Haley se limpió las lágrimas de sus mejillas con los dedos y miró a Meg. -Gracias -, susurró. -Nunca voy a olvidarlo. Y te prometo que de alguna forma te lo devolveré.
– No te preocupes por devolverme el favor -, dijo Meg. -Haz las paces contigo misma.
Haley lo asimiló. Finalmente, asintió con un leve movimiento de cabeza vacilante, y luego firmemente.
Mientras Haley se iba hacia el coche, Meg recordó el presentimiento de que estaba pasando algo por alto. Debía ser esto. En algún lugar de su subconsciente, debía haber sospechado de Haley, aunque no estaba segura de cómo lo había hecho. Haley se fue conduciendo. Ted pateó grava con el talón. -Eres demasiado blanda, ¿lo sabías? Condenadamente demasiado blanda.
– Soy la hija mimada de una celebridad, ¿recuerdas? Ser blanda es todo lo que sé hacer.
– No es momento para bromas.
– Oye, si no puedes pensar en una mayor broma que Ted Beaudine liándose con una mera mortal como Meg…
– ¡Para!
La tensión del día le estaba pasando factura, pero no quería que él viera lo vulnerable que se sentía.-No me gusta cuando te pones de mal humor -, dijo ella. -Desafía a las leyes de la naturaleza. Si tú puedes convertirte en un gruñón, ¿qué será lo próximo? El universo entero podría desaparecer.
Él la ignoró. En su lugar, le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. -¿Qué quería Spence? ¿Otras de sus grandes muestras de atención o quería que le presentases a algunas de tus amistades famosas?
– Eso… básicamente eso -. Ella volvió la mejilla en la palma de su mano.
– Hay algo que no me estás contando.
Convirtió su voz en un ronroneo sexual. -Cariño, hay muchas cosas que no te cuento.
Él sonrió y le acarició con el dedo pulgar su labio inferior. -No puedes hacer las cosas por tu cuenta. Todo el mundo está tratando de que nunca te quedes a solas con él, pero también tienes que colaborar.
– Lo sé. Y créeme, no volverá a pasar. Aunque no puedo decirte cuánto me molesta tener que andar a escondidas sólo porque un millonario cachondo…
– Lo sé. No está bien -. Él presionó sus labios contra su frente. -Sólo mantente fuera de su camino un par de días más y, luego, puedes decirle que se vaya al infierno. De hecho, lo haré por ti. No puedes imaginarte lo cansado que estoy de tener a ese payaso en mi vida.
La sensación volvió sin avisar. La sensación de que algo la acechaba. Algo que no tenía nada que ver con Haley Kittle.
El cielo se había puesto oscuro y el viento hacia que su camiseta se le pegase al cuerpo. -¿No… No te parece extraño que Spence no haya oído hablar sobre lo nuestro? ¿O qué no lo haya hecho Sunny? Mucha gente lo sabe, pero… ellos no. Sunny no lo sabe, ¿no?
Él miró hacia las nubes. -No parece saberlo.
Ella no podía meter suficiente aire en sus pulmones. -Veinte mujeres vieron que me besaste en el almuerzo. Alguna de ellas debe habérselo dicho a sus maridos, amigas… Birdie se lo dijo a Haley.
– Supongo.
El movimiento de las nubes ensombreció el rostro de Ted y ella notaba que se acercaba a lo que tan duramente había estado tratando de saber. Cogió más aire. -Todas esas personas sabían que somos pareja. Pero no Spence y Sunny.
– Estoy es Wynette. Todo el mundo se apoya.
Lo tenía tan cerca que podía sentirlo, no era algo agradable, sino fétido y empalagoso. -Son personas leales.
– Eso no las hace mejores personas.
Y así, se dio cuenta de la venenosa verdad. -Sabías desde el principio que ninguno diría nada a Spence o Sunny.
Un rayo sonó a lo lejos… Estiró el cuello hacia la cámara de video, como si quisiera comprobar que no se había movido. -No entiendo lo que quieres decir.
– Oh, lo vas a entender muy bien -, dijo ella. -Cuando me besaste… Cuando le dijiste a todas esas mujeres que éramos pareja… Sabías que guardarían el secreto.
Él se encogió de hombros. -La gente hace lo quiere.
La verdad se abrió antes sus ojos, mostrando una verdad amarga y podrida. -Todo lo que dijiste sobre la honestidad y la franqueza, y cómo odiabas tener que andar a escondidas, me lo tragué.
– Odio hacer las cosas a escondidas.
Las nubes cubrieron sus cabezas, un trueno retumbó y una ola de furia la atrapó entre sus garras. -Estaba tan conmovida cuando me besaste delante de todo el mundo. Tan mareada porque estabas dispuesto a hacer ese sacrificio. ¡Por mí! Pero tú… tú no estabas arriesgando nada.
– Espera un minuto -. Sus ojos ardían de indignación. -Me lo echaste en cara esa noche. Dijiste que fue algo estúpido.
– Eso era lo que mi cabeza decía. Pero mi corazón… Mi estúpido corazón… -Su voz se rompió. -Estaba cantando de alegría.
Él puso una mueca. -Meg…
El juego de emociones que pasaron por la cara de este hombre, que nunca estaría dispuesto a dañar a alguien, fueron dolorosamente fáciles de descifrar. Su consternación. Su preocupación. Su piedad. Ella odiaba… lo odiaba a él. Quería hacerle daño como él se lo había hecho a ella, y sabía exactamente como castigarle. Con su honestidad.
– Me había enamorado de ti -, dijo ella. -Justo como las otras.
No pudo ocultar su consternación. -Meg…
– Pero para ti no significo algo más que las demás. Algo más de lo que significaba Lucy.
– Espera un momento.
– Soy una idiota. Ese beso significó tanto para mí. Dejé que significara tanto -. Ella soltó una risa desesperada que fue mayormente un llanto, no estaba segura de con cual de los dos estaba más enfadada. -Y la forma en que querías que me quedara en tu casa… Todo el mundo estaba preocupado por eso, pero si hubiera ocurrido, ellos habrían hecho todo lo posible por cubrirte. Lo sabías.
– Está haciendo una montaña de un grano de arena -. Pero no la miró a los ojos.
Ella le miró su perfil, fuerte y delineado. -Con simplemente verte me entran ganas de bailar -, susurró. -Nunca he amado a un hombre como te amo a ti. Nunca imaginé que pudiera tener estos sentimientos.
La boca de él se torció y sus ojos se oscurecieron por el dolor. -Meg, me importas. No creas que no me importas. Eres… eres maravillosa. Me haces…
Él se calló, buscando una palabra y ella se burló de él a pesar de las lágrimas. -¿Hago que tu corazón salte? ¿Hago que te entren ganas de bailar?
– Estás molestas. Estás…
– ¡Mi amor es ardiente! -Las palabras le salieron sin pensar. -Es algo que quema. Bulle y se agita, es profundo y fuerte. Pero todas tus emociones son frías y escasas. Te mantienes en la zona donde no tienes que preocuparte demasiado. Por eso querías casarte con Lucy. Era clara. Era lo lógico. Bueno, yo no soy clara. Soy un confusa y salvaje y perjudicial, y me has roto el corazón.
Con un trueno, la lluvia empezó a caer. La cara de él se contrajo. -No digas eso. Estás disgustada.
Trató de alcanzarla, pero ella se apartó. -Vete de aquí. Déjame sola.
– No así.
– Exactamente así. Porque lo único que tú quieres es lo mejor para las personas. Y, ahora mismo, lo mejor para mí es estar sola.
Ahora la lluvia caía con más fuerza. Podía ver como el cerebro de él funcionaba. Sopesando los pros y los contras. Queriendo hacer lo correcto. Siempre haciendo lo correcto. Así es cómo él funcionaba. Y permitiéndole ver el daño que le había hecho, era cómo más daño podía haberle hecho.
Un rayo cruzó el cielo. Él la encaminó a las escaleras y se resguardaron en el tejadillo de la puerta de la iglesia. Ella se alejó. -¡Vete! ¿No puedes hacer al menos eso?
– Por favor, Meg. Vamos a resolver esto. Sólo necesitamos algo de tiempo -. Él intentó tocarle la cara, pero cuando ella se estremeció dejo caer la mano. -Estás disgustada. Y lo comprendo. Esta noche, nosotros…
– No. Esta noche no -. Ni mañana. Ni nunca.
– Escúchame. Por favor… Mañana tengo el día repleto de reuniones con Spence y su gente, pero mañana por la noche, nosotros… nosotros cenaremos en mi casa donde no tendremos interrupciones. Sólo nosotros dos. Tendremos tiempo de pensar en todo esto y podremos hablarlo.
– Bien. Tiempo para pensar. Eso va arreglarlo todo.
– Sé justa, Meg. Esto ha sucedido de repente. Promételo -, dijo muy serio. -Si no prometes reunirte conmigo mañana por la noche, no me voy a ningún sitio.
– Está bien -, dijo inexpresivamente. -Lo prometo.
– Meg…
De nuevo intentó tocarla y, una vez más, ella se resistió. -Sólo vete. Por favor. Hablaremos mañana.
Él la estudió un largo rato y ella pensó que no se marcharía. Pero finalmente lo hizo, y ella se quedó en lo alto de las escaleras mirando como se iba conduciendo bajo la lluvia.
Cuando estuvo fuera de su vista, hizo lo que no había sido capaz de hacer antes. Caminó hacia un lado de la iglesia y rompió una ventana. Sólo un panel mediante el que podía alcanzar el pestillo. Luego abrió la ventana y saltó al interior del santuario vacío y lleno de polvo.
Él esperaba reunirse con ella a la noche siguiente para tener una tranquila y lógica discusión sobre su no correspondido amor. Ella se lo había prometido.
Cuando un trueno sacudió el edificio, pensó en lo fácilmente que ese tipo de promesas se podía romper. En el coro encontró un par de vaqueros que Dallie y Skeet se habían dejado cuando empaquetaron sus cosas. Todavía había comida en la cocina, pero no tenía apetito. En lugar de eso, paseo por el viejo suelo de pino y pensó en todas las cosas que la habían llevado a esta momento. Ted no podía cambiar su forma de ser. ¿En serio se había creído que él podría amarla? ¿Cómo podía haber pensado, incluso por un momento, que ella era diferente a las demás?
Porque él le había mostrado partes de sí mismo que nunca le mostraba a nadie más y eso había hecho que ella se sintiera diferente. Pero todo había sido una ilusión y, ahora, tenía que irse porque quedarse aquí era imposible.
La idea de no volver a verlo la hacía estremecerse, así que se centró en los aspectos prácticos. La vieja e irresponsable Meg habría saltado al coche esa misma noche y hubiera huido. Pero su nueva y mejorada versión tenía obligaciones. Mañana era su día libre, así que no nadie esperaba que fuera a trabajar y tendría tiempo para hacer lo que necesitaba hacer.
Esperó hasta estar segura que Skeet estaba dormido antes de regresar a su casa. Mientras sus ronquidos retumbaban por el pasillo, se sentó en el escritorio del despacho donde había estado haciendo sus joyas y cogió un bloc amarillo. Hizo una lista con consejos para quién fuera a hacerse cargo del carrito de bebidas, explicando la mejor forma de llevarlo, las lista de preferencias de los habituales y añadió unas cuantas línea sobre el reciclaje de vasos de cartón y latas. Tal ve su trabajo no fuera de gran exigencia mental, pero ella había conseguido doblar los ingresos del carrito de bebidas. Al final, escribió: un trabajo es lo que tú haces de él. Pero se sintió tonta y lo tachó.
Cuando terminó la pulsera que le había prometido a Torie, intentó no pensar en él, pero fue algo imposible y, al amanecer, cuando metió la pulsera en un sobre acolchado, tenía cara de sueño, estaba cansada y más triste que nunca.
Skeet estaba comiéndose su taza de cereales en la mesa de la cocina, con la página de deportes extendida delante de él, cuando entró. -Buenas noticias -, dijo forzando una sonrisa. -Mi asaltante ha sido identificado y neutralizado. No me preguntes los detalles.
Skeet levantó la vista de sus cereales. -¿Ted lo sabe?
Luchó contra la ola de dolor que la amenazaba cada vez que pensaba que no iba a volverlo a ver. -Sí. Y me voy a trasladar de nuevo a la iglesia -. No le gustaba mentir a Skeet, pero necesitaba una excusa para recoger sus cosas sin levantar sospechas.
– No sé por qué tienes tanta prisa -, refunfuñó.
Cuando volvió a centrar la atención en su tazón de cereales, ella se dio cuenta que iba a echar de menos a ese viejo cascarrabias, y a muchas otras personas locas de este pueblo.
La falta de sueño y el dolor le habían pasado factura y apenas había empezado a empaquetar antes de ceder y acostarse. A pesar de sus sueños sombríos, no se despertó hasta a mediodía. Terminó de recoger rápidamente, pero aún así no llegó al banco hasta cerca de las tres. Sacó todo excepto veinte dólares de su pobre cuenta bancaria. Si cancelaba la cuenta, todos los trabajadores del banco empezarían a interrogarla y, cinco minutos después de salir del banco, Ted se enteraría que se iba. No podía soportar otro enfrentamiento.
El único buzón de correos del pueblo estaba delante de las escaleras de la oficina de correos. Ella mandó los consejos sobre el carrito de bebidas y una carta de renuncia a Barry, el asistente del gerente. Mientras metía el sobre con la pulsera de Torie, un coche se detuvo en una zona donde estaba prohibido aparcar. La ventana del conductor se bajó y Sunny Skipjack asomó la cabeza. -Te he estado buscando. Se me olvidó que el club está cerrado hoy. Déjame invitarte a algo y así podemos hablar.
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