Ella se sentía como si él le hubiera quitado el trozo de suelo sobre el que ella permanecía de pie. Confiaba completamente en… su integridad. Justo entonces ella supo que lo peor había ocurrido. El estómago le dio un vuelco. Se había enamorado de él.
Quería tirarse de los pelos. Por supuesto que se había enamorado de él. ¿Qué mujer no lo haría? Enamorarse de Ted era un rito femenino al pasar por Wynette, y ella acababa de unirse a la hermandad.
Estaba empezando a hiperventilar, así que hizo lo que siempre hacia cuando se sentía acorralada. -Te tienes que ir, ahora.
La mirada de él vago por el fino pareo de seda. -Si lo hago, esto no será más que una relación donde nos vemos sólo para acostarnos.
– Exactamente. Eso es justo lo que quiero. Tu glorioso cuerpo, con tan poca conversación como sea posible.
– Estoy empezando a sentirme como la chica en esta relación.
– Considéralo como una experiencia enriquecedora.
Él sonrió, se levantó del sofá, la envolvió entre sus brazos y comenzó a besarla inconscientemente. Justo cuando ella empezaba a caer en otro coma sexual inducido por Beaudine, él puso de manifiesto su legendario autocontrol y se alejó. -Lo siento, nena. Si quieres más de lo que tengo, tienes que salir conmigo. Ve a vestirte.
Ella volvió a la realidad. -Dos palabras que nunca quise oír salir de tu boca. De todas formas, ¿qué pasa contigo?
– Quiero salir a cenar -, dijo llanamente. -Nosotros dos. Como la gente normal. A un restaurante de verdad.
– Una idea realmente mala.
– Spence y Sunny tienen una feria internacional de comercio que los mantendrá fuera del país durante un tiempo y, mientras están lejos, voy a aprovechar a ponerme al día con mis negocios tristemente descuidados -. Él le puso un rizo detrás de la oreja. -Estaré fuera casi dos semanas. Antes de irme, quiero salir una noche, estoy harto de andar a escondidas.
– Imposible -, replicó ella. -Deja de ser tan egoísta. Piensa en tu precioso pueblo y luego en la expresión de la cara de Sunny si se entera que nosotros dos…
Su calma desapareció. -Sunny y el pueblo son cosa mía, no tuya.
– Con esa actitud egocéntrica, señor Alcalde, nunca serás reelegido.
– ¡No quise ser elegido la primera vez!
Al final accedió a ir a un restaurante Tex-Mex en Fredericksburg, pero una vez que estuvieron allí, lo colocó en una silla que daba a la pared para que ella pudiera observar desde su sitio. Eso le molestó tanto que pidió para los dos sin consultarle a ella.
– Nunca te enfadas -, dijo ella cuando su camarero dejó la mesa. -Excepto conmigo.
– Eso no es verdad -, dijo firmemente. -Torie consigue que me enfade.
– Torie no cuenta. Tú, obviamente, fuiste su madre en una vida anterior.
Él se vengó acaparando el cuenco de patatas fritas.
– Nunca te habría tomado por un malhumorado -, dijo ella después de un largo y tenso silencio. -Sin embargo, mírate.
Metió una patata en el bol caliente de salsa. -Odio tener que andar a escondidas y no lo voy hacer más. Está relación va a salir del armario.
Su testaruda determinación la asustaba. -Alto ahí. Spence ha vuelto para conseguir lo que quiere para Sunny y para él mismo. Si no creyeses eso, no me habrías animado a aguantarle todas sus estupideces.
Él rompió una patata por la mitad. -También eso va acabar. Ahora mismo.
– No, no lo va hacer. Yo me encargaré de Spence. Tú te encargas de Sunny. En cuanto a nosotros dos… te dije desde un principio como iba a ser.
– Y yo te esto diciendo… -Le lanzó la patata rota en dirección a la cara. -Nunca he escondido nada en mi vida, y no voy a empezar ahora.
No podía creer lo que él estaba diciendo. -No puedes poner en peligro algo tan importante por algo sin sentido como lo nuestro. Esto es una aventura temporal, Ted. Temporal. Cualquier día de estos, levanto el campamento y vuelvo a Los Ángeles. Estoy sorprendida de no haberlo hecho ya.
Si ella hubiera esperado que él insistiera en que su relación no era insensata, se habría sentido decepcionada. Él se inclinó sobre la mesa. -Esto no tiene nada que ver con que esto sea temporal. Tiene que ver con la clase de persona que soy.
– ¿Qué pasa con la clase de persona soy yo? Alguien que está completamente a gusto con mantener una relación a escondidas.
– Ya me has oído.
Ella lo miró con consternación. Esta era una de las consecuencias indeseadas de tener un amante con honor. O al menos lo que é veía como honor. Que ella veía como una inminente elección entre el desastre y un corazón roto.
Entre intentar no pensar en haberse enamorado de Ted y pensar demasiado sobre la posibilidad de la reaparición de invasor misterioso, Meg no podía dormir bien. Empleaba sus noches de vigilia en hacer joyas. Las piezas cada vez eran más complicadas, ya que su pequeño grupo de clientas mostraba una marcada preferencia por las joyas que utilizaban reliquias de verdad en lugar de copias. Ella buscó en Internet distribuidores especializados en el tipo de artefactos antiguos que ella quería usar y desembolsó una alarmante cantidad de sus ahorros en un pedido a un profesor de antropología de Boston que tenía una reputación de honestidad y que proporcionaba un detallado origen de todo lo que le vendió.
Mientras Meg desempaquetaba algunas monedas de Oriente Medio, unas piedras romanas y tres pequeñas perlas preciosas que formaban un mosaico del siglo II, se encontró preguntándose a sí misma si la joyería era a lo que se quería dedicar o era una distracción para evitar descubrir lo que en realidad debería hacer con su vida.
Una semana después de que Ted dejara el pueblo, Torie la llamó y ordenó a Meg que se presentase en el trabajo temprano al día siguiente. Cuando Meg le preguntó por qué, Torie actuó como si Meg acabara de fallar en un test de inteligencia. -Por Dios. Porque Dex estará en casa para vigilar a las niñas.
Tan pronto como Meg llegó al club a la mañana siguiente, Torie la arrastró hasta el campo de prácticas. -No puedes vivir en Wynette sin coger un palo de golf. Es una ordenanza del pueblo -. Ella le entregó su hierro cinco. -Haz un swing.
– No estaré aquí mucho más tiempo, así que esto no tiene sentido -. Meg ignoró la punzada que le oprimió el corazón. -Además, no soy lo suficientemente rica como para jugar al golf.
– Simplemente mueve la maldita cosa.
Meg lo hizo y erró el golpe. Lo volvió a intentar y volvió a fallar, pero después de unos cuantos golpes más, de alguna forma consiguió darle a la bola el arco perfecto para enviarla a la mitad del campo de prácticas. Se le escapó un grito.
– Un tiro afortunado -, dijo Torie, -pero así es exactamente cómo el golf te atrapa -. Cogió de nuevo el palo, le dio a Meg unas indicaciones y luego le dijo que siguiera practicando.
Durante la siguiente media hora, Meg siguió las instrucciones de Torie y debido a que había heredado las condiciones físicas de sus padres, comenzó a conectar con la bola.
– Podrías ser buena si practicas -, dijo Torie. -Los empleados juegan gratis los lunes. Aprovecha tu día libre. Tengo un juego de palos de repuesto en la sala de las bolsas, puedes cogerlos prestados.
– Gracias por la oferta, pero en realidad no me gusta.
– Oh, claro que te gusta.
Era verdad. Ver a tanta gente jugando había hecho que le picara la curiosidad. -¿Por qué estás haciendo esto? -preguntó mientras llevaba la bolsa de Torie de vuelta al edificio del club.
– Porque eres la única mujer, a parte de mí, que le ha dicho a Ted la verdad sobre su forma de bailar.
– No te entiendo.
– Estoy segura que me entiendes. También podría haber notado que Ted estuvo extrañamente callado cuando saqué a colación tu nombre en nuestra conversación telefónica esta semana. No sé si vosotros dos tenéis futuro, pero con tal de que no se case con Sunny, no voy a correr ningún riesgo.
Fuera lo fuera lo que quería decir con eso. Sin embargo, Meg se dio cuenta que Torie O'Connor estaba en la lista de todo lo que echaría de menos cuando finalmente se fuera de Wynette. Bajó de su hombro la bolsa de palos. -Sin tener en cuenta a Sunny, ¿cómo es eso de que Ted y yo podríamos tener futuro? Él es el Cordero de Dios y yo sólo la chica mala del pueblo.
– Lo sé -, dijo Torie alegremente.
Esa tarde, mientras Meg limpiaba con la manguera el polvo del día del carrito de bebidas, el administrador de catering se acercó y le dijo que uno de los socios quería contratarla para servir un almuerzo a algunas damas en su casa al día siguiente. Unas pocas personas del pueblo podían permitirse contratar rutinariamente a personal para ayudar en sus fiestas privadas, pero nunca nadie la había solicitado a ella, y necesitaba todo el dinero que pudiera conseguir para compensar el gasto por los materiales que acababa de comprar. -Claro -, dijo ella.
– Coje una camisa blanca de camarera de la oficina de catering antes de irte. Lleva una falda negra.
Lo más parecido que tenía Meg era la mini blanca y negra de Miu Miu de la tienda de segunda mano. Tendría que servir.
El administrador de catering le entregó un trozo de papel con las instrucciones. -El Chef Duncan cocinará y trabajarás con Haley Kittle. Te dirá que hacer. Estate allí a las diez. Está bien pagado, así que haz un buen trabajo.
Después de volver de nadar en el arroyo esa tarde, Meg finalmente miró la información que le había dado el administrador de catering. La dirección le parecía familiar. Bajó la vista a la parte inferior de la hoja donde estaba escrito el nombre de la persona para la que iba a trabajar.
Francesca Beaudine.
Hizo una bola con el papel. ¿A qué tipo de juego estaba jugando Francesca? ¿En serio pensaba que Meg cogería el trabajo? Salvo que Meg acaba de hacer eso precisamente. Tiro al suelo su camiseta con el logo feliz y la pisoteó durante un rato por toda la cocina, maldicieno a Francesca y maldiciéndose a sí misma por no haber leído antes la información, cuando todavía podía haber rechazado el trabajo. ¿Lo habría hecho? Probablemente no. Su estúpido orgullo no se lo permitiría.
La tentación de descolgar el teléfono y llamar a Ted era casi insoportable. En lugar de eso, se hizo un sándwich y se lo fue a comer al cementerio sólo para descubrir que había perdido el apetito. No era una coincidencia que esto ocurriera mientras él estaba fuera. Francesca había ejecutado un preciso ataque, diseñado para poner en su lugar a Meg. Probablemente daba igual que Meg aceptara o no. Lo que quería, era dejar clara su opinión en este asunto. Meg era una forastera, una aventurera en sus horas bajas que se veía forzada a trabajar por pequeño salario la hora. Una forastera a la que sólo se le permitía la entrada a la casa de Francesca como parte del servicio.
Meg lanzó el sándwich a la maleza. Que les jodan.
Llegó al complejo Beaudine poco antes de las diez de la mañana siguiente. Se había puesto sus plataformas rosa brillante con la blusa blanca y la minifalda de Miu Miu. No serían los zapatos más cómodos para trabajar, pero la mejor defensa contra Francesca era una dura ofensiva, y las plataformas enviában el mensaje de que ella no tenía intención de ser invisible. Meg mantendría la cabeza alta, la sonrisa hasta que le doliera la mandíbula y haría su trabajo lo suficientemente bien como para amargarle la satisfacción a Francesca.
Haley llegó en su Ford Focus rojo. Apenas habló mientras entraban juntas en la casa y estaba tan pálida que Meg se preocupó. -¿Te sientes bien?
– Tengo… unos calambres horribles.
– ¿Puedes llamar a alguien para que te sustituya?
– Lo intenté, pero nadie podía.
La cocina de los Beaudine era tanto lujosa como hogareña, con soleadas paredes color azafrán, suelo de terracota y azulejos azul cobalto hechos a mano. Una enorme lámpara de araña de hierro forjado con apliques de cristal de colores colgaba en el centro de la habitación y los estantes abiertos mostraban ollas de cobre y cerámica hecha a mano.
El chef Duncan estaba desempaquetando la comida que había preparado para el evento. Un hombre bajo de unos cuarenta años, tenía una gran nariz y una gran cantidad de canas en el pelo castaño que le hacían parecer mayor. Frunció el ceño cuando Haley desapareció en el cuarto de baño y luego gritó a Meg para empezará a trabajar.
Mientras colocaba la cristalería y comenzaba a organizar los platos de servir, él le detalló el menú: mini saladitos rellenos de queso Brie fundido y mermelada de naranja, sopa de guisantes frescos mentolada servida en tazas pequeñas que todavía tenían que ser lavadas, una ensalada de hinojo, bollitos de pretzel calientes y, el plato principal, fritatta [26] de espárragos y salmón ahumado que haría en la cocina. El plato fuerte era el postre, copas individuales de soufflés de chocolate en los que el chef había estado trabajando todo el verano para perfeccionarles y los cuáles debían, debían, debían ser servidos tan pronto como salieran del horno y ser servidoso delicada, delica, delicadamente delante de cada invitado.
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