– Me encanta cuando hablas como un manipulador.

Aunque sólo se estaba burlando de él, una inquietud se apoderó de ella, el presentimiento de que pasaba algo por alto, pero lo olvidó cuando comenzó a quitarle la ropa. Él cooperó maravillosamente y pronto estuvieron desnudos en la cama, la brisa que entraba por la ventana les rozaba la piel.

Esta vez no iba a dejarle tomar el control. -Cierra los ojos -, susurró ella. -Apriétalos fuerte.

Él lo hizo cuando se lo pidió, lo fue acariciando todo el camino hasta el pequeño y fuerte pezón. Se entretuvo con allí un rato, luego deslizó su mano entre sus caderas. Entonces lo besó, ahuecándolo entre sus manos, acariciándolo.

Los pesados párpados de él se empezaron a abrir. Intentó alcanzarla, pero se puso encima de él antes de que pudiera atraparla. Lentamente, comenzó a guiarlo a su interior, un cuerpo que no estaba completamente preparado para ese tipo de formidable invasión. Sin embargo, la estrechez y el dolor la excitaron.

Ahora, sus ojos estaban completamente abiertos. Comenzó a bajar con fuerza contra él, sólo para sentir sus manos agarrándole los muslos, frenándola. Él frunció el ceño. Ella no quería algo cuidadoso. Quería algo salvaje.

Pero era demasiado caballero para eso.

Él arqueó la espalda y colocó la boca sobre su pecho. El movimiento hizo que él levantara los muslos y, en consecuencia, a ella también. -No tan rápido -, él susurró contra su húmedo pezón.

¡Sí, rápido! quería gritar. Rápido y sucio, loco y apasionado.

Pero él se había dado cuenta de su estrechez y no iba a darle nada de eso. No iba a hacerla soportar esa incomodidad ni siquiera por buscar su propia satisfacción. Mientras jugaba con su pezón, introdujo una mano entre sus cuerpos y comenzó a realizar sus trucos de magia, excitándola hasta volverla loca.

Otra actuación de matrícula.

Ella se recuperó primero y salió de debajo de él. Los ojos de él estaban cerrados, y ella intentó hallar consuelo en la rápida subida y bajada del pecho cubierto de sudor de Ted. Pero a pesar del pelo revuelto y la leve hinchazón provocado por ella en su labio inferior, no podía creerse realmente que hubiera llegado a él, no de una manera perdurable. Sólo el recuerdo de aquel imprudente beso en público le hacía saber que no estaba siendo una tonta.


En el pueblo estalló la noticia de que Spence había elegido Wynette. Durante los siguientes tres días, la gente se abrazaba en la calle, el Roustabout sirvió cerveza gratis y en la barbería sonaban antiguas canciones de Queen de un antiguo equipo de música. Ted no podía ir a ningún sitio sin que los hombres le dieran una palmadita en la espalda y las mujeres se arrojaran encima de él, aunque eso no era algo nuevo. Las buenas noticias incluso eclipsaron el anuncia de Kayla sobre que la subasta había superado los doce mil dólares.

Meg apenas vio a Ted. O estaba hablando por teléfono con los abogados de Spence, que llegarían cualquier día para firmar los contratos, o estaba inmerso en la Operación Evitar a Sunny. Lo echaba terriblemente de menos, al igual que a su vida sexual poco satisfactoria.

Ella estaba haciendo su propia operación de evitar a Spence. Afortunadamente, la gente del pueblo se había puesto de su parte para mantenerlo alejado de ella. Sin embargo, la inquietud que había sentido durante días no desaparecía.

El domingo después del trabajo hizo un desvío hacia el arroyo para refrescarse. Había desarrollado un profundo afecto tanto por el arroyo como por el río Pedernales que lo alimentaba. Aunque había visto fotos de cómo una inesperada tormenta podía transformar el río en un furioso corredor de destrucción, el agua siempre había sido amable con ella.

Cipreses y fresnos creían cerca de la orilla del arroyo y algunas veces consiguió ver algún ciervo de cola blanca o un armadillo. Una vez un coyote salió de detrás de un arbusto y pareció sorprendido de verla mientras ella lo miraba. Pero hoy el agua fría no había obrado su magia. No podía dejar de pensar que estaba pasando por alto algo importante. Una pieza de fruta colgaba delante de ella, pero no podía alcanzarla.

Apareció una nube y una urraca canija gritó desde la rama de un aligonero cercano. Se sacudió el agua del pelo y se volvió a zambullir. Cuando volvió a salir, no estaba sola. Spence se cernía sobre ella en la orilla del río, con la ropa que había dejado allí en sus grandes manos.-No deberías nadar tú sola, señorita Meg. No es seguro.

Sus dedos excavaron en el barro y el agua lamía sus hombros. Él debía haberla seguido hasta allí, pero había estado demasiado preocupada para notarlo. Un estúpido error que alguien con tantos enemigos nunca debería cometer. La imagen de él sosteniendo su ropa provocó un nudo en su estómago. -No te ofendas, Spence, pero no estoy de humor para tener compañía.

– Tal vez estoy cansado de esperar por ti -. Todavía sujetando su ropa, se sentó en una gran roca del río junto a la toalla que ella había dejado allí y la estudió. Iba vestido formalmente con unos pantalones azul marino y una camisa de vestir azul de manga larga que estaba sudada. -Parece que cada vez que empiezo a tener una conversación seria contigo, te las arreglas para escapar.

Estaba desnuda excepto por las bragas empapadas, y aunque sólo podía pensar en Spence como un bufón, no lo era. Una nube tapó el sol. Apretó los puños debajo del agua. -Soy una persona alegre y despreocupada. No me gustan las conversaciones serias.

– Llega un momento en que todo el mundo tiene que ponerse serio.

La forma en que deslizaba los dedos por su sujetador le provocaba escalofríos, y no le gustaba estar asustada. -Vete, Spence. No fuiste invitado.

– O sales o entro yo.

– Me voy a quedar donde estoy. No me gusta esto y quiero que te vayas.

– Esa agua parece endemoniadamente apetecible -. Él dejo su ropa a un lado sobre una roca. -¿Alguna vez te dije que competí en natación en la universidad? -Comenzó a quitarse los zapatos. -Incluso pensé en entrenar para las Olimpiadas, pero tenía demasiadas cosas en juego.

Ella se hundió más en el agua. -Si estás seriamente interesado en mí, Spence, estás yendo por el camino equivocado.

Se quitó los calcetines. -Debería haber hecho esto desde el principio, pero Sunny dice que puedo llegar a ser demasiado franco. Mi mente funciona más rápido que la de la mayoría de la gente. Dice que no siempre le doy a la gente el tiempo suficiente para llegar a conocerme.

– Tiene razón. Deberías escuchar a tu hija.

– Corta el rollo, Meg. Has tenido tiempo de sobra -. Sus dedos trabajaron en los botones de la camisa de vestir azul. -Crees que lo único que quiero es un revolcón en un granero. Quiero más que eso, pero no te quedas quieta el tiempo suficiente para escucharme.

– Lo siento. Me reuniré contigo en el pueblo para cenar y podrás decirme lo que quieras.

– Necesitamos privacidad para esta conversación y no la tendremos en el pueblo -. Se desabrochó los puños. -Nosotros dos tenemos un futuro juntos. Tal vez no un matrimonio, pero sí un futuro. Estando juntos. Lo supe la primera vez que te conocí.

– No tenemos futuro. Sé realista. Sólo te atraigo por mi padre. Ni siquiera me conoces. Sólo crees que lo haces.

– En eso estás equivocada -. Se quitó la camisa revelando un horrible pecho peludo. -He vivido más que tú y comprendo la naturaleza humana mucho mejor -. Se levantó. -Mírate. Conduciendo un jodido carrito de bebidas en un campo de golf público de tercera categoría que se llama a sí mismo club de campo. Algunas mujeres se valen muy bien por sí mismas, pero tú no eres una de ellas. Necesitas a alguien que te extienda un cheque.

– Estás equivocado.

– ¿Lo estoy? -Se acercó a la orilla. -Tus padres te consintieron todo. Un error que yo no cometí con Sunny. Trabaja en la fábrica desde que tenía catorce años, así que aprendió pronto de donde sale el dinero. Pero eso no fue así para ti. Tuviste todas las ventajas y ninguna responsabilidad.

Había demasiada verdad en sus palabras como para que le dolieran.

Se detuvo en la orilla del río. Un cuervo gritó. El agua se precipitó a su alrededor. Se estremeció de frío y vulnerabilidad.

Las manos de él cayeron hacia su cinturón. Ella contuvo el aliento cuando se lo desabrochó. -Alto ahí -, dijo ella.

– Tengo calor y el agua parece realmente buena.

– Lo digo en serio, Spence. No te quiero aquí.

– Sólo piensas que no -. Se quitó los pantalones, los tiró a un lado y se puso delante de ella. Su vientre peludo colgaba sobre sus boxers blancos, las piernas pastosas le sobresalían por debajo.

– Spence, esto no me gusta.

– Tú provocaste todo esto, señorita Meg. Si hubieras ido a Dallas conmigo como yo quería el otro día, podríamos haber tenido esta conversación en mi avión. -. Él se lanzó al agua. El agua le golpeó a ella en los ojos. Parpadeó y, en cuestión de segundos, él volvió a la superficie por detrás de ella, el pelo pegado a la cabeza y riachuelos de agua corriendo por su barba negra. -¿Cuál es el verdadero problema, Meg? ¿Crees que no cuidaré de ti?

– No quiero que cuides de mí -. No sabía si tenía intención de violarla o simplemente quería hacerla someterse a su autoridad. Lo único que sabía era que tenía que escapar, pero cuando retrocedió hacia la orilla, el brazo de él salió disparado y le agarró por la muñeca.

– Ven aquí.

– Déjame ir.

Sus dedos le apretaron en la parte superior de sus brazos. Él era fuerte y la levanto del fondo rocoso, exponiendo sus pechos. Ella vio sus labios se acercaban, esos grandes dientes se dirigían a su boca.

– ¡Meg!

Una figura salió de entre los árboles. Delgada, con el pelo oscuro, con unos pantalones cortos a la altura de las caderas y camiseta retro Haight-Ashbury.

– ¡Haley! -lloró Meg.

Spence saltó hacia atrás como si hubiera sido golpeado. Haley se acercó y luego se detuvo. Ella se abrazó a sí misma, cruzando los brazos sobre su pecho y apretando los codos, sin saber que hacer a continuación.

Meg no sabía por qué había aparecido, pero nunca había estado tan contenta de ver a alguien. Las pobladas y oscuras cejas de Spence sobresalían ominosamente sobres sus ojos. Meg se obligó a mirarlo. -Spence se estaba yendo, ¿no es así, Spence?

La furia en su expresión le dijo que su romance había terminado. Por dañar su ego, había pasado a ocupar el puesto número uno de su lista de enemigos.

Él salió del agua. Los calzoncillos blancos se ajustaban a sus nalgas y ella apartó la mirada. Haley se quedó congelada en la sombra y él no le evitó esa visión mientras se ponía los pantalones y metía los pies en los zapatos sin calcetines. -Piensas que eres mejor que yo, pero no lo eres -. Su voz era casi un gruñido mientras se ponía la camisa. -Aquí no ocurrió nada y ninguna de las dos intentéis decir lo contrario.

Despareció por el camino.

Los dientes de Meg castañeaban y sus rodillas se habían bloqueado, así que no pudo moverse.

Haley finalmente encontró su lengua. -Me… me tengo que ir.

– Todavía no. Ayúdame a salir. Estoy un podo débil.

Haley se acercó a la orilla. -No deberías nadar aquí tú sola.

– Créeme, no lo volveré a hacer. Fui una estúpida -. Una piedra afilada se le clavó en la punta del pie y dio un respingo. -Dame la mano.

Con la ayuda de Haley, llegó a la orilla. Estaba chorreando y desnuda excepto por las bragas, y sus dientes no dejaban de castañear. Cogió la toalla que había llevado y se sentó en una roca calentada por el sol. -No sé lo que habría hecho si no llegas a aparecer.

Haley miró hacia el camino. -¿Vas a llamar a la policía?

– ¿Realmente crees que alguien haría frente a Spence ahora mismo?

Haley se frotó el codo. -¿Qué pasa con Ted? ¿Se lo vas a decir?

Meg imaginó las consecuencias de hacer eso y no le gustó lo que vio. Pero tampoco iba a guardase esto para ella misma. Se frotó el pelo con la toalla y luego se la enrolló. -Llamaré al trabajo y diré que estoy enferma los próximos días y me aseguraré de que Spence no me encuentre. Pero tan pronto como el dinero de ese hijo de puta esté en el banco, le voy a decir a Ted todo lo que ha ocurrido. Y también a otras cuantas personas. Necesitan saber lo despiadado que puede llegar a ser -. Se apretó la toalla. -Por ahora, no se lo digas a nadie, ¿vale?

– Me pregunto lo que habría hecho Spence si no llego a aparecer.

– No quiero pensar en ello -. Meg cogió su camiseta del suelo y se la puso, pero no podía tocar el sujetador que él había sostenido. -No sé qué te ha traído hoy aquí, pero estate segura que estoy contenta de que llegaras. ¿Qué querías?

Haley tembló, como si la pregunta le sorprendiera. -Estaba… no sé -. El color inundó su cara por debajo del maquillaje. -Estaba conduciendo y pensé que podrías querer… ir a por una hamburguesa o algo.