Viceroy, de la línea Edinburgh, que recientemente había instalado. Pero en lugar de dársela, se la colgó del hombro.
Ella estiró la mano, aún haciéndose una buena idea de lo que iba a ocurrir. -Dámela.
– Ven y cógela.
No estaba de humor. Excepto, por supuesto, que pronto lo estuvo porque era Ted el que estaba en frente de ella, firme, sexy y más listo que cualquier hombre que hubiera conocido. ¿Qué mejor forma de deshacerse de los restos de su nerviosismo que perderse en hacer el amor con él cuando este acto demandaba tan poco de ella?
Salió de la ducha y presionó su cuerpo mojado contra el de él. -Dame lo mejor de ti, amante.
Él sonrió e hizo exactamente lo que ella le pidió. Mejor de lo que ella le había pedido. Cada vez lo hacía con más cuidado y posponía más tiempo su propia satisfacción. Después de acabar, se envolvió con una de las piezas de seda que había llevado en la cena de ensayo a modo de pareo, luego cogió un par de cervezas del pack de doce que él había metido en la nevera. Él ya se había puesto los pantalones cortos y sacó un pedazo de papel doblado de su bolsillo.
– Me llegó esto al correo hoy -. Él se sentó en el sofá, con un abrazó apoyado a lo largo del respaldo y cruzó los tobillos sobre una abandonada caja de vinos de madera que ella había reconvertido en una mesa de café. Le cogió el papel y lo miró. DEPARTAMENTE DE SALUD DE TEXAS. No solía compartir los aspectos más mundanos de su trabajo como alcalde, así que ella se sentó en el brazo de un sillón de mimbre con cojines de estampación tropical descolorida para leer. En cuestión de segundo se levantó rápidamente, sólo para darse cuenta que sus rodillas estaban demasiado débiles para aguantar su peso. Se volvió a dejar caer sobre los cojines y releyó el párrafo.
La ley de Texas exige que cualquier persona que de positivo en una enfermedad de transmisión sexual, incluyendo pero no limitándose a clamidia, gonorea, papiloma humano o SIDA, debe proporcionar una lista de sus parejas sexuales recientes. Esto es para notificarle que Meg Koranda le ha incluido como una de esas parejas. Se le recomienda que visite a su médico inmediatamente. También se le insta a que cese todo contacto sexual con la persona infectada anteriormente citada.
Meg lo miró sintiéndose enferma. -¿Persona infectada?
– Gonorrea está mal escrito -, señaló. -Y el membrete es falso.
Ella arrugó el papel en su puño. -¿Por qué no me lo enseñaste tan pronto como llegaste?
– Me temía que te pusiera de mal humor.
– Ted…
Él la miró casualmente. -¿Tienes idea de quién podría estar detrás de esto?
Pensó en el mensaje en el espejo del baño. -Cualquiera de los millones de mujeres que te codician.
Él lo ignoró. -La carta se ha mandado desde Austin, pero eso no significa mucho.
Ahora era el momento de decirle que su madre había intentado que la despidieran, pero Meg no imaginaba a Francesca Beaudine haciendo algo tan vil como enviar esta carta. Además, casi seguro que Francesca habría revisado la ortografía. Y dudaba que Sunny, en primer lugar, hubiera cometido un error, a menos que lo hubiera hecho deliberadamente para no levantar sospechas. En cuanto a Kayla, Zoey y las otras mujeres que se aferraban a la fantasía de estar con Ted… Meg difícilmente podría lanzar acusaciones basándose en miradas asesinas. Tiró el papel al suelo. -¿Por qué Lucy no tuvo que aguantar esta mierda?
– Pasamos mucho tiempo en Washington. Y, francamente, Lucy no irritaba a la gente como lo haces tú.
Meg se levantó del sillón. -Nadie sabe lo nuestro excepto tu madre y a quien quiera que ella se lo haya dicho.
– A mi padre y Lady Emma, quién probablemente se lo haya dicho a Kenny.
– Quién estoy segura se lo dijo a Torie. Y si la bocazas de Torie lo sabe…
– Si Torie lo supiera, me habría llamado inmediatamente.
– Eso nos deja a nuestro misterioso visitante de hace tres noche -, dijo ella. Los ojos errantes de Ted le indicaron que se le estaba cayendo el pareo, y lo apretó. -La idea de que alguien podría haber estado mirándonos por la ventana…
– Exactamente -. Dejo su botella de cerveza sobre la caja de vino. -Estoy empezando a pensar que las pegatinas de tu coche no era una broma de unos niños.
– Alguien intentó romper mis limpiaparabrisas.
Él frunció el ceño, y ella una vez más pensó en mencionar los garabatos en el espejo, pero no quería que la sacaran de su casa, y eso era exactamente lo que ocurriría. -¿Cuántas personas tienen las llaves de la iglesia? -preguntó ella.
– ¿Por qué?
– Me estaba preguntando si debería estar preocupada.
– Cambié las cerraduras cuando me hice cargo de este sitio -, dijo él. -Tú tienes la llave que tenía escondida fuera. Yo tengo una. Lucy todavía podría tener una y hay una copia en la casa.
Lo que quería decir que probablemente el intruso entró por la puerta abierta de atrás. Dejarla abierta había sido un error que Meg se aseguraría de no repetir.
Era la hora de hacer la gran pregunta y empujó la bola de papel arrugado con sus pies desnudos. -Ese membrete parece auténtico. Y muchos de los empleados del gobierno no son muy buenos en ortografía -. Se humedeció los labios. -Podría haber sido verdad -. Ella finalmente lo miró a los ojos. -Así que, ¿por qué no me preguntaste si era verdad?
Increíblemente su pregunta pareció molestarle. -¿Qué quieres decir? Si hubiera habido un problema, me lo habrías dicho hace mucho tiempo.
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