El miedo le golpeó el estómago. Él quería venganza, y sabía exactamente como conseguirla. Si mantenía su acusación, dañaría a demasiada gente, pero el pensar en echarse atrás la ponía enferma. ¿Cómo hacer lo mejor podía ser lo equivocado? Se clavó las uñas en las palmas de las manos. -Olvídalo.

Pero Spence quería que pagara cada una de las heridas que le había infligido a su ego, y siguió. -Oh, no puedo hacerlo -, dijo él. -Algunas cosas son demasiado serias como para olvidarlas. Meg dijo que yo… ¿Cuál fue la palabra que usaste?

– Déjalo -, dijo ella aunque sabía que no lo haría.

Él chasqueó los dedos. -Ya recuerdo. Dijiste que te asalté. ¿Estoy en lo cierto, Meg?

Un murmullo se extendió por la multitud. Los labios pintados de Kayla se abrieron. Zoey se llevó la mano a la garganta. Muchos móviles se abrieron de golpe y Meg luchó contra las nauseas. -No, Spence, no estás en lo correcto -, dijo inexpresivamente.

– Pero eso es lo que te escuché decir. Lo que te escuchó mi hija -. Él alzó la barbilla. -Recuerdo estar nadando contigo ayer, pero no recuerdo ningún asalto.

La mandíbula de ella no quería moverse. -Tienes razón -, murmuró ella. -Estoy equivocada.

Él negó con la cabeza. -¿Cómo podrías estar equivocada en algo tan grave?

Él estaba metiendo el dedo en la llaga. La única forma para ella pudiera ganar era dejando que ganara él, así que luchó por mantenerse serena. -Fácil. Estaba molesta.

– Hola a todo el mundo.

La multitud se giró al unísono cuando su salvador llegó. Su llegado había pasado desapercibida porque había llegado conduciendo un Mercedes Benz gris oscuro que todos tendía a olvidar que era suyo. Parecía cansado. -¿Qué está pasando aquí? -dijo. -¿Un fiesta de la que me olvidé?

– Me temo que no -. A pesar de que Spence fruncía el ceño, ella pudo darse cuenta que él estaba disfrutando del poder que tenía sobre todos ellos. -Te aseguro que estoy contento de que llegaras, Ted. Parece que tenemos un problema no previsto.

– ¿Oh? ¿Y cuál es?

Spence se frotó el mentón ensombrecido por la barba de un día. -Va a ser difícil para mí hacer negocios en un pueblo donde una persona puede difundir acusaciones falsas y salirse con la suya.

No iba a cancelar el trato. Meg no lo creía. No con Sunny mandándole esas miradas suplicantes. No con el pueblo entero puesto en línea para adorarlo. Estaba jugando al gato y al ratón, mostrando su poder para humillarla y hacer ver a todo el mundo que él estaba a cargo de la situación.

– Siento oír eso, Spence -, dijo Ted. -Supongo que los malentendidos pueden ocurrir en cualquier sitio. Lo bueno es que en Wynette intentamos resolver los problemas antes de que pasen a mayores. Déjame ver si yo puedo ayudar a resolver esto.

– No sé, Ted -. Spence miró hacia el vertedero vacío. -Es difícil dejar pasar algo así. Todo el mundo cuenta conmigo para que firme esos contratos mañana, pero no puedo imaginar que eso ocurra con esa falsa acusación pendiendo sobre mí.

Murmullos tensos recorrieron la multitud. Sunny no se daba cuenta del juego de su padre y su cara era un cuadro de consternación mientras veía como su futuro con Ted se le escapaba. -Papá, necesitamos hablar de esto en privado.

Mr. Frío se quitó la gorra y se rascó la cabeza. ¿Nadie excepto ella se daba cuenta de su cansancio? -Seguro que te tienes que hacer lo que crees que es lo correcto, Spence. Pero apuesto que puedo ayudar a resolverlo si me dices cuál es el problema.

Meg no pudo soportarlo más. -Yo soy el problema -, declaró. -Insulté a Spence y ahora quiere castigar al pueblo por eso. Pero no tienes que hacerlo, Spence, porque me voy de Wynette. Ya me habría marchado si Sunny no me hubiera detenido.

Ted se volvió a poner la gorra e incluso mientras la miraba mantuvo su voz calmada. -Meg, ¿por qué no dejas que yo me ocupe de esto?

Pero Spence quería sangre. -¿Crees que puedes irte sin consecuencias después de hacer una acusación tan seria delante de mi hija? Eso no vale para mí.

– Espera un momento -, dijo Ted. -¿Por qué no empezamos desde el principio?

– Sí, Meg -, se mofó Spence. -¿Por qué no lo hacemos?

Ella no podía mirar a Ted, así se centró en Spence. -He admitido que mentí. Fuiste un perfecto caballero. No me asaltaste. Yo… hice una montaña de esto.

Ted se giró hacia ella. -¿Spence te asaltó?

– Eso es lo que le dijo a mi hija -. Las palabras de Spence salían con desprecio. -Es una mentirosa.

– ¿Tú la asaltaste? -Ted abrió los ojos. -Hijo de puta -. Sin más aviso que eso, Mr. Frío mandó a la mierda la última gran esperanza del pueblo.

Una exclamación de incredulidad atravesó a la multitud. El rey de la fontanería estaba tirado en el suelo, su sombrero Panamá rodando entre el polvo. Meg estaba tan sorprendida que no podía moverse. Sunny dejó escapar un grito ahogada y todo el mundo permanecía congelado de horror mientras su imperturbable alcalde, su propio Príncipe de la Paz, agarraba a Spencer Skipjacks del cuello de su camisa de vestir y lo ponía de nuevo de pie.

– ¿Quién demonios te piensas que eres? -Ted le gritó en la cara, sus propias facciones contorsionadas por una oscura furia.

Spence arremetió contra Ted con el pie, dándole en la pierna y enviándolos a los dos al suelo.

Todo era un mal sueño.

Un mal sueño que se convirtió en una pesadilla en toda regla cuando dos figuras familiares emergieron de la multitud.

Se los estaba imaginando. Parpadeó, pero la horrible visión no se iba.

Sus padres. Fleur y Jake Koranda. La miraban con el rostro consternado.

No podían estar aquí. No sin haberle dicho que iban a venir. No aquí, en el vertedero, presenciando el mayor desastre de su vida.

Volvió a pestañear, pero todavía estaban allí, con Francesca y Dallie Beaudine justo detrás de ellos. Su madre, gloriosamente bella. Su padre, alto, escarpado y en plena forma. Los luchadores se levantaron y luego volvieron al suelo. Spence pesaba unos veinte kilos más que Ted, pero Ted era más fuerte, más ágil y estaba poseído por una furia que lo había transformado en un hombre que ella no reconocía.

Torie se agarró el pareo. Kenny soltó una obscenidad. Kayla empezó a llorar. Y Francesca intentó ir corriendo a ayudar a su precioso bebé, pero su marido la agarró por detrás.

Nadie, sin embargo, detuvo a Sunny, que no dejaría que ningún hombre, ni siquiera uno por el que se creía sentir enamorada, atacara a su amado padre. -¡Papá! -Con un grito se tiró sobre la espalda de Ted.

Era más de lo que Meg podía aguantar. -¡Quítate de encima de él!

Corrió para interceder, resbaló sobre la grava y cayó sobre Sunny, dejando atrapado a Ted debajo de las dos. Spence se aprovechó del temporal cautiverio de Ted y se puso de pie. Meg miró alarmada cuando echó la pierna hacia atrás para golpear a Ted en la cabeza. Con su propio grito de rabia, giró hacia un lado, se estrelló contra él y le hizo perder el equilibrio. Mientras él caía, ella agarró a Sunny por la parte de atrás de su blusa de diseño. Ted nunca pegaría a una mujer, pero Meg no tenía tantos escrúpulos.

Finalmente Torie y Shelby Travelere apartaron a Meg de una Sunny sollozando, pero el amado y pacífico alcalde del pueblo quería sangre y se necesitó tres hombres para retenerlo. No fue el único en ser retenido. La madre de Meg, Skeet, Francesca y el jefe de bomberos tuvieron que unirse para retener a su padre.

– ¡Estás loco! -gritó Spence. -¡Todos estáis locos!

Los labios de Ted se movían con desprecio. -Fuera de aquí.

Spence cogió su sobrero del suelo. Aceitosas madejas de pelo le caían sobre la frente. Uno de sus ojos estaba empezando a hincharse y su nariz estaba sangrando. -Este pueblo siempre me necesitará más de lo que yo lo necesito -. Golpeó el sombrero contra su pierna. -Beuadine, mientras ves este lugar de putrefacción, piensa a lo que has renunciado -. Se puso el sombrero en la cabeza y miró a Meg, con una expresión venenosa. -Piensa lo mucho que te ha costado una don nadie.

– Papá… -La sucia blusa de Sunny estaba rota, tenía un brazo raspado y un rasguño en la mejilla, pero él estaba demasiado cegado con su propia ira como para preocuparse por ella.

– Podías haberlo tenido todo -, dijo mientras la sangre le brotaba de la nariz. -Y lo echaste todo a perder por una puta mentira.

Sólo su madre, arrojándose sobre su padre, impidió que éste saltara sobre Spence, mientras que el hombre que retenía a Ted casi no podía sujetarlo. Dallie dio un paso hacia delante, sus ojos de azul acero echando chispas. -Te aconsejo que te vayas mientras puedas, Spence, porque lo único que puedes conseguir es que le diga a esos chicos que sujetan a Ted que le dejen terminar el trabajo que empezó.

Spence echó un vistazo a los rostros hostiles y comenzó a volver hacia los coches. -Vamos, Sunny -, dijo con una valentía que no engañaba a nadie. -Vámonos de esta pocilga.

– ¡Eres un perdedor, imbécil! -gritó Torie. -Golpeaba un hierro cinco mejor que tú cuando estaba en el instituto. Y, Sunny, eres una arpía engreída.

Padre e hija, sintiendo que había una multitud enfadada detrás de ellos, corrieron hasta sus coches y se metieron dentro. Mientras se alejaban conduciendo, un par de ojos tras otros se fueron fijando en Meg. Sintió su enfado y vio su desesperación. Nada de esto habría ocurrido si se hubiera ido del pueblo cuando ellos querían que se fuera.

De alguna forma se las arregló para mantener la cabeza alta, incluso mientras parpadeaba para contener las lágrimas. Su exquisita madre, con su uno ochenta metros de altura, comenzó a ir hacia ellas, moviéndose con la autoridad que una vez la llevó a desfilar por las mejores pasarelas del mundo. La atención de la multitud se había centrado tanto en la transcurso de la calamidad que había ocurrido, que nadie se había dado cuenta de los extraños en medio de ellos, pero el brillo del pelo rubio de Glitter Baby, las cejas delineadas perfectamente y la considerable boca la hacia instantáneamente reconocible para todo el mundo mayor de treinta años, y el murmullo subió de nivel. Luego el padre de Meg se puso al lado de su madre y el murmullo paró mientras los espectadores intentaban absorber el hecho asombroso de que el legendario Jake Koranda había salido de la pantalla de televisión para estar entre ellos.

Meg fue hacia ellos con una infeliz combinación de amor y desesperación. ¿Cómo podía alguien tan normal como ella ser la hija de esas dos magníficas criaturas?

Pero sus padres no llegaron a acercarse porque Ted se adelantó. -¡Qué todo el mundo se largue de aquí! -exclamó. -¡Todos! -por alguna inexplicable razón, incluyó a los padres de ella en su proclamación. -Vosotros, también.

Meg no quería otra cosa que irse y nunca regresar, pero no tenía coche y no podía soportar la idea de irse con sus padres antes de haber tenido la oportunidad de calmarse. Torie parecía ser la mejor opción y le dirigió una mirada suplicante sólo para que brazo de Ted la agarrara. -Tú te quedas donde estás.

Cada palabra fue pronunciada de forma precisa y con su debida pausa. Él quería un último enfrentamiento y, después de todo, se lo merecía.

Su padre valoró a Ted y luego se giró hacia ella. -¿Tienes el coche aquí?

Cuando negó con la cabeza, sacó sus llaves y se las lanzó. -Pediremos a alguien que nos acerque al pueblo y te esperaremos en el hotel.

Una persona tras otra se fueron yendo. Nadie quería desafiar a Ted, ni siquiera su madre. Francesca y Dallie llevaron a los padres de Meg en su Cadillac. Cuando los coches comenzaron a irse, Ted caminó hacia la señal oxidada y contempló la vasta extensión de tierra contaminada ahora despojada de cualquiera de sus esperanzas futuras. Sus hombros estaban caídos. Ella le había hecho esto. No intencionadamente, pero lo había provocado al quedarse en Wynette cuando todo le decía que era necesario que se marchara. Luego todo se había agravado por su estúpido enamoramiento de un hombre que le había dado la espalda al amor. Su propia auto-indulgencia había desembocado en este momento donde todo se había derrumbado.

El sol brillaba en el cielo, con su perfil grabado en fuego. El último coche desapareció, pero fue como si ella hubiera dejado de existir y él no se movió. Cuando no puedo estarse quieta más rato, se obligó a sí misma a ir hacia él. -Lo siento -, susurró.

Elevó la mano para limpiarle la sangre de la esquina de la boca, pero él le cogió la muñeca antes de que pudiera tocarlo. -¿Ha sido eso lo suficientemente ardiente para ti?

– ¿Qué?

– ¿Te crees que no siento las cosas? -Su voz ronca por la emoción. -¿Que soy un tipo de robot?

– Oh, Ted… Eso no es lo que quería decir.

– Cómo eres la reina del drama, eres la única a la que se le permite tener sentimientos, ¿no?