Meg asintió a las instrucciones, luego llevó al comedor las gruesas copas verdes. Palmeras y limoneros crecían en urnas de estilo griego y romano colocadas en las esquinas, mientras que el agua brotaba de una fuente de pidera situado en una pared de azulejos. La sala tenía dos mesas instaladas temporalmente, además de una larga mesa de madera permanente con la superficie desgastada. En lugar de mantelería informal, Francesca había elegido manteles individuales tejidos a mano. Cada mesa tenía un centro consistente en una bandeja de cobre con pequeños maceteros de barro de orégano, mayorana, salvia y tomillo, junto con maceteros llenos de flores doradas. A través de las amplias ventanas del comedor, podía ver una parte del patio y una pérgola, en la que daba la sombra, donde había un libro abandonado sobre un banco de madera. Era difícil que no le gustara una mujer que había creado un hermoso escenario para entretener a sus amigos, pero Meg haría todo lo posible porque así fuera.

Haley todavía no había salido del baño cuando Meg regresó a la cocina. Acababa de comenzar a lavar las pequeñas tazas de cerámica cuando el tap-tap-tap en el suelo de baldosa anunció la llegada de su anfritiona. -Gracias por ayudarme hoy, chef Duncan -, dijo Francesca. -Espero que encuentres todo lo que necesitas.

Meg enjuagó una taza, se giró desde la pila y miro a Francesca con su brillante sonrisa. -Hola, señora Beaudine.

A diferencia de su hijo, Francesca tenía muy mala cara de póquer y el conjunto de emociones que se reflejaban en su cara eran fáciles de descrifar. Primero llegó la sopresa. (No esperaba que Meg aceptara el trabajo.) Luego vino la perplejidad. (¿Exactamente por qué había aparecido Meg?) Lo siguiente en aparecer fue la disconformidad. (¿Qué pensarías sus invitados?) Luego la duda. (Quizás debería haber pensado esto más cuidadosamente.) Seguida por la angustia. (Esto había sido una idea terrible.) Acabando con… la resolución.

– Meg, ¿puedo hablar contigo en el comedor?

– Por supuesto.

Siguió el sonido de tacones fuera de la cocina. Francesca era tan pequeña que Meg casi podía esconderla bajo su barbilla, aunque no podía imaginarse haciendo algo así. Francesca estaba vestida con la misma elegancia de siempre, una camisa color esmeralda y una veraniega falda de algodón blanca que llevaba ceñida mediante un cinturón de un azul pavo real. Se detuvo en la fuente de piedra y se giró el anillo de bodas. -Me temo que ha habido un error. Mío, por supuesto. No te necesitaré después de todo. Naturalmente, te pagaré por tu tiempo. Estoy segura que necesitas el dinero o no habría necesitado… venir hoy.

– No estoy tan necesitada de dinero como antes -, dijo Meg alegremente. -Mi negocio de joyería va mucho mejor de lo que habría soñado.

– Sí, eso he oído -. Francesca estaba claramente nerviosa e igualmente decidida a resolver esto. -Supongo que no pensé que aceptarías el trabajo.

– Algunas veces incluso me sorprendo a mí misma.

– Es mi culpa, por supuesto. Tiendo a ser impulsiva. Eso me ha causado más problemas de los que te puedas imaginar.

Meg lo sabía todo sobre ser impulsiva.

Francesca se puso todo lo recta que le permitía su estatura, algo poco impresionante, y habló con rígida dignidad. -Déjame que te extienda un cheque.

Increíblemente tentador, pero Meg no podía aceptarlo. -Le van a llegar veinte invitados y Halye no se siente bien. No puedo dejar al chef en la estacada.

– Estoy segura que nos las arreglaremos de algún modo -. Ella se tocó su pulsera de diamantes. -Es demasiado embarazoso. No quiero que mis invitadas se sientan incómodas. O tú, por supuesto.

– Si sus invitadas son quiénes supongo que son, les encantará. En cuanto a mí… He estado en Wynette durante dos meses y medio, así que tengo muchas cosas por las que sentirme incómoda.

– En serio, Meg… Una cosa es que trabajes en el club, pero esto es otra cosa. Sé que…

– Perdone. Tengo que terminar de lavar las tazas -. Los zapatos de platarforma rosa brillante hicieron su propio y satisfactorio tap-tap-tap mientras iba de vuelta a la cocina.

Haley había salido del baño, pero mientras estaba trabajando en la encimera, no parecía sentirse mejor y el chef tenía prisa. Meg le arrebató el bote de néctar de melocotón de las manos y, siguiendo las instrucciones del chef, echó un poco dentro de cada copa. Anadió champán, echó un trocito de fruta freca y se giró con la bandeja hacia Haley, esperando haberlo hecho bien. Mientras Haley se la llevó, Meg cogió la bandeja de saladitos que el chef había sacado del horno, cogió un montón de servilletas de papel estampadas, y la siguió.

Haley se había apostado en un sitio al lado de la puerta principal para así no tener que estar moviéndose por la sala. Las invitadas llegaron puntualmente. Vestían ropas de lino y algodón, trajes más elegantes que los que se habrían puesto sus homólogas californianas para un asunto de este tipo, pero esto era Texas, donde no ir bien vestido era un pecado capital incluso para los más jóvenes.

Meg reconoció a algunas de las golfistas del club. Torie estaba hablando con la única persona de la sala vestida enteramente de blanco, una mujer que Meg nunca había visto. La copa de champán de Tories estaba a medio camino de sus labios cuando vio acercarse a Meg con la bandeja de servir. -¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Meg saludó con una falsa reverencia. -Mi nombre es Meg y seré su camarera hoy.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué no?

– Porque… -Torie agitó la mano. -No estoy segura de por qué no. Todo lo que sé, es que no parece correcto.

– La señora Beaudine necesitaba algo de ayuda y yo tenía el día libre.

Torie frunció el ceño, luego se giró hacia la delgada mujer a su lado, que tenía un salvaje pelo corto negro y gafas con montura de plástico rojo. Haciendo caso omiso del protocolo, las presentó. -Lisa, esta es Meg. Lisa es la agente de Francesca. Y Meg es…

– Les recomiendo los saladitos de hojaldre -. Meg no podía estar segura de que Torie no fuera a identificarla como la hija de la gran Fleur Savagar Koranda, la superestrella de los agentes, pero ahora conocía lo suficientemente bien a Torie como para no darle la oportunidad. -Asegúrense de dejar un hueco para el postre. No les estropearé la sorpresa diciéndoles de que se trata, pero no van a estar decepcionadas.

– ¿Meg? -Emma apareció, con su pequeña frente fruncida y un par de pendientes que Meg había hecho con unas perlas de cornalina del siglo XIX flotando en sus orejas. -Oh, querida…

– Lady Emma -. Meg le ofreció la bandeja.

– Sólo Emma. Oh, no importa. No sé ni por qué me molesto.

– Yo tampoco -, dijo Torie. -Lisa, estoy segura que Francesca te ha hablado sobre nuestro miembro local de la familia real británica, pero no creo que vosotras os conozcaís. Ésta es mi cuñada, Lady Emma Wells-Finch Traveler.

Emma suspiró y le tendió la mano. Meg se escapó y, bajo la mirada de los ojos preocupados de Francesca, fue a servir a la mafia local.

Birdie, Kayla, Zoey y Shelby Traveler estaban reunidas junto a la ventana. Cuando Meg se acercó, escuchó a Birdie decir, -Haley estuvo otra vez con Kyle Bascom anoche. Lo juro por Dios, si está embarazada…

Meg recordó la cara pálida de Halye y rezó para que eso no hubiera ocurrido ya. Kayla vio a Meg y empujó tan fuerte a Zoey que le salpicó champán en la mano. Todas las mujeres miraron la falda de Meg. Shelby le dirigió a Kayla una mirada inquisitiva. Meg le ofreció unas cuantas servilletas a Birdie.

Zoey se tocó un collar que parecía estar hecho de Froot Loops. -Me sorprende que todavía tengas que trabajar en fiestas privadas, Meg. Kayla me dijo que la venta de tus joyas va muy bien.

A Kayla se le erizó el pelo. -No tan bien. He rebajado el colgante del mono dos veces, y todavía no he podido venderlo.

– Te dije que te haría otro -. Meg estaba de acuerdo en que el colgante del mono no era su mejor obra, pero casi todo lo demás que le había dado a Kayla se había vendido rápidamente.

Birdie se tocó un mechón de su pelo color pájaro carpintero y se dirigió a Meg con altanería. -Si yo fuera a contratar a gente para servir el almuerzo, especificaría a las personas que quiero contratar. Francesca es demasiado informal para estas cosas.

Zoey miró alrededor. -Espero que Sunny no haya vuelto todavía. Imáginaros si Francesca la invita con Meg aquí. Ninguna de nosotras necesita ese tipo de situaciones estresantes. Al menos, no cuando el colegio empieza en unas cuantas semanas y soy profesora en una escuela.

Shelby Traveler se giró hacia Kayla. -Me encantan los monos -, dijo ella. -Te compraré el colgante.

Torie llegó al corrillo. -¿Desde cuándo te gustan los monos? Justo antes de que Petey cumpliera diez años, te escuché decir que era pequeñas bestias sucias.

– Eso fue sólo porque no dejaba de decirle a Kenny que le comprara uno para su cumpleaños.

Torie asintió. -Y Kenny lo habría hecho. Quiere tanto a Petey como a sus propios hijos.

Kayla se tocó el pelo. -La novia francesa de Ted, la modelo, siempre pensé que se parecía a un mono. Por sus dientes.

Las mujeres locas de Wynette estaban en plena acción. Meg se escapó.

Cuando llegó a la cocina, Haley había desaparecido y se encontró con el chef echando humo mientras pasaba por encima de unas copas rotas de champán. -¡Hoy no es de ayuda! La mandé a casa. Deja ahí la mierda de cristal y empieza a con las ensaladas.

Meg hizo todo lo que pudo por seguir sus rápidas órdenes. Corrió por la cocina, evitando los cristales rotos y maldiciendo sus plataformas rosas, pero cuando volvió al comedor con una nueva bandeja de bebidas, redujo deliberadamente el ritmo, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Tal vez no tenía mucha experiencia como camarera, pero nadie necesitaba saberlo.

Cuando volvió a la cocina, descubrió tres pequeñas vinagreras para la ensalada mientras el chef abría el horno para comprobar las frittatas. -Quiero que esto se sirva caliente.

La siguiente hora pasó volando para Meg mientras intentaba hacer el trabajo de dos personas, al mismo tiempo que el chef se preocupaba por los souffles de chocolate del postre. Torie y Emma parecían decididas a incluirla en la conversación cada vez que aparecía en el comedor, como si Meg fuera otra invitada. Meg apreciaba sus buenas intenciones pero desearía que la dejaran concentrarse en su trabajo. Kayla olvidó su animosidad el tiempo suficiente para decirle a Meg que quería otro colgante y unos pendientes de piedra pre-colombinas para una amiga que tenía su propia tienda en Austin. Incluso la agente de Francesca quería hablar, no sobre los padres de Meg, aparentemente nadia lo había mencionado, sino sobre la frittata y el toque de curry que había detectado.

– Tiene un paladar increíble -, dijo Meg. -El chef usó apenas una pizca. No puedo creer que lo notara.

Francesca se debió dar cuenta que Meg no sabía si la frittata tenía curry o no porque rápidamente desvió la atención de Lisa.

Mientras Meg servía, pillaba fragmentos de conversación. Las invitadas querían saber cuando iba a volver Ted y qué pensaba hacer sobre varios problemas, que iban desde el ruidoso gallo de alguien hasta el regreso de los Skipjacks a Wynette. Cuando Meg le estaba sirviendo a Birdei un vaso refrescante de té helado, Torie reprendió a Zoey por su collar de Froot Loops. -¿No podrías llevar, sólo por una vez, un collar normal?

– ¿Piensas que me gusta pasarme por ahí llevando la mitad de cosas de la tienda de comestibles? -Zoey susurró, cogiendo un bollito de la cesta y partiéndolo por la mitad. -Pero la madre de Hunter Gray está sentada en la mesa de al lado y la necesito para organizar la fiesta del libro de este año.

Torie miró a Meg. -Si fuera Zoey, me gustaría establecer unos límites muy claros entre mi trabajo y mi vida personal.

– Es es lo que dices ahora -, replicó Zoey -, pero ¿recuerdas lo emocionada que estabas cuando llevé aquellos pendientes de macarrones que me hizo Sophie?

– Eso fue diferente. Mi hija es una artista.

– Seguro que sí -. Sonrió Zoey. -Y ese mismo día hiciste la cadena telefónica del colegio para avisar de los imprevistos.

Meg se las apañó para recoger los platos sin tirarle nada a nadie sobre el regazo. Las golfistas le preguntaron si había té helado Arizona. En la cocina, la cara del chef estaba bañada por el sudor mientras sacaba los perfectos souffles de chocolote del horno. -¡De prisa! Pónlos en la mesa antes de que se bajen. ¡Delicadamente! Recuerda lo que te dije.

Meg llevó la pesada bandeja al comedor. Servir los souffles era trabajo para dos personas, pero se apoyó un borde de la bandeja contra la cadera y cogió el primero.

– ¡Ted! -exclamó Torie. -¡Mirar quién está aquí!