– Te veré esta noche -, gritó tras ella. -A la misma hora. Y lleva el vestido de Torie. Te queda mucho mejor que a ella. Lo siento, Torie, pero sabes que es verdad.

Mientras Meg cruzaba la puerta, escuchó gemir a Shelby. -Pero, ¿qué pasa con la subasta? ¡Esto va a arruinarlo todo!

– Que le den a la subasta -, dijo Torie. -Tenemos problemas más graves. Nuestro alcalde acaba de hacerle una peineta a Sunny Skipjacks y darle a San Antonio un nuevo resort de golf.

Ted sabiamente no regresó a la cocina. Mientras Meg ayudaba al chef a limpiar, su mente daba vueltas en una docena de direcciones. Escuchó irse a las invitadas y poco tiempo después Francesca entró en la cocina. Su cara estaba pálida. Estaba descalza, se había cambiado la ropa de la fiesta por unos pantalones cortos y una camiseta. Le dio las gracias al chef y le pagó, luego le tendió a Meg un cheque.

Por el doble de lo que a Meg le habían prometido.

– Tuviste que trabajar por dos personas -, dijo Francesca.

Meg asintió y se lo devolvió. -Mi contribución para el fondo de la librería -. Le sostuvo la mirada a Francesca el tiempo suficiente para mostrar algo de dignidad, luego regresó al trabajo.


Era casi la hora de cenar cuando los últimos platos se guardaron y pudo irse, portando la generosa bolsa de sobras que le había dado el chef. No pudo dejar de sonreír todo el camino a casa. La camioneta de Ted estaba aparcada junto a las escaleras. A pesar de lo cansada que estaba, en todo lo que podía pensar era en arrancarle la ropa. Cogió la bolsa de sobras y se precipitó al interior sólo para detenerse de golpe.

La iglesia había sido saqueada. Muebles volcados, cojines rasgados, ropa tirada por el suelo… Zumo de naranja y ketchup esparcido sobre el futón, y sus cajas de joyas estaban tiradas por todos lados: sus preciosas cuentas, las herramientas que había comprado, largas marañas de cable.

Ted estaba de pie en medio de ese lío. -El sheriff está de camino.

El sheriff no encontró señales de que la cerradura hubiera sido forzada. Cuando se sacó el tema de las llaves, Ted dijo que ya había avisado para que se cambiaran las cerraduras. Cuando el sheriff puso de manifiesto la teoría de que lo había hecho un vagabundo, Meg supo que tenía que hablar sobre que escribieron en el espejo del baño.

Ted explotó. -¿Has tenido que esperar a esto para decírmelo? ¿En qué demonios estabas pensando? No hubiera dejado que te quedaras otro día más aquí.

Se limitó a mirarlo. Él la miraba a ella, sin halo alrededor.

El sheriff le preguntó con toda seriedad si alguien le guardaba rencor. Ella pensaba que la estaba poniendo a prueba hasta que recordó que él trabajaba para el condado y podría no estar enterado de los chismes locales.

– Meg ha tenido algunos roces con algunas personas -, dijo Ted, -pero no puedo imaginar que ninguna de ella hiciera esto.

El sheriff sacó su cuaderno de notas. -¿Qué personas?

Intentó hacer una lista. -No le caigo demasiado bien, básicamente, a cualquier persona que le guste Ted.

El sheriff negó con la cabeza. -Es un montón de gente. ¿Podría reducirlos?

– No tiene mucho sentido decir nombres al azar -, dijo ella.

– No está acusando a nadie. Me está dando una lista de gente que le tiene resentimiento. Necesito su cooperación, señorita Koranda.

Entendía su punto de vista, no lo veía correcto.

– ¿Señorita Koranda?

Trató de reunir la energía necesaria para comenzar. -Buerno, está… -Apenas sabía por donde empezar. -Sunny Skipjacks quiere a Ted para ella -. Miró la destrucción a su alrededor y respiró profundamente. -Luego, están Birdie Kittle, Zoey Daniels, Shelby Traveler, Kayla Garvin. El padre de Kayla, Bruce. Quizás Emma Traveler, aunque creo que ya le caigo bien.

– Ninguna de ellas dejaría este sitio así -, dijo Ted.

– Alguien lo hizo -, replicó el sheriff avanzando una hoja en su cuaderno. -Siga, señorita Koranda.

– Todas la antiguas novias de Ted, especialmente después de lo que ocurrió en el almuerzo de hoy -. Que requirió una breve explicación, la cual Ted ofreció solícitamente, haciendo comentarios sobre la cobardía de la gente que quería meterse en sus relaciones.

– ¿Alguien más? -El sheriff pasó otra página de su cuaderno.

– Skeet Cooper me vio pegándole una patada a una de las pelotas de golf de Ted para impedir que ganara su partido contra Spencer Skipjack. Debería haber visto la forma en que me miró.

– Deberías haber visto la forma en que te miré -, dijo Ted con disgusto.

Meg se cogió un pellejo de las uñas.

– ¿Y? -El sheriff hizo clic con su pluma

Fingió mirar por la ventana. -Francesca Beaudine.

– ¡Espera un momento! -Exclamó Ted.

– El sheriff quiere una lista -, replicó ella. -Le estoy dando una lista, no haciendo acusaciones.

Ella se giró hacia el sheriff. -Vi a la señora Beaudine hace poco más de una hora en su casa, así que sería bastante difícil que hubiera hecho esto.

– Difícil, pero no imposible -, dijo el sheriff.

– Mi madre no ha destrozado este sitio -, declaró Ted.

– No sé que pensar del padre de Ted -, dijo Meg. -Es difícil de descifrar.

Ahora fue el sheriff quién se indignó. -El gran Dallas Beaudine no es un vándalo.

– Probablemente no. Y creo que seguramente podemos eliminar a Cornelia Jorik. Sería difícil para una ex presidenta de Estados Unidos colarse en Wynette sin dejarse ver.

– Podría haber enviado a sus secuaces -, dijo Ted arrastrando las palabras.

– Si no te gusta mi lista, puedes hacer una -, replicó ella. -Conoces a todos los sospechosos mucho mejor que yo. En pocas palabras, alguien me está enviando el claro mensaje para que me vaya de Wynette.

El sheriff miró a Ted. -¿A ti qué te parece, Ted?

Ted se pasó la mano por el pelo. -No puedo creer que alguna de esas personas hiciera algo tan asqueroso. ¿Y si es alguien con quién trabajas en el club?

– Esas son mis únicas relaciones positivas.

El sheriff cerró su cuaderno. -Señorita Koranda, no debería quedarse aquí usted sola. No hasta que esto se resuelva.

– Créeme, no se va a quedar aquí -, dijo Ted.

El sheriff prometió hablar con el jefe de policía. Ted lo acompañó al coche patrulla, y el móvil de Meg sonó en su bolso. Cuando miró la pantalla, vio que era su madre, la última persona con la que quería hablar en ese momento y la persona cuya voz más quería oír.

Pasó por la destrozada cocina y salió por la puerta trasera. -Hola, mamá.

– Hola, cariño. ¿Cómo te va el trabajo?

– Genial. Realmente genial -. Se sentó en el escalón. El cementó todavía conservaba el calor del día, y sintió ese calor a través de la falda desechada por Torie O'Connor.

– Tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti.

Su madre todavía creía la ilusión de que Meg era coordinadora de actividades en el club, algo que tendría que aclararle muy pronto. -Honestamente, no es un gran trabajo.

– Oye, sé mejor que nadie lo que es trabajar con grandes egos, y tienes que tratar con mucho de eso en el club de campo. Lo cuál me lleva a la razón de mi llamad. Tengo buenas noticias.

– Belinda murió y me dejó todo su dinero.

– Eso quisieras. No, tu abuela vivirá para siempre. Es una de esos muertos vivientes. La buena noticia es… Tu padre y yo vamos a ir a visitarte.

Oh, Dios… Meg saltó del escalón. Una docena de escenas horribles pasaron por su cabeza. Los cojines rajados del sofá… Los cristales rotos… El carrito de bebidas… La cara de todos los que le guardaban resentimiento.

– Te echamos de menos y queremos verte -, dijo su madre. -Queremos conocer a tus nuevos amigos. Estamos tan orgulloso de cómo has cambiado.

– Es… es genial.

– Tenemos que resolver algunas cosas pero acabaremos pronto. Una visita rápida. Sólo uno o dos días. Te echo de menos.

– Yo también te echo de menos, mamá -. Tendría tiempo de limpiar el lío de dentro de la iglesia, pero eso era sólo la punta del iceberg. ¿Qué iba a hacer con el trabajo? Barajó las posibilidades de ser ascendida a coordinadora de actividades antes de la visita de sus padres y llegó a la conclusión que sería más fácil que la invitaran a una fiesta de pijamas a casa de Birdie. Se estremeció ante la idea de presentar a Ted a sus padres. No hacia falta mucha imaginación para ver a su madre arrodillándose y rogando por que Ted no fuera un idiota.

Decidió encarar su problema más sencillo. -Mamá, hay una cosa… Mi trabajo. No es tan impresionante.

– Meg, deja de infravalorarte. No puedes cambiar el hecho de que has crecido en una familia con cualidades extraordinarias. Nosotros somos los extraños. Tú eres una mujer guapa, normal e inteligente que perdió el rumbo por toda la locura que te rodeaba. Pero ya has dejado eso atrás. Has empezado de nuevo y no podríamos estar más orgullosos. Tengo que irme. Te quiero.

– Yo también te quiero -, dijo Meg débilmente. Y luego, después de que su madre hubiera colgado: -mamá, soy la chica del carrito de bebidas, no la coordinadora de actividades. Pero mis joyas se están vendiendo muy bien.

La puerta de atrás se abrió y apareció Ted. -Enviaré a alguien mañana para que limpie.

– No -, dijo ella con cansancio. -No quiero que nadie lo vea.

Él lo comprendió. -Entonces quédate aquí y relájate. Me ocuparé de esto.

Todo lo que quería hacer era hacerse un ovillo y pensar en todo lo que había ocurrido, pero había pasado demasiados años dejando que otras personas fueran limpiando detrás de ella. -Estoy bien. Espera a que me cambie de ropa.

– No deberías tener que hacer esto.

– Tú tampoco -. Esa cara dulce y bonita le hacía daño. Hace unas semanas, se habría preguntado qué hacia un hombre como Ted con una mujer como ella, pero algo había empezado a cambiar en su interior, una sensación de satisfacción consigo misma que había comenzado a hacer que se sintiera un poco más digna.

Él arrastró al exterior el arruinado futón, siguió con el sofá dañado y las sillas que había cogido del club. Soltó algunas bromas mientras trabajaba para levantarle el ánimo. Ella barrió los cristales rotos, teniendo cuidado de no tirar accidentalmente algunas de sus preciosas cuentas. Cuando estuvo satisfecha, fue a la cocina para limpiarla, pero él ya lo había hecho.

Cuando quisieron terminar, estaba casi oscuro y estaban hambrientos. Llevaron las sobras del almuerzo y dos botellines de cerveza al cementerio y lo pusieron sobre unas toallas de baño. Comieron directamente de los tappers, con sus tenedores tocándose ocasionalmente. Necesitaba hablar sobre lo que había ocurrido en la casa de su madre, pero esperó hasta que terminaron antes de abordar el tema. -No deberías haber hecho lo que hiciste durante el almuerzo.

Él se apoyó contra la lápida de Horace Ernst. -¿Y qué fue lo que hice?

– No juegues. Besarme -. Intentó suprimir la sensación que todavía le producía ese recuerdo. -A estas alturas todo el pueblo sabrá que estamos juntos. Spence y Sunny no tardarán más de cinco minutos antes de enterarse cuando vuelvan.

– Deja que yo me preocupe por Spence y Sunny.

– ¿Cómo pudiste hacer alto tan estúpido? -Tan maravilloso.

Ted estiró sus piernas hacia la tumba de Mueller. -Quiero que te traslades a mi casa durante un tiempo.

– ¿Estás prestando atención a algo de lo que te estoy diciendo?

– Ahora todo el mundo sabe lo nuestro. No hay razón para que no vengas a vivir conmigo.

Después de lo que había hecho por ella, no podía seguir luchando contra él más tiempo. Cogió un palo y le quitó la corteza con una uña. -Aprecio tu oferta, pero vivir contigo sería tocarle las narices a tu madre.

– Yo me ocupo de mi madre -, dijo él con gravedad. -La quiero, pero no me dirige la vida.

– Ya, eso es lo que decimos todos. Tú. Yo. Lucy -. Clavó el palo en la tierra. -Son mujeres poderosas. Están sanas, son listas, gobiernan sus mundos y nos aman ferozmente. Una poderosa combinación que hace difícil fingir que son madres normales.

– No te vas a quedar aquí sola. Ni siquiera tienes donde dormir.

Miró a través de los árboles hacia los desechos que era ahora su futón. Quién había hecho esto, no se iba detener mientras Meg permaneciera en Wynette. -Está bien -, dijo ella. -Pero sólo esta noche.


Le siguió hasta su casa en el Rustmobile. Apenas habían entrado en su casa cuando él la atrajo hacia su pecho e hizo una llamada telefónica con una sola mano. -Mamá, alguien entró en la iglesia y la destrozó, así que Meg se va a quedar un par de días conmigo. La asustas y estoy enfado contigo, así que no eres bienvenida aquí ahora mismo, déjanos solos -. Él colgó.

– Ella no me asusta -, protestó Meg. -No mucho, de todas formas.

Él la besó en la nariz, la giró en dirección a las escaleras y le dio unas palmaditas en el trasero, demorándose en el dragón. -Por mucho que odie decir esto, estás muerta de sueño. Vete a la cama. Subiré luego.