Esta no era la conversación que necesitaban tener. -Ted, nunca quise decir que tuvieras que pegar a Spence.
– ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Permitirle que te asaltara y se fuera?
– No hizo eso exactamente. Honestamente no sé lo que habría ocurrido si Haley no llega a aparecer. Él…
– ¡Sudo! -exclamó, sin ningún sentido. -Dijiste que nunca sudo.
¿De qué estaba hablando? Ella lo intentó de nuevo. -Estaba nadando sola en el arroyo cuando apareció. Le pedí que se marchara y no lo hizo. Estaba desnuda.
– Y el hijo de puta pagó por ello -. Él le agarró el brazo. -Hace dos meses estaba listo para casarme con otra mujer. ¿Por qué no puedes darme un descanso? Sólo porque tú saltes por en precipicio no significa que yo también tenga que hacerlo.
Ella estaba acostumbrada a leerle la mente, pero esta vez no sabía de que iba todo esto. -¿Qué quieres decir exactamente con saltar por un precipicio?
Su boca se torció con desprecio. -Enamorarse.
La palabra fue pronunciada tan despectivamente, que deberían haber dejado ampollas en los labios. Ella se alejó y dio un paso atrás. -Yo no llamaría enamorarse a saltar por un precipicio.
– Entonces, ¿cómo lo llamarías exactamente? Estaba preparado para pasar el resto de mi vida con Lucy. ¡El resto de mi vida! ¿Por qué no puedes comprenderlo?
– Lo comprendo. Lo que no comprendo es por qué estamos hablando de esto ahora, después de lo que ha ocurrido.
– Por supuesto que no lo haces -. Su rostro se había puesto pálido. -No comprendes nada de un comportamiento razonable. Crees que me conoces muy bien, pero no sabes nada sobre mí.
Otra mujer que pensaba que comprendía a Ted Beaudine…
Antes de que ella pudiera volver a hablar, él volvió al ataque. -Te jactas de que eres todo emociones. Bueno, una jodida ronda de aplausos para ti. Yo no soy así. Quiero que las cosas tengan sentido y, si eso es un pecado a tus ojos, lo siento mucho.
Era como si de repente él hubiera empezado a hablar en otro idioma. Comprendía sus palabras, pero no el contexto. ¿Por qué no estaban hablando de la parte que ella había jugado en el desastre con Spence?
Él limpió un hilo de sangre de la esquina de su boca con el reverso de mano. -Dijiste que me amabas. ¿Qué significa eso? Yo amaba a Lucy y mira en lo qué acabó.
– ¿Amabas a Lucy? -Ella no se lo creía. No quería creérselo.
– Cinco minutos después de conocerla, supe que era la elegida. Es lista. Es fácil estar con ella. Se preocupa de ayudar a la gente y entiende lo que es vivir en una pecera. Mis amigos la adoraban. Mis padres la adoraban. Queríamos lo mismo de la vida. Y nunca he estado más equivocado sobre algo -. Su voz se quebró. -¿Esperas que olvide todo eso? ¿Esperas que chasque los dedos y haga que todo desaparezca?
– Eso no es justo. Actuabas como si ella no te importase. No parecía que te preocupara.
– ¡Por supuesto que me preocupa! El hecho de que no vaya por ahí mostrando a todo el mundo cada uno de mis sentimientos no significa que no los tenga. Dijiste que te rompí el corazón. Bueno, ella rompió el mío -.
El pulso se marcaba en su garganta. Ella sintió como si él la hubiera abofeteado. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta? Había estado convencida de que él no amaba a Lucy, pero la verdad era lo contrario. -Ojala me hubiera dado cuenta -, se oyó decir a sí misma. -No me di cuenta.
Él hizo un gesto duro e indiferente. -Y luego llegaste tú. Con todos tus líos y tus exigencias.
– ¡Nunca te he pedido nada! -exclamó ella. -Eres el único que hace exigencias, desde el principio. Diciéndome lo que podía y no podía hacer. Dónde podía trabajara. Dónde podía vivir.
– ¿Me estás tomando el pelo? -dijo ásperamente. -Todo sobre ti son exigencias. Esos enormes ojos, azul un minuto y verdes al siguiente. La manera en que te ríes. Tu cuerpo. Incluso el tatuaje del dragón de tu culo. Exiges todo de mí. Y luego criticas lo que consigues.
– Nunca…
– Y una mierda no lo hiciste -. Él se movió tan rápidamente que pensó que iba a golpearla. En lugar de eso, la arrimó a él y metió las manos bajo se corta falda de algodón, pegándose a su cintura y agarrándola del culo. -¿Crees que esto no es una exigencia?
– Eso… eso espero -, dijo en voz tan baja que apenas se la reconoció a sí misma.
Pero ya la estaba arrastrando hacia un lado del camino de grava. Ni si quiera le permitió la cortesía del asiento trasero de su coche. En vez de eso, la tumbó sobre el suelo arenoso.
Con sólo el sol abrasador sobre ellos, él enredó las manos entre sus bragas, se las quitó y le abrió las piernas para que quedaran a cada lado de las caderas de él. Cuando él se echó hacia atrás apoyándose en sus talones, el sol calentó la vulnerable piel del interior de sus muslos. Él nunca apartó la mirada de la suave humedad que había expuesto, ni siquiera mientras sus manos abrían su cremallera. Estaba fuera de control, este hombre que era todo lógica y razón.
Despojado de su armadura de caballero.
La sombra de su cuerpo bloqueó el sol. Él se abrió los vaqueros. Podría haberle gritado que se detuviera, podría haberle empujado, podría darle un golpe en la cabeza y decirle que se quitara de encima. Él lo haría. Lo sabía. Pero no lo hizo. Estaba siendo salvaje y quería adentrarse en lo desconocido con él.
Él metió la mano bajo ella y colocó sus caderas para que lo acogiera completamente. No hubo juegos preliminares, ni un tormento minucioso o exquisitas bromas. Sólo la propia necesidad de él.
Algo afilado le rozó la pierna… Una roca se le clavo en la columna… Con un gemido oscuro, él entró en ella. A medida que su peso presionaba contra ella en el suelo, le iba subiendo la camiseta y dejando al descubierto sus pechos. Su barba le raspaba la piel sensible. Una horrible ternura le sobrevino mientras él usaba su cuerpo. Sin cortesía, sin restricción o civilidad. Era un ángel caído, consumido por la oscuridad y la tomó sin ningún cuidado.
Ella cerró los ojos contra el brillante sol mientras él se movía en su interior. Gradualmente, la naturaleza salvaje que lo había reclamado también la reclamó a ella, pero ocurrió demasiado tarde. Con un gritó ronco, él mostró sus dientes. Y luego la inundó.
El áspero sonido de su respiración raspaba sus oídos. Su peso le sacaba el aire de sus pulmones. Finalmente se quitó de encima con un gemido. Y luego todo quedó en silencio.
Esto era lo que ella había querido desde la primera vez que hicieron el amor. Acabar con su control. Pero el costo para él había sido demasiado grande y, cuando él volvió a ser él mismo, ella vio exactamente lo que sabía que iba ver. Un buen hombre afectado por los remordimientos.
– ¡No lo digas! -Le dio con la mano sobre la boca magullada. Le dio en la garganta. -¡No lo digas!
– Jesús… -Él se puso de pie. -No puedo… Lo siento. Estoy tan arrepentido. Jesús, Meg…
Mientras él se ponía la ropa, ella se levantó y bajó la falda. Su cara estaba congestionada, agonizante. No podía soportar escuchar sus atormentadas disculpas por comportarse como un ser humano en lugar de un semidiós. Tenía que hacer algo rápidamente, así que lo empujó en el pecho con fuerza. -Esto era de lo que te he estado hablando todo este tiempo.
Pero él estaba pálido y su intento de cambiar de tema se fue a la mierda. -No puedo… no puedo creer lo que te hice.
Ella no se rendiría tan fácilmente. -¿Puedes hacerlo otra vez? Tal vez un poco más despacio, pero no mucho.
Era como si él no la escuchara. -Nunca me lo perdonaré a mí mismo.
Ella se escudó en sus bravatadas. -Me estás aburriendo, Theodore, y tengo cosas que hacer -. En primer lugar iba a intentar devolverle su dignidad. Luego enfrentaría a sus padres. ¿Y luego qué? Necesitaba darle la espalda a este pueblo para siempre.
Cogió sus bragas y adoptó una arrogancia que estaba lejos de sentir. -Me doy cuenta que me las he apañado para joder completamente el futuro de Wynette, así que deja de liar las cosas por aquí y vete a hacer lo que mejor se te da. Arreglar los desastres de otras personas. Busca a Spence antes de que se vaya. Dile que te volviste loco. Dile que todo el mundo en el pueblo sabe que soy de poca confianza, pero aún así te dejaste envolver por mí. Luego discúlpate por pelearte con él.
– Me importa un bledo Spence -, dijo secamente.
Sus palabras sembraron terror en su corazón. -Hazlo. Tienes que hacerlo. Por favor. Haz lo que te digo.
– ¿Sólo puedes pensar en ese imbécil? Después de lo que acaba de pasar…
– Sí. Y es en todo lo que tienes que pensar. Esta es la cuestión… Necesito una declaración de amor eterno de tu parte, y nunca vas a ser capaz de dármela.
Frustración, arrepentimiento, impaciencia, vio todo eso en sus ojos. -Es demasiado pronto, Meg. Es demasiado malditamente…
– Has sido más que claro -. Le cortó antes de que dijera nada más. -Y no habrá un gran sentimiento de culpa cuando me vaya. Para ser honestos, me enamoro y desenamoro con bastante rapidez. No me llevará mucho tiempo sacarte de mi cabeza -. Estaba hablando demasiado rápido. -Estaba este chico llamado Buzz. Pase unas buenas seis semanas sintiendo pena de mí misma, pero, honestamente, tú no eres Buzz.
– ¿Qué quieres decir con "cuando me vaya"?
Ella tragó. -Algo de lo más extraño, Wynette ha perdido su atractivo. Me iré tan pronto hable con mis padres. ¿No estás contento de no tener que ser testigo de esa conversación?
– No quiero que te vayas. No todavía.
– ¿Por qué no? -Ella lo estudió, buscando alguna señal que podría haber pasado por alto. -¿Para qué se supone que debo quedarme?
Él hizo un geste extraño de impotencia. -No… No lo sé. Simplemente quédate.
El hecho de que no pudiera mirarla a los ojos le decía todo. -No puedo hacerlo, compañero. Simplemente… no puedo.
Era extraño ver a Ted Beaudine tan vulnerable. Ella presionó sus labios contra la esquina no dañada de su boca y corrió hacia el coche que sus atentos padres habían dejado para ella. Mientras se alejaba conduciendo, se permitió mirar por última vez por el espejo retrovisor.
Él estaba de pie en medio de la carretera, mirando como se iba. Detrás de él, el vasto páramo del vertedero se extendía tan lejos como los ojos podían alcanzar a ver.
CAPÍTULO 21
Meg se lavó en la estación de servicio Chevron de la carretera, quitándose lo más gordo de la suciedad y disimulando sus vetas lacrimógenas. Buscó una camiseta suelta en la maleta que había metido en el pequeño baño, un par de vaqueros limpios para esconder los arañazos de sus piernas y un pañuelo de gasa verde para ocultar la irritación de su cuello por la rozadura de la barba. Desde la primera vez que habían hecho el amor, había deseado que él se viera sobrepasado por la pasión y perdiera su legendario control. Finalmente había ocurrido, pero no de la forma que había soñado.
Se obligó a traspasar la puerta de servicio del hotel. Birdie nunca permitiría que huéspedes tan famosos como sus padres se quedaran en ningún otro sitio que no fuera la recientemente renombrada Suite presidencial, así que subió por las escaleras hasta el piso superior. Cada paso era un ejercicio de fuerza de voluntad. Desde el principio, había conseguido que todo fuera mal con Ted. No había creído que él amara a Lucy, pero resulta que la había amado y que todavía ahora la amaba. Meg no era más que la chica de rebote, su escapada temporal al lado salvaje.
No podía permitirse caer en el dolor, no cuando estaba a punto de enfrentar una reunión insoportable con sus padres. No podía pensar en Ted, o en su incierto futuro o en lo que iba a dejar atrás cuando se fuera de Wynette.
Su madre abrió la puerta de la suite. Todavía llevaba la camiseta plateada estilo túnica hecha a medida y los pantalones ajustados que llevaba en el vertedero. Irónicamente, su madre, modelo de pasarela, se preocupaba poco por la ropa, pero se vestía obedientemente con los exquisitos trajes que su hermano Michael hacia para ella.
Al fondo de la habitación, el padre de Meg dejó de caminar. Les sonrió vacilantemente. -Podías haberme dicho que veníais.
– Queríamos darte una sorpresa -, dijo su padre secamente.
Su madre la cogió por los codos, le dirigió una dura y larga mirada, y luego la abrazó. Mientras Meg se hundía en ese abrazó familiar, olvidó durante un momento que era una mujer hecha y derecha. Si sólo sus padres no fueran tan listos y exigentes, no tendría una vida llena de sentimiento de culpa y no tendría que gastar tantas energías en fingir que no le importaba lo que opinaban de ella.
Sintió la mano de su madre en el pelo. -¿Estás bien, cariño?
Se tragó las lágrimas. -He estado mejor, pero considerando el choque de trenes del que fuisteis testigos, no puedo quejarme.
"Llámame irresistible" отзывы
Отзывы читателей о книге "Llámame irresistible". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Llámame irresistible" друзьям в соцсетях.