A Meg el corazón se le subió a la garganta, la cabeza le dio vueltas y se tambaleó sobre sus plataformas rosa cuando vio a Ted en el marco de la puerta. En cuestión de segundos, los souffles empezarían a bajarser… Y todo en lo que pudo pensar fue en los carritos de bebés. Su padre había señalado ese fenómeno cuando era una niña. Si tú estabas viendo una película y veías un carrito de bebé, sabías que un coche a toda velocidad iba en su dirección. Lo mismo ocurría con el escaparate de una floristería, una tarta de boda o un ventanal que daba a la calle.

Siéntate en tu sitio, pequeña, y aguanta porque va a haber una persecución de coches. Justo igual que con los souffles de chocolate.

Apenas pudo sujetar la bandeja. Estaba perdiendo el equilibrio. Los souffles habían empezado a bajarse. Se iba a producir una persecución de coches.

Pero la vida no es una película, y al igual que antes había evitado los cristales rotos de la cocina, no iba a permitir que los recipientes blancos de los souffles se le cayeran. Incluso mientras se seguía tambaleando, equilibró su peso, reposicionó su cadera y puso toda su fuerza de voluntad en recupera el equilibrio.

Los recipientes se reasentaron. Francesca se levantó de su silla. -Teddy, querido, llegas justo para el postre. Ven y únete a nosotras.

Meg alzó la barbilla. El hombre al que amaba la miraba. Aquellos ojos de tigre que se ahumaban cuando hacían el amor, ahora estaban claros y ferozmente perceptivos. Su mirada se fijó en la bandeja que llevaba. Luego de vuelta en ella. Meg miró hacia abajo. Los souffles comenzaron a derrumbarse. Uno por uno. Pfft… Pfft… Pfft…

CAPÍTULO 16

– Señoras -. La mirada de Ted fue de la camisa blanca de camarera de Meg hasta su madre, quién repentinamente se había convertido en un torbellino en movimiento.

– Coje una silla, querido. Ponla al lado de Shelby -. Su pequeña mano fue desde su pelo, a las pulseras y luego a las servilletas, un pájaro del paraíso buscando un lugar seguro donde apoyarse. -Afortunadamente, mi hijo se siente muy cómodo entre mujeres.

Torie resopló. -Ni lo que lo dudes. Ha salido con la mitad de las de están aquí.

Ted inclinó la cabeza hacia la asamblea. -Y disfruté cada momento.

– No cada momento -, dijo Zoey. -¿Recuerdas cuando Bennie Hanks tupió todos los aseos justo antes del concierto coral de quinto grado? Nunca llegamos a cenar esa noche.

– Pero conseguí ver a una joven y entregada educadora en acción -, dijo Ted galantemente, -y Bennie aprendió una valiosa lección.

Un anhelo momentáneo suavizó los rasgos de Zoey, un pensamiento dedicado a lo podría haber sido. En su reconocimiento había que decir que volvió de su ensoñación. -Bennie está en el campamento espacial en Huntsville. Espero que ellos protejan mejor sus aseos.

Ted asintió, pero ya había fijado de nuevo su atención en su madre. Sus ojos firmes, sin una sonrisa en la boca. Francesca se abalanzó sobre su vaso de agua. Emma les dirigió una mirada ansiosa y rápidamente metió baza. -Ted, ¿has tenido éxitos en tu viaje de negocios?

– Si, lo tuve -. Lentamente retiró la vista de su madre y se enfocó en Meg. Pretendió no darse cuenta y sirvió el primer soufflé con una floritura como si el postre no tuviera un cráter gigante en el medio.

Se acercó a ella, su mandíbula tercamente cerrada. -Permíteme ayudarte, Meg.

Las luces amarillas de precaución se encendieron en su cabeza. -No hace falta -. Tragó saliva. -Señor.

Los ojos de él se estrecharon. Ella cogió el siguiente recipiente. Tanto Francesca como Emma sabían que estaban juntos, y también lo sabía el misterioso Tom el mirón [27] que podría tratarse del invasor de su casa. ¿Estaba ahora mismo aquí esa persona, observándolos? Esa posibilidad sólo representaba una parte de su creciente sentimiento de aprensión.

Ted le cogió el ramequín y comenzó a servir a cada invitada con una sonrisa fácil y un cumplido perfectamente elegido. Meg parecía ser la única persona en notar la tensión que acechaba en las esquinas de esa sonrisa.

Francesca mantuvo una alegre conversación con sus invitadas, actuando como si su hijo siempre ayudase al personal del catering. Los ojos de Ted se oscurecieron cuando Shelby anunció que la subasta para Ganar un Fin de Semana con Ted Beaudine había alcanzado los once mil dólares. -Nos han llegado ofertas de todos los sitios gracias a la publicidad que conseguimos.

Kayla no parecía tan feliz como las otras, lo que sugería que Papá le había cortado el grifo para la subasta.

Una de las golfistas lo llamó con la mano para atraer su atención. -Ted, ¿es cierto que un equipo de The Bacheloris va a venir a Wynette para tomar imágenes del acontecimiento?

– No, no es verdad -, dijo Torie. -Él no podría pasar su test de estupidez.

La bandeja finalmente estaba vacía y Meg intentó escaparse, pero cuando echó a correr hacia la cocina, Ted la siguió.

El chef era todo sonrisas cuando vio quién había aparecido. -Hola, señor Beaudine. Me alegro de verle -. Dejó la cafetera que acababa de llenar. -Oí que estaba fuera del pueblo.

– Acabo de regresar, chef -. El forzado buen humor de Ted se esfumó cuando se centró en Meg. -¿Qué estás haciendo sirviendo el almuerzo en la reunión de mi madre?

– Estoy ayudando -, dijo ella, -y estás en mi camino -. Agarró un postre extra de la encimera y se lo dio. -Siéntate y come.

El chef se precipitó hacia la encimera central. -No puedes darle ese. Ya se ha hundido.

Afortunadamente, el chef no sabía que los otros veinte habían corrido la misma suerte. -Ted no lo notará -, dijo ella. -Come crema de malvavisco directamente del bote -. Era ella quién lo hacía, pero la vida en Wynette le había enseñado el valor de la tergiversación.

Ted puso de nuevo el recipiente del postre en la encimera, su expresión seria. -Mi madre te obligó a esto, ¿no?

– ¿Obligarme a mí? ¿Tu madre? -Ella se lanzó a por la jarra de café, pero no fue lo suficientemente rápida y él se la quitó por detrás. -Devuélvemela -, dijo ella. -No necesito tu ayuda. Lo que necesito es que salgas de mi camino para poder hacer mi trabajo.

– ¡Meg! -La cara ya de por sí roja del chef se volvió púrpura. -Lo siento, señor Beaudine. Meg no ha trabajado antes de camarera y tiene mucho que aprender sobre cómo tratar a la gente.

– Dímelo a mí -. Ted desapareció por la puerta con el café.

Él lo iba a echar todo a perder. No sabía cómo. Sólo sabía que él iba a hacer algo terrible y tenía que detenerlo. Cogió la jarra de té helado y se precipitó detrás de él.

Ya había empezado a llenar tazas sin preguntar lo que quería cada una, pero no protestaron ni las que bebían té. Estaban demasiado ocupadas quejándose sobre él. Ted no miraba a su madre, y en la frente de Francesca se habían formado otros dos surcos.

Meg se dirigió al lado opuesto del comedor y comenzó a rellenar vasos de té helado. La mujer que Zoey había identificado como la madre de Hunter Gray gesticuló hacia Meg. -Torie, esa se parece a tu falda de Miu Miu. La que llevaste cuando fuimos a ver Vampire Weekendin Austin.

Ted interrumpió su conversación con la agente de Francesca. Torie clavó sus dorados y perezosos ojos en la falda de Meg. -Copian de todo hoy en día. Sin ánimo de ofender, Meg. Es una imitación bastante decente.

Pero no era una imitación, y Meg comprendió de repente las miradas veladas que recibía cada vez que se ponía una de las prendas que había elegido en la tienda de segunda mano de Kayla. Todo este tiempo había estado usando la ropa que ya no usaba Torie O'Connor, ropa que era inmediatamente identificable y que nadie más en el pueblo compraría. Y todo el mundo había participado en la broma, incluyendo a Ted.

Birdie le lanzó a Meg una mirada de suficiencia cuando le tendió su vaso de té helado. -Las demás tenemos demasiado orgullo como para llevar la ropa vieja de Torie.

– Por no mencionar que no tenemos el cuerpo para poder hacerlo -, dijo Zoey.

A Kayla se le encrespó el pelo. -Le sigo diciendo a Torie que ganaría mucho más dinero si enviara sus cosas a una tienda de segunda mano en Austin, pero dice que es demasiado lioso. Hasta que llegó Meg, sólo podía vender sus cosas a gente de fuera del pueblo.

Los comentarios le habrían dolido, excepto por una cosa. Todas las mujeres, incluso Birdie, hablaron en voz lo suficientemente baja para que sólo Meg pudiera escuchar sus pullas. No tuvo tiempo de reflexionar sobre porque lo habían hecho ya que Ted dejó la jarra de café y fue directamente hacia ella.

Aunque su sencilla sonrisa estaba plantada firmemente en su cara, la determinación de sus ojos decía algo peligroso. Una colisión de coches se dirigía hacia ella y no podía pensar en ni una sola forma de evitarlo.

Se detuvo en frente de ella, le quitó la jarra de té helado de la mano y se la pasó a Torie. Meg dio un paso atrás sólo para sentir los dedos de él alrededor de su nuca, manteniéndola en su lugar. -¿Por qué no vas a ayudar al chef en la cocina, cariño? Yo recogeré los platos.

¿Cariño?

El motor rugió, las ruedas chirriaron, los frenos echaron humo y el coche a toda velocidad se estrelló contra el carrito de bebé. Justo allí, en frente de las mayores chismosas de Wynette, Texas, Ted Beaudine inclinó su cara, selló sus legendarios labios sobre los de ella y anunció al mundo entero que no iba a hacer más cosas a escondidas. Meg Koranda era la nueva mujer de su vida.

Una furiosa Kayla se levantó de la silla. Shelby chilló. Birdie volcó su vaso de té helado. Emma se cubrió la cara con las manos y Zoey, que parecía tan aturdida como sus alumnos de segundo grado, exclamó, -pensaba que todo era un montaje para alejarte de Spence.

– ¿Ted y Meg? -exclamó la madre de Hunter Gray.

Francesca se hundió en su silla. -Teddy… ¿Qué has hecho?

Con la posible excepción de su agente, todas las demás en la sala comprendían la importancia de lo que acababa de suceder. Kayla veía como se escapaba su boutique. Birdie veía como su nuevo salón de té y librería se esfumaban. Zoey se lamentaba por las mejoras de la escuela que nunca tendrían lugar. Shelby y Torie preveían más noches sin dormir por el sentimiento de culpa de sus maridos. Y Francesca veía a su único hijo caer en la garras de una mujer intrigante e indigna.

Meg tenía ganas de llorar de pura alegría al saber que él hacía algo tan colosalmente estúpido por ella.

Él le pasó los nudillos por la mejilla. -Vamos, cariño. Mamá aprecia la forma en que la ayudaste hoy, pero ahora ya me encargo yo.

– Sí, Meg -, dijo tranquilamente Francesca. -Ya podemos ocuparnos nosotros.

Meg era más importante pare él que este pueblo. Su corazón empezó a latir de una forma vertiginosa que la hacía marearse, pero la mujer en la que se había convertido no se permitía disfrutar por mucho tiempo. Se clavó las uñas en las palmas y se dirigió a las invitadas de su madre. -Yo… yo… siento que se hayan visto forzadas a ver esto -. Se aclaró la garganta. -Él, uh, ha pasado por momentos difíciles últimamente. Estoy tratando ser amable pero… -Cogió aire de forma irregular e inestable. -No puede aceptar el hecho de que yo… no estoy loca por él.

Ted recogió lo que quedaba del soufflé de Torie, comió un trozo y escuchó pacientemente como Meg hacía todo lo posible por hacer lo correcto e intentaba sacarlo del bonito lío que había creado. -Soy yo, no tú -. Ella se giró hacia él, pidiéndole con los ojos que la apoyara. -Todas las demás piensan que eres fabuloso, así que tengo que ser yo, ¿no? Nadie parece encontrarte un poco… espeluznante.

Él arqueó una ceja.

Francesca se hinchó en la silla. -¿Acabas de llamar a mi hijo "espeluznante"?

Ted tomó otro bocado de chocolate, interesado en qué más iba a decir. No estaba ayudándola para nada. Quería besarlo, maldito fuera. En lugar de eso, volvió su atención a las mujeres. -Sed honestas -. Su voz ganó fuerza porque estaba haciendo lo correcto. -Todas sabéis lo que quiero decir. La forma en que los pájaros empiezan a cantar cuando sale a la calle. Es espeluznante, ¿verdad? ¿Y esos halos que aparecen alrededor de su cabeza?

Nadie se movió. Nadie dijo nada.

Tenía la boca seca, pero siguió. -¿Qué pasa con el estigmata?

– ¿Estigmata? -dijo Torie. -Eso es nuevo.

– Un accidente con el rotulador -. Ted devoró la última cucharada de chocolate y dejó el plato a un lado. -Meg, cariño, sólo te digo esto porque me preocupo mucho por ti, estás actuando un poco como una loca. Espero que no estés embarazada.

Un plato se cayó en la cocina, llevándose la resolución de ella. Era un maestro de la serenidad. Ella apenas era una principiante y nunca sería capaz de ganarle en su propio juego. Este era su pueblo, era cosa suya resolver el problema. Cogió la jarra de té helado y se precipitó a la cocina.